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Travelling. Blog de cine.

El reverendo. El apocalipsis ecológico y espiritual de Paul Schraeder.

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“Que extraño camino he tenido que tomar para encontrarte”. Nos podría servir para la ocasión una de las últimas líneas de diálogo de “Pickochet”, de su adorado Robert Bresson; película citada en el cine de Schraeder en una multitud de ocasiones, desde “American Gigolo” a “Light Sleeper” y, por supuesto, en su último trabajo.

Nos situamos en Nueva York, en la iglesia protestante de FirstReformedChurch, una “tienda de recuerdos”, de origen holandesa, que pronto celebraría su 250 aniversario. Allí se instala un nuevo pastor, ErnsToller (no por casualidad, llamado igual que el poeta polaco que se suicidó durante su exilio en 1939). Se trata de un ministro luterano alcoholizado que arrastra una profunda crisis espiritual, en una película que corona la obra de uno de los nombres esenciales del cine americano. Pero habría que hacer un alto en el camino, el film es tan interesante como limitados sus espectadores potenciales.

Schraeder hace destacar una composición de la imagen, sin adornos, a los que entrelaza unos primeros planos y a su vez, una voz en off. Fotografiada por Alexander Dynan y diseñada por Grace Yun, en una paleta tan contenida, formalmente el film –quizás la absoluta obra maestra de Schraeder- parece un mueble Shaker (austero y de bellas líneas), con unos sutiles diseños de sonido y un guión, que permiten que el foco de la película recaiga en sus interpretaciones.EthanHawkeencarna con gran firmeza al personaje central. Un hombre serio y disciplinado, procedente de una familia de fuertes convicciones militares: Toller había convencido a su hijo a enrolarse en el ejército, ante las objeciones de su esposa. Meses más tarde caerá abatido en Irak y su mujer le abandona. Desde entonces, su personaje no consigue la paz interior, cuando logra el puesto en la iglesia neoyorquina. Frente a él, se encuentran el reverendo Joel Jeffres (CedricKyles) y una feligresa, Mary (Amanda Seyfried), que busca la forma de ayudar a su marido deprimido (Michael, PhillipEttinger).

Los antihéroes solitarios de Schrader.

La carrera del director es un estudio de personajes, solitarios y bebedores, que resultan antihéroes y que constantemente buscan la redención (es inevitable hacer paralelismos con “Taxi Driver”). En este sentido, el padre Toller es un hombre con sus propias tragedias personales –a las ya citadas, habría que añadir el cáncer y sus dudas de fe-, sobre todo cuando se le presenta Mary en su vida. La mujer está embarazada de un hombre, un ecologista radical, y se cuestiona si debe traer a un niño a un mundo tan desastroso.

Filmada en 1,37:1, el film de Schraeder resulta demasiado austero, pero cuando va avanzando el guión, este va resultando cada vez más intenso. En un momento dado, el encuentro íntimo entre Toller y Mary se convierte en una fantasía literal a través del cosmos y de un lugar donde la ecología ha sido destruida. La vida introvertida del padre Toller se trasmutará en un acto de violencia, al estilo de TravisBinckel.

A priori, podría resultar una mezcla algo extraña: el ecologismo y la espiritualidad, sobre todo al cuestionarse porque la Iglesia no se posiciona de forma más firme en este problema, pero debo decirlo con total sinceridad, me ha encantado el enfoque de Paul Schraeder. Cómo un pastor luterano de la parroquia más antigua de una determinada zona se enfrenta al Cambio Climático y cómo las dudas de fe, determinan el carácter de quién sería el personaje mejor construido de Ethan Hawke.

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El Reino. Meterse en la piel del corrupto.

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Valle-Inclán explicaba a través de su personaje de Max Estrella (Luces de bohemia, 1924) que el país de su época sólo podía analizarse a travésde la “realidad deformada de los espejos cóncavos”. El país de nuestro tiempo queda bien reflejado en los titulares del cuarto poder, sobre todo en lo que respecta a una lacra que dirige un significativo sector de la política. “El Reino” es la última estación en donde se ha detenido este jugoso tema, el más reciente ejemplo de un género que vive su época dorada: el thriller con ambientación ibérica.

