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Travelling. Blog de cine.

Mujeres en el cine.

El mundo prohibido y exótico de los geishas.

El mundo prohibido y exótico de los geishas.

- Las geishas no somos cortesanas, ni tampoco esposas. Vendemos nuestra destreza no nuestro cuerpo, creamos un lugar secreto, un lugar en donde solo hay belleza.

La más famosa de las óperas de ambientación oriental, la obra de Pucini Madame Butterfly, ha dado pie a un tipo de temática en esta línea, al presentar a una mujer japonesa como paradigma de la fragilidad, de la dulzura y de la dependencia absoluta al hombre y a la familia. No por nada, una de las obras maestras, dentro de la filmografía nipona, Vida de Oharu, una mujer galante (K. Mizoguchi), describía la vida de una geisha en la sociedad feudal del siglo XVII, como una mujer que se enamoraba de un hombre de menor rango social y que encontraba todo tipo de obstáculos de parte de una sociedad machista y convencional.

                       vida de oharu, una mujer elegante

- Ha quedado probado que has cometido una mala conducta con un criado de rango inferior, debido a este grave delito, no podrás seguir residiendo en la ciudad de Kyoto.

Esta profesión de geisha se suele confundir con el de la prostitución, confusión que aparecía en el argumento de numerosas películas, por ejemplo en la citada Vida de Oharu, una mujer galante (Kenji Mizoguchi). 

- Soy de Omi y no soy una prostituta, soy hija de Ohui.

El cine japonés siempre ha respetado las fronteras entre ambos mundos, una curiosidad en este sentido es la historia de amor y locura de El imperio de los sentidos que ilustra las diferencias y concomitancias entre las geishas y las prostitutas. Tachada de película pornográfica, su alto voltaje sexual para tratar la relación entre el Eros y el Tanatos, el amor y la muerte, alcanzó el mayor nivel de paroxismo nunca visto antes.

- Buenas tardes, amo, soy la geisha que ha llamado, ¿puedo pasar?
- ¡Ah! sí, espera un momento, ahora estoy muy ocupado. 

                             el imperio de los sentidos

Tradicionalmente, el propio séptimo arte lo ha querido reflejar tal y como se entiende en la propia Japón, destacando su parte espiritual. Esta, basada en una filosofía de vida centrada en la contemplación zen, aceptaba todas las circunstancias surgidas de la vida, como parte de la mixtificación de un universo femenino. Pero fue el cine occidental, con sus estereotipos sobre las culturas ajenas, el que ha mostrado gran paternalismo sobre este tema, así lo refleja Joshua Logan en su película Sayonara.

- Mi padre era muy pobre y para salvar a sus demás hijos, se vio obligado a vender a una de sus hijas.

Situada en el país de Japón, en plena posguerra de la Segunda Guerra Mundial, el filme de Logan intentaba establecer unos lazos de amistad entre vencedores y vencidos. Un oficial del ejército (Red Buttons) y un soldado, (Marlon Brandon), se enamoran de dos jóvenes geishas y tendrán que combatir las reglas militares y la intolerancia racial, para proseguir su relación. La seducción de lo exótico.

- Creo que hemos llevado a demasiado lejos, en esta zona, eso de la fraternización, a pesar de las numerosas normas hacia esto.

Con el tiempo, este tema se ha ido modernizando hasta llegar a los ochenta con una producción, basada en un hecho real, sobre una joven americana tan interesada por ese mundo secreto que llegaría a convertirse en una de ellas. En American geisha, de Lee Phillips, una joven se traslada a Tokio para trabajar como una auténtica geisha y conocer, de primera mano, los códigos de comportamiento de ese oficio.

- El poder se le ha otorgado a la mujer japonesa, tenemos que vivir de nuestra propia feminidad y al vivir de esta manera, adquirimos el conocimiento de nuestra propia fragilidad humana y el único ropaje adecuado para nuestra fragilidad humana no es el kimono, es la dignidad.

El cine más reciente ha seguido mostrando el universo evasivo y casi místico de las geishas, siempre como telón de fondo de las hazañas o del descanso del guerrero, con unas mujeres que se mueven casi siempre en unas habitaciones cerradas al exterior.

