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Travelling. Blog de cine.

Psicópatas de cine.

The house that Jack built. El descenso a los infiernos.

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En 1822, Eugene Delacroix asombró al mundo del arte con una obra que pasaría a la Historia, “La Barca de Dante”. Un lienzo en donde unas angustiosas figuras navegaban por la laguna Estigia rumbo a los Infiernos y que supuso una ruptura con la pintura academicista que imperaba en los círculos parisinos, logrando al fin, la gloria como artista. Lars von Triers parece servirse de esa metáfora para regresar al olimpo cinematográfico, a través de un viaje en furgoneta de un particular psicópata con TOC, que va acumulando los cadáveres a lo largo de los 12 años en los que dura la historia.

Después de no haber calculado un chiste mordaz sobre Hitler, en una conferencia de prensa,  Lars Von Triers, tuvo que pasar su travesía por el desierto.  Siete años después, el prestigioso cineasta danés regresó a la Croisset, el Festival de Cannes, con una perturbadora historia sobre un asesino en serie que va levantando ampollas por donde va estrenándose. “The house that Jack built” nos traslada al noroeste del Pacífico donde Jack (Matt Dillon) es un ingeniero, obsesionado con la arquitectura, que diseña la casa de sus sueños mientras va acumulando los cadáveres en un frigorífico. Entre tanto, mantiene un diálogo con quien parece ser la voz de su conciencia (Bruno Ganz).

La película se estructura según cinco “incidentes”,  palabra que utiliza este arquitecto solitario y fracasado para describir el banquete de homicidios, que orquesta e improvisa. “Cinco incidentes elegidos al azar a lo largo de 12 años”. Al igual que en “Nimphomaniac”, la mayor parte de la película se desarrollará en un flashback que nos pondrá al día de sus crímenes, cada vez más violentos y explícitos, dirigidos a mujeres e incluso niños. Solamente eso. No hay suspense con giros en el guión, sino una serie de asesinatos, cada vez más brutales aunque con un toque de humor negro, y entre ellos, reflexiones en voz alta. Sería algo así como el “8 ½” de Lars von Triers, con todas obsesiones temáticas y estilísticas, que puede incluso resultar bastante artificiales.

Pongamos un ejemplo, para que todos lo entiendan. ¿Qué haces cuando eres un director que busca el reconocimiento en todo el mundo pero vives en un país que tiene su propio idioma? Lo lógico sería instalarte en Hollywood, pero Lars von Triers, con fobia a volar, decidió permanecer en su Dinamarca natal y comenzar a rodar en inglés, convirtiendo sus modestas producciones en todo unos fenómenos mediáticos. Otro efecto fue el de adjudicarse el “von” aristocrático, al igual que hicieron en su momento, Erich von Stroheim o Joseph von Sternberg. Al caso.  La película se ambienta en un lugar no especificado de los Estados Unidos pero se parece tanto al norte de Europa, hasta tal punto que los coches y los actores americanos podrían estar fuera de lugar. Supuestamente hay un lugar llamado “Carlston´s Supermarket”, que no veremos nunca, pero que aparece como un logotipo en una bolsa de la compra. Un recurso, como decimos, excesivamente artificial. 

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El asesinato como un arte.

Lars von Triers y su ficticio alter ego (Jack) serían como unos modernos Thomas de Quincy, haciendo una particular relectura de “El asesinato como una de las bellas artes” (1827). Recurren, en este sentido, a una diversidad de elementos por ejemplo, a una voz en off que actúa a modo de conciencia; a todo tipo de insertos, desde referencias artísticas (Gauguin, Blake, Doré, Coppo di Marcolvando o el citado Delacroix), también a referencias cinematográficas propias (fotogramas de “Anticristo” y “Melancolía”) y ajenas, o a figuras históricas como Adolf Hitler o Albert Speer, o culturales como Bruce Springteen o “La Divina Comedia”.

