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Travelling. Blog de cine.

Traslado y cierre de blog

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Nos trasladamos.

El blog de Travelling no continuará más, queda en standby, pero hemos abierto otro blog que hemos titulado: Veinticuatro películas por segundo. Agradecemos a los visitantes el interés que han mantenido por nuestros textos sobre cine y les invitamos que sigan visitándonos de nuestra nueva casa. Un cordial saludo a todos. 

https://veinticuatropeliculasporsegundo.com/

Érase una vez Hollywood: Otra fantasía de redención bajo el soleado cielo de California.

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“Sigo pensando en las llamas”.

En “Malditos Bastardos”, una joven judía lograba llevar a cabo su venganza, encerrando a los jerarcas nazis en un cine mientras visionaban una película de propaganda bélica. La broma parece clara: el cine es un material letal. El fuego llega igualmente a “Once Upon a Time... in Hollywood”, la nueva fantasía histórica de Tarantino, con otro incendiario escenario.

Estamos ante su noveno film, estrenado en el festival de Cannes en una fecha simbólica para Tarantino, 25 años después de que “Pulp Fiction” lograse la Palma de Oro. Nos situamos en 1969, un año no exento de controversia. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es un actor en horas bajas que una vez se hizo muy popular gracias al western  Bounty Law, una serie de los 50, aunque ahora sobrevive con pequeños papeles. Su vida trascurre en paralelo a la de Cliff Booth (Brad Pitt), su mejor –y único- amigo; un especialista que trabaja como su doble en las escenas de acción, mientras se somete al juicio público de un suceso del pasado, que no vamos a desvelar.

Mientras toma una copa en Musso, el productor Marvin (Al Pacino) le intenta convencer de que su carrera está entrando en vía muerta si continúa interpretando a villanos como estrellas invitadas y que debería dar el salto a los spaguettis western en Italia. Es entonces, cuando Tarantino nos hace una importante revelación: nos muestra el letrero de una calle bien visible: Cielo Drive, un lugar notorio en la historia de Los Ángeles. Rick es vecino de una particular pareja de cine: Roman Polanski y su esposa Sharon Tate (Margot Robie).

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Tarantino visita Hollywood.

Cantaba Ray Davies en “Celuloid Heroes” (1972), a las estrellas que brillan en las aceras de Hollywood Boulevard, y en nuestro imaginario cinematográfico, pero en la particular visión del mundo, Tarantino destaca los antihéroes. Quizás el más “mainstraim” de los cineastas de autor, vuelve a su mirada a un terreno que ha visitado en muchas ocasiones, aunque siempre de forma tangencial. El séptimo arte y la televisión  siempre han estado presentes en sus películas –diálogos, referencias visuales, secuencias calcadas- pero nunca había explorado los trasteros del mundo del espectáculo como en esta ocasión.

El cineasta de Knoxville , logra un gran trabajo de producción, rescatando lugares desaparecidos como el Van Nuys Drive-in, las marquesinas de Hollywood Boulevard, el Cinerama Dome o el famoso Taco  Bell; y recupera muchos programas de la época. En este film, Tarantino deja en un lugar secundario la violencia exagerada, marca de la casa, y sus característicos diálogos, en donde los personajes actúan como portavoces del conocimiento enciclopédico del director. Más allá de la impresionante química lograda por los dos protagonistas (DiCaprio-Pitt), Margot Robie es –bajo la opinión de este cronista- quien mejor interpreta en la película, siendo su Sharon Tate  la antítesis del prototipo de Tarantino: apenas cuenta con líneas de diálogo y eso porque el director no lo ve tanto como un personaje sino como una idea –la representación del feliz optimismo de Hollywood-.

