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Travelling. Blog de cine.

Mujeres en el cine.

La favorita. Yorgos Lanthimos se reinventa hacia el feminismo histórico.

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Poco a poco van llegando a las carteleras, las películas que estarán en la parrilla de salida de los Oscar 2019 y que vienen de llevarse alguna estatuilla en los Globos de Oro. Este es el caso de “La favorita”, otro giro en el cine de Yorgos Lathimos, dispuesto a no encasillarse nunca.

Una tragicomedia de celos e intrigas políticas en la Inglaterra del siglo XVIII. Es la época de la Reina Ana, el último miembro de la Casa de los Estuardos. Una reina enfermiza que gobierna su país desde sus reales aposentos, aconsejada por una consejera y amiga, Sara Churchill (Rachel Weitz), que pretende hacerse con las riendas del poder. En este momento, aparece una prima suya (Abigail, Emma Stone) arruinada, pero dispuesta a recuperar su posición a través de la ambición y de envenenar los oídos de cualquiera capaz de ascenderla socialmente. Pero la cosa se complica por el conflicto con Francia, en el contexto de la Guerra de Sucesión Española y en donde participa Lord Malbrought, el esposo de Sara Churchill ¿Recordáis la canción infantil “Mambrú se fue a la guerra”? Una situación internacional que amenaza con convertirse en un conflicto doméstico tanto en la Corte como en el Parlamento.

Estamos ante la película más convencional y asequible del cineasta griego (recordar, el de “Canino” o “Langosta”), con versión bastante libre de la Historia.  Un giro total en el cine de Lanthimos no solo por la ambientación histórica sino porque todo su cine se había centrado en los conflictos domésticos de parejas o familias, bajo un mismo techo. También es la primera vez que no coescribe el guión junto a Efthymius Filippou, y eso se nota.

Hay cierta modernidad en la lucha de una mujer por obtener lo que se merece y  lograrlo por el medio que fuese, como también en el papel de un inmejorable trío de mujeres. Al fin y al cabo, es una película muy femenina sobre el poder y los afectos en donde los hombres se sitúan a su alrededor, pero en el terreno que les permiten los personajes principales.

Recuerda a Kubrick (Barry Lyndon) por la ambientación preciosista y el movimiento de las cámaras (grandes angulares) y a “Amistades peligrosas”, por la lujuria de los personajes, pero evidentemente Lanthimos se lo lleva a su terreno. Eso sí, siendo gran fan de sus trabajos griegos –“Canino” y “Alps”-, la verdad es que salí algo decepcionado (esperaba más “pathos” de ella), aunque me ha resultado muy buena película. Olivia Colman borda su personaje en la vulnerabilidad de una monarca abatida que se deja engatusar por sus dos consejeras; una lástima. A un mes visto de los Oscars, veremos cómo Glenn Close logra por fin su merecida estatuilla con un personaje sin los matices de la Reina Ana.

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Rita Hayworth, la princesa triste de Hollywood.

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Esta semana se cumple el cien aniversario de Margarita Carmen Cansino, para los despistados, Rita Hayworth. Una gran diva de la interpretación gracias, sobre todo, a dos personajes, el de Gilda y el de “La dama de Shangay”.

Nació el 17 de octubre de 1918 como Margarita Carmen Cansino Hayworth, en el seno de una familia de bailarines procedente de Sevilla donde su padre la explotaba como bailarina e incluso la presentaba en  sociedad como su pareja y abusaba sexualmente de ella. Llegó a Hollywood en 1933, de la mano del grupo “Spanish Ballet” y su primer marido Edward Junson lograría un contrato con la Columbia, donde hizo su carrera. “La Columbia es Rita Hayworth”, diría de ella, Frank Sinatra, donde llegó a ser todo un sex symbol, a su pesar. Su vida cambiaría radicalmente cuando llegó a ser actriz, incluso se produjo una transformación física, pues su marido la obligó adelgazar y cambiar su cabello a su característico color pelirrojo, a través de unos dolorosos procesos, y dentro de la Columbia fue víctima de su carrera a causa de Harry Kohk, el tiránico mandamás de la “major” que la dirigía con mano de hierro.

