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Travelling. Blog de cine.

Con nombre propio.

Nos ha dejado Narciso Ibáñez Serrador.

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Ha fallecido a la edad de 83 años,  mítico entre los míticos,  representante del cine y la televisión española que nos dejó como legado uno de los programas más entrañables, para varias generaciones, el Un, dos, tres.

Narciso Ibáñez Serrador, más conocido como Chicho, nació en Montevideo (Uruguay) en 1935. Fue hijo único de una pareja de la pareja de actores formada por Narciso Ibáñez Menta y Pepita Serrador, criado entre los escenarios y ávido lector, a partir  sufrir una enfermedad.  En los años cincuenta ya se encuentra en España, trabajando como actor teatral y más tarde como director. Se convierte en guionista, bajo el seudónimo de Luis Peñafiel y comienza, poco a poco, a hacerse un destacado nombre en el mundo de la televisión.

Uno de los grandes méritos de Chicho es que a partir de una cultura muy amplia logra llevar al público español, el género fantástico. Al mismo tiempo que supo crearse un personaje como el Hitchcock o el Rod Sterling español, convirtiéndose en el maestro de ceremonias de cada una de sus “criaturas” del fantástico. Tampoco podríamos olvidarnos de la figura de su padre, Narciso Ibáñez Menta que ya contaba con una dilatada carrera en Argentina y un precedente de ese formato que eran “Obras maestras del terror”. Así se labró un prestigio de auténtico genio, capaz de crear la sensación de miedo y hacernos pasar malos ratos frente al televisor.

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Como también presentaba un mítico programa de cine de terror: “Mis terrores favoritos”, para La 2, en la que muchos de nosotros descubrimos auténticas películas de culto, del género.

Al cine solo lo pudo dedicar dos filmes, pero con estos sendos trabajos cubrió un amplio espectro del terror. “La residencia” sería un buen ejemplo del cine clásico, gótico, con unas interpretaciones medidas y un ritmo de la historia que va manteniendo la tensión constantemente, en donde se pueden establecer las conexiones no sólo con la Hammer, sino también con Jack Clayton, Hichtcock (Psicosis) e incluso con el giallo italiano; mientras que “Quién puede matar a un niño”, representaría a ese terror que habría de llegar en los ochenta. Es decir, sucede todo lo contrario. Hay una cámara al hombro en todo momento que genera tensión.

Una pesadilla a pleno sol, que ponía cotos a la inocencia que se presupone de los niños, a través de una película muy dura –planteada ya desde su título- y con un tono moderno y transgresor, como ese detalle, de esa mujer embarazada que se golpea la barriga al notar que el feto la va matando, en su interior.

Pero no sólo fue un referente del fantástico español, con dos únicas películas, sino que Ibáñez Narciso Serrador “Chicho” dominó la televisión, desde todos los aspectos posibles e incluso sirvió de legado para toda una generación de cineastas y cinéfilos. ¿Qué habrían hecho Alex de la Iglesia y otros muchos si no hubiera existido “Chicho”?

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Ha muerto Stanley Donen, el último superviviente del Hollywood clásico.

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Nos ha dejado una de las grandes leyendas del cine, uno de los meritorios realizadores del Hollywood clásico que escribió muchas páginas del séptimo arte, en mayúsculas, sobre todo desde su género favorito, el musical.

Nacido en 1924, en Columbia, fue tal su admiración que sintió por Fred Astair que daría clases de danza y se convirtió en coreógrafo y bailarín para la MGM.  Allí hizo amistad con Gene Kelly quien le introdujo en Hollywood, primero como su asistente y luego co-dirigiendo “Un día en Nueva York”. Estamos ante su primera película  de un currículum de films de estudio que abarcaba “Bodas reales” (1950), “Cantando bajo la lluvia” (1952), “Tres chicas con suerte” (1953), “Siete novias para siete hermanos” (1954) o “Una cara con ángel” (1956). Pero más allá de esta adscripción genérica del director, existe una filmografía más o menos conocida.

Es curioso que haya fallecido en las vísperas de la gala de los Oscar, cuando no recibió ni una sola nominación por ninguna de las muchas películas que dirigió, aunque la Academia intentase resarcirse con el Oscar honorífico que recibió por su dilatada trayectoria, en 1984. Sus films eran reconocidos por sus ritmos rápidos, sus guiones ingeniosos y su aspecto elegante (gracias a sus aspectos cinematográficos, el montaje, el vestuario o la producción artística). Incluso cuando finalizó la etapa de sus musicales, los movimientos de cámara y su forma de rodar, reflejaban la importancia de las coreografías en su cine.

