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Travelling. Blog de cine.

Cine de acción y thrillers.

Golpe en la pequeña China. Una mala gran película de aventuras.

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Una película de acción, rodada por unos grandes estudios  (la Fox) y aderezada con todos los clichés posibles sobre esa civilización que fue (y sigue siendo) China. Leyendas, magia negra, artes marciales, historia de fantasmas; lo que en definitiva conocemos gracias a la cultura y al cine americano. Desde la época silente, Hollywood nos ha mostrado, a Fu Manchú, Charlie Chan y el mundo del kung fu. Pero la historia de esta película es tan absurda que resulta genial: Chinatown sería la punta del iceberg de la eterna lucha entre el bien y el mal, un lugar dominado por hechiceros, maestros de las artes marciales y por un hombre de unos dos mil años, capaz de soltar luces por la boca, lanzar rayos y volar.

-Hemos hecho que se tambaleen los cimientos del cielo, ¿verdad?

Visualmente espectacular, con un punto de comedia y exotismo, “Golpe en la pequeña China” nació como un western. O así lo entendieron los dos guionistas que prepararon el primer borrador, una historia de artes marciales y fantasmas ambientada en el Oeste. De esta forma le llegó a John Carpenter, que venía escamado tras la fría acogida de “Starman” (1984), convirtiendo a Jack Burton, el protagonista (Kurt Russell), en un camionero que recordará tanto a Indiana Jones como John McClane. Un buen día le roban el camión y secuestran a la novia de su amigo, y se inicia una extraña aventura en los trasteros de Chinatown.  El motivo del secuestro es que se trata de una joven china de ojos verdes, una rareza, que será aprovechada por Lo Pan, un hechicero milenario, para recuperar su juventud.  Un tipo capaz de volar, lanzar rayos o luces por su boca.

Se trata de la cuarta colaboración entre Kurt Russell y John Carpenter, después de Elvis, Escape of New York y The Thing. Ese año, 1986, los espectadores estaban acostumbrados a éxitos más convencionales como “Aliens” o “Top Gun” y la película fue un fracaso en taquilla (apenas recaudó 11 millones de dólares de los 25 del presupuesto).

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Lo cierto es que se trata de una extraña  combinación de distintos géneros: cine de acción, comedia, historia de fantasmas y película de monstruos. Y curiosamente, el primer borrador –escrito  por Gary Goldman y David Weinstein- lo ambientaba en el territorio  del género del Oeste, como un western con artes marciales, convirtiendo a Jack Burton en una especie de John Wayne, pero la llegada del guionista WD Ritcher, al proyecto, fue lo provocó la reescritura drástica de la historia. Su idea original no cuajó y se produjo una guerra entre los guionistas por ver quién sería acreditado.  Goldman y Weinstein se resistieron tanto a los cambios que solicitaron una audiencia de arbitraje al Gremio de Escritores, concluyendo que aparecería en los créditos como “adaptación de WD Ritcher”. Otro obstáculo fue la rivalidad que surgió con “El chico de oro”, otro film con misticismo asiático de 1986, que estaba protagonizada por Eddie Murphy. Sin embargo, el mayor escollo de la película fue el propio personaje de Kurt Russell, peor definido que el su compañero Dennis Dunn, convertido en el auténtico héroe de la historia. Una posible explicación se deba a las reticencias de unos grandes estudios para que la protagonizase un no occidental.

La verdad es que la he visto una infinidad de veces, por  televisión. Cuando la vi por primera vez, me recordó tanto a Mortal Kombat –que jugaba en los recreativos- que por un momento casi creí ver a  Raider, Jonnhy Cage o Liu Kang, en la historia. En definitiva, una disparatada desde el primer plano al último, pero tremendamente divertida y muy, muy en la línea del cine de aventuras de los 80: ambientación exótica y un personaje perfecto. Jack Burton resultaba tan torpe que sólo requería de disparar su arma al techo para que se cayese el yeso en la cabeza. Capaz de personificar el estándar héroe americano de la época en donde predominaba la fuerza muscular, con todos sus defectos (vulgar, simplón y arrogante) aunque con el ingenuo suficiente como para soltar alguna frase legendaria de vez en cuando. En definitiva, un perdedor con gran carisma. ¿No eran así muchos personaje de los años 80, por ejemplo John Mclane?

El diseño de producción de John Joyd (quien llegaría a construir calles de Chinatown, en el set) y la fotografía de Dean Cundey, son dos las grandes bazas de una película convertida en todo un clásico de culto, sería también una historia de redención, pues la película hizo que Carpenter detestara su experiencia de Hollywood.

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Glass. La deconstrucción del superhéroe.