Debutó en el cine, con 16 años, en “El infierno de Dante”, demostrado sus dotes para el baile, pero su primer papel de relevancia fue en la película “Sólo los ángeles tienen alas” (1939). No apareció en pantalla hasta el minuto 50 pero lo hizo de una forma que todos empezaron a interesarse por ella. Uno de ellos, sería Rouben Mamulian quien la reclamó para que participase en “Sangre y arena”, la célebre versión de la novela de Blasco Ibáñez. Allí, aquella actriz tímida y de sonrisa agradable,  encarnó por primera vez el perfil de la “mujer fatal”, en un personaje inspirado en el de “Carmen”. Charles Vidor, Raoul Walsh o Victor Saville fueron algunos directores que la dirigieron  en la gran pantalla hasta que llegó ese gran éxito que fue Gilda, que la catapultó hasta convertirla en un mito erótico.

“Si fuera un rancho mi nombre sería Tierra de nadie”

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“Gilda” es conocida por algunas imágenes muy breves, por el plano de su primera aparición y por el famoso striptease, en donde la actriz se quitaba un guante. En 1946, cuando se filmó la película, no existía ninguna presentación de un personaje más memorable, cuando agita su cabeza y hace volar sus trenzas hacia atrás para luego caer hacia adelante.

Parte de la fascinación derivade la forma de representar a la mujer fatal (término, junto al del cine negro, que fueron acuñados décadas después; entonces no eran conscientes de que estaban creando un género). Hayworth interpretaba a Gilda con un poso de bravuconería que escondía una profunda inseguridad. Pero la actriz no lidió muy bien con el éxito de ese personaje. Los productores explotaron el estereotipo de belleza exótica y latina, a su pesar. Llegando a tal nivel la fama que el ejército norteamericano la utilizó como imagen para el avión que transportaba la bomba atómica que detonó en el atolón de Bikini, lo que hizo que la actriz estallará en rabia que se vio obligada a contener, pues fue una decisión del propio Harry Kokh. Eso sí, se hizo célebre una frase que apareció en la prensa: “Los hombres que conozco se acuestan con Gilda y se levantan conmigo”.

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De hecho, su turbulenta vida amorosa, llena de romances e infidelidades, y de cinco desastrosos matrimonios, fue en paralelo al ascenso y caída de su carrera. Entonces, estaba en plena crisis matrimonial con Orson Welles quien le habría dirigido en “La dama de Shanghai”, donde la transformó radicalmente cortando su cabello y tiñéndola de rubia, para luego matar a su personaje en una de las más famosas escenas de todos los tiempos.

Sus papeles que realmente le interesaban a la propia Rita Hayworth eran el de la chica ingenua, como el que encarnó junto a Fred Astaire en “Bailando nace el amor” (1941), mucho más que los que en definitiva, le dieron la fama. Hayworth protagonizaría otras 15 películas más en las dos siguientes décadas, antes de su declive; entre ellas, “Pal Jovey”, su último musical, junto a Frank Sinatra, o “Mesas Separadas” (Delmert Davies). Nunca obtuvo un Oscar y poco a poco, su carrera fue resintiéndose, sobre todo cuando empezó a sufrir problemas de memoria para aprenderse sus diálogos. En 1987 murió en su casa de Nueva York, a causa de complicaciones derivadas del Alzheimer que padecía. Fue la primera estrella de Hollywood en sufrir esa enfermedad, con la anécdota añadida de que tardaron más de veinte años en diagnosticársela (pensaban que sus problemas eran derivados de su alcoholismo).

Viaje al cuarto de una madre. Drama de espacios cerrados.

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De trama pequeña pero de grandes emociones,  es una de esas historias donde el amor surge como tabla de salvación para unas vidas a la deriva. Un drama en la estricta intimidad doméstica,  sobre el espacio que habitan una madre y una hija, en la ópera prima de Celia Rico Clavellino, que viene respaldada por un reparto de campanillas, con dos inmensas actrices, Lola Dueñas y Anna Castillo.

Nos situamos en Constantina, en un pueblo de Sevilla. Una cámara estática, que pasa inadvertida todo el metraje cediendo el protagonismo a los personajes, nos muestra una sala de estar donde dos mujeres se arrebujan en un sofá con una mesa de camilla, en frente. Suena un teléfono, con el característico tono de los spots de los cines, y comienza la acción cociéndose ésta a fuego lento.