Lo mejor de la película es su música, una excelente banda sonora escogida por Tarantino; algunas escenas conduciendo, sobre todo las de Cliff  y Polanski, y el séptimo arte visto desde la nostalgia redentora. Sin embargo, el guión es lo más flojo, junto con la caricatura que hace de los hippys. El film está construido a base de hilar secuencias, de hecho, el director no se ha preocupado en contarnos una historia sino representar una pequeña parte de lo que fue Hollywood. Cameos de estrellas conocidas como Steve McQueen o Bruce Lee, que cuenta con una interesante secuencia; referencias al spaguetti-western (Sergio Corbucci, Joaquín Romero Marchent) y un final vibrante –marca de la casa-. Nos quedamos  con la soberbia e impactante  fantasía de redención de aquella tristemente famosa matanza de los Mason, por la que muchos de los espectadores se dividirán a causa del espectacular y provocativo final que ha pensado Tarantino para su película. Un título que logrará por sí solo la categoría de obra maestra, irregular y desmedida como suelen ser los trabajos del director.

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Bohemian Rapsody. Una espectacular recreación de Queen.

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La vida de Freddy Mercury –el célebre líder de la banda de rock, nacido en Zanzíbar- llena de excentricidades, tanto fuera como dentro de los escenarios,  estaba destinada a representarse en el cine. Pero muchos de sus seguidores nos sentimos algo decepcionados porque, a pesar de la excelente interpretación de Rami Malek, ésta no logra transmitir la esencia de aquella obra maestra de la ópera rock que da título a la película ni mucho menos, profundiza en la banda o en los aspectos de la vida que definieron a su carismático líder. 

Muchos nos congratulamos al saber que Brian Singer (cineasta al que siempre identificaremos con “Sospechosos habituales”) iba a ser el principal responsable de la película, aunque más adelante sería despedido, siendo sustituido por Dexter Fletcher, la primera opción y curiosamente el director de un segundo filme sobre otro icono de la música –Rocketman-. Pero “Bohemian Rapsody” no es ningún biopic convencional. “Nosotros no seguimos las fórmulas”, dirá uno de los personajes en un momento de la película. 

El film comienza con el concierto de Live Aid, de 1985, en donde el gran talento de Queen hizo vibrar al estadio de Wembley. Luego, se traslada la acción a 1970, cuando un joven Farrock Bulsara, nacido en Zanzíbar y educado en un internado de la India, llega al aeropuerto de Heatrow. Si podemos confiar en la película, Queen surge sin ningún tipo de conflictos una tarde que Mercury descubre a Roger Taylor y Brian May, los miembros de la futura banda. Entonces eran los componentes de Smile y los conoce en un pub, en donde Freddy Mercury se lanza a una audición improvisada; en ese instante, también conocerá a quien sería el “amor de su vida”. Pronto, el jovencísimo cantante (maravillosamente interpretado por Rame Malik) llama la atención, por su extravagante forma de vestir y por su particular mandíbula (que nunca quiso arreglarse, temiendo que pudiera perder su característica voz).

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Algunos biopics tienden a centrarse en lo “sensacional”, cometiendo el error de querer destacar los aspectos biográficos o circunstanciales antes que los artísticos. Este sería el caso de “Bohemanian Rhapsody”, cuya vinculación “artística” no suele ir más allá de los guiños a algunos temas célebres, sin llegar a profundizar sobre cómo fue surgiendo su estilo de música.

La película muestra al pobre Roger Taylor, haciendo toma tras toma de los particulares gritos de “¡Galileo!”, pero cualquiera que busque en la historia algún secreto de Queen, se sentirá decepcionado, salvo algún detalle suelto: Un riff del bajista John Deacon, para el tema “Another one biets the dust”, que surgió de forma improvisada cuando quiso calmar una bronca entre los miembros de la banda.

Otras escenas escenifican el problema que tengo con esta película.  En una de ellas, Freddy Mercury se encuentra en su mansión, extrañando la emoción de las giras, vestido con armiño y una corona y rodeado de una multitud. Sus compañeros de Queen se sientan juntos, visiblemente incómodos. Los responsables del film  (quienes fuesen) pretenden que el espectador se alinee con los miembros  y que sintamos la misma incomodidad de ver al líder de su banda “mariposeando”, es decir, que de un plumazo quitamos la esencia de una de las personalidades más carismáticas de la música del último medio siglo.Lo que sucede es que al querer iniciar y concluirá la película con el triunfante concierto que dieron en 1985, ésta se convierte en la historia de la transformación del tímido Farrock Bulsara en el asombroso Freddie Mercury.