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Cada vez es más difícil para los que escribimos de forma periódica encontrar una película que realmente nos sorprenda. Cada vez son más largos los avances, se destripan por el camino las tramas o se citan las referencias cinematográficas. De “Glass” conocíamos sus personajes y sus cataduras morales, así como el “universo” al que pertenece. Dentro de sus cánones particulares, Shyamalan se acercaría a los hermanos Coen, por ejemplo, en el hecho de querer rentabilizar un gran éxito. Si los hermanos cineastas de Minnesota tomaron “Fargo” como punto de referencia, en el caso del director de “El sexto sentido”, sería “El protegido”.

“Split” se presentaba como un film de suspense con truco psicológico: un asesino en serie con múltiples personalidades. Pero en el último plano, nos mostraba una cafetería en la que aparecía el personaje de David Dunn (Bruce Willis) de “El protegido”. Siguiendo este breve hilo, con “Glass” nos encontramos con una película que resulta audaz, pero que lucha por relacionar dos universos en uno. Kevin sería el rol principal (en principio, 24 personajes, aunque aquí solo vemos a 20 de ellos, en acción) y McAvoy está sobresaliente, alternando sin esfuerzo sus diferentes voces y emociones. Pero tras un inicio lleno de acción, ambos quedan confinados al asilo espeluznante y el ritmo se ralentiza. Es aquí donde comienzan a aparecer las grietas en el cristal.

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Un universo propio sostenido en la lógica del cómic.

A Shyamalan le encantan los comics. Una parte de su cine involucra a personajes con habilidades especiales o que viven experiencias extraordinarias, aunque casisiempre las ha tratado desde una perspectiva cotidiana. Quizás, “After Earth” y “Airbender” sean sus dos excepciones, en este sentido. Al llegar a “Glass”, la lógica de los comics ya no es introducida por la puerta de atrás sino de manera frontal.

La acción de la película arranca 19 años después de la historia de “El Protegido” y unas semanas de concluir “Split”. De esta forma, se no presenta los tres personajes centrales: Kevin Crumb es capaz de escalar paredes y doblar acero cuando adopta la personalidad de la Bestia; David Dunn es un técnico de seguridad que lucha contra el crimen bajo el apodo de El Supervisor; y Eliah Price, es un cerebro criminal conocido como Don Cristal, por su particular enfermedad.

Son tres personajes “rotos” a su manera, buscando algún tipo de propósito a través de sus alter ego. De esta manera, David recurre a la justicia  del vigilante y Eliah al asesinato en masa, mientras que  Kevin planea secuestros para saciar la voracidad de la “Bestia”. Esto hace que la Dra. EllieStaple (Sarah Paulson) los tenga encarcelados en una institución mental con la idea de llegar al fondo del asunto.

Terminaré con otra obviedad que podría a escamar a algunos: A veces no se sabe diferenciar entre una obra maestra (idea demasiado manoseada) y el absoluto bodrio, pero la verdad es que entre ambos extremos hay mucho trecho que recorrer, por una gama de grises más presente de lo que nos atrevemos a reconocer. Hay géneros con mala prensa y géneros con un exceso de entusiasmo. “Glass” estaría en esa gama de grises, alejado de ambos extremos. 

Mandy. Una vibrante orgía de venganza.

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Panos Cosmatos, el director greco-italiano hijo del también cineasta George P. Cosmatos (conocido por sus películas con Stallone como “Cobra”), firmó  hace años “Beyond The Black Rainbow” y regresa al cine para  hacer del exceso una virtud en su último trabajo, “Mandy”. Un ejemplo de que en el cine de género no es tan importante la sinopsis como el estilo con el que lo ruedes. Sobre el papel sería un batiburrillo de referencias, con sabor al más enloquecido ochenties. Pero la verdad es que la película, que se resumiría en unas pocas líneas, cuenta con muchas simpatías entre los amantes del género. Venganzas con imaginería “hevay-metal”, sectas con influencias de los Mason, animación de serie B y la dinámica de los juegos de rol. Todo esto, además, con el mejor Nicolas Cage que he visto en mucho tiempo.

Nos situamos en el año 1983, un leñador llamado Red Miller, termina su jornada de trabajo y conduce a una apartada cabaña donde vive, escuchando a Ronald Reagan en la radio. En su casa le espera Mandy (Andre Risebourough), el personaje que da título a la película, un alma sensible que pasa el tiempo dibujando viñetas de cómics. Son una pareja feliz y sencilla, pero la música electrónica –firmada por el  difunto Johan Johansonn-, las tomas largas y la saturación de colores, crean una ambientación que anuncia un suceso premonitorio.