Stanley Donen en los años sesenta.

Donen fue un director dependiente del sistema de producción de los grandes estudios, pero se convirtió en un superviviente cuando el Hollywood dorado empezó a sucumbir. Estamos en los años sesenta, por lo que se enfrentó a ello demasiado temprano (había nacido en 1924 y comenzó su carrera al final de los años cuarenta). En este panorama, se dio de bruces con la crisis del musical, el género que le había dado sus mayores reconocimientos, por lo que se aferró a la categoría de “comedia” –que acompañaba sus musicales- y eliminó esta última. A pesar de todo, los sesenta resultaron fructíferos para Stanley Donen. Comenzó con dos comedias, protagonizadas por Yul Brynner: “Una rubia para un gánster” y “Volverás a mí”.

En “Una rubia para un gánster”, Brynner interpreta a un gánster deportado a Grecia que decide volver a recuperar una fortuna dejada en los Estados Unidos para comprar una corona del rey de Anatolia; en su lugar aparece su novia que decidirá robarla.

“Volverás a mí” está más conseguida que la anterior, gracias –en parte- por el imponente diseño artístico que da a la película un toque más teatral. El protagonista, Yul Brynner, es un director de orquesta ególatra que mantiene una conflictiva relación con su mujer, una inmensa Kay Kendall, en su último trabajo, aunque se trata de la historia de una claudicación: su personaje deberá ceder y aceptar tocar la marcha de “Barras y estrellas” que le exigen los mecenas de una sala de conciertos.

El drama romántico “Dos en la carretera” sería uno de sus títulos emblemáticos de la década, un intento de plasmar las ideas de la Novelle Vague, junto con dos películas de espías, “Charada” y “Arabesco”; una protagonizada por CaryGrant y  AudrieHerburt, y la otra, por Gregory Peck y Sofía Loren, dos films que aprovecharon el éxito del cine de Hitchcock. Los años sesenta terminarían con una película de ambientación gay “La escalera”, con Richard Burton, encabezando el reparto. Un film que tuvo grandes dificultades para su distribución, sobre todo debido a las reticencias de la viuda de Burton.

Las rarezas: Un agriodulce final para Stanley Donen.

Los años setenta y ochenta vieron el final de la carrera de este gran director, en donde se aventuró con un film de ciencia-ficción, “Saturno 3” (1980), basada en una novela de Steve Gallagher, publicada ese mismo año. Protagonizada por Harvey Keitels y Kirk Douglas, tuvo el dudoso honor de estar nominada en los premios Razzies en varias categorías. Otra de sus rarezas fue “El pequeño príncipe”, versión musical del clásico de la literatura infantil de Antoine de Exuperi.Hoy en día, llevaba desaparecido de la profesión desde que rodó su última película, la irregular “Lío en Río” (1984), aunque aún le quedaría un episodio para la televisión, un film para ese medio y un documental. 

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Ha fallecido el cinco veces nominado al Oscar, Albert Finney.

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Ha fallecido recientemente a la edad de 82 años, víctima de un cáncer, el prestigioso actor británico, una de las grandes estrellas de posguerra. Protagonizó películas como “Tom Jones” o “Dos en la carretera”, e impresionó a la crítica por sus interpretaciones de “Bajo el volcán” o de Hércules Poirot. Estuvo cinco veces nominado al Oscar aunque nunca obtuvo la preciada estatuilla. 

Nació en Saldford (un distrito de la región inglesa de Gran Manchester) el 9 de mayo de 1936, y comenzó su carrera en el teatro, tanto en los dramas de Shakespeare como en Broadway;  de hecho, rechazaría una oferta del propio Laurece Olivier de dirigir el Teatro Nacional de Gran Bretaña. Tras pasar por la pequeña pantalla, decidió dedicarse a la interpretación cinematográfica. Formó parte de una generación de actores que habría llevado la dirección del negocio del séptimo arte al Reino Unido, junto a Peter O´Toole, Richard Burton o Richard Harris. Unos jóvenes intérpretes que se alejaban de los dramas de Laurence Olivier y John Guielgud, para representar el movimiento que se conoció como "Free Cinema". Finney debutó en el cine como el hijo de Olivier en “El animador” (Tony Richardson), en los años sesenta, pero su primer papel importante fue el de Arthur Seaton, en “Saturday night, Sunday morning” (Karel Reistz, 1960). Interpretaba a un joven rebelde y agrio que gracias a su particular carisma, parecía estar hablando a los jóvenes de su generación, cuando su personaje decía: “Todo lo que quiero es una oportunidad. El resto es propaganda”.