Visto con perspectiva, podrían haber resuelto con mayor profundidad algunos temas que la película toca de forma muy  superficial, pero la verdad es que la hazaña de llevar la vida de Freddy Mercury a la pantalla no era fácil. Alguna dosis más de riesgo, por parte de sus responsables, habría estado un poco mejor, aunque deberíamos  quedarnos con el vibrante espectáculo de dos horas y cuarto, con los fantásticos temas de Queen y una portentosa factura visual.

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Midsommar. El día sin fin en un solsticio sangriento.

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Si este verano tenéis pensado viajar a Suecia, podéis situar en vuestro itinerario Harga, el escenario de la última pesadilla de Ari Aster;  una, con muchos puntos en común con su ópera prima, “Heredity”. “Midsommar” nos muestra otra mitología demoníaca, a través de una historia de terror donde el miedo se nos muestra con un sentido muy profundo, junto a una vulnerabilidad ancestral empapada en el dolor. No estamos ante una cavernosa casa de los horrores, pero si nos sentiremos asfixiados por otro entorno claustrofóbico, junto a otra familia voraz (con un tipo de culto y un “elegido”).De nuevo, el directo establece los riesgos, como también la necesidad, de pertenecer a una sociedad determinada.

Dani (Florence Pugh) es una joven estudiante, marcada por unas cicatrices familiares (las secuelas de una hermana bipolar), que terminará viajando junto a su novio (Christian, Jack Reynor), a Suecia, cuando un amigo (Pelle) les termina convenciendo para que conozcan las fiestas del solsticio que dan título a la película. El personaje de Pelle, procedente de aquella comunidad, resultará dulce y amable, en contraste con Christian y sus amigos, que parecen dispuestos a viajar a Suecia con tal de investigar aquel folclore con un sentido académico.

Ari Aster define uno de los prólogos más aterradores de los últimos años, con una meritoria  economía narrativa, incluida una imagen completamente premonitoria que decora el apartamento de la protagonista: Una pintura del ilustrador John Bauer, sobre una niña –con una corona- que acaricia la inmensa cabeza de un oso pardo.

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De hecho, gestiona muy bien el contraste entre la lúgubre nieve invernal de las primeras escenas con el soleado verano sueco, con algunas secuencias bastante logradas como aquella en la que Dani se encierra en el baño para descubrir, a continuación, que no estás donde creías que estaba. De este modo, el cineasta inicia la película. Un paisaje nevado da una belleza glacial a las primeras imágenes, bucólicas, de cuento de hadas, acompañadas del arpa de una fabulosa música, interrumpida brutalmente por un sonido muy reconocible: una llamada de teléfono, que nos traslada a la realidad.

Un solsticio nórdico.

Cuando los protagonistas lleguen a Suecia, y se unan a otros personajes, Ari sustituye la economía narrativa por una atmósfera malsana, un siniestro Euro-bacanal, claramente inspirado en el clásico de 1973 “The wicker man”. En aquella ocasión, el sargento Howie (representando el lado civilizado y cristiano) se enfrentaba al horror folclórico y pagano de la isla de Summerisle (un lugar desconectado del mundo). Lo mismo va a suceder a este grupo de antropólogos norteamericanos, que van a representar lo civilizado y, por qué no, la estupidez, frente a este versión contemporánea del “Hombre de mimbre”.

