Ópera y cine: una amistad peligrosa.
El título y el argumento del reportaje giran en torno a la ópera. Vale, dadnos una oportunidad. Sabemos que no es un comienzo prometedor, un cocktail de ópera y cine, además con nocturnidad y alevosía. Pero si todavía sigues ahí, tal vez os reconozcáis con algunos de estos personajes. El disparatado Groucho Marx, en Una noche en la ópera.
- Y ahora, adelante con la ópera, que la alegría se desborde, que los porteros bailen en el vestíbulo y que todos se emborrachen en los palcos. Bartolo toca.
O el siempre genial y sarcástico Woody Allen, en Misterioso asesinato en Manhattan
- Habíamos acordado que yo aguantaría el partido de hockey y que tu verías toda la ópera.
- No puedo escuchar tanto a Wagner, me dan ganas de invadir Polonia.
Aunque no nos olvidemos que ha habido gente que no vería la ópera ni a tiros y que finalmente no tuvo más remedio que reconocer que el espectáculo les produjo sensaciones indescriptibles. Un ejemplo lo encontramos en el personaje interpretado por Julia Roberts en Pretty Woman.
- ¿Le ha gustado la ópera, querida?
- Por poco me meo de gusto en las bragas.
Nos hemos pasado de frívolos, y eso que estos son algunos de los momentos que tenemos grabados en la memoria, que relacionan la ópera y el cine. Pero debemos ponernos un poco más serios.
- Dios desciende del cielo a la tierra para hacer de la tierra un cielo. ¡Yo soy el amor! ¡Yo soy el amor!
La intención era ponernos un poco más serios, pero no tanto como Tom Hanks en una de las más vibrantes y dramáticas secuencias de Filadelfia, en donde un enfermo de Sida terminal tenía en la ópera su catarsis, y en concreto la Aída, de Verdi, con la voz de la inigualable soprano María Callas, en uno de los momentos más significativos de la soprano. Lástima que no podamos reflejar el dramatismo del actor en palabras, sino que hay que verlo.
El cine y la ópera han tenido una estrecha relación que, a menudo, han mantenido disonancias entre los amantes de ambas disciplinas. El intento de llevar la ópera al celuloide tocaba, por un lado, con el alejamiento de un público del cine muy mayoritario que echaba de menos la proximidad de los actores, y por otra, la dificultad de los cinéfilos para aceptar un ritmo narrativo que le era ajeno. Aún así, hay destacados trabajos como el de Franco Zeffirelli (Carmen) y Francesco Rosi (La Traviata), que intentaron dotar al cine de la grandeza de la ópera, apoyándose en excelentes repartos. Más reciente es la adaptación que hace el director francés Frederic Mitterand de Madame Butterfly, con una cuidada puesta de escena y una elaboración que la hace vencedora de todos los respetos, a pesar de no contar con elementos narrativos cinematográficos.
La dificultad de versionar óperas en el celuloide es tan notable, que destaca sobre todo el intento de reflejar el autorretrato de las grandes divas, sobresaliendo la exaltación del lujo, la sofisticación y la soberbia que el cine de Fellini realiza de forma magistral en una joya llena de escenas tan estupendas como mágicas. En Y la nave va, el italiano Federico Fellini adapta La Traviata en un magnífico film, con escenas que rozan el absurdo como aquella en la que la aristocracia, con sus trajes de fiesta, bajan a la sala de máquinas del barco para cantarles a los hombres La Donna e mobile. Y a la altura de Fellini, otro título reseñable que mezcla ópera y política es el realizado por Istvan Sazvo, en Cita con Venus.
- Bravo, bravo, pausa para el café, en el ensayo has estado magnífica, magnífica.
Sazvo se cuestiona si alguien obsesionado con la creación (el director de la obra) puede romper todos los derechos laborales, o bien visto desde el otro lado, si esos derechos acaban con el arte. Difícil dilema moral es el planteado por el cineasta europeo, pero tanto como el que corrompió la conciencia de Salieri, según cuenta Milos Forman en su oscarizada Amadeus, el biopic de Mozart. Salieri fue capaz de dejar morir a un genio con tal de compartir su gloria, en la noche en la que había estrenado, La flauta mágica. Cuento masónico, fábula moral y alegoría política con la que casualmente cerramos el reportaje.
Kenneth Branaght y Stepehn Fry adaptan la famosa ópera de Mozart, de la que han pretendido eliminar toda evidencia masónica. Recordemos que La flauta mágica es la ópera que se recomienda para iniciar a los niños en el llamado arte total, en esa mezcla de poseía, música, pintura y teatro, que este año ha cumplido su cuarto centenario. Es el particular homenaje que el cineasta británico dedica al genial compositor austriaco, abandonando su siempre inspiración shakespirirana. Branagh adapta el libreto original a un tiempo y un escenario tan distantes como la antesala de la Primera Guerra Mundial. Así, el peligroso viaje de Camilo y Papadeno, en busca de amor, se desarrolla entre trincheras y fuego cruzado. Pero, aunque muy poco tienen que ver Mozart y Shakespeare, mucho ha pesado la demostrada capacidad del director para adaptar el texto del dramaturgo inglés a la hora de ser el elegido para realizar La flauta mágica, y en concreto su película Enrique V, en donde también se presentan escenas de combates.
- Amigos míos, una vez más nuestras flechas atravesarán las murallas de nuestros muertos ingleses.
Amadeus. Entre la mediocridad y el talento.
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