En un mundo en efervescencia, donde lo fugaz marca el devenir de nuestras vidas y en donde ni siquiera nos paramos a sentir las emociones - las engullimos como si de una comida rápida se tratase-, llama la atención una película sin música, sin necesidad de movimientos de cámara y con una cadencia del ritmo, en donde los silencios y la cotidianidad trazan un diminuto microcosmos de puertas adentro. Un film que nos muestra estampas de nuestra propia vida.

Narrada en dos partes, con sus propios puntos de vista. La primera mitad se reserva el protagonismo a Leonor, la hija,  mientras que en el segundo segmento de la historia, a la madre, cuando su hija  se ausenta de su lado. Prácticamente nada se verbaliza, pero ahí está todo. Las emociones contenidas, las tensiones que van surgiendo, el duelo, la necesidad de vivir una experiencia propia que las aleje de ese ambiente enclaustrado y asfixiante. La marcha a otro país daría alas y vida a una hija que no se siente cómoda en el ambiente de ese pueblo, pero que no sabe trasmitírselo a su madre. Ese pueblo que tiene la doble cara, por un lado de la sensación de “asfixia” y por el otro del apoyo, por tener cerca a los que podrían darte el apoyo cuando lo necesites; y por otro, el proceso de una madre que pronto vería un doble duelo, el del marido -que prácticamente queda fuera de cámara- y de la hija, a causa de la sensación del “nido vacío”.

Son curiosos los referentes a los que recurre Celia Rico, sobre todo el cineasta japonés YasujiroOzu (“Cuentos de Tokio”), que ya estarían presentes en ese inmenso cortometraje titulado “Luisa no está en casa”; otro ejemplo de cómo los silencios y la cotidianidad marcan una vida de puertas adentro. Pero también se repite un matiz  (cómo la avería de un electrodoméstico introduce un elemento del exterior que hace avanzar una historia, en modo pausa, vista desde la más estricta intimidad). Quien quiera descubrir esta pequeña maravilla, “Viaje al cuarto de una madre”, deberá hacerlo sin los prejuicios, queriendo paladear una historia como ya no se suele filmar, dejando el corazón y los sentimientos a flor de piel y un amor entre una madre y una hija, contada de una forma como pocos han sabido reflejar en el cine.

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Elle. Una fascinante provocación en el regreso de Paul Verhoeven.

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Ya le echábamos de menos. Hacía diez años que no estrenaba película y el holandés Paul Verhoeven vuelve a las pantallas generando polémica, acompañada de la actriz francesa Isabelle Hupper, quien interpreta a un personaje no apto para todos los públicos.

Michelle LeBlanc parece una mujer indestructible. Una ejecutiva de una compañía de videojuegos que mantiene su misma actitud tanto en el amor como en su trabajo aunque su vida sufrirá un giro después de ser asaltada en su propia casa y violada por un desconocido enmascarado. Se trata de una adaptación de la novela de “Oh…”, escrita en 2012 por Phillipe Djian, película que ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes, en 2016. Verhoeven pensó en Nicole Kidman para el papel principal con la idea de ganarse a los productores americanos, pero también consideró a Marion Cottillard, Diane Lane o a Sharon Stone, antes de encontrar a una gran aliada en la francesa Isabelle Hupper.

-Tengo algo que contaros, quería decíroslo de una forma natural, pero no he encontrado la manera. Me han agredido, en mi casa, me parece que me han violado.

Lo curioso de la película será la actitud del personaje protagonista quién, tras la violación, no actuará como Hollywood suele mostrarnos este tipo de argumentos. Cuenta el propio cineasta que los productores americanos se negaban a rodar ese guión por considerarlo inmoral, no concebían que una mujer violada no se viese como una víctima. En vez de la esperada venganza, Paul Verhoeven propone una historia en donde su personaje de Michelle, sentiría una atracción por el violador.

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Podríamos pensar en el “thriller erótico” en la línea de “Instinto básico”, pero “Ella” me recordó más a “Portero de Noche” (Liliana Cavani), en donde una mujer judía se reencuentra, tiempo más tarde, con el oficial de las SS que la violó años atrás, ahora convertido en empleado de un lujoso hotel y con quién mantendrá un tórrido romance. Pero sobre todo, podemos rastrear en la película de Verhoeven la propia filmografía de su actriz principal. Apuntemos, entonces, hacia los retratos de la burguesía de Claude Chabrol y sobre todo en el cine desgarrado de Michael Haneke, “La pianista”, protagonizada por la misma protagonista, Isabelle Hupper. De hecho, pensó en el estilo de Haneke para muchas de sus escenas, por ejemplo, para el momento de la violación, ideada a través de una toma muy larga, aunque finalmente decidió montar tomas a través de las dos cámaras –dos Arri Alexa- con las que había rodado la película.