- Ahora soy una geisha.
- Sin duda.

En The sea watches, de Kai Kumai, o Memorias de una geisha, sigue siendo un mundo en donde predomina la disciplina y la sumisión, cuyas mujeres dirigidas a este destino deben olvidar todo sobre su vida privada. Hacen cultivar la elegancia y el glamour, entregándose en cuerpo y alma a esas tareas, pero sin llegar jamás a enamorarse.

- No nos convertimos en geishas para perseguir nuestro destino, nos convertimos en geisha porque no tenemos elección.

                memorias de una geisha

Queridísima mamá: relaciones materno-filiales en el cine.

Queridísima mamá: relaciones materno-filiales en el cine.

“Hijo, hay muchas cosas feas en el mundo. Me gustaría poder evitar que las vieras, pero no es posible”. Atticus Finch (Gregory Peck, dixit) en Matar a un ruiseñor

El séptimo arte ha demostrado que saltarse la ley es tremendamente agradecido, tanto que llega a ser una de las constantes en la gran pantalla, en la que encontramos a padres inconscientes y trastornados. Sí, han leído bien. Progenitores que parecen olvidar la premisa de cuidar adecuadamente a sus vástagos y con un sentimiento de propiedad de las madres sobre los hijos que puede llegar a no tener límites. Una cinematografía que quiere ilustrar con suficiente sugerencia el comportamiento materno-filial, que excede los propios instintos naturales de protección comunes a casi todas las especies animales. Las madres conflictivas han dado mucho juego en el celuloide y casi siempre como auténticos monstruos disfrazados de corderos, seres de compleja personalidad que transmiten sus frustraciones y sus armas de perfección en la figura, por lo general, indefensa y moldeable de sus hijos. 

El cine ha dejado constancia de la generalidad de este comportamiento, que no se puede asociar a nacionalidades o clases sociales concretas. Tanto en las más familias humildes reflejadas en la película Mamá sangrienta (Roger Corman) a los sectores de la alta sociedad de Queridísima mamá (Frank Perry), la madre puede llegar a simbolizar un sentimiento de posesión absorbente, próxima a la tiranía. 

- ¿Has dejado hoy limpio el suelo del cuarto de baño?

- Sí, mami.

- Sí, mami, ¿qué?

- Sí mami querida.

 Hay madres de baja extracción con desmesuradas e ingenuas ansias de notoriedad para sus criaturas, como pretendiendo llevar a cabo sus propios deseos de niñez o continuasen en sus hijos sus mismas apetencias. Un ejemplo lo encontramos en un título poco conocido de Luchino Visconti, Bellísima.

 - ¿Has visto las manos? Hija mía, pero si tú también sabes actuar, pero no balbucees, porque sino no nos van a coger. Tienes que hablar sin balbucear, ¿entendido? Tú si que puedes ser actriz, mi cara bonita, como yo si hubiese querido.

 Sofisticadas madres absorbentes e incestuosas, que encarnan la casuística y la mitología psicoanalítica. El director británico Joseph Leo Manckiewitz, acostumbrado a presentarnos a personajes femeninos intensos en algunas de sus obras maestras, nos acerca en De repente el último verano a un recorrido cambiante de los afectos en la figura de una madre posesiva en uno de sus mejores estudios psicológicos.

 - Mi hijo y yo compartíamos un único y maravilloso amor, había comprensión entre nosotros, una especie de contrato, un pacto entre los dos. Y él rompió el pacto y se la llevó a ella. E incluso cuando estaba conmigo había algo que le asustaba, pero yo sabía cuando y qué. Yo estaba en la mesa y me tocaba las manos, yo no decía ni una palabra y sólo unía sus manos con las mías.

                                                           

La belicosidad o la violencia de los hijos no son más que modelos de comportamientos alentados por las complejas características de sus progenitoras. Uno de los más clásicos gansters, -el personaje de Cody Garret (James Cagney) en el film Al rojo vivo de Raoul Walsh- mantenía una estrecha relación con su madre, al depender en exceso de ella.