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A medida que avanzaba su carrera, encarnó a una multitud de personajes, siendo uno de los más populares su Hércules Poirot de “Asesinato en el Orient Express) (Sidney Lumet, 1974). La propia Agatha Christie quedó tan complacida con su interpretación que pensó en él para una iniciar una saga de películas centradas en Poirot, pero Finney rechazó la oferta. Albert Finney tenía alma de rebelde, nunca quiso encasillarse en ningún tipo de personajes, comprometerse en alguna producción que supusiera muchas películas e incluso temía la popularidad. Por eso, rechazó por ejemplo protagonizar “Lwarence de Arabia”.

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Participó en “Los dualistas”, por cuyo papel recibió de parte de un debutante Ridley Scott una botella de champán como pago, o eso es al menos lo que se cuenta entre bambalinas. Otro de sus grandes papeles lo encontramos en “The dresser” (1983), adaptación de la obra de Ronald Harwood, en donde Finney interpretaba a un viejo actor y gerente de una pequeña compañía de teatro, en gira en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial. Al año siguiente, deslumbraba como el cónsul alcohólico, Malcom Lowry en “Bajo el volcán” (John Huston). También se asoció con Audrie Herburt, en esa reflexión sobre la pareja durante tres etapas de un matrimonio que fue “Dos en la carretera” (Stanley Donen).

En dos interpretaciones más recientes, trabajó con algunos cineastas de gran personalidad; con Tim Burton, en “Big Fish” (2004) y con los hermanos Coen en “Muerte entre las flores” (1990), en donde encarnaba a un jefe criminal, obstinado y de buen corazón. Después de que  unos asesinos intentaran incendiar su casa, el personaje de Finney les siguió de forma espectacular para luego acribillarlos a tiros, al ritmo de “Danny Boy”. Su última nominación a los Oscar fue con “Erin Brockovich” y su última aparición en pantalla la encontramos en “Skyfalls”.

Su carácter rebelde lo continuó en su madurez. Se negó a aparecer en televisión en la última gala de los Oscar en la que fue nominado, incluso estando presente en la entrega de premios, y rechazó el Sir, la distinción del Caballo de la Orden del Imperio Británico que le concedió la Reina. 

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Robert Aldrich. Un cineasta provocador dentro del Hollywood de posguerra.

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Se cumple cien años del nacimiento de uno de los grandes cineastas del Hollywood cuya obra dejó deslucida la imagen del director. ¿Qué sucede cuando la obra eclipsa al artista?

Robert Burguess Aldrich nació el 9 de agosto de 1918 en Cranston, Rhode Island, nieto de un senador y su padre le impulsó a estudiar Economía lo que abandonó por el cine. Sus comienzos se dieron en la RKO, siendo ayudante de  Joseph Losey o Charles Chaplin. De su filmografía encontramos títulos tan interesantes como un western pro-indio despojado de los clichés del “buen salvaje” (Apache),  un film noir, tan fascinante como mortal (El beso moral); un cuento de horror grandguiñolesco y malsano (¿Qué fue de Baby Jane?) o un film bélico tan popular como efectista (Doce del patíbulo). En su cine ha indagado la imagen gótica de Hollywood, llena de miserias, pero también el fracaso de la sociedad a la hora de domeñar la naturaleza humana y cruel. En sus películas encontramos una gruesa línea de nihilismo ético. El mayor Reisman (Lee Marvil) en Doce del patíbulo, advierte que la inocencia o la culpabilidad son cuestiones accidentales, puntos de vista determinados por circunstancias extraordinarias. Y muchos personajes de Aldrich se mueve en esas coordenadas: recordemos al psicópata Telly Savallas, en la misma película, incapaz de reprimir sus instintos sexuales; o el sádico placer de Shack (Ernest Borguine), el jefe del ferrocarril de “El emperador del norte”, cuando tortura con un martillo a un furtivo de su “tren”.

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 De "¿Qué fue de Baby Jane?"

Tal vez Robert Aldrich no estuviese entre los grandes nombres del western. Si el género clásico iba dirigido a festejar el ideal de paz y justicia, sus películas mostraban a unos personajes inmorales; no por casualidad, influiría al cine de Sergio Leone. Sus westerns transitan entre la línea “cómica” (El rabino y el pistolero, con un jovencísimo Harrison Ford, vestido de vaquero) y sus westerns sobre indios: Apache y la menos conocida, La venganza de Ulzana, que recurre a la narrativa del Oeste para criticar la guerra de Vietnam. Estas películas demostraban cómo sus historias solían desembocar en conflictos fatalistas en donde nadie gana.