Paul Verhoeven: un cineasta heterodoxo.                                                            

Paul Verhoeven parece sumarse a una tendencia dentro del cine francés en el que se retrata el cuerpo desde la sexualidad. De hecho, recientemente, diversas películas galas se han adentrado en este tema de una forma más o menos explícita, como La vida de Adele, El desconocido del lago o Joven y bonita.

Se trata de un cine, centrado en el cuerpo, desde muy diferentes perspectivas, llegando incluso a transgredir sus límites. Este sentido, el poder del cuerpo –como objeto de sumisión y dominación- ha formado parte de la filmografía del holandés –pensemos, por ejemplo, en Instinto básico, Showgirls e incluso El libro negro-.

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Paul Verhoeven es un cineasta heterodoxo que siempre ha hecho un cine muy personal; a veces se le puede considerar comercial, aunque mirándolo bien no lo es tanto. Sexo y violencia han aparecido en los trabajos más personales de este cineasta que comenzó filmando documentales para la armada holandesa y pasó de la televisión al cine, con algunos títulos protagonizados por Rutger Hauver. Abandonó su país natal, a finales de los ochenta, por ser considerado “decadente” y “pervertido”, marchándose a los Estados Unidos, sin apenas saber inglés. Nada más aterrizar en Los Ángeles, le encargan un film de ciencia-ficción RoboCop (1987), cuyo éxito le abrió las puertas de Hollywood –aunque a su pesar, ese género no le llegó a gustar nunca- y fue fichado por Mario Kassar para sustituir a David Cronemberg, despedido del proyecto de “Desafío Total”. Más tarde filmaría uno de sus trabajos más recordados de su carrera: “Instinto Básico”. 

Veinte años después de “Robocop”,  volvió a Europa para “El libro negro” (2006) y desde entonces, esperó otros diez años para encabezar un nuevo proyecto. Una película que, a nosotros, nos ha encantado y que fue la representante de Francia en los Oscars.

 

Figuras ocultas. Las mujeres olvidadas de la carrera espacial.

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Hollywood está dispuesto a sacar punta a los acontecimientos más relevantes de su país y demostrarnos que hay muchas de esas “historias basadas en hechos reales” que aún quedan pendientes; esa realidad que tanto sirve de inspiración para el séptimo arte. La película, “Figuras ocultas”, tiene el mérito de encabezar la taquilla norteamericana, codeándose con  la mismísima “La la land”, y ser una de las firmes candidatas a arrasar en los Oscars.

El film se centra en tres destacadas mujeres afroamericanas en un mundo dominado por hombres, y un contexto de racismo. Estamos en los años 60, en plena Guerra Fría, en un conflicto entre rusos y norteamericanos que tuvo como uno de sus principales aspectos, la carrera espacial, es decir, el esfuerzo por alcanzar el espacio y la Luna. En este sentido, la matemática afroamericana, Katherine Johnson y dos de sus colegas, Dorothy Vagaugh y Mary Jackson, se hicieron hueco en un lugar tan exclusivo como la NASA. Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Mónae encabezan un reparto, lleno de caras conocidas, entre ellas un muy interesante Kevin Costner, e incluso los seguidores de “The Big Bang Theory”, reconocerán a Jim Carsom (Sheldon Cooper) entre los intérpretes.

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-Necesito ecuaciones que no existen para adelantarnos a los rusos y evitar que planten su bandera en la maldita Luna.

Katherine Johnson fue la matemática que llegó a elaborar esas ecuaciones e incluso logró calcular la trayectoria que permitió a John Glenn, realizar una órbita completa de la Tierra. Dorothy Vagaugh era una auténtica as con los ordenadores, consiguiendo dar una lógica a los superordenadores IBM en esta carrera espacial, mientras que Mary Jackson fue una de las ingenieras que lograron construir el cohete que daría la vuelta a la Tierra. En definitiva, tres visionarias y pioneras.