El punto álgido se producirá a la hora del metraje, cuando el líder de una secta de motoristas (Jeremías) se obsesiona por Mandy, hasta el punto de raptarla y hacer añicos la vida ideal que llevaban. Entonces, dan por muerto a Red que luego se armará con todo de artilugios, decidido a vengarse.Hay una escena esencial, en este sentido: la que se desarrolla en un baño. Su personaje ingiere el alcohol de una botella que no se ha vertido en sus heridas y luego aúlla como un animal herido. Una gran actuación que recoge el dolor que siente Red. Las escenas de la venganza adoptan un estilo propio, con el protagonismo de una paleta de colores extremos que amplifican la naturaleza surrealista de esta experiencia.  “Mandy” sería una actualización del llamado “rape and revenge”, aunque con muchos códigos narrativos del género y referencias desde “La matanza de Texas” a “Hostel”. Es decir, nos introducimos en la violencia extrema, cine splatter, torture porn o explotation, con algunas imágenes que quedarán en la memoria cinéfila,  como el rictus del rostro de Cage cuando concluye su descenso a los infiernos o la cabeza que arde como si fuera cera.

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Los infiernos de Nicolas Cage.

La carrera de Nicolas Cage es una de las más difíciles de seguir. Gana Oscars, protagoniza decenas de películas infames pero nos regala alguna obra maestra. Se hunde y se vuelve a levantar, muta en cada nuevo papel y pasa de ser icono del cine de acción a poner rostro a mil proyectos inclasificables. Las interpretaciones más extremas de Nicolas Cage han servido de carnaza durante años, pero resulta que el cine sólo tenía que ponerse al día para encontrarnos con un inspiradísimo actor, al que por ejemplo, ofrecerle una motosierra a ver qué sale.

“Tras el arcoíris negro” (la traducción del título “Beyond The Black Rainbow”) era una extraña película de 2010; una psicodélica cinta de ciencia-ficción que contaba con muy pocos diálogo. Ahora en 2018, regresa con otra experiencia visceral, elegantemente rodada. Una venganza al estilo del cine de los 80, con una excelente puesta de escena y un extraordinario estilo visual.

Múltiple. La sencillez de las pequeñas grandes historias.

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Podría parecer que han pasado mil años desde que estrenara “El sexto sentido”, aquel film de terror con el que triunfó Night Shymalan, allá por 1999, ganándose a público y a crítica. Ese fue el presupuesto de dos títulos que nos sorprendieron (y no agradablemente) –“After Earth”, la aventura sci-fi, al servicio de los Smith- y la mística e infantil, “Airbender: El último Guerrero”-; películas que marcaron una nueva etapa en la filmografía de su director.

Ese aperturismo hacia un cine en horas bajas, en el que predominaban los encargos antes  que la reivindicación  del prestigio autoral, ganado durante años, vino precedido de dos descalabros en la taquilla: “La joven del agua” (2006), una maravilla incomprendida, y la irregular “El incidente” (2008). Ahora, el cineasta de origen hindú prueba suerte con su segunda colaboración con la firma Blumhouse, después del éxito que cosechó con “La visita”. Si en aquella ocasión, la visita de unos abuelos, cambiará la vida de una  chica dispuesta a rodar un documental sobre el pasado reciente de su madre, con la idea de que lo filmado sirviese de objeto expiatorio de los conflictos familiares; en “Múltiple” (Split), se centra en un enfermo mental con TID (Trastorno de Identidad Disociativo), uno de los trastornos más cinematográficos.

-23 identidades conviven en Kevin. Puede alterar su química corporal con la mente.

Sin embargo, la complejidad de “Split” es mayúsculo por el elevado número de roles que toma James McAvoy en este film, demostrando la capacidad camaleónica del actor escocés. Su personaje, Kevin, mostraría a la psiquiatra que le atiende, la doctora Fletcher (Betty Buckley), la existencia de 23 personalidades; entre ellas,  estaría: Barry, un aspirante a diseñador de moda; un travieso niño de 9 años, llamado Hedwig, o Patricia, una mujer de gran autoridad. Pero el problema es aquella que parece dominar al resto, Dennis, un obsesivo-compulsivo que termina secuestrando a tres chicas (Ana Taylor-Joy, Jessica Sula y Haley Lu Richardson) encerrándolas en un búnker subterráneo. De esta forma, las tres chicas comprobarán cómo cada día abre la puerta del zulo una personalidad distinta, hasta un total de nueve apariciones diferentes del personaje.

El reparto.

Protagoniza “Split” el escocés James McAvoy capaz de ser el Profesor Charles Xavier, en la saga de los X-Men, un día, y el fauno de “Las crónicas de Narnia”, otro; aunque también ha sido el protagonista de “El último rey de Escocia” y el drama romántico “Expiación”. Le acompaña en el reparto, una de las actrices de moda, Anya Taylor-Joy, por el sobresaliente film de terror “La bruja” y la irregular “Morgan".  También se encuentra en el reparto Betty Buckley, quien participó en “Carrie” (Brian de Palma) o en “El incidente”, película de Night Shymalan.    