 Un tercer título sería “El último atardecer”, la traslación del universión sirkiano a la mitología del western-impresión que ayuda la presencia de actores como Dorothy Malone o Rock Hudson-. Un pistolero desequilibrado mata al cuñado del sheriff con la idea de recuperar a una antigua amante. Todo se resolverá en el traslado de una partida de ganado. Por cierto, Bertolucci hizo un guiño de esta película en "El último tango en París" y Leone copió la estructura del duelo final para “Hasta que llegó su hora”.

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 Sin embargo, es “Veracruz” la principal referencia de la “Trilogía del Dólar”, un film que nos descubre, sin componendas épicas o sentimentales, un Oeste amenazado por la avaricia, amén de presentar a la actriz Sara Montiel en el panorama americano. Su pareja de héroes, los personajes interpretados por Gary Cooper y Burt Lancaster, representaban dos formas de sobrevivir, inmoralistas.

 Sin embargo, donde brilló Robert Aldrich fue en el llamado “cine negro”, en donde se refleja más claro los alter ego del director y el carácter que quería representar: un mundo en descomposición, el de Hollywood y los Estados Unidos. “El beso mortal” sería paradigmático, en este sentido, alabado entre otros por Paul Schrader y con un “sabueso de dormitorio” como protagonista: Mike Hammer. Para que nos entendamos, en una postura muy lejana de los Sam Spade o Phillip Marlowe.

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De "El beso mortal". 

 A parte, cuenta con un trabajo de fotografía espléndido, a cargo de Ernest Laszlo, en la que sabe adaptarse a cada personaje, lo que repetirá en otros títulos como el destacado “World of Ramson”, una especie de Veracruz del cine negro.

 Por último, señalar de su gran filmografía, el cine que reservó a mostrarnos a Hollywood como una fábrica de pesadillas. Por supuesto, merece la pena detenerse en ¿Qué fue de Baby Jane?, pero tiene otros films en esta línea. Su primer trabajo sobre el Hollywood “real”, sería “The Big Knife”, en donde Jack Palance interpreta a un actor de teatro reconvertir en estrella cinematográfica, aunque desea liberarse del yugo de su estudio, dirigido por mano de hierro por el personaje de Rod Steiger. En sus antípodas, se situaría “La leyenda de Lyla Clare”, dominada por las presencias fantasmagóricas y situaciones abracadabrantes para mostrarnos las frustraciones y los miedos, en las bambalinas de la Meca del Cine.  Una postura más serena es la que ofreció Aldrich en “The Killing of Sister George”, película que fue calificada X por el lesbianismo que mostraban los personajes principales.

 Trascurridos cien años de su nacimiento y treinta años de su muerte, el revisar su cine nos descubre un director con una personalidad creativa tan atractiva como desconcertante en la realidad norteamericana de posguerra. Una filmografía con treinta películas que reflejan un tono amargo de la sociedad que le tocó vivir.

Sé que fuiste tú: 40 años de la muerte de John Cazale.

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Sólo participó en cinco películas, que sumaban todas ellas más de 40 nominaciones a los Oscars, pero a pesar de ello, John Cazale logró hacer historia en el cine. Fue novio de nada menos que de Meryl Streep y amigo íntimo de Al Pacino y Robert de Niro. Falleció, un día como hoy hace 40 años, el 13 de marzo de 1978.

Nació en Boston, en 1935, en una humilde familia de origen irlandés e italiano (su padre era vendedor de carbón). Fue compañero de estudios de Olimpia Dukakis en el Boston College, y más tarde se marchó a Nueva York donde conoció a Al Pacino. Curiosamente se conocieron en uno de sus muchos pequeños trabajos que tuvo que aceptar mientras que buscaba alguna oportunidad en el teatro. De esta forma, fue un día, taxista y otro fotógrafo de museos o recadero de gasolineras.

Al Pacino y John Cazale fueron uña y carne, durante esos años. Vivieron en una casa comunal en Provicetown y trabajaron juntos en el teatro, en obras dirigidas por Israel Horowitz. Por una de ellas, “El indio quiere el Bronx”, ambos lograron un Obie, premio que volvería a obtener Cazale por su protagónico en “Line” (también de Horowitz). Y se habría curtido sobre los escenarios, cuando lo descubrió  Fred Roos, el director de casting de “El Padrino”, quien le recomendaría a Francis Ford Coppola.