Un ambicioso vicesecretario autonómico, Manuel Gómez Vidal (Antonio de la Torre) planea dar el salto a la política nacional, pero en ese momento le estalla un escándalo de corrupciones y su vida perfecta se desmorona.La película comienza con una escena al puro estilo “Godfellas”. El personaje principalatende a una llamada telefónica, coge una bandeja de carabineros de la cocina de un chiringuito, la entrega en la mesa y se enfrascan todos a una. El chupar sus cabezas no sólo concede la gracia de su buen hacer al cocinero, sino que sirve como exhibición de un status. Esa posición es la que centra el film a través de una lectura incómoda sobre la corrupción.

Bárbara Lennie y Antonio de la Torre, en 'El reino', de Rodrigo Sorogoyen. (Warner)

Barbara Lennie y Antonio de la Torre "El Reino" (Warner)

Tanto los telediarios como la ficción (recordemos las magníficas “La caja 507” o “Crematorio”) han moldeado la realidad política española. En esta ocasión, el cineasta dispone de un sobresaliente reparto para poner rostros a personajes más o menos reconocibles entre dirigentes políticos, empresarios, periodistas sin escrúpulos o funcionarios que bien podrían haber salido en alguna película de mafiosos de Scorsese o en algún thriller político de Alan J. Pakula.

Tres años después de dar la sorpresa en los Goyas con esa historia romántica de corte independiente, “Sthockholm” (2012), firmó “Qué Dios nos perdone”, un thriller policiaco con ese sabor a bocata de calamares, acompañado de una buena caña, pero también a tapete de ganchillo. Allí situaba una historia sobre un psicópata y un buen policía, a quien ni Dios le podría perdonar, violento contra el mundo que le rodeaba y contra sí mismo. Entonces, Sorogoyen buscaba el realismo a toda costa, lo que logra en este nuevo viaje a los infiernos, en esta ocasión de la política.Las contradicciones que tienen la lealtad a un partido, en donde la corrupción se convierte en un “sálvese quien pueda”. En este sentido, es fácil reconocer el paralelismo entre el personaje de Antonio de la Torre y Bárcenas, ambos dados de lado por los dirigentes del partido, cobrando protagonismo las escenas de José María Pou.

-Eres consciente de que puede caer todo el mundo.

-Soy consciente de millones de cosas de las que tú no podrías entender.

El protagonista es un tipo inmoral, un aprovechado, a quien el brillo de los Rólex le ha ido cegando durante mucho tiempo y al que poco a poco el escenario le irá consumiendo. Uno de aquellos  personajes que con cada paso le va acercando cada vez más a su condenación, mientras se va abriendo el suelo bajo sus pies.  Lo interpreta un actor de raza, Antonio de la Torre, acostumbrado a lidiar en los lodos del thriller (“La isla mínima”, “Tarde para la ira”).

La película pretende dar una imagen de que todos nos podríamos corromper, en un momento dado. Que la corrupción no es exclusiva de la clase política sino que está generalizada en un país como España. Por citar una escena, el hombre que se queda con la de una consumición, en un bar, también sería corrupción. Pero el ímpetu visual de Sorogoyen deja un poso narrativo algo vacío.  Si lo que quieres reflejar es que la sociedad en general es potencialmente corruptible, debería haber tomado una postura más profunda.

Quizás, eso sea lo más flojo, junto el final en donde se verbaliza todo el tema de la película.

Climax. A los infiernos se llega bailando.

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Es un musical, es terror, es francesa; “Climax”, la última película de Gaspar Noé. Visualmente extraordinaria y con una estructura formal de lo más audaz, el film nos traslada a un caserón, aislado por la nieve, donde se encuentra una compañía de bailarines, hasta que llega el caos y el infierno, inducido por el LSD.

Supuestamente está basada en la historia real de una compañía de danza que, en los años 90, sucumbió a los infiernos de las drogas después de una fiesta.  Los jóvenes bailarines retuercen sus cuerpos y dan todo de sí en un número de danza realmente espectacular,  con una brillante bandera tricolor, tras un DJ, que proporciona el telón de fondo de esas coreografías. Todo ello, a través de unos maravillosos planos secuencias, orquestados por el gran cameraman Benoit Debie. “Dios está con nosotros”, dice uno de los personajes al concluir el número. De ser así, éste sería una deidad vengativa y traviesa que atormenta a la compañía, por su propia diversión,  pues a media que irá avanzando el metraje se irá apoderando la locura, e incluso algunos momentos me recordaron una célebre secuencia de “Los demonios” (Ken Russel), en concreto, la de una violación.