El hombre de las mil caras. 

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Night Shymalan,  acostumbrado a describir personajes marginales en sus películas, cuenta en su último trabajo, la que sería su creación más peculiar,  un hombre afectado por el Síndrome de Personalidad Múltiple. El cine nos ha mostrado en una infinidad de ocasiones cómo ciertos actores se enfrentaban al reto de interpretar a diferentes personajes en una misma película. Podría recordar el caso de la reciente e inclasificable “Holly Motors” (Leo Carax),mientras que existe toda una cinematografía sobre los trastornos de personalidad.  Entre los casos más famosos están el del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, tomado de la novela de Stevenson, y el de Norman Bates en “Psicosis” (Alfred Hitchcock), que demostraba cómo se podían engañar al espectador, dando un vuelco al guión al final de la historia. “Identidad”, de James Magnold, con 10 personalidades que se daban citan en un motel, y la clásica “Las tres caras de Eva” son otros ejemplos destacados de esta temática.

El director de origen hindú, Night Shymalan, parece haber recuperado el favor de taquilla y crítica con esta historia de personalidades múltiples, en donde vuelve a los elementos sobrenaturales, con toques fantásticos, bajo una premisa realista. De hecho, Split luce de maravilla en los aspectos técnicos, muy por encima de los habituales thrillers y para crear la atmósfera que la historia necesita, no duda en contratar –como director de fotografía- a Mike Gioulakis (el responsable de la imagen de “Está detrás de ti, It follows”). En esta ocasión, tiene que jugar con espacios cerrados, en donde crea la sensación de claustrofobia a través de unas chicas encerradas. Pero quizás lo más llamativo de la película, sobre todo para los amantes del cine de Shymalan sea el regreso de David Dunn, a través de un cameo del Bruce Willis de “El protegido”. Algo más que un simple  cameo, la incursión a uno de sus títulos emblemáticos, unificando los dos universos.

Mad Max VS Cyborg: héroes de un mundo futuro.

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¿Han oído alguna vez aquella expresión de “esos polvos estos lodos”? La frasecilla tiene todo su sentido en estos dos títulos. Mad Max 2: El guerrero de la carretera (1981) y Cyborg (1989). La primera, una obra maestra del género; la segunda una herencia, mucho más que una influencia, confesa o no,  pura serie B, de las que surgen dos héroes individualistas en pleno futuro posapocalíptico, marcado por el caos y la anarquía.

En el primer Mad Max (George Miller, 1979) se mantenía un nivel normal de civilización, aunque con una violencia desatada y un sentido del motor, definida por la degradación de la comunicación de los personajes –de forma similar a películas como “Carretera asfaltada en dos dirección” (Monte Helman) o “Punto límite: cero”- mientras que su secuela, ya quedaba establecida por el final de una sociedad que sólo tendría en la refinería ese resto del pasado.

En cuanto a Cyborg (Albert Pyun, 1989) una guerra nuclear había dejado en la anarquía a unos Estados Unidos, amenazados por una plaga mortal. Un compañero me ofreció un dato que desconocía: la idea de filmar una ópera-rock, con el estilo de Mad Max, como telón de fondo, de la que quedaría algunos nombres de personajes tomados de guitarras eléctricas (Rickenbaker, Fender, Marshall). Eso sí, el film de Albert Pyun pudo haber sido una secuela de He-Man, aquella con Dolph Langer y Frank Langella, pero la bancarrota que sufrió la productora Cannon obligó a frenar el film y el proyecto cambió cuando llegó el dinero de Golam-Globus. De hecho, “Cyborg” supondría el fin de Cannon Films.

La falta de recursos y la escasez de gasolina, marcaban la primera película (recordemos que el film original, de los años 70, coincidieron con la crisis del petróleo), mientras que una extraña plaga asolaba el futuro, en Cyborg. Encontramos temas como el del western, en Mad Max o el ciberpunk, en el film de Van Damme, que empezaba a desarrollarse como concepto entre novelas como Neuromante o películas como “Blade Runner” (Ridley Scott). A parte, pueden observarse influencias desde Robocop o Terminator, de ahí que ese personaje –medio hombre, medio robot- marcase el tono de aquel mundo devastado.

Villanos en el páramo.

Humungous (Kjelll Nillson), definido por toda una referencia cinéfila: “el ayatolah del rock and roll” -¿habéis visto “Sargento de hierro”?- es el carismático líder de las salvajes tribus motorizadas en Mad Max 2, acompañado de algunos subalternos con gran identidad como ese motorista de carácter pretendidamente homosexual, Wez (Vernon Wells).