En los años setenta, en Hollywood se estaba produciendo una revolución: se buscaban grandes intérpretes antes que estrellas, lo que marcó el inicio de los De Niro, Pacino, Duvall, Walken y Cazale, y de esta forma, nació uno de los personajes más emblemáticos de la saga: el de Fredo Corleone. Tras haberle visto en “Line”, Coppola supo que sería perfecto para el personaje.

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Es el hijo mediano de los Corleone y el que no baila al mismo son que ellos. Él es débil, asustadizo, no es un hombre de acción, pero es importante en cómo muestra la fortaleza de sus hermanos. Lo vemos, cuando se traslada a Las Vegas y se opone a Michael. El ni tenía el arrojo de Sonny, ni la frialdad de Michael, ni la inteligencia de Tom, y ni siquiera pudo proteger a su padre, cuando atentaron contra él. Sin embargo, él quiso ser útil para la familia y sobre todo ganarse el respeto. Tomó algunas decisiones por su cuenta y se sintió atraído por dos rivales, Johnny Ola y Hyman Roth, quienes lograron que traicionase a su hermano.

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Su carrera la pasó entre el teatro independiente de Nueva York (lo que se conoce como Off-Broadway) y el cine del Nuevo Hollywood, a cargo de los jóvenes talentos. Fue un firme creyente de la improvisación, como demostró en su forma de interpretar ese Sal de “Tardes de perro”; también un actor obsesivo a la hora de trabajar: le apodaron el “veinte preguntas” porque quería saberlo todo sobre los personajes que interpretaba. Casi siempre unos pusilánimes, perdedores y mezquinos, pero con un gran carisma. En esta película de 1975, Sidney Lumet, los reunió de nuevo. Lumet no había pensado en John, pero  Al Pacino le rogó al director para que le diese una oportunidad y, desde nuestra opinión, creemos que acertó de pleno.  Un film que combinaba el suspense y la crítica social, basado en un hecho real: el asalto de dos excombatientes de Vietnam a un banco. Sonny Wortwiz (Al Pacino) y Salvatore Naturile (John Cazale). Dos personajes que inspiran cierta ternura, tanto al espectador como a la masa de gente que se reúne alrededor del banco. 

Conoció a quien sería su novia, hasta el final, Meryl Streep, en una obra de teatro, en la adaptación de “Medida por medida” (Shakespeare); él tenía 42 años y ella, 27. Todo le empezaba a sonreír: tenía trabajo y pareja, e incluso iban a participar en una película, juntos: “El cazador” (1978), pero unos días antes de que se comenzase a rodar, John Cazale escupía sangre. El diagnóstico era demoledor: sufría cáncer de huesos y los productores se opusieron a que participase en la película, temiendo que pudiera fallecer antes de que se concluyese el rodaje. Robert de Niro, sin embargo, lo tuvo muy claro: estaría dispuesto a pagarle su sueldo de su propio bolsillo con tal de que su amigo apareciese en “El cazador”. John Cazale murió un 12 de marzo. Ni siquiera pudo ver su última película en los cines.

 

Volviendo a Manderley. Cien años del nacimiento de Joan Fontaine.

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-Anoche soñé que volvía a Manderley.

Nacida en Tokio, un día como hoy hace cien años, fue hija de un abogado de patentes y de una actriz inglesa, protagonista en una infinidad de títulos memorables y hermana de la otra gran actriz que fue (y sigue siendo) Olivia de Hawilland, con quien mantuvo no pocos desencuentros.

Joan Fontainte fue una mujer de estilizada belleza, una rubia que destacó esa mirada entre tímida y obstinada, pero sobre todo uno de los nombres con mayúsculas de ese Hollywood dorado. Es y será esa “Rebeca” de Alfred Hitchcock, situándose –para siempre- en ese impagable icono del cine que es Manderley; la amante “desconocida” de Max Ophüls; esa mujer “nacida para el mal”, de Nicholas Ray y otros muchos, muchísimos personajes inolvidables.

Una educación espartana.

Sus padres habían sido unos británicos expatriados en Japón, lejanamente emparentados con la realeza, que se separaron prontos y la madre, una relevante actriz de teatro -en la famosa “RADA” (Real Escuela de Interpretación de Londres)-, se llevó a sus hijas a California y se casó con un tal llamado George Fontaine, del cual adoptó el apellido la hija pequeña. Allí, ambas recibieron una educación espartana por parte de la madre quien, debido a su origen teatral, las hacía trabajar la dicción, recitando Shakespare, tras la cena.