Pero la nueva película del cineasta franco-argentino se convierte en toda una experiencia sensorial, con todas las obsesiones del director. Por ejemplo,aparece el tema de la mujer y el embarazo o  maternidad. “El nacimiento es una oportunidad única”, reza un intertítulo, mostrándonos a una bailarina embarazada y a otra, madre de un hijo, Tito, que se mueve indefenso entre el caos antes de que se le encierre en una habitación.  (“¡Mamá, hay cucarachas!”). En otro momento, Noé recupera la escena del aborto de un demonio de la película de culto “Posesión” (Zulawski).

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Al igual que en su impactante “Irreversible” (2002), cuenta con una estructura formal arriesgada y, por tanto, el espectador se siente confundido desde el principio. En el prólogo se sucede un casting para unos jóvenes bailarines que esperan hacer una gira por Francia y los Estados Unidos. Las imágenes se emiten en un viejo televisor, en donde se habla del amor, la danza o el sexo. A su lado, aparecen cintas de VHS de películas como Suspiria (Darío Argento), “Saló” (Pasolini) o “Un perro andaluz (Buñuel). Es decir, Gaspar Noé alinea sus influencias, lo que quiere decir, en otras palabras. Váyanse preparando.  Es curioso que el director argentino, afincado en Francia, aporte algo de original impacto después de sus cinco impactantes películas, entre ellas un film erótico rodado en 3D (Love), que le convierten en el gran enfant terrible del cine galo.

El cine provocador y sensorial de Gaspar Noé.

La primera vez que supe de Gaspar Noé era por una crítica de una de sus películas “Irreversible” en donde se lanzaban exabruptos sobre todo por la dureza de algunas escenas. Recuerdo algunos momentos shocks del cine más reciente, como la auto-clitorioctomía de “Antichrist” (Lars Von Triers) o el sexo con el recién nacido de “A serbian film”.

Decía Marshall McLuhan que era un error separar el medio y el mensaje; en este sentido, Gaspar Noé y su habitual cameraman han hecho gala de un extraordinario sentido visual y de unos vibrantes montajes, por los cuales merecería la pena ver sus películas. También existe un mensaje, que suele dirigirse hacia la decadencia y autodestrucción de nuestra generación, representándolo a través de un cine provocador. En una de las audiciones se nos ofrece una pista: una bailarina confiesa consumir drogas “pero no quiere acabar como Cristina F”, la joven alemana que se consumió en drogas, cuya vida fue adaptada al cine por Uli Edel en 1981.

Noé se hizo un hueco con su mediometraje “Carne”, premiado en el Festival de Cannes, para luego convertirse en un huracán que derribaba las barreras morales en su siguiente trabajo “Irreversible”, con un inspiradísimo Vincent Casell como protagonista. Dos amigos buscan venganza, tras una noche parisina, en la cual fue violada la pareja de uno de ellos (Monica Belluci), un alucinado descenso a los infiernos contado a través de 12 planos secuencias, la marca de la casa de Gaspar Noé. Lo realmente llamativo de esta película es que el director obliga al espectador a una complicidad mucho mayor de lo habitual, contado la historia al revés.

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Su estilo, sobre todo, el visual quedó definido en “Enter the void”. Un posmodernismo manierista que va directo a los sentidos, con unos largos planos secuencias y un tono psicodélico, tanto de las imágenes como de la música. De París pasamos a Tokio, siguiendo a un narcotraficante norteamericano de quien toma la película su punto de vista, incluso cuando reciba un disparo, a través de una serie de experiencias extracorporales.

Por fin, en “Love” (2015) orquestó un cine que podría llevar la categoría de “pornografía”, con eyaculaciones a la cámara. El año en que se prohibió la entrada a Lars von Triers, ese otro enfant terrible del cine europeo, en Cannes se estrenaba el trabajo de uno de sus provocadores, con denominación de origen. Tras esa historia de drogas y fantasmas en Tokio, “Love” se presentaba como una historia de amor de una pareja con sexo real y rodaje en 3D.