-Quisiera ser ingeniera de la NASA, pero no puedo asistir a clases exclusivas para blancos y no puedo cambiar el color de mi piel. Así que tengo que ser la primera.

La segregación racial aparece, en la película, remarcándose en un detalle: ellas debían recorrer un kilómetro para poder ir a los lavabos para mujeres de color, lo que es resuelto por su jefe (Kevin Constner), cuando observa su ausencia del trabajo y decide sensibilizarse y cambiar las cosas.

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Curiosamente, coincidieron en las carteleras dos películas sobre un contexto racial, ambientado en el Estado de Virginia, durante los años 60; la historia de los Loving,  una pareja interracial que desafió a la sociedad conservadora de la época, en “Loving” (Jeff Nichols), y este film dirigido por Theodor Melfi, quien co-escribe el guión junto a  Allison Schroeder, a partir del libro de Margaret Lee.

En muchas películas ambientadas en la NASA, era frecuente ver a hombres blancos, que podrían ser buenos representantes del llamado WAPS, con alguna nota de color de algún personaje negro, pero ahora nos dicen que no sólo habría mujeres sino que  algunas científicas afroamericanas estarían entre las principales responsables de la carrera espacial. La lucha por los derechos civiles, tema capital entonces, y por desgracia, de máxima actualidad, da importancia a una película que resultará emocionante.  El gran inconveniente de esta historia es que no suele ir más allá del lucimiento del protagonista, que el telón de fondo histórico -que les sirve para contextualizarla- no es más que la excusa para hacer arenga de lo políticamente correcto. Sin apenas profundizar en lo que cuentan, salvo en los momentos concretos. La película es resuelta de forma eficiente, pero jugar en la misma categoría que, por ejemplo, “La la land” me parece desproporcionado.

El cine se viste de licra: Prostitutas en la gran pantalla.

El cine se viste de licra: Prostitutas en la gran pantalla.

El oficio más antiguo del mundo ha dejado una larga estela en el séptimo arte. Seguramente el look de prostituta sea fascinante, pero sobre todo ha interesado por la imagen ambigua de esas mujeres, al mismo tiempo sexys y trágicas. Repasemos varias prostitutas cinematográficas. Julia Roberts representaba ese arquetipo de imagen sexual convertida en cenicienta en Pretty Woman (Garry Marshall), mientras que Natassja Kinski, en París, Texas (Win Wenders) era la prostituta atormentada. Casi todas las grandes estrellas hollywoodienses han enfundado alguna vez guantes rasos, licra y pelucas para redimirse con este tipo de papel que en ocasiones ha valido un Oscar. Elisabeth Taylor en La mujer marcada (Daniel Mann) lograba esa preciada estatuilla con una interpretación que ella repudiaba. Con sinceridad, la actriz que se había casado más veces, lógicamente no podía sentir afín a un oficio que suele ser uno de los males del matrimonio.

Barbra Streissand también tiene en su haber una prostituta, La gatita y el búho (Herbert Ross) llena de humor, ternura y alegría que a veces parece inspirada en las dos grandes prostitutas de Shirley MacLane: la luminosa y adorable Irma la dulce del filme de Billy Wilder y la eterna perdedora y soñadora de Noches de la ciudad (David Fosse).

Estas quizás sean las representaciones más conocidas, pero por el celuloide han pasado miles de películas que se han centrado, más o menos en esta temática. Evidentemente sobresale por la denuncia social, pero también hay mucho de idealismo romántico en el mundo de la prostitución, adaptada al cine, con mujeres-desvalidas relegadas como objetos de deseo, y el hombre-héroe. Algunas son enamoradizas y soñadoras como Cabiria, la de Las noches de Cabiria (Federico Fellini), la fallida Princesas (Fernando León de Aranoa) o las que idealizan la profesión, Pretty Woman e Irma, la dulce. Eso sí, no siempre la prostitución en el cine ha estado representado por la clase baja o la pobreza, un ejemplo lo encontramos en el personaje de Severine en Belle de jour (Luís Buñuel). Catherine Denueve interpreta a una mujer de clase alta que decide probar a prostituirse a causa del hastío de su rutina.