Nos situaremos, entonces, en el pueblo perdido de Harga, en el condado de Halshingland, en donde la tranquila gente practica unos rituales relacionados con el citado solsticio. Asistimos a sexo ritual y coros de jóvenes que parecen salidos de un anuncio de Coca-Cola, al mismo tiempo que este pintoresco folclore empieza a resultar cada vez más inquietante.  De hecho, el culto definido en la película está inspirado en un conjunto de tradiciones, algunas de cuales, se han dado un sentido siniestro.Una de las secuencias más brutales de la película -aquella en la que los ancianos de Harga se precipitan a la muerte- recuerda a un legendario ritual, la Ättestuppa. Según ésta, los miembros de mayor edad de aquella sociedad se suicidaban, entregándose a Odín. En “Midsommar”, los habitantes de Harga matan a los ancianos de 72 años y transfieren sus nombres a los miembros más jóvenes de la comunidad.

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Mula.The Old man and the Gun.

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Cuando decida retirarse de su profesión, se habrá perdido una forma de rodar y comprender el mundo que pocos como élhan sabido representar. Con una combinación perfecta de estilo y forma de dirigir, más allá de los ochenta, Eastwood(con 88 años), dirige y protagoniza la increíble historia real de un nonagenario que se convirtió en correo  para un importante cártel de la droga, trasportando cocaína. Cuenta con un reparto encabezado por el propio Eastwood, junto a Bradley Cooper, Lauren Fishburne, Dianne West y Andy García, y muestra algunos de los temas recurrentes en su cine como el perdón, el arrepentimiento, la inmediatez de la muerte o el desapego en la familia.

El guión está escrito por Nick Schenk (El Gran Torino), a partir de un artículo de Sam Dolnick que se publicó en New York Times Magazine. Las primeras compases de la película nos muestran a un Earl Stone triunfador como una destacada figura en una convención de lirios de día, junto a unas adorables damas. El espectador descubre como una ironía que el personaje principal haya dedicado su vida, como horticultor, al cuidado de las flores más efímeras que existen. También comprobamos cómo prefiere divertirse con extraños en el bar de un hotel antes que aparecer por la segunda boda de su hija, Irish (interpretada por Alison Eastwood, hija del director).

Pero a consecuencia del embargo de su invernadero, en Illinois, decidirá aceptar un trabajo (por el que ganaría una buena suma de dinero solo por conducir), con la idea de mantenerse a flote.  Earl Stone se había pasado la vida conduciendo y ni tan siquiera le habían multado por exceso de velocidad. Unas manos seguras al volante, tan seguras que un cártel mexicano lo emplea como mula, dispuesto a pasar por alto su edad y sus imprevistos.

Es una reflexión meditada, conflictiva y tierna sobre cómo Estados Unidos condiciona a la gente, en un país en donde el trabajo es una identidad en sí misma. Un viejo floricultor, veterano de guerra, que se preocupa de las flores antes de que cualquier persona de su entorno. Podría ser un símil autobiográfico de sí mismo: un anciano inmensamente rico que se niega a retirarse de su profesión porque es más respetado como cineasta que como padre (no por casualidad, es un tema recurrente en su cine e incluso participa su propia hija). E incluso Internet acaba con el negocio de flores de este individualista floricultor, tal y como está haciendo la Red al cine tradicional.

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El fin del héroe anónimo norteamericano.

Clint Eastwood ya había anunciado la retirada de la interpretación tras la olvidable “Golpe de efecto” (2012) y “Mula” podría ser ese conveniente Canto del Cisne, su particular “The Old man and the Gun”, comparándolo con el último personaje de otro gran veterano de Hollywood: Robert Redfort.

Desde sus primeras imágenes, con las flores movidas por el viento y esa música emotiva tan suya (esta vez firmada por Arturo Sandoval), descubrimos el tono de esta película dramática, con algún punto divertido. Pero más allá  de la condición genérica de thriller, el film se acerca más a la línea de esos legendarios westerns que tanto han gustado al viejo Eastwood. “La mula” sería un riff de esos personajes que interpretase a tanto las órdenes de Sergio Leone como de Don Siegel.

Este Earl Stone estaría dentro de esos personajes -desde su Harry el Sucio hasta ese abuelo de El Gran Torino- que Eastwood interpreta mejor: un veterano de guerra convenientemente racista, un personaje conflictivo a pesar de que Eastwood sepa exactamente cómo mostrarlo encantador.