“Climax” sería todo lo anterior: sexo, violencia, drogas, anarquía en grupo; planos secuencia, el tono psicodélico y una muy buena música. Un nuevo huracán cinematográfico dispuesto a borrar tantos otros convencionalismos a través de una técnica desarrollada por William S. Burroughs, el cut-up (la técnica de los recortes) e incluso con el poso de una obra de referencia escrita a finales de siglo XIX, aunque de plena actualidad (Masa: un estudio sobre la mente popular, de Gustave Le Bon).Una maravillosa película, en definitiva, provocadora pero genial como revela el hecho de ser multipremiada, desde Cannes a Sitges.

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Rita Hayworth, la princesa triste de Hollywood.

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Esta semana se cumple el cien aniversario de Margarita Carmen Cansino, para los despistados, Rita Hayworth. Una gran diva de la interpretación gracias, sobre todo, a dos personajes, el de Gilda y el de “La dama de Shangay”.

Nació el 17 de octubre de 1918 como Margarita Carmen Cansino Hayworth, en el seno de una familia de bailarines procedente de Sevilla donde su padre la explotaba como bailarina e incluso la presentaba en  sociedad como su pareja y abusaba sexualmente de ella. Llegó a Hollywood en 1933, de la mano del grupo “Spanish Ballet” y su primer marido Edward Junson lograría un contrato con la Columbia, donde hizo su carrera. “La Columbia es Rita Hayworth”, diría de ella, Frank Sinatra, donde llegó a ser todo un sex symbol, a su pesar. Su vida cambiaría radicalmente cuando llegó a ser actriz, incluso se produjo una transformación física, pues su marido la obligó adelgazar y cambiar su cabello a su característico color pelirrojo, a través de unos dolorosos procesos, y dentro de la Columbia fue víctima de su carrera a causa de Harry Kohk, el tiránico mandamás de la “major” que la dirigía con mano de hierro.

Debutó en el cine, con 16 años, en “El infierno de Dante”, demostrado sus dotes para el baile, pero su primer papel de relevancia fue en la película “Sólo los ángeles tienen alas” (1939). No apareció en pantalla hasta el minuto 50 pero lo hizo de una forma que todos empezaron a interesarse por ella. Uno de ellos, sería Rouben Mamulian quien la reclamó para que participase en “Sangre y arena”, la célebre versión de la novela de Blasco Ibáñez. Allí, aquella actriz tímida y de sonrisa agradable,  encarnó por primera vez el perfil de la “mujer fatal”, en un personaje inspirado en el de “Carmen”. Charles Vidor, Raoul Walsh o Victor Saville fueron algunos directores que la dirigieron  en la gran pantalla hasta que llegó ese gran éxito que fue Gilda, que la catapultó hasta convertirla en un mito erótico.

“Si fuera un rancho mi nombre sería Tierra de nadie”

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“Gilda” es conocida por algunas imágenes muy breves, por el plano de su primera aparición y por el famoso striptease, en donde la actriz se quitaba un guante. En 1946, cuando se filmó la película, no existía ninguna presentación de un personaje más memorable, cuando agita su cabeza y hace volar sus trenzas hacia atrás para luego caer hacia adelante.

Parte de la fascinación derivade la forma de representar a la mujer fatal (término, junto al del cine negro, que fueron acuñados décadas después; entonces no eran conscientes de que estaban creando un género). Hayworth interpretaba a Gilda con un poso de bravuconería que escondía una profunda inseguridad. Pero la actriz no lidió muy bien con el éxito de ese personaje. Los productores explotaron el estereotipo de belleza exótica y latina, a su pesar. Llegando a tal nivel la fama que el ejército norteamericano la utilizó como imagen para el avión que transportaba la bomba atómica que detonó en el atolón de Bikini, lo que hizo que la actriz estallará en rabia que se vio obligada a contener, pues fue una decisión del propio Harry Kokh. Eso sí, se hizo célebre una frase que apareció en la prensa: “Los hombres que conozco se acuestan con Gilda y se levantan conmigo”.

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De hecho, su turbulenta vida amorosa, llena de romances e infidelidades, y de cinco desastrosos matrimonios, fue en paralelo al ascenso y caída de su carrera. Entonces, estaba en plena crisis matrimonial con Orson Welles quien le habría dirigido en “La dama de Shanghai”, donde la transformó radicalmente cortando su cabello y tiñéndola de rubia, para luego matar a su personaje en una de las más famosas escenas de todos los tiempos.