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 Una vida precaria, la soledad o el abandono es el origen común que comparten estos cinco personajes: Cabiria (Las noche de Cabiria, Federico Fellini), Naná (Vivir su vida, Jean Luc Godard), Keiko (Cuando una mujer sube unas escaleras, Mikio Naruse), Severine (Belle de jour, Luis Buñuel), Mamma Roma (Mamma Roma, Pasolini) y Mike Waters (Mi Idaho privado, Gus van Sant), como representante de la prostitución masculina.

 El cine también ha reflejado temas más espinosos como la prostitución durante la adolescencia. Recordamos a la prostituta niña Iris, interpretada por Jodie Foster, en Taxi Driver (Martin Scorsese) o las dos chicas surcoreanas de Samaritan Girls (Samarian, Kin Ki Duk) que se prostituían con la idea de conseguir el dinero para un viaje a Europa. Pero existen retratos mucho más crudos, como el de los niños obligados a prostituirse por sus propios padres en La piel (Liliana Cavani) durante la posguerra en Nápoles o el mediometraje documental Los niños de la estación de Leningradsky (Dzieci z Leningradzkiego, Hanna Polak, Andrzej Celinski).

 -Las chicas de la estación de tren suelen ejercer la prostitución. Se suelen quedar embarazadas y abandonan sus bebés. Y sus bebés acaban como ellas. Si las chicas no tienen dinero, se venden a los hombres, se van con ellos a sus coches, a apartamentos o a trenes, y se los follan… con los chicos igual.

 De las que recuerde, la película más temprana lleva el elocuente título de Prostitución (1927), un film a medio camino entre la ficción y el documental que servía para denunciar una realidad social, pero pronto surgieron mujeres que sabían aprovechar su belleza física para todo tipo de fines como el personaje de Lulu (La caja de Pandora, G. W. Pabst, 1928) o el de Marlene Dietrich  (Fatalidad, Joseph von Sternberg).  

 Curiosamente, uno de los países que más hizo por retratar este oficio fue Japón, a partir de los años treinta y gracias a la filmografía del gran cineasta Kenzi Mizoguchi. Pero en este contexto habría una importante distinción entre las prostitutas y las geishas. Si Mizoguchi centraba el mundo de la prostitución en su última película La calle de la vergüenza (Akasen chitai, 1956), retrataba la vida de dos hermanas geishas en Las hermanas de Gion (Gion no shimai, 1936).

El cine japonés siempre ha respetado ambas fronteras. Una curiosidad en este sentido es la historia de amor y locura de El imperio de los sentidos que ilustra las diferencias y concomitancias entre las geishas y las prostitutas. Tachada de película pornográfica, su alto voltaje sexual para tratar la relación entre el Eros y el Tanatos, el amor y la muerte, alcanzó el mayor nivel de paroxismo nunca visto antes.

 - Buenas tardes, amo, soy la geisha que ha llamado, ¿puedo pasar?

- ¡Ah! sí, espera un momento, ahora estoy muy ocupado.

Por este tema de la prostitución, hubo grandes diferencias en un clásico del cine de Blake Edwards, Desayuno con diamantes, entre el director y el autor de la novela original, Truman Capote.

- Cualquier caballero, con un poco de educación, puede darte unos cientos de dólares para llevarte al tocador.

El escritor no quiso a la actriz principal, Audrie Herburt, para su Holly, una charlatana que enamoró a medio mundo pero con pocas semejanzas con el original. En la novela de Capote, se insinuaba con mayor claridad, que en la película, que su personaje era…

 - En total, he sido invitado por veintiséis canallas en estos últimos meses.

Una prostituta.

El recientemente fallecido Vicente Aranda fue uno de los cineastas españoles que ahondaron en la prostitución en su filmografía, destacando unas historias contadas desde el lado femenino de unas mujeres que irradiaban carácter y sensualidad.

Y ¿entre ellos, no? Claro que sí, también se da la prostitución masculina, pero eso será otra historia. 

Princesas. Fernando León de Aranoa.

Taxi Driver, Martin Scorsese.

Samaritan Girls, Kim Ki -Duk

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Somos la noche: una versión feminista del mito vampírico.

Somos la noche: una versión feminista del mito vampírico.