- Estoy profundamente decepcionado, me habéis obligado a sacar a mis perros de guerra. Sois unos egoístas, acaparáis la gasolina. Me dicen mis prisioneros que pensáis sacar la gasolina del páramo, qué les habéis enviado a buscar un vehículo lo suficientemente potente para remolcar ese tanque.

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En cuanto a “Cyborg”, Van Damme se enfrentará a un líder pandillero, salido de la era del ciberpunck, Fender Trémolo, interpretado por Vincent Klyn.

Estamos ante dos títulos de culto, pero situados en los extremos. Si una aprovechó los escenarios naturales de Australia y fue filmada con gran talento–capaz de presentar elaboradas set pieces de acción-, la otra reutilizaba decorados de un film rechazado, siendo un ejemplo de lo que no debía hacerse en una película de este género. Mientras que “Cyborg” intenta lograr el tono del salvajismo y la épica, el film de George Miller lo alcanza derrochándolo por todos los poros de la película. Miller, de hecho, construyó una forma de entender la violencia y la aventura –que Albert Pyun seguramente intentó imitar- aunque, a mi juicio, esté completamente devaluada hoy en día.

- Todos buscamos algo, ¿eres feliz a fuera, vagando, esperando que venga el día siguiente? Vives de desechos, Max, te alimentas del cadáver del viejo mundo.

Quizás, un último intento de recrearlo fue la reciente y brillante versión de Mad Max, esta vez con el personaje encarnado por Tom Hardy. Al mismo tiempo que se mostraba el film como una adaptación del western a un mundo posapocalíptico, pasado por el tamiz del cine setentero de tribus urbanas (The Warriors, los amos de la calle; por ejemplo). De hecho, el personaje de Mel Gibson, representaría a ese héroe clásico solitario, introvertido y parco en palabras, propio del cine del Oeste, mientras que la famosa escena final surgiría de trasladar las persecuciones de los indios con las diligencias, a tiempos futuros.

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Vidas paralelas.

Mel Gibson comenzó con su carrera en su país natal, Australia, en los setenta y Mad Max sería su primer papel, un personaje al que debe tanto. De hecho, cuando hizo Mad Max 2: El guerrero de la carretera. Venía de rodar ese grandísimo film bélico que fue “Gallipolli” (Peter Weir). Aún le esperaría al actor una carrera brillante y en ascenso, que incluye una destacadísima filmografía como director. En cuanto a Jean que entró en Hollywood gracias a una serie de amistades, como Chuck Norris. Su carrera comenzó en los 80 y el filme que le dio popularidad fue “Contacto sangriento”. En este sentido, logró rescatar un personaje que –en principio estaba pensado para Chuck Norris-, cuando Van Damme renunció al papel de Swarzeneger en “Depredador”; una mala decisión porque el propio actor belga reconocería que “Cyborg” sería una de sus peores trabajos. Estamos, por tanto, en el inicio de una carrera mucho más discreta, siempre situada dentro del cine de acción, en el subgénero de las artes marciales, aunque a veces en clave de ciencia-ficción. De hecho, volverá a interpretar a un personaje con ciertas similitudes en “Soldado universal”, con un combate final casi calcado, bajo la lluvia, en ambas películas.

Con  su encanto, como obras de culto de acción posapocalíptico, ambos títulos recorrerían una vida paralela, en la que Mad Max fue un gran clásico mientras que el film, protagonizado por Van Damme es considerada como una discreta recreación del más puro estilo ochentero, con sus virtudes y sus defectos. “Mad Max” daría pie a una saga memorable mientras que “Cyborg” daría lugar a una franquicia bastante olvidable, de la que solamente podríamos reseñar que “Cyborg 2”, su secuela más inmediata, supuso el primer protagónico para la actriz Angelina Jolie. Al final, lo más importante quizás sea que más allá de su condición de cine de género,  esas obras de culto dejarán un buen sabor de boca a los cinéfilos más nostálgicos y forman parte de una manera de filmar que ya se ha perdido.

El blockbuster según Michel Bay, ¿en qué consiste el estilo “Bayhem”?

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El director de la tetralogía de Transformers, del espectáculo apocalíptico (Armagedon) o de la cinta de acción (Dos policías rebeldes) cuenta con una condición de enfant terrible, gracias a su cine de imágenes impactantes y sus aparatosos blockbusters, -dirigidos de forma frenética y atropellada-, que le convierten en el horror de la prensa especializada aunque al mismo tiempo, sea capaz de amasar fortunas en taquilla. 