Sus papeles que realmente le interesaban a la propia Rita Hayworth eran el de la chica ingenua, como el que encarnó junto a Fred Astaire en “Bailando nace el amor” (1941), mucho más que los que en definitiva, le dieron la fama. Hayworth protagonizaría otras 15 películas más en las dos siguientes décadas, antes de su declive; entre ellas, “Pal Jovey”, su último musical, junto a Frank Sinatra, o “Mesas Separadas” (Delmert Davies). Nunca obtuvo un Oscar y poco a poco, su carrera fue resintiéndose, sobre todo cuando empezó a sufrir problemas de memoria para aprenderse sus diálogos. En 1987 murió en su casa de Nueva York, a causa de complicaciones derivadas del Alzheimer que padecía. Fue la primera estrella de Hollywood en sufrir esa enfermedad, con la anécdota añadida de que tardaron más de veinte años en diagnosticársela (pensaban que sus problemas eran derivados de su alcoholismo).

Musa. La dama número 13.

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Tres años después de cerrar la saga de “Rec” y con la magnífica “Mientras duermes”, de por medio, Jaume Balagueró estrenó su novena película, un thriller con ribetes de terror, basada en la novela “La dama número 13”, escrita por José Carlos Somoza.

Samuel Solomon (Elliot Cowan) es un escritor y profesor de literatura que mantiene una relación secreta con una de sus alumnas. Pero cuando la tragedia se abate sobre él, comenzará a sufrir unas pesadillas recurrentes sobre una mujer, asesinada por una figura enmascarada. Partiendo de esta breve premisa, Balagueró juega con la realidad y la ficción en su último film,  a partir de una idea genial: la forma en que las musas influyen en los creadores para luego atormentarlos-. Un aspecto a destacar sería cómo se ha adaptado la novela, con un lógico proceso de síntesis –de las “trece damas” del título se ha pasado a siete-; las siete mujeres que acosarán al protagonista, representadas por siete “imagos” o imágenes, parte de un puzzle que Solomon irá componiendo a lo largo de su investigación. Otro detalle es el cambio de localización. De Madrid, Balagueró traslada la acción a Dublín. 

Un film rico en citas literarias pero pobre en emociones, envuelto por un misterio. Si se quisiera resumir en una frase la película, nos quedaría algo así. Con elementos de muchos de los thrillers que surgieron a raíz del éxito de “Seven” (David Fincher), el director catalán hebra una historia de “terror” en donde estas musas se involucran en la vida de una de serie de personas de un modo que afectaron a John Milton, Dante o Blacke en siglos anteriores. Pero a medida que avanza el film toma más cuerpo sus similitudes con "El código da Vinci".

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El director busca un enfoque clásico y atmosférico haciendo un buen uso del entorno irlandés, en donde se ambienta la historia; lo mejor de la película. Los que habéis visitado Dublín y, sobre todo, el desmantelado psiquiátrico reconocerán muchas de las localizaciones de las que el director catalán saca un gran partido. En cuanto al reparto, destacan las sólidas interpretaciones del frente femenino: como Franka Potente, Ana Ularu o Joanne Whalley; también nos es grato ver a Christopher Lloyd, aunque sea con un breve papel.

No es difícil reconocer dos formas de dirigir su filmografía. Por una parte, estarían las producciones con historias y repartos españoles (“Los sin nombres”, “Mientras duermes” o “Rec”) y luego unas películas tan pensadas para el mercado hollywoodiense que están rodadas en inglés y cuenta con un reparto internacional. Este sería el caso de “Musa”, como también de “Darnkness” o “Frágiles”, en mi opinión los títulos más flojos de su cine. En este sentido, su último trabajo -“Musa” (2017)- resulta muy irregular. El argumento tiene algunas fallas importantes, entre incoherencias, situaciones inverosímiles y subtramas –aquella de la trata de blanca- que solo hacen alargar el metraje, de manera innecesaria.

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Viaje al cuarto de una madre. Drama de espacios cerrados.

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De trama pequeña pero de grandes emociones,  es una de esas historias donde el amor surge como tabla de salvación para unas vidas a la deriva. Un drama en la estricta intimidad doméstica,  sobre el espacio que habitan una madre y una hija, en la ópera prima de Celia Rico Clavellino, que viene respaldada por un reparto de campanillas, con dos inmensas actrices, Lola Dueñas y Anna Castillo.