- La cima del mundo, hijo.

- No sé lo que haría sin ti, mamá.

 Alfred Hitchcock fue uno de los mayores expertos en modelos dominantes y marimandones, al juzgar por el número de estas, que podemos encontrar en sus películas, por ejemplo en Los pájaros. Pero la sabiduría del mago del suspense se extiende inevitablemente a los efectos desbastadores de una madre pasada de revoluciones. Al llegar a imprimir en sus cachorros huellas indelebles que traspasan los límites de la propia identidad. El mejor exponente lo encontramos en Psicosis, en el personaje interpretado por Anthony Perkins, Norma Bates, el desquiciado propietario de un motel de carretera, con ínfulas de voayer y una psicopatía producida por su madre.

  - Es muy triste que una madre llegue a declarar contra hijo, pero no podía permitir que creyeran que el crimen lo cometí yo. Ahora le matarán, tuve que hacerlo yo misma hace tiempo. Siempre fue un malvado.

 Los resortes de dominación no discriminan, necesariamente, entre hijos e hijas, pero el grado de dependencia que se establece entre mujeres ha sido representado con una sobriedad impactante. Como ilustración extrema de que la realidad supera a la ficción encontramos el caso real de Hildegard Rodríguez Carballeira, reconstruido en el celuloide por Fernando Fernán Gómez (Mi hija Hildegard), niña prodigio a la que su madre quiso convertir en un modelo de mujer del futuro.

 - Si cuando vuelva esta noche y las firmas estén borradas, sabré que eres una perdida como tantas otras.

 Los excesos maternales también han sido representados por el cine español con un amplio espectro que abarca desde la elocuente expresión de los resortes más irracionales hasta la caricaturización del dominio más convencional. Un ejemplo en este sentido, lo encontramos en Belle Époque (Fernando Trueba).

 - Esta pulsera se la dieron a mi abuela, a mi madre y luego a mí. Oye, ¿le has dicho que cuando os caséis, voy a vivir con vosotros?

- Eso luego, mamá.

                                                         

Mi hijo, obra del debutante Martial Fougeron, es uno de los últimos referentes del tema. El cineasta nos acerca a un atrevido (y si se quiere, políticamente incorrecto) drama, ambientado en una pequeña ciudad de provincias y centrado en un personaje, que a pesar de reflejar corrección y virtud, presenta una situación patológica con su hijo en la intimidad. Galardonada con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, nos remite a una realidad, que lejos de la mojigatería de una sociedad que observa con preocupación y cierto tabú, la violencia doméstica, lo hace con ingenuidad y escepticismo cuando se trata del lado oscuro de este pilar fundamental de la institución familiar. Las situaciones que desfilan por la pantalla, manifestaciones de un amor obsesivo, transformados sin concesiones en un acoso agobiante y en una serie de ataques de celos, nos remiten a lo más parecido al terror, que además de miedo provoca evidente malestar e incomodidad.

Belleza y trono: Reinas cinematográficas.

Belleza y trono: Reinas cinematográficas.

Hollywood como reino de la fantasía y el glamour era lógico que quisiera dedicar films a todas las reinas posibles. En este sentido, Isabel I de Inglaterra es la que más películas y más grandes actrices ha conseguido reunir. Máxime cuando ese universo es capaz de crear verdaderas heroínas tanto de ficción como reales, como Escarlata O´Hara o Erin Brockovich. Pero como esa es la práctica habitual, se propondrá el sentido inverso, un recorrido por los pecados de aquellas reinas que han pasado a la historia del cine más por ser pecadoras que por virtuosas.

 

- ¡La cabeza perderéis!.

 

La ira es una debilidad que caracteriza a muchas de las reinas de la literatura infantil, desde la malvada soberana de Blancanieves a la de Alicia, en el país de las maravillas, en sus versiones de Waltt Disney, lo que por supuesto también marca el destino del que hacen gala algunas reinas de carne y hueso.