Es una atractiva puesta al día de algunas de las mejores esencias del género, que comienza con una curiosa secuencia. Un pequeño avión recorre un océano de nubes a la luz de la luna, advertimos que el aparato operan en la función de piloto automático y un suave travelling nos muestra la mano muerta del piloto. Entonces comprobamos cómo los selectos pasajeros aparecen muertos, con los cuellos desgarrados y con la sangre salpicando por todas partes. En este prólogo encontramos referencias del género clásico; la llegada de Drácula a Inglaterra a bordo del "Démeter" en la novela de Bram Stoker -o del conde Orlock a Varna, en la versión del Nosferatu de Murnau-, o el viaje de los protagonistas vampíricos de Anne Rice (Entrevista con el vampiro).

Puede que los vampiros del siglo XXI no viajen en lujosos bergantines, sino en aviones privados, pero mantienen el mismo comportamiento como no muerto: siguen viendo al humano como  ganado. De este modo, encontramos en este secuencia inicial una tripulación convertida en una suculenta cena de tres hermosas vampiresas: Nora y Charlotte, lideradas por Louise, que completa el ágape con una copa de champagne. Las referencias se multiplican en estas escenas, con la película El cielo sobre Berlín de Win Wenders, aunque en esta ocasión no se trata de ángeles, sino de demonios con formas de atractivas mujeres; e incluso vemos alusiones a una versión vampírica poco conocida, la obra literaria "Carmilla" (Sheridan Le Fanu) con una niña vampira como protagonista. En el fim de Dennis Gansel, el personaje de Louse recuerda en flashbacks sus escarceos adolescentes. Sin embargo, Gansel busca un punto intermedio entre lo clásico y lo moderno, sobre todo, gracias al género de los ochenta: Noche de miedo y la versión adolescente de Jóvenes ocultos (Joel Shumaher). Pero le interesa sobre todo la búsqueda de la frivolidad, no la presencia de los vampiros como metáfora de las enfermedades de transmisión sexual: la década de los ochenta fue la gran época del Sida. 

Jennifer Ulrich (Charlotte, en "Somos la noche") nos explicaba parte de la historia: "La película muestra la frivolidad, la falta de medida que hay en el mundo moderno, lo que se ajusta en el caso de Berlín. Allí todo es posible cuando cae la noche. Mi personaje es una actriz en el Berlín de entreguerra, que no tenía mucho éxito, se encontró con Loise y le prometió todo lo que podía desear. Se dejó convertir en vampira, pero con el correr de los años se ve astiada, defraudada".

                         somos la noche

En ese camino por la frivolidad, las vampiresas de esta película no reflejan un mensaje inocente. Destacan dos ideas que enlazan el tema universal de los vampiros con el actual de la crisis y del feminismo. El personaje de Louise es una vampiresa clásica, representante de la aristocracia, como eran también Drácula o la célebre  Erzebeth de Bathory que ataca cuando ve amenazada sus privilegios. En la película hay guiños del pensamiento capitalista, aquel que nos ha sumido en la crisis. En "Somos la noche", recorremos las calles de Berlín acompañando a un trío de vampiresas (luego serían cuatro) a través de discotecas de moda,  fiestas, suites de hotel de lujo e incluso con la reveladora secuencia por un centro comercial desierto, cargadas de bolsas. Karl Marx en su obra "El Capital" puede leerse lo siguiente: "El capital es trabajo muerto que solo revive como los vampiros, chupando trabajo vivo, y vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupe".

El personaje de Louise representa a la aristocracia decadente del siglo XVIII -en los títulos iniciales vemos un lienzo de época, en la que reconocemos una imagen de ella, en un palaciego salón-. Una vampiresa que se muestra agresiva cada vez que ve amenazados sus privilegios o contra la figura del hombre. A esto se le suma el feminismo. Los personajes de este film representarían la versión gótica del feminismo radical de Valerie Solanas, autora del Manifiesto de la Organización por el Exterminio del Hombre ("Society for Cuting Up Men Manifiesto"). En un momento, Louise le dice a Lena (una indiente rescatada por el grupo y recién convertida) que no hay vampiros masculinos, puesto que eran brutales y egocéntricos, y todos morían con la promesa de convertir a uno de ellos en un no-muerto.  De los clásicos personajes de la Universal y de la Hammer hay versiones para todos públicos posibles,  temáticas universales que no pasan de moda, porque logran adaptarse a los gustos más actuales. Eso sí, recupera la concepción "sadiana" del personaje, pues estas vampiresas están vacías en su aspecto moral, durante sus correrías nocturnas, aunque se alejen de la animalización del vampiro de otras versiones modernas como "30 Days of Nigth" (David Slade).
                   resizer

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Lola Montes, el canto del cisne de Max Ophuls.