Nos situamos en Constantina, en un pueblo de Sevilla. Una cámara estática, que pasa inadvertida todo el metraje cediendo el protagonismo a los personajes, nos muestra una sala de estar donde dos mujeres se arrebujan en un sofá con una mesa de camilla, en frente. Suena un teléfono, con el característico tono de los spots de los cines, y comienza la acción cociéndose ésta a fuego lento.

En un mundo en efervescencia, donde lo fugaz marca el devenir de nuestras vidas y en donde ni siquiera nos paramos a sentir las emociones - las engullimos como si de una comida rápida se tratase-, llama la atención una película sin música, sin necesidad de movimientos de cámara y con una cadencia del ritmo, en donde los silencios y la cotidianidad trazan un diminuto microcosmos de puertas adentro. Un film que nos muestra estampas de nuestra propia vida.

Narrada en dos partes, con sus propios puntos de vista. La primera mitad se reserva el protagonismo a Leonor, la hija,  mientras que en el segundo segmento de la historia, a la madre, cuando su hija  se ausenta de su lado. Prácticamente nada se verbaliza, pero ahí está todo. Las emociones contenidas, las tensiones que van surgiendo, el duelo, la necesidad de vivir una experiencia propia que las aleje de ese ambiente enclaustrado y asfixiante. La marcha a otro país daría alas y vida a una hija que no se siente cómoda en el ambiente de ese pueblo, pero que no sabe trasmitírselo a su madre. Ese pueblo que tiene la doble cara, por un lado de la sensación de “asfixia” y por el otro del apoyo, por tener cerca a los que podrían darte el apoyo cuando lo necesites; y por otro, el proceso de una madre que pronto vería un doble duelo, el del marido -que prácticamente queda fuera de cámara- y de la hija, a causa de la sensación del “nido vacío”.

Son curiosos los referentes a los que recurre Celia Rico, sobre todo el cineasta japonés YasujiroOzu (“Cuentos de Tokio”), que ya estarían presentes en ese inmenso cortometraje titulado “Luisa no está en casa”; otro ejemplo de cómo los silencios y la cotidianidad marcan una vida de puertas adentro. Pero también se repite un matiz  (cómo la avería de un electrodoméstico introduce un elemento del exterior que hace avanzar una historia, en modo pausa, vista desde la más estricta intimidad). Quien quiera descubrir esta pequeña maravilla, “Viaje al cuarto de una madre”, deberá hacerlo sin los prejuicios, queriendo paladear una historia como ya no se suele filmar, dejando el corazón y los sentimientos a flor de piel y un amor entre una madre y una hija, contada de una forma como pocos han sabido reflejar en el cine.

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Stephen King, un género propio en el cine de terror.

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Llega el cumpleaños de Stephen King, el “Rey” del género, que cumplía el 21 de septiembre 71 años.  Podrían verterse ríos de tinta sobre las versiones para el cine y la televisión del maestro del terror, criado en Maine, Estado que es más que un punto geográfico del mapa, convertido en escenario de un imaginario colectivo a través de esa ciudad ficticia llamada Castle Rock.

Nació en el Estado de Maine, en el seno de una familia en la que su padre los abandonó y su madre cuidaría de sus dos hijos, como pudo y supo. Uno de ellos se hizo escritor, después de un largo periplo en donde habría trabajado casi de todo. Un joven que consumía todo tipo de sustancias, que adoraba el rock and roll, los coches de alta cilindrada y el terror. Era un profesor de instituto que se había lanzado a escribir y que, después de muchos años, había logrado publicar, bien con un seudónimo –Richard Bachman- o con su propio nombre. Tremendamente irregular, como suelen ser los autores muy prolíficos, este señor de Maine discurre entre todos los géneros literarios posibles, aunque dejando confirmado que el suyo es el género del terror. Y aunque se cuentan en millones a sus admiradores (el propio King llegó a decir que es para la literatura lo que McDonalds sería para la gastronomía, y le creemos) tiene también algunos acérrimos enemigos, entre ellos, la autora de “Crepúsculo”, Stephanie Meyer, o el famoso crítico americano Harold Bloom.