“Señorita en desgracia” (1937), un musical de Georges Stevens –para mayor gloria de Fred Astaire- fue el primer título relevante de Joan Fontaine, director con quien volvió a trabajar, para encarnar al único papel femenino del reparto, de “Gunga Din” un film de aventuras exóticas. Seguramente esta condición de ser única representante de su sexo en una película tan viril hizo desear su siguiente gran película: “Mujeres” (1939), un retrato caleidoscópico y coral, dirigido por George Cukor.

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Curiosamente fue el año en que su hermana Olivia interpretó a esa famosísima Melania en “Lo que el viento se llevó”, una apuesta de David O. Selzick que ganó a Jack Warner, al llevársela cedida a su productora, desde la Warner Brothers, aunque finalmente Selznick prefiriese a Joan –por su papel en “Mujeres”, a años luz del clásico de Victor Flemming-, motivo por el que se inició la relación de odio entre las hermanas, que se selló finalmente con el Oscar a Joan Fontaine, por “Sospecha” (1943).

Una reina del melodrama clásico.

Fue David O. Selznick quién le presentó al maestro del suspense, director que le encumbraría a la categoría de mito de Hollywood con ese primer protagónico, junto a Laurence Olivier, en su primer film estadounidense del cineasta: “Rebeca” (1942), interpretando a un personaje que le identificaría para siempre.

La película arranca con la voz en off de Joan de Fontaine y un travelling, que hace avanzar la cámara hasta una fascinante mansión, Manderley. La casa está abandonada y la narración recuerda cuando empezó todo, con la historia de Rebeca, a la que nunca llegamos a ver. Habría que recordar que el personaje de Joan Fontaine no era el de Rebeca, sino el de la segunda esposa de Maximilan (Laurence Olivier). Fuera de cámara, la película quedó marcada por la estrategia  que utilizó el director para sacar a la luz la fuerza necesaria para el personaje de Fontaine: manipulando a la actriz, entre bambalinas. 

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Sin embargo, volvería a trabajar con Hitchcock, encarnado a otra esposa temerosa en “Sospecha”, justo al año siguiente. Cuando ella logró el Oscar, la hermana concurría con “Si no amaneciera”, cuyo personaje mantenía un romance con el galán Charles Boyer, quien a su vez contaba con otra relación con Paulette Godard. Por este trabajo, de Havilland fue nominada a los Oscars, pero 1943 fue el año de “Sospecha” y su hermana, Joan Fontaine, se llevó la estatuilla.

Volvería a esos films, apoyados en melodramas novelados, con elementos psicoanalíticos y góticos, en la trama, en “Carta a una desconocida” (Max Ophuls) y en “Jane Eyre” (Orson Welles); también en “El vals del emperador”, un musical de Billy Wilder. Fue considerado como uno de los trabajos más flojos de su director, igual que le sucedió a Nicholas Ray con “Nacida para el mal” (1950), esta vez, un melodrama, en su vertiente criminal, en la que interpretaba a Christabel, una mujer dispuesta a todo con tal de conseguir un marido rico.

En el cine de aventuras.

Una de las consecuencias fue su alejamiento paulatino de los melodramas, con la idea de recuperar en el cine de género el prestigio que había perdido. Viajó entre corsarios, por los siete mares, en “El pirata y la dama” (Mitchell Leslie), buscó fortuna en un clásico del cine de aventuras, con mayúsculas, “Ivanhoe” (Richard Thorpe) o se embarcó en un “Viaje al fondo del mar”, capitaneado por Irwin Allen en la única incursión de este productor conocido como el “Maestro de los desastres”.

Sin embargo, los días de gloria para Joan Fontaine parecían haber ya pasado. Henry King la convirtió en protagonista de su última película (Suave es la noche, 1962) mientras que su último trabajo en el cine fue en el film de terror “The widges” (1966). Desde entonces, Fontaine apareció eventualmente en televisión, hasta su definitivo retiro en 1994. La legendaria actriz fallecería  en Carmel, California, el 15 de diciembre de 2013.

 

Gregory Peck: Cien años de su aniversario.

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Pocos actores podrían vanagloriarse de haber trabajado con tantos directores célebres, como Gregory Peck, el actor que recordamos por cumplirse el cien aniversario de su nacimiento. Estuvo a las órdenes de Jacques Tournert en su primera película y lo dirigió Alfred Hithcock en dos ocasiones: El proceso Paradine y Recuerda; Raoul Walhs contó con el actor en su aventura marina: El mundo en sus manos o fue el capitán Ahab  en Mody Dick (John Huston). Duelo al Sol, Vacaciones en Roma, Horizontes de grandeza, Matar a un ruiseñor o Los cañones de Navarone son otras de las películas en la que tuvo a bien, participar.