Lola Montes, el canto del cisne de Max Ophuls.

- Y ahora señoras y señores, la atracción que han estado esperando, el número más sensacional del circo. Es espectáculo, es emoción, es acción.

 En pocas ocasiones podemos señalar como acertada aquella aseveración del canto del cisne en el mundo de la creación intelectual, acercándonos a su obra maestra ya próximo a su muerte, en su último trabajo, a pesar de contar con un puñado de grandes películas. 

Este hombre, Max Openhaim, alemán de origen judío que se marchó a Francia y se cambió el nombre por Max Ophuls, debido a la vergüenza que provocaba el derrotero que acontecía en su país, con su mirada siempre dirigida a un pasado que nunca era antiguo. Este hombre que movía la cámara de una forma increíble, que creó un estilo propio definido por "toque Offul" y retrató una y otra vez un universo en donde los personajes femeninos eran las protagonistas absolutas.

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- Quería felicitarla señora, nos ha traído frescura, algo nuevo, ha organizado una verdadera revolución. En fin, quería decirle que nos ha conquistado. Gracias, señora, gracias. Ha obtenido un puesto en este teatro y le rogamos que se quede. 

Este clásico de Ophull está basada en una novela "La vida extraordinaria de Lola Montes” de Cécil Saint-Laurent. Se plantea la película como un espectáculo que no esconde en ningún momento su condición, con Peter Ustinov como jefe de ceremonias desde la carpa de un circo en Nueva Orleans, para acercarnos a su principal atracción, los escándalos de una cortesana de nombre Lola Montes, interpretada por Martine Carol, arquetipo de la mujer de este cineasta pero llevado a su enésima potencia. De hecho, este personaje supuso el último y más estilizado trazo en la constante búsqueda de la condición femenina. En este sentido, las mujeres representan la inteligencia y la ligereza, frente a la vulgaridad y la fuerza, representada en sus películas por los hombres.

                lola montes

                                    LolaMontes (1)

- Primera parte del espectáculo, las preguntas. Hagan sus preguntas, señoras y señores, Lola Montes contestará a las preguntas más chocantes, a las preguntas más íntimas, a las preguntas más indiscretas, sobre su escandalosa vida de mujer fatal. 

Entre los movimientos de cámara, que llegan incluso a los 360º, acompañada de la música de Georges Auric y de unos cuantos flashbacks que nos acercan a la vida de esta mujer, sobre todo a una historia de amor con Franz List, trágico por su desenlace triste, como todo amor que termina.

- Gracias por despedirte, no es nada galante.

- No quería despertarte.

- El adiós es siempre triste.

- Pienso como tu y creo que no despedirnos es lo mejor para los dos.

- Es la primera vez desde hace mucho tiempo que estamos desacuerdo

En realidad, Lola Montes está basado en el personaje real, la irlandesa con una vida tan agitada tanto en sucesos como en amoríos desde que fuese bailarina exótica y amante de Luís I de Babiera. Anton Walbrook fue el actor que interpretó a este monarca de Babiera, quien fuera su vez jefe de ceremonias en aquella otra obra maestra del mismo director, La ronda. Su personaje quiere tener un retrato de ella por lo que contrata a un pintor, para prolongar su estancia.

Otro de sus personajes del filme es un estudiante, con quien se encuentra Lola Montes camino de Babiera.

- No sé lo que es la gloria, la fortuna, pero tengo otras cosas, una vida sencilla, el amor en un nuevo país, y es posible que se sienta mujer como las demás.

- ¿Con hijos?

- Sí, ¿por qué no?

La película nos da la idea de que esa mujer no fuese tan fiera como ese público esperaba encontrar, sobre todo atendiendo a la presentación que hace siempre de ella el personaje de Peter Ustinov. Desde luego, no tan fiera como la representación dentro de la carpa del circo.

- Señores, permítanse un poco de placer, un dólar tan sólo. ¡Vamos, vamos! Dejen a su mujer, un dólar tan sólo.