Esto es lo que va levantando ampollas. Cada película de Lars von Triers se siente como un desafío, aún recuerdo la polémica que generó esa obra maestra que fue “Anticristo” y de hecho, éste sería uno de los films más controvertidos que se habrían estrenado en Cannes, aunque ese honor lo recibe algún nuevo título cada cierto tiempo, desde “El imperio de los sentidos” a “La pianista” (Michael Haneke), por ejemplo. Pero cualquiera que sea asiduo del festival de Sitges descubrirá que “Thehousethat Jack built” no merece la fama que le están otorgando, incluso “Anticristo” me pareció más dura. ¿No recuerdan la escena de la auto-clitorioctomía?

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La noche de Halloween. Añorando un clásico.

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Gordon David Green (recordar, el director de “Snow angels” o “Superfumados”) tenía una difícil tarea entre manos, recuperar un título cabecera del terror de los setenta, teniendo en cuenta que los remakes en este género han flaqueado de manera notable y que gran parte de las continuaciones del film clásico de Carpenter, cayeron en saco roto. Pero, lo cierto es que está mejor de lo que esperaba.

Han pasado 40 años desde que Mike Myers escapase del psiquiátrico  y asesinara a varios adolescentes en la historia original. En 2018, Michael volverá a escaparse, para regresar a la ciudad de Haddonfield con el fin de asesinar indiscriminadamente y buscar a LaureStrode, la joven canguro que escapó de sus garras en aquella.

El argumento elimina todas las continuaciones que han sucedido a "Halloween",  pero se simula algo de lo que las secuelas fueron mostrando. Por ejemplo, un personaje se burla de lo que sucedió, con el guiño a esa teoría que emparentaba a Mike y Laurie. La verdad es que el film no podía caer en mejores manos. La protagonista, Jamie Lee Curtis y el propio Carpenter acometen el proyecto como productores, y esto no sólo  queda refleja en su seriedad, sino también en la infinidad de guiños al clásico de 1978. La noche de Halloween (2018) se inicia con dos periodistas que se encuentran con Michael en el psiquiátrico, para preparar un reportaje de investigación. Mike lleva cuatro décadas en silencio, pero ellos creen que lo romperá una vez que vea la máscara que llevaba entonces. La escena es toda una declaración de intenciones.  Se cita al mítico doctor Loomis y se pervierte el punto de vista en numerosas ocasiones. La nieta de Laurie mira por la ventana de su clase, a su abuela, de la misma manera que su personaje, 40 años atrás, miraba a Michael Myers. Se hacen referencias al original con diálogos e incluso tomas, pero una cosa es la simple referencia –el eco- y otra muy distinta, incorporarlo de forma ingeniosa a la nueva versión. Y aquí es donde muestra todas las debilidades el Halloween de 2018.

Más allá de su admirable relación temática con la visión de Carpenter, hay un poso de decepción. Las dos principales bazas del clásico son dos grandes ausencias en esta nueva película: la tensión y la atmósfera, con las que John Carpenter demostraba ser un maestro. En “La noche de Halloween” se sentía el otoño en la atmósfera, con esos crujidos de hojas que se escuchaban al pisar. Pero el mayor error de esta versión es que no da miedo.

La actualización de un mito.

El Halloween de 2018 tiene un claro mensaje: No intentes estudiarlo, ni comprenderlo, sólo mátalo. La película nos cuenta que Laurie aprendió esa lección de la forma más difícil, cuando sobrevivió al ataque de Michael Myers. En este sentido, es una mujer que vive emocional y físicamente afectada por lo que sucedió hace cuatro décadas, esperando el regreso del psicópata, hasta tal punto que se ha armado y convertido su hogar en un sofisticado bunker. Toda una vida preparándose para darle caza: “He rezado todo este tiempo para que pudiera escaparse”, dirá en una ocasión. En este sentido, hay algo de ese espíritu post 11-S e incluso podría reconocerse parte de la ideología de Donald Trump, obsesionado con defenderse de los crímenes, a base de armar a la sociedad. Y, por último, un empoderamiento del llamado “metoo”, movimiento feminista que ha surgido en Hollywood y que está dando un mayor protagonismo de roles femeninos en el cine.