Sin duda estamos en la zona de confort de uno de los grandes nombres del séptimo arte, después de que su última película recibiese tantas críticas. Pero “Mula”venía llena de prejuicios. Muchos la tildaban de racista y “trumpista”, antes de que nadie la hubiese visto e incluso algunos consideraban a Eastwood prácticamente acabado al sentirse decepcionados por su último trabajo como director. La película logra acallar las voces más críticas, sin ser un film redondo.

El veterano cineasta representaría un cine que ya se ha quedado viejo. Con la película como excusa, Eastwood diseña un personaje que crea su propio código de conducta, a través de un individualismo cada vez más caduco (incluso el propio Stone lo entiende así). Esos personajes errantes y anónimos que ha interpretado como nadie en el cine, desde ese “hombre sin nombre” de Leone hasta  el Walter Kowalski de “Gran Torino”, han llegado a su fin.

 Quien quiera conocer el artículo de donde procede esta película puede hacerlo a través del siguiente enlance.

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Nos ha dejado Narciso Ibáñez Serrador.

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Ha fallecido a la edad de 83 años,  mítico entre los míticos,  representante del cine y la televisión española que nos dejó como legado uno de los programas más entrañables, para varias generaciones, el Un, dos, tres.

Narciso Ibáñez Serrador, más conocido como Chicho, nació en Montevideo (Uruguay) en 1935. Fue hijo único de una pareja de la pareja de actores formada por Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, criado entre los escenarios y ávido lector, a partir  sufrir una enfermedad.  En los años cincuenta ya se encuentra en España, trabajando como actor teatral y más tarde como director. Se convierte en guionista, bajo el seudónimo de Luis Peñafiel y comienza, poco a poco, a hacerse un destacado nombre en el mundo de la televisión.

Uno de los grandes méritos de Chicho es que a partir de una cultura muy amplia logra llevar al público español, el género fantástico. Al mismo tiempo que supo crearse un personaje como el Hitchcock o el Rod Sterling español, convirtiéndose en el maestro de ceremonias de cada una de sus “criaturas” del fantástico. Tampoco podríamos olvidarnos de la figura de su padre, Narciso Ibáñez Menta que ya contaba con una dilatada carrera en Argentina y un precedente de ese formato que eran “Obras maestras del terror”. Así se labró un prestigio de auténtico genio, capaz de crear la sensación de miedo y hacernos pasar malos ratos frente al televisor.

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Como también presentaba un mítico programa de cine de terror: “Mis terrores favoritos”, para La 2, en la que muchos de nosotros descubrimos auténticas películas de culto, del género.

Al cine solo lo pudo dedicar dos filmes, pero con estos sendos trabajos cubrió un amplio espectro del terror. “La residencia” sería un buen ejemplo del cine clásico, gótico, con unas interpretaciones medidas y un ritmo de la historia que va manteniendo la tensión constantemente, en donde se pueden establecer las conexiones no sólo con la Hammer, sino también con Jack Clayton, Hichtcock (Psicosis) e incluso con el giallo italiano; mientras que “Quién puede matar a un niño”, representaría a ese terror que habría de llegar en los ochenta. Es decir, sucede todo lo contrario. Hay una cámara al hombro en todo momento que genera tensión.

Una pesadilla a pleno sol, que ponía cotos a la inocencia que se presupone de los niños, a través de una película muy dura –planteada ya desde su título- y con un tono moderno y transgresor, como ese detalle, de esa mujer embarazada que se golpea la barriga al notar que el feto la va matando, en su interior.

Pero no sólo fue un referente del fantástico español, con dos únicas películas, sino que Ibáñez Narciso Serrador “Chicho” dominó la televisión, desde todos los aspectos posibles e incluso sirvió de legado para toda una generación de cineastas y cinéfilos. ¿Qué habrían hecho Alex de la Iglesia y otros muchos si no hubiera existido “Chicho”?

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Golpe en la pequeña China. Una mala gran película de aventuras.