Es un director comercial, forjado tras las cámaras en el mundo de la publicidad y de los videoclips, y que llegó a crear una productora –Platinum dunes- especializadas en remakes y demás secuelas, dentro del género del terror.  Michael Bay es un realizador que creó el modelo de blockbuster de la nueva era, acompañado de una interpretación hiperbólica y acelerada de la imagen, de la precariedad narrativa y de una sumisión a la cultura estadounidense y capitalista, fruto de su formación en la publicidad pero también de la visión de la sociedad contemporánea como si de un retrato de Dorian Gray se tratase, pasado por el filtro de la MTV. Muchos críticos han creído ver en todo este maremagnun una pauta creativa: el “estilo Bayhem”.

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Bayhem resulta del apócope del apellido del directo “Bay” y del término inglés “mayhem”, caos, pero lo cierto es que Michael Bay tiene el mérito de ser el responsable del blockbuster de lo que llevamos del siglo XXI, como Spielberg lo fue de esa “Generación Amblym”, en los ochenta. El nuevo cine de acción es hiperacelerado, a base de interminables set pieces, en donde la supremacía de la imagen digital y de los CGI, ponen el tono a seguir, y en el que conviven todos los géneros posibles. También es un cine regido por el consumismo fácil y rápido, un merchandising que se agota al mismo tiempo que leemos este reportaje.

En su cine la imagen es el paradigma, una imagen sin aditivos ni simbolismos, por supuesto. Las imágenes de Michael Bay son lo que muestran, nada más; lo que está bien si el espectador es un adicto a “Sálvame Deluxe”. En el fondo, es un cineasta que hereda la tradición de otros que antes que él se han obsesionado por el tratamiento visual como el cénit absoluto, pero sin nada que ver, por ejemplo con la experimentación de Peter Greenawey, sino en la línea hiperbólica de Zack Snyder o Paul W. S. Anderson.

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Sin embargo, se da una paradoja muy curiosa. A pesar de la importancia de la imagen que da Bay a su cine, destaca por su escasa variedad de recursos formales. Se trata de una repetición de técnicas y aspectos cinematográficos que –sumados a la larga duración de sus películas y a la obsesión de marcar “momentos sublimes” cada dos o tres planos- hacen de su cine una constante repetición. 

A nivel técnico vemos un abuso del formato scope, acompañado de mucho movimiento de cámara: travellings circulares, encuadres laterales y de aproximación hasta el primer plano de los personajes. Montajes que apenas duran 10 segundos de plano y contrapicados a tutiplén. Su origen en la publicidad hace que en cada momento busca el mayor impacto de sus imágenes hasta convertir su audiovisual en un auténtico cine de atracciones, el mejor ejemplo de lo que sería subirse a una montaña rusa, sin apartarse de la sala de estar.

¿Existe una “filosofía” en el estilo Bayhem?

Existe. Curiosamente hay una coincidencia en muchas películas de Michael Bay: suele rastrear en sus películas el American way of life, una visión al menos muy particular en donde la tierra prometida aparece salpicada de sucesos determinantes: la llegada del hombre a la Luna, el ataque a Pearl Harbor o la amenaza de la humanidad, en forma de asteroide. En realidad, no se aleja mucho de esa versión Reagan de que el enemigo viene de “a fuera”. A lo que sumamos una tendencia por el merchandising, uniendo a ese paisaje de barras y estrellas un clamor por el consumismo.

-¿Sabes? Dan Marino debería comprarse ese coche. Bueno, no ese, que está hecho mierda, sino un coche como ese.

¿Es verdad que las enfermeras de Pearl Harbor utilizaban botellines de Coca-Cola para las transfusiones de sangre? Normal que el bueno de Bay dedicara una saga a contarnos esos muñequitos, convertibles entre juguete y robots que son los Transformers, porque esta recoge la esencia de su cine. En una de estas entregas, el personaje principal subasta las gafas de un antepasado suyo pero, de pronto, se sucede un flashback para destacar la condición “heroica” de ese objeto. Si a eso sumamos un fetichismo por el desarrollo tecnológico militar, tenemos la ecuación al completo.

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Después de un largo listado de películas que incluyen el género de la buddy movie (Dos policías rebeldes) y su secuela, un cine al amparo de Jerry Bruckheimer (La Roca), la apocalíptica (Armageddon), el ajuste de cuentas con el cine bélico clásico (Pearl Harbor), una comedia de acción (Dolor y dinero) y la saga sobre los muñecos de Transformers, su última película nos llevaba a la apología del heroísmo militar a través de “13 horas”. Es la particular visión, acelerada y planos picado mediante, de un suceso que conmocionó a los USA: la respuesta de un comando de élite al asalto de la embajada norteamericana de Bengasi, atacada por grupos de fanáticos.