Hay lugar para mucho más que optimismo en esta secuela de Gordon Green - más que con el film de Dwight H. Little (Halloween 4: El regreso de Michael Myers), considerado por muchos como la mejor continuación-, pero todavía queda camino por recorrer si quieres ni siquiera acercarte a lo que logró John Carpenter con una de mis películas favoritas de todos los tiempos. El Hollywood actual, con sabor a nostalgia en su mayoría, me hace recordar que -echando la vista atrás- se hacía mejor cine.

Tras la pista del asesino: El psicópata filmado por Hollywood.

Tras la pista del asesino: El psicópata filmado por Hollywood.

Las anomalías biológicas, temperamentales y cerebrales hacen del psicópata un enfermo con tendencia antisocial que se manifiesta en sus pretensiones criminales. Su persnalidad desconcertante, carente de empatía y descarada por su indeferencia ante el castigo, ha sido una taquillera materia prima para los guionistas que han planteado, con mayor o menor aproximación científica, un mismo panorama pero desde distintas perspectivas que como tal sugiere un sugestivo subgénero: el del asesino en serie.

 El expresionismo alemán encontró en la figura del asesino en serie una fuente inagotable de inspiración. Fritz Lang sería  el primer especialista de la historia del cine que trató esta temática en la pantalla. Desde M, el vampiro de Dusseldorf  hasta la serie que dedicó al Dr. Mabuse, se desprende la psicopatía de una serie de asesinos muy partriculares.

 Pero el psicópata no es cosa del siglo XX, el caso más célebre sin resolver nos lleva a la Inglaterra victoriana con el mítico Jack el Destripador. Fue Alfred Hithcock quien lo trasladó por primera vez en el cine, en El asesino de las rubias, con la caza de un serial killer por las calles de Londres. Más tarde este director firmaría algunas de las películas más interesantes del género, con Psicosis a la cabeza. Y pronto, estos personajes empezaron a verse en todo tipo de películas, como en la comedia o discursos narrativos próximos a la fábula como hizo Frank Capra –en su propio estilo- en Arsénico por compasión.

-Ese muchacho murió porque bebió un vaso de vino que tenía veneno.

-Pero, ¿cómo tenía veneno el vaso?

-Pues, se lo pusimos en el vino porque se nota menos que en el té, que tiene un sabor muy particular.

Buñuel también era un aventajado observador de los reversos tenebrosos que anidan en los seres humanos, aunque a esas costumbres añadía humor y distinción a su personaje de Archivaldo de la Cruz en Él, el asesino vocacional más elocuente de su filmografía que escondía tras sus buenos modales, el oscuro deseo de aniquilar a las mujeres, con las que tenía relaciones, al menos en sueños.

                     

Pero sería Alfred Hitchcock quien presentó enPsicosis la mente totalmente perturbadora que estaba dominada por el influjo de una segunda personalidad a la hora de matar, una personalidad desconcertante de la cual el cine siempre ha querido explicar sus anomalías que degeneran en una violencia, a veces, incontrolada, pero siempre una buena base para hacer caja en las taquillas. Una de las propuestas por explicar la mente del psicokiller la presentó el filme Copycat, con el personaje de Sigurney Weaver.

-El FBI calcula que mientras que estamos aquí, pude haber hasta treinta y cino asesinos múltiples rondando en busca de una víctima.

 Por todo ello, la pantalla se ha ido llenando de individuos extrañamente peligrosos que quedan definidos por el misterioso mecanismo que induce a sus mentes torturadas a agredir a sus semejantes y a repetir sus actos violentos con una cadencia ritual.

 - ¿Sabe lo que quiero saber? Quiero que me eches una mano, doctora, ysted es una experta. ¿Cómo cree que un tipo como yo asesinaría a un idiota como este? ¿eh?  ¿Le rajaría o le disparo? ¿Le disparo o le rajo? ¿le rajo o le disparo? Yo creo que voy a hacerle las dos cosas, le rajo y le disparo.