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Una película de acción, rodada por unos grandes estudios  (la Fox) y aderezada con todos los clichés posibles sobre esa civilización que fue (y sigue siendo) China. Leyendas, magia negra, artes marciales, historia de fantasmas; lo que en definitiva conocemos gracias a la cultura y al cine americano. Desde la época silente, Hollywood nos ha mostrado, a Fu Manchú, Charlie Chan y el mundo del kung fu. Pero la historia de esta película es tan absurda que resulta genial: Chinatown sería la punta del iceberg de la eterna lucha entre el bien y el mal, un lugar dominado por hechiceros, maestros de las artes marciales y por un hombre de unos dos mil años, capaz de soltar luces por la boca, lanzar rayos y volar.

-Hemos hecho que se tambaleen los cimientos del cielo, ¿verdad?

Visualmente espectacular, con un punto de comedia y exotismo, “Golpe en la pequeña China” nació como un western. O así lo entendieron los dos guionistas que prepararon el primer borrador, una historia de artes marciales y fantasmas ambientada en el Oeste. De esta forma le llegó a John Carpenter, que venía escamado tras la fría acogida de “Starman” (1984), convirtiendo a Jack Burton, el protagonista (Kurt Russell), en un camionero que recordará tanto a Indiana Jones como John McClane. Un buen día le roban el camión y secuestran a la novia de su amigo, y se inicia una extraña aventura en los trasteros de Chinatown.  El motivo del secuestro es que se trata de una joven china de ojos verdes, una rareza, que será aprovechada por Lo Pan, un hechicero milenario, para recuperar su juventud.  Un tipo capaz de volar, lanzar rayos o luces por su boca.

Se trata de la cuarta colaboración entre Kurt Russell y John Carpenter, después de Elvis, Escape of New York y The Thing. Ese año, 1986, los espectadores estaban acostumbrados a éxitos más convencionales como “Aliens” o “Top Gun” y la película fue un fracaso en taquilla (apenas recaudó 11 millones de dólares de los 25 del presupuesto).

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Lo cierto es que se trata de una extraña  combinación de distintos géneros: cine de acción, comedia, historia de fantasmas y película de monstruos. Y curiosamente, el primer borrador –escrito  por Gary Goldman y David Weinstein- lo ambientaba en el territorio  del género del Oeste, como un western con artes marciales, convirtiendo a Jack Burton en una especie de John Wayne, pero la llegada del guionista WD Ritcher, al proyecto, fue lo provocó la reescritura drástica de la historia. Su idea original no cuajó y se produjo una guerra entre los guionistas por ver quién sería acreditado.  Goldman y Weinstein se resistieron tanto a los cambios que solicitaron una audiencia de arbitraje al Gremio de Escritores, concluyendo que aparecería en los créditos como “adaptación de WD Ritcher”. Otro obstáculo fue la rivalidad que surgió con “El chico de oro”, otro film con misticismo asiático de 1986, que estaba protagonizada por Eddie Murphy. Sin embargo, el mayor escollo de la película fue el propio personaje de Kurt Russell, peor definido que el su compañero Dennis Dunn, convertido en el auténtico héroe de la historia. Una posible explicación se deba a las reticencias de unos grandes estudios para que la protagonizase un no occidental.

La verdad es que la he visto una infinidad de veces, por  televisión. Cuando la vi por primera vez, me recordó tanto a Mortal Kombat –que jugaba en los recreativos- que por un momento casi creí ver a  Raider, Jonnhy Cage o Liu Kang, en la historia. En definitiva, una disparatada desde el primer plano al último, pero tremendamente divertida y muy, muy en la línea del cine de aventuras de los 80: ambientación exótica y un personaje perfecto. Jack Burton resultaba tan torpe que sólo requería de disparar su arma al techo para que se cayese el yeso en la cabeza. Capaz de personificar el estándar héroe americano de la época en donde predominaba la fuerza muscular, con todos sus defectos (vulgar, simplón y arrogante) aunque con el ingenuo suficiente como para soltar alguna frase legendaria de vez en cuando. En definitiva, un perdedor con gran carisma. ¿No eran así muchos personaje de los años 80, por ejemplo John Mclane?