Eldrid Gregory Peck nació el 5 de abril de 1916 en La Jolla (California), a los cinco años sus padres se divorciaron y él quedó al cuidado de su abuela quien le inculcó su pasión por el cine. Tras una temporada en la Academia Militar y en la Facultad de Medicina, decidió volcarse en su pasión, trasladándose a Nueva York a los 23 años con todo el patrimonio que contaba, en sus bolsillos, 130 dólares y la ayuda de una beca.  En 1942 debutó en Broadway y dos años más tarde, en el cine, estrenándose con dos películas  Días de gloria  (Jacques Tournert) y La llave del reino (John M. Stalh), que le valió su primera nominación al Oscar.

Tras el Oscar. 

Gregory Peck optó a la estatuilla en otras cuatro ocasiones más, aunque sólo la consiguió en Matar un ruiseñor.

En “La barrera invisible” (Elia Kazan, 1947) su personaje es el de un escritor que sufría las consecuencias del antisemitismo, pues para documentarse para escribir el libro suplanta la identidad de un judío. Entre el rodaje hubo tensiones entre actor y director, que quedó muy descontento con la interpretación de Gregory Peck. Los dos, de hecho, no volverían a trabajar juntos nunca más, a pesar de que logró el Oscar a la Mejor Película.  

Vacaciones en Roma.

Su personaje Joe Bradley, era un periodista que se enamoraba de una princesa joven y caprichosa, en Vacaciones en Roma. La película iba a ser dirigida por Frank Capra, pero al final recayó el proyecto en William Wyler que puso como condiciones que se rodase en la misma Roma y sin decorados artificiales, exigencias que provocaron recortes en el presupuesto. Como consecuencia, se rodaría en blanco y negro y se necesitaría contratar a una actriz desconocida; desconocida, entonces, porque Audrie Herburt destacaría como una de las grandes estrellas de Hollywood. Eso sí, a William Wyler no le gustó nada y fue tarea de Gregory Peck convencer al director para que se incorporase en el reparto. Otra cosa fue que el propio Gregory Peck tampoco fue la primera opción. Hubo un actor que renunció al personaje después de haberse leído el guión: Cary Grant. De hecho, Gregory Peck llegó a bromear con la idea de que cuando él aceptaba un papel, lo habría rechazado previamente Cary Grant.

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Héroe americano.

A pesar de que sus limitados recursos interpretativos, un temperamento escénico y su atractivo físico, unido a un gran carisma, propiciaron que le fueran ofrecidos papeles del héroe anónimo americano. Es decir, personajes que aunque no pasaron a la Historia, influyeron en la sociedad gracias a una conducta intachable. Sería el perfecto ejemplo, el abogado de Matar a un ruiseñor. 

A Gregory Peck también le ofrecieron personajes que lidiaban con el entorno hosco e inhóspito del Salvaje Oeste. Hablamos de películas como El pistolero (Henry King) u Horizontes de grandeza (William Wyler), donde interpretado a un pacífico y culto capitán de navío, retirado, que se las verá con algunos violentos rancheros, entre ellos el mismísimo Charlton Heston. Esta película, además, supuso la ruptura de la amistad con el director –desde los tiempos de Vacaciones en Roma- porque le prometió rodar un thriller para Gregory Peck –género no demasiado apreciado por William Wyler- que al final no llegó a realizar.

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‘Duelo al sol’ (1946)

Pero Gregory Peck también podía ser rudo y pasional, como lo demostró en la famosísima película Duelo al Sol (King Vidor). Dos hermanos estaban enfrentados por unas tierras pero también por el amor de una mujer. Ella era Jennifer Jones, a la postre pareja del productor, David O. Selznick; ellos, Joseph Cotten, el correcto Jesse, y Gregoy Peck, como el fiero cowboy Lewton.

Tampoco podríamos olvidar uno de sus grandes participaciones, dentro del género del terror, a través de "La profecía" (Richard Donner, 1976).

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Apunte final.

En su última interpretación para la gran pantalla, estuvo a las órdenes de Martin Scorsese en El cabo del miedo, 1993, un thriller angustioso, remake de El cabo del terror (J. Lee Thompson, 1962).  En esta, precisamente, Gregory Peck era el abogado criminalista que sufría la venganza de un ex convicto al que había defendido, Robert Mitchum. En esta versión de Scorsese, Peck vuelve a ser letrado, pero esta vez contratado por el personaje del abogado (Nick Nolte). 

La doble vida de Kiesloswki, veinte años de su muerte.