Una de las facetas de Stephen King es crearse un istmo propio en el mundo del cine, tanto que podríamos hablar de un subgénero. Una infinidad de directores se han sentido atraídos por su obra (Brian de Palma, Stanley Kubrick, David Cronemberg, Frank Darabont, George A. Romero o Mick Garris) y el propio King aparece acreditado en 200 títulos, como guionista; aunque el resultado haya sido bastante irregular. Mejores o peores adaptadas, con más o menos medios e imaginación, el cine y la televisión ha buscado en su prosa, los miedos atávicos y sus propias reflexiones que han ido inundando sus páginas de terror. Uno de los personajes que más suele verse en sus obras podría ser alter egos del propio King, a través de esa figura del escritor atormentado por el pasado (El resplandor, It, Misery, 1408). También ha recurrido a la dura infancia a través del bullying (Carrie, It) o a las casas u hoteles fantasmales (Red Rose, El Resplandor, 1408) o personajes con poderes sobrenaturales (El Resplandor, Carrie, Ojos de fuego, La milla verde).

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No hace falta haber leído muchas novelas del autor de “Carrie” para darse cuenta que Stephen King escribe de forma visceral e intensa, pero a veces los conceptos no siempre están a la altura de las tramas por los argumentos lastrados por unos personajes que se dividen entre antihéroes traumatizados y malvados sádicos, todos ellos a la sombra de Randall Flagg de “Apocalipsis”.

De unos inicios prometedores a grandes fiascos.

Tuvo unos prometedores inicios con la adaptación de “Carrie” por Brian de Palma, mientras que la versión de “El resplandor” –toda una obra maestra de Kubrick- dejó un mal sabor de boca para el escritor, que vio traicionada su novela. Otras versiones de King resultan tan mediocres que parecen haberse rodados, puestos hasta las cejas de ego y cocaína.  Así sería “La rebelión de las máquinas” (1986), dirigida por el propio Stephen King; “Thinner” (Tom Holand, 1992) o “El cortador de césped”, en la que propio escritor decidió quitar su nombre de los créditos. Pero uno de los mayores fiascos, de los que ha dado pie una de sus novelas fue “El cazador de sueños” (Lwarence Kasdan, 2005). Participaba un reparto solvente, encabezado por Morgan Freeman, un director laureado y un guionista de prestigio como William Goldsman, pero de su accidentado rodaje surgió una de las adaptaciones con peores resultados. Al menos, King había vendido los derechos de su obra por el módico precio de 1 dólar, que seguramente a más de uno le pareciese caro.

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Es conocido por todos, la aversión que sintió Stephen King por Stanley Kubrick una vez que vio “El resplandor”, pero el autor de Maine tuvo que enfrentarse a otro director con gran personalidad: David Cronemberg. El cineasta canadiense habría rechazado todo lo que King le había propuesto: una versión del guión y a Bill Murray, en el personaje principal. Pero al final, el escritor se rindió ante la evidencia y fue uno de sus más declarados fans de la película.

Un floreciente género televisivo.

A parte del centenar de títulos para el cine, la televisión aupó la obra de Stephen King, entre miniseries y series. De hecho,  contamos con casi una veintena de adaptaciones en la pequeña pantalla. Algunas muy conocidas y potentes como “It”, “Langoliers” o “The Stand” y otras menos conocidas como “La maldición de Dark Lake”. Solemos despreciar las mastodónticas e interminables miniseries, pero suele ser la mejor manera  para adaptar uno de los formatos literarios preferidos por Stephen King: la novela-río, llena de tramas y personajes.  Otras cuentan con una buena producción, como “La cúpula”, aunque sus argumentos son alargados hasta la extenuación, mientras que otras series están formadas por episodios auto-conclusivos e independientes, como “Pesadillas y alucinaciones”. Una rareza sería “Hospital Kingdom”, la única adaptación de una obra ajea, “El reino”, de Lars Von Triers. 

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Mick Garris.

Uno de los que más han transitado por las novelas del autor de Maine ha sido el director Mick Garris, quien ha adaptado una decena de sus obras tanto para la televisión como al cine. De sus adaptaciones más conocidas están las miniseries “The Stand” (Apocalipsis) o “El resplandor”. La primera colaboración fue “Sonámbulos”, una historia sobre la licantropía, con la curiosidad de contar con algunos célebres cameos, entre directores amigos como Tobe Hooper, John Landis o Joe Dante, o escritores, especialistas del género como Clive Barker o el propio King, quien se solía reservar apariciones en los films de Garris.