           


 En torno a la figura del psicokiller también aparecen reflexiones sobre su condición de estrellas mediáticas. Asesinos natos, una magnífica película de Oliver Stone, nos presentaba a la televisión como uno de los factores propios de esta conducta; mientras que en el falso documental Ocurrió cerca de su casa (Reny Belvaux) era una ventana abierta para un psicópata exhibicionista y egocéntrico.

 Otra rama fundamental de este subgénero se inició con El estrangulador de Bostón (Richard Fleisher), sublimando las fechorías de auténticos asesinos en serie, desde Jack el Destripador, Ed Guein o Buffalo Bill, personaje que aparecía en otra de las obras cumbres del género: El silencio de los corderos (Jonathan Demme). A pesar de esto, entre los asesinos en serie más carismáticos de la edad moderna cinematográfica, destaca por distintas razones el casi caricaturesco Hannibal Lecter, bien conocido por sus pretensiones culinarias, como encontramos en su película más conocida El silencio de los corderos: "Uno del censo quiso hacerme una encuesta y me comí su hígado, acompañado de habas y un buen kientì".

                       

  De los directores actuales, acostumbrados a jugar a estos juegos maliciosos, en torno al asesinato gratuito pero fascinante, sobresale David Fincher que ha dado sobradas muestras de hasta dónde puede llegar su perversa capacidad de fabular. En esta línea encontramos su fundamental  Zodiac, aunque sea Seven la película clave de este subgénero, en donde un brutal asesino en serie tortura a sus víctimas antes de acabar con ellas, siguiendo los siete pecados capitales, pero sobre todo el filme es interesante porque añade a la particular caza del gato al ratón, elementos luego arquetípicos del género.

 - He hecho una visita a tu casa, después de que te fueras. Quería el papel de marido, de degustar la vida de un hombre casado. No lo he conseguido, pero me he llevado un recuerdo, su hermosa cabeza.

 El cine español también ha recurrido a la figura del asesino en serie, en los últimos tiempos y de forma brillante. Destacamos Las horas del día (Jaime Rosales), un ejercicio de cotidianidad interrumpido por los eventuales y  gratuitos asesinatos por parte del protagonista. Bigas Luna dirigió una película muy imitada por el cine americano, Angustia; aunque la preferida del público seguramente sea, aquel film vinculado con el mundo del snuff, ópera prima de Alejandro Amenábar, Tesis.

- Y ahora, por favor, no muevas la cabeza.                                                      

   

 

 

Mr. Brooks: La conciencia del asesino.

Mr. Brooks: La conciencia del asesino.

"Complacemos en detener nuestra postrer mirada sobre los compañeros imaginarios de muchas horas de soledad en un momento en el que el fugaz destello del mundo los ilumina de lleno". Charles Dickens escribía esto en Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero ese Londres de hipocresía, luces falsas y anécdotas se parece demasiado al esplendor americano, abducido por Sexo en Nueva York con ogros vestidos de Armani y Pepito Grillo tan negro como los paraguas que van a proteger de la lluvia. El personaje que da título a la película, Mr. Brooks, aparenta llevar una vida ejemplar en su faceta pública y profesional, como en la intimidad, mientras que tras su impecable fachada se oculta una personalidad turbia, azuzada por un peculiar alter ego, una especie de ángel de la guarda o demonio de cabecera que le induce a cometer actos criminales. Mr. Brooks, segundo largometraje del ecléctico guionista Bruce A. Evans, nos acerca a un thriller aparentemente sofisticado que se dirige a esos recovecos que escudriñan el lado más oscuro de la personalidad, con unas pulsiones misteriosas que han llevado a matar a tantos personajes de ficción por un impulso irrefrenable, irracional. Por eso, Mr. Brooks no es el típico producto hollywoodiense situado en el thriller con psicópatas al que nos tiene acostumbrado el cine americano, sino una singular revisión del mito de la doble personalidad, filmado de manera sencilla, algo gélida y nada intelectual. Eso sí, presenta a un psicokiller de manera maniquea con fines exculpatorios, sobre todo cuando trata la parte oscura de su personalidad, representada en ese personaje interpretado por William Hurt, aunque con un look próximo al del papel cuché, carente de la mirada sórdida con la que Hollywood trata a estos roles.