El diseño de producción de John Joyd (quien llegaría a construir calles de Chinatown, en el set) y la fotografía de Dean Cundey, son dos las grandes bazas de una película convertida en todo un clásico de culto, sería también una historia de redención, pues la película hizo que Carpenter detestara su experiencia de Hollywood.

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Escape Room. Un pasatiempo ligeramente divertido que al menos no aburre

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A veces, las modas de entretenimiento saltan a la gran pantalla e inspiran el argumento de alguna película.  Esto es lo que sucede con “Escape room” (Adam Robitel), un pequeño film de suspense que recrea el entusiasmo por estas atracciones en donde te ves atrapado en un espacio cerrado, lleno de acertijos, que te permitirán salir, en un tiempo determinado.  En realidad, no se ha hecho otra cosa que retroalimentarse, pues sin películas como “Saw”, “Cube” e incluso “La habitación de Fermat”, seguramente no hubieran existido esta fiebre por las escapes room.

El film de Robitel es la típica película que va hilando situaciones divertidas, e incluso ingeniosas, a un ritmo frenético, a partir de una mínima trama: seis protagonistas conectados a través de un juego experiencial consistente en resolver rompecabezas, mientras que el castigo por fracasar, es la muerte.  La banda sonora de John Carey y Brian Tyler, hace el resto, sumándose al vibrante ritmo de la película, con una palpitante música electrónica.

Imagínese que el mundo confabula para que tu vida sea un juego, mientras decides compartir la experiencia de un juego de supervivencia. Esta sería una de esas películas que coloca a un grupo de desconocidos aparentemente aleatorios en una serie de salas diseñadas para ponerlos a prueba, mientras que algún diablillo juguetón se entretiene llevándolos al límite. Probablemente el género fue inventado hace 40 años cuando Ira Levin escribió “Trampa mortal” e incluso ocho años antes, cuando Anthony Shaffer publicó “La huella”. Pero la idea fue patentada por David Fincher, en 1997, con” TheGame” y fue llevada al extremo por VincenzoNatali en “Cube” y James Wan en “Saw”.

Lo que sucede es que “Escape room” resulta demasiado ingenioso para convencernos de un peligro real, en donde nada es lo que parece.En una de las escenas, hay un piso a dos alturas en donde hay una mesa de billar, una barra de un bar y un tocadiscos de gran tamaño. Lo que sucede es que toda la habitación está al revés y a medida que va sonando “Downtown” de Petula Clark, las piezas van cayendo, hasta que se revela lo que parece un pozo de ascensor.

Seis personajes de perfil bajo.

Seis buscadores de emociones se dan cita en la sala de espera de un edificio de oficinas. Los personajes forman un grupo de almas perdidas y solitarias que están invitadas a esa misteriosa “sala de escape”. Y ninguno de ellos parece cuestionarse esa situación inexplicable, mientras que intentan abrir las cajas de los rompecabezas –al estilo de Hellraiser- que han recibido, en lugar de las clásicas invitaciones.  Los personajes son meros clichés. Nick Dodani, que interpreta a un “nerd”, Danny, resulta bastante molesto; TylorLabine, que encarna a un camionero, Mike, apenas hace nada; e incluso la encantadora Deborah Ann Woll, la resistente veterana de guerra –Amanda- ni siquiera logra “robar” una escena. Dos parecen llevarse el protagonismo: Logan Miller, como el joven pero alcohólico Ben; y Tayler Russell, una estudiante universitaria que mantiene una exasperante actitud de sabia. El gran demérito de esta película, es que no se logra empatizar con ninguno de los personajes que van saliendo en pantalla. Algo que sí conseguía la saga “Saw”, aunque sus responsables habían llegado a ese punto de que mantenían el interés solo entre sus más intransigentes fanáticos. Lo paradójico es que la película ha funcionado tan bien como negocio que la productora ya prepara una secuela de “Escape room”; lo que se comprende con el final tan abierto que han dejado.

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