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Sin lugar a dudas, el trono de Reina colérica por excelencia se lo lleva nuestra Juana La Loca, enamorada hasta el tuétano de un Felipe el Hermoso mujeriego, descarado en la versión más moderna de Vicente Aranda y, pobre sufridor de los delirios de su mujer en la de Juan de Orduña, Locura de amor, una versión llena del cinismo de una época en la que la esposa modélica era aquella que sabía llevar con ridícula dignidad las correrías de su marido.


- ¡Señora!

- ¿Con quien esperaban encontrarte ya que te asombra tanto verme?

- A ti, espera hallarte a ti, aquí y en cualquier otra parte. ¡Capaz eres de todo menos llevar con dignidad la Corona de Castilla! ¿O es que no te has dado cuenta de que te has rebajado a la altura del mesón al espiarme?

 

Vicente Aranda actualizaría la misma historia con la actriz Pilar López de Ayala, sumida por los celos.

 

Los textos bíblicos y la historia nos advierten del atractivo sexual de aquellas mujeres que ostentan coronas, quizás se trate de la mezcla explosiva entre el físico ineludible y el efecto hipnótico del abismo del poder. Nos referimos al pecado de la lujuria y King Vidor nos presentaba de manera sugerente a La reina de Saba, en su empeño de seducir al legendario Salomón, pero en la historia del cine se ha engrandecido la figura de Cleopatra, sobre todo, en la versión de Joseph L. Mankiewitzc.

 

- Eres capaz de mezclar la política con la pasión, ¿dónde termina la una y empieza la otra?


Greta Garbo, en el más famoso de sus papeles, La Reina Cristina de Suecia, era otra de esas mujeres de armas tomar. La película, de Rouben Mamulian, introducía sutilmente la supuesta homosexualidad de la Reina Cristina, centrándose en su difícil relación con el embajador español Don Antonio, Conde de Pimentel.

 

- ¿Me prometes que le confesarás que quieres casarte conmigo?

- Lo malo es que la Reina es muy dominante.

 

La notoriedad de una rival que se interpone, como muro infranqueable, entre su real persona y el afecto del pueblo aparecía en unos de títulos de referencia de los últimos años. Y nadie mejor que la actual Reina de Inglaterra, magníficamente interpretada por Helen Mirren, en una recreación muy digna de la soberana, La Reina (Stephen Frears) con la sombra alegada de la Lady Di, como telón de fondo.

 

- Venían a ver a la Reina, por su puesto, y al príncipe, pero sobre todo venían  a ver a Diana.

Hay otras reinas que pecan de orgullo y que se obstinan por ser el centro constantemente, como la que aparece en la película Los fantasmas de Goya (Milos Forman).

 

- ¿Cómo queréis que la historia os recuerde, majestad?

- Tal y como soy, joven y hermosa.

 

O de gula y pereza, dos pecados que se conjugan en una reina de lo más cinematográfica, María Antonieta, desde las versiones en blanco y negro, de W. S. Dyke hasta la más actual de Sofia Coppola, o lo que es lo mismo, desde Norman Shearer, reina de la MGM (entre otras razones porque su marido era Irving Thalberg, el principal ejecutivo de la compañía) hasta Kirstin Durns.

 

- Voy a ser la más despreocupada, la más ligera.

 

La adolescente despreocupada, alejada de las miserias que vive su pueblo, a tantos kilómetros de su realidad cotidiana, que es despachada con bondadosa ingenuidad. La historia de una incomprendida y apaleada reina, porque la moda y el amor ocupaban en su cabeza demasiado espacio como para que pudiera prestar atención a las intrigas palaciegas y a los problemas que sufría la sociedad de su época.

 

-La escasez de pan es grave.

- ¿Qué es lo que el pobre del rey puede hacer para aliviar tal sufrimiento? ¡Qué el joyero de la Corte no envíe más diamantes!.

 

Todos sabemos que esto, más adelante, le costaría la cabeza. Pero, según, Sofia Coppola, antes de que llegara ese momento, la vida de la Reina se repartía entre banquetes de dulces, compras desmedidas, sexo, y sobre todo, una gran apatía.