Más allá de la estética y de personajes de videojuego y de una rancia propaganda, no hay mucho  más que contar.  Al menos nos ha dado pie a este análisis, espero que ameno, sobre lo que entiendo que es el cine de este particular realizador, Michael Bay, el “estilo Bayhem”.

 

Vivir la noche. Los violentos años veinte.

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-Hay demasiada violencia en este trabajo, poco a poco dejarás de ser tú.

Ben Afleck regresa a la dirección en su cuarto largometraje que, también protagoniza. Una historia sobre el crimen organizado de los años veinte, con la prohibición de la Ley Seca, como telón de fondo.

Joe Coughlin, su personaje principal, es el hijo de un capitán de la policía de Boston (interpretado por el veterano Brendan Gleeson) con una ascendente carrera criminal. Nos situamos en los años veinte, en el contexto de Ley Seca, focalizándolo en un mundo de gánsteres, prohibición y tiros, con una red de policías corruptos y mujeres fatales de las que se enamorara el protagonista. Este aparece interpretado por el mismo Ben Afleck, después de la renuncia de Leonardo DiCaprio y se cuenta la anécdota de que el escritor, Dennis Lehane,  le pidió someterse a prueba, que humildemente aceptó y pasó.

La nueva película se basa en la llamada “Trilogía Coughlin”, junto a “Cualquier otra otro día” y “Ese mundo desaparecido”, novelas de Dennis Lehane,  uno de los escritores del género negro contemporáneo más adaptado por el cine, en concreto, cuatro de sus novelas, Mistic River, Gone Baby Gone y Shutter Island. Un autor capaz de crear auténticas historias de género negro, con atmósferas oscuras, situadas en Boston y protagonizadas por inmigrantes; vinculado, por tanto, con su origen de ascendencia irlandesa. Partiendo de una de sus novelas, Mistic River, Clint Eastwood logró una de sus películas más redondas; mientras que Scorsese conseguía uno de sus mayores éxitos de taquilla con “Shutter Island”. Sin embargo, sería Ben Afleck el mayor deudor de Dennis Lehane, pues el material de este autor sirvió tanto para su debut cinematográfico “Adiós, pequeña adiós” como para su cuarto largometraje. 

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Ben Afleck, ¿el nuevo Eastwood?

La Warner no tardó en catalogarle como el nuevo Clint Eastwood, después de sus dos primeros éxitos tras la dirección, pero creemos que esta consideración tiene más de publicidad que de realidad. Irregular en su faceta interpretativa y con una prometedora carrera como director, Ben Afleck apuesta por un autor conocido para su cuarto largometraje: Dennis Lehane.  Como actor compagina irregulares blockbusters (“Batman vs Superman: El amanecer de la justicia”) con títulos de todo pelaje y condición (Perdida, David Ficher), e incluso tras su Oscar –compartido por Matt Damon- por el guión de “El indomable Will Hunting”, hay muchos aspectos oscuros. Pero corría el año 2007 cuando estalló la noticia de que iba a sentarse tras las cámaras para dirigir un film, de un autor de reconocido prestigio y con un reparto estelar. Sin embargo, reconocimos tras ese primer título a un director con cierta solvencia; de hecho su anterior trabajo “Argo” (2012), obtuvo el Oscar a la Mejor Película.

Ambientada en los barrios bajos de Boston, “Gone Baby Gone” es un sólido trhiller, centrado en el rapto de una niña, suceso que marcará a todos los personajes, de una forma distinta. Uno de los grandes aciertos de Afleck es la construcción de los personajes, lo que consigue gracias, también al trabajo de interpretación que logran sus actores; sobre todo un inmenso Ed Harris.

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-Volveremos a vernos, a este lado o al otro.

“The Town: Ciudad de los ladrones”, es otro relato de ambientación criminal y con Boston como escenario. Un film que apunta alto aunque el resultado sea bastante irregular y que cuenta como principal error el situarse al frente del reparto. Si en su anterior película colocaba como protagonista a su hermano Casey, menos conocido pero mejor actor, en esta ocasión decide reservarse el papel principal; creemos que por la arrogancia tras haber escuchado elogiosas críticas de su trabajo anterior.

Sin ser una mala película, podría ser considerada fallida, precedida por el batacazo en la taquilla norteamericana y por el hecho de que Ben Afleck no habría sido la mejor opción para encabezar el reparto. La puesta de escena muy trabajada y detallista podría confirmar que la Warner aceptó todo aquello que le pidiese Afleck, como director, pero sus críticas de su cine suelen ir dirigidas en el terreno de la interpretación. De sus tres películas anteriores, sólo “Gone Baby Gone” no contaba con Afleck en el reparto y quizás su única interpretación aceptada sea la de “Argo”.