El 13 de marzo de 1996, hace veinte años, fallecía Krzsysztof  Kieslowski, uno de los grandes realizadores polacos, que logró un estilo personal y un cine con mayúsculas; capaz de  inculcarnos el deseo de que nos invada Polonia.

Kiesloswki nace el 20 de junio de 1941, en Varsovia, cuando la ciudad estaba ocupada por el Tercer Reigth y optaría por el cine, después de renunciar a sus sueños juveniles de ser bombero. Ingresó en la  prestigiosa “Escuela de Cine de Lodz”, donde se formarían otros grandes cineastas polacos como Andrzej Wajda o Roman Polanski, y emprendió su carrera con el documental cuyo contexto social estaría marcado por el lenguaje de lo cotidiano.

Entre 1968 y 1980, produjo una diversidad de historias documentales, destacando Zdjecie  (1968) y Bylem Zolnierzem (1970), en la que rastreaba la difícil adaptación a la vida normal tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en Punto de vista del vigilante nocturno  (1977) mostró la condición del poder en los contextos cotidianos explorando la mirada de un vigilante nocturno de una industria, como  imagen de la actividad diaria bajo el orden y la disciplina y la exploración de la vida privada.

                                                              

Durante estos años su cine documental  describía las angustias cotidianas de una sociedad de posguerra. La intelectualidad polaca percibió los aires de cambio y la crisis del comunismo, cuya transformación estaba ligada con la política del régimen, sobre todo con el recrudecimiento de una crisis económica y social.

Desde entonces abandona su estilo documental e inicia el camino de la ficción, con películas (La cicatriz, Sin fin o El azar), que le empezaron a reportar un prestigio internacional, a través de festivales como el de Cannes o el de Venecia.

El decálogo y La doble vida de Verónica.

Kiesloswki empezó a ser reconocido mundialmente por dos trabajos: El decálogo y La doble vida de Verónica, su etapa de madurez cinematográfica. El decálogo (1988) es una serie para la televisión polaca en donde traslada los diez mandamientos a la Varsovia actual, en concreto a Stowki, donde se encontraban unos bloques de apartamentos de la posguerra.

Unos mediometrajes de poco menos de una hora en donde plantea los dilemas morales, surgidos de cada uno de los diez mandamientos cristianos (No matarás, no robarás, etc…) y dominados por un existencialismo muy en la línea de Kierdeergar. Musicalizados por su gran amigo Presvner, "Decálogo” fueron coescritos junto a Krzsysztof  Piesiewicz, el guionista de la “Trilogía de los colores”.

                                

El mito del doppelgänger, el tema del doble, aparece en la película “La doble vida de Verónica”. Una auténtica tradición cinematográfica y literaria que Kiesloswki recoge con un profundo existencialismo e intimismo. Una Verónica vive en Cracovia, la otra vive en París, pero a ambas les mueve una misma pasión: la música. Ambas son el reflejo de la otra, así que cuando la primera muera en su debut como cantante, la otra Verónica sentirá un gran vacío.

Su cine nos interroga a través de planteamientos abiertos y de unos símbolos, con los que busca la subjetividad de cada espectador para, al final, decidirse por un estilo intimista, regido por las sensaciones y estados de ánimo.  De hecho, en sus películas, Kiewlovski se preocupa por una mirada estética y humana. Esto lo consigue  a través del tratamiento de la imagen, el uso del color y los contrastes pero  también por el empleo de la música –siempre a cargo de su amigo Presvner -, y una técnica vanguardista, basada en imágenes-movimiento y en el silencio de sus personajes, logrando un esteticismo visual, con el que sus historias trascendían.

Al final, Kiewlovski se   instaló en Francia, en donde nacería la Trilogía de colores: Azul (Libertad), Blanco (Igualdad) y Rojo (Fraternidad), entre 1993 y 1994, el punto final de su filmografía. Relata las casualidades, las historias inesperadas, la búsqueda de algo que se ha perdido. De hecho, el cineasta despliega en estas tres películas sus grandes obsesiones como los encuentros casuales, la predestinación o el azar. También aparecen algunos detalles muy curiosos como la anciana a la que le cuesta tirar una botella al contenedor del vidrio. Algo querrá decir con ello, cuando lo repite en estas películas e incluso en su Decálogo. En gran medida, Kieslowski nos retrata la soledad, el desengaño y la  compleja  condición  humana envuelta en  las más sutiles  pasiones; y todo ello acompañada de tres grandes actriz que encabezan cada una de las películas: Kuliette Binoche, Julie Delpy e Irène Jacob.