Podríamos concluir con otra de las facetas de la literatura de Stephen King. Es verdad que buena parte de su obra transita entre  el horror y lo monstruoso, aunque algunas veces nos muestra memorables novelas donde la familia, la amistad o el pasado, campan a sus anchas. En este sentido, encontramos “La milla verde”, “Cadena perpetua”, “Eclipse total” o “Verano de corrupción”, películas adaptadas de obras suyas, que demuestran que el escritor es mucho más que un autor del género de terror. ¡Larga vida a Stephen King!

Fallece Kirin Kiki, la musa y matriarca de Kore-eda.

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El 15 de septiembre se fue una de las legendarias actrices del cine japonés, a la edad de 75 años.  La veterana Kirin Kiki, habitual en el cine de Hirozaku Kore-eda, era una intérprete incombustible, con una vida de lo más interesante,  que a pesar del prolongado cáncer que sufrió mantuvo un alto nivel de trabajo, como vemos por ejemplo en la participación en la última Palma de Oro en Cannes (2018), “Shoplifters” y en un film que aún está en proceso de posproducción “Nichinichi Kore Kojistu” (Tatsushi Omori).

 Nació en Tokio, en 1943, como Keiko Nakatani y comenzó a actuar en los años sesenta en la compañía de teatro Bungakuza, después de que un accidente de esquí le frustrase su sueño de convertirse en farmacéutica. Comenzó su carrera bajo el nombre de Yuki Chiho y en algunas de esas comedias para la televisión, en las que participó,  curiosamente, interpretaba a una abuela a pesar de su corta edad. Más adelante se interesó por el cine y adoptó el nombre con el que se la conoce, Kirin Kiki, trabajando en todos los géneros y con una gran diversidad de directores, entre ellos Seinju Suzuki, en aquella extraña película que se tituló “Zigeunerweisen”, centrada en el escritor Nagasako Uchida. Entre las curiosidades, la actriz se había casado con un pariente de ese personaje, el cantante Yuya Uchida, formando un matrimonio no convencional que creó un gran revuelo en su país, pues sólo permanecieron juntos un año y medio de los treinta y ocho que estuvieron casados, e incluso logrando evitar una petición de divorcio. La pareja protagonizaría en 2011 un anuncio televisivo para la revista de bodas Zexy. A los dos se les veía sentados, cuando Kiki preguntaba a Uchida: “¿Qué tiene de bueno el matrimonio?”, idea que se convirtió en la analogía de una relación extraña pero inseparable.

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Se caracterizó por una serie de personajes emotivos sin llegar al empalagamiento, propio del cine japonés que suele caracterizarse por la austeridad; casi siempre interpretando a abuelas. Una de sus mejores interpretaciones la encontramos en “Una pastelería en Tokio” (Naomi Kawase, 2015), película que compitió en Cannes, en “Una mirada aparte”, y en la que pudo participar junto a su nieta Kyara Uchida. Otro de sus papeles más recordados es el de la madre, enferma de cáncer, en “Torre de Tokio: mamá y yo, y a veces, papá”, dirigida por Joji Matsouka, en donde la actriz imprimió a su personajes su propia experiencia en su lucha contra esa enfermedad.

Colaboradora habitual de Kore-eda.

Sin embargo, donde Kirin Kiki destacó y sentó cátedra, fue junto al cineasta Hirokazu Kore-eda, a cuyas órdenes trabajo desde que en 2008 interviniese en la célebre “Still walking”. Su veterana presencia en la pantalla supo trasmitir grandes matices a aquellas historias sobre dramas familiares que nos llevaban a una montaña rusa de nostalgia, humor y dolor. Esa historia de aquella familia reunida cada año, para conmemorar la muerte heroica del hijo mayor que perdió la vida, al salvar a otro niño, es una de las grandes obras maestras del cine japonés. Otro de los clásicos de este cineasta es “Tras la tormenta” (2016), sobre un escritor que tras años sin trabajar, se esfuerza por conseguir dinero –a toda costa- para evitar perder a su familia. Podríamos terminar con la reciente Palma de Oro en Cannes, aún sin estrenar en los cines, “Shoplifters”, ambientada en un barrio pobre de Tokio donde una familia, que malvive, se verá obligada a delinquir. Sus vidas, sin embargo, tomarán un giro inesperado tras acoger a una niña abandonada.

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Kirin Kiki junto a Kore-eda

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