Regresión: Creer es la clave, pero creer, ¿qué?

Regresión: Creer es la clave, pero creer, ¿qué?

-AVISO- El contenido cuenta con una serie de spoilers.

Después de seis años de silencio, uno de nuestros cineastas más populares regresa al cine con una película que llamó la atención por estrenarse en un lugar tan sacro santo como el Festival de San Sebastián. Pero la cosa empezaba a chirriar cuando sus dos estrellas no acompañaron al director, en su estreno, y sobre todo tras la fría acogida de crítica y público.

Las creencias en tales qué cosas han dado mucho juego en pantalla. Una serie como X-files decía eso de que “creer” era la clave, mientras que un personaje literario de gran hondura como Sherlock Holmes llevaba como bandera: “Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad”. Amenábar parece dispuesto a su propio galimatías sobre este mismo tema en una caza del ratón al gato que habría gustado al mismísimo Goebbles.

"Regresión" podría resultar ser una elección arriesgada dentro de la filmografía de un director cuyo trabajo más reciente –Ágora- estuvo a la altura de las glorias del pasado, en el aspecto formal, aunque también suscitase toda una polémica, por relacionar el cristianismo con la destrucción de la legendaria Biblioteca de Alejandría. Podría resultar arriesgada, pero no lo es. Es una apuesta por un valor seguro -un "run for cover", como diría Hithcock- sabiendo qué este tipo de películas suelen arrasar en taquilla.


Con su nuevo film, ahonda en el territorio del psychothriller con un cuento, construido a base de sospechas satánicas localizado en un pequeño pueblo de Minnesota. –Ojo: lo de “Minnesota” lo sabría por la sinopsis, en ningún momento se dice nada del lugar donde se desarrolla la historia, si no que alguien me corrija- Y viene arropado por dos estrellas del cine de Hollywood como Ethan Hawke y Emma Watson. Para Hawke, la  película sigue el ejemplo de "Sinister" o “The Purgue" en lo que respecta a su faceta interpretativa con tintes de horror; mientras que para Watson, es su primera incursión en el género. Para Amenábar, sin embargo, es su tercer largometraje rodado en inglés - una producción hispano-canadiense- que marca el regreso al lado oscuro –aunque pálido- de sus primeras películas, frente al drama histórico de "Ágora" y su biopic "Mar adentro", con la que obtuvo el Oscar.

El título se refiere a una rama, aún controvertida, de la psicoterapia, aquella que utiliza la hipnosis para hacer que los pacientes revivan experiencias pasadas cruciales, descubriendo en el proceso las raíces reprimidas de un trauma. Pero el debate surgió en los años noventa cuando se observó que servía más para crear nuevos recuerdos en lugar de recuperarlos. Debidamente ambientado en 1990 - evitando así los rigores de la investigación en esta línea - "Regresión" enfrenta a una serie de personajes, a la hora de utilizar las incertidumbres y los recuerdos para determinar quién provocó la violación y las cicatrices de la joven de 17 años, Angela Gray (Watson).

La película comienza con la confesión de su padre John (David Dencik), aunque admitiendo no tener ningún recuerdo de lo sucedido. Un destello de certidumbre, entumecido por la importancia de la fe en la memoria del personaje, porque de nuevo la Iglesia parece ser la responsable de todos los males en otra película de Amenábar. Es entonces cuando entra en juego el Dr. Kenneth (David Thewlis) un psicoanalista británico experto en la terapia de regresión, dispuesto a practicarla tanto al padre como a la hija, y a medida que sus respectivas memorias se expanden,  otros personajes van apareciendo en este extraño puzzle, entre ellos un joven colega de Kenner, Nesbitt (Aaron Ashmore) y la solitaria abuela de Angela, Rose (Dale Dickey).


Es desalentador que en su sexto largometraje, Alejandro Amenábar alcance un tono cinematográfico de pura serie B, que podría ser presentada en un mismo pack junto a "Bless the Child" (que en España se llamó La bendición) y "Caso 39”. En la película fallan cosas como el guión, que  Amenábar se lanzó a escribir –sin el apoyo de su amigo Mateo Gil- o las interpretaciones poco convincentes de los protagonistas, sobre todo en la escena en la que el personaje de Hakwe confiesa que la investigación está empezando a afectarle, y en el poco arrojo del final.

Resulta difícil no entrar al trapo de las referencias directas –el film donde Edward Norton desquiciaba  a Richard Gere, por ejemplo, con muchísimo más garbo que en esta ocasión-. A fin y al cabo, la película nos lleva constantemente de un callejón sin salida a otro,  sin que podamos hablar de giros en el guión, en donde creer sería la clave. Creer, sí, pero en qué.