 No debería costar mucho esfuerzo o una excesiva capacidad adivinatoria para relacionar esta nueva recreación del género con la figura de Robert Louis Stevenson, sobre todo su relato más conocido, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en donde el escritor inglés ponía de relieve la dualidad moral, social y psicológica de la Inglaterra victoriana. La historia del respetable médico y filántropo, Dr. Jekyll, que quiere ser otro -Mr. Hyde- para entregarse sin riesgos a una vida de depravación y vicios. Pero no se trata de una simple historia de horror, ni un ejercicio de fantasmagoría, ni fruto de unas experiencias personales tortuosas (existe la tesis de que el autor padecía tuberculosis mientras escribía esta obra), sino que este clásico de la literatura es toda una disección de un sistema de vida basado en la hipocresía y en la represión de cualquier forma de comportamiento que se apartara de las normas estrictas. Normas presididas por un estricto código de caballerosidad, unidad familiar burguesa y la separación de clases sociales.

 Han pasado más de cien años de esa mítica obra y todavía inspira a centenares de relatos y otras ficciones, quizás porque aborda de manera directora un problema psicológico que hoy en día están muy en boga, la pérdida de la identidad y de las alteraciones esquizofrénicas -El Yo dividido del que hablaba hacía veinte años Ronald D. Laing (en El yo dividido, Fondo de cultura económica de España). Junto a esto, la unión entre el sexo y la violencia, o el choque entre razón e instinto. En este contexto, encontramos al personaje de la película, Earl Brooks (Kevin Costner), que parece no contentarse con una vida que parece idílica: una esposa encantadora, una hija que le adora, un próspero negocio y una reputación en la comunidad envidiable. De hecho, el filme comienza con una fiesta en la que las autoridades locales tributan un homenaje al personaje principal, considerado como "el hombre del año". El Sueño Americano hecho realidad, un Bruce Weinn en su máximo esplendor y sin traumas (aparentes). Porque al igual que Henry Jekyll guarda un secreto en lo más profundo de ser, una segunda vida como "El asesino del Pulgar", un célebre asesino en serie a quien la policía es incapaz de atrapar. Pero Mr. Brooks es más que una simple picadora de carne al estilo de Ted Bundy o Ed Gein, es un adicto a la muerte, un esteta del homicidio que busca el valor artístico de lo que hace. Por una parte, ritualiza sus asesinatos y mata de manera rápida y pulcra: consigue casi una excitación sexual de sus crímenes, y de hecho elige a parejas en pleno acto sexual para cometer sus crímenes para luego recolocar los cuerpos y fotografiarlos. Y al mismo tiempo, actúa de forma casi fantasmagacórica, al no dejar ni pistas ni huellas.

 - A estos cabrones les gusta hacerlo con las cortinas abiertas, debistes dejarlos, has cometido un error muy grave, Earl.

- Como si  me dejaran verlos, ¿no?

                             

Como se puede observar la película plantea muchas cuestiones, destacando la causa que lleva a un hombre encumbrado a cometer tales actos delictivos. La locura es una explicación fácil y tentadora, pero la cinta no es capaz de aclarar ese enigmático lado oscuro que acecha en cada una de las víctimas, vestido de negro y sigiloso. Es evidente que Mr. Brooks tiene un daimon que le tienta, como si se tratase del mismísimo Satán, a practicar esa sanguinaria forma de lujuria. Introducido en la película, con un golpe de humor negro, aparece el personaje de Mr. Marschall (William Hurt) que representa ese lado oscuro, el reverso tenebroso de un ciudadano modelo, como si fuese el Unheimlich del que hablaba Sigmund Freud, lo oculto, lo que termino revelándose. Encarnando algo parecido, salvando las distancias, a los ángeles que Win Wenders hizo volar sobre las conciencias de Cielo sobre Berlín. Pero no nos engañemos, Mr Brooks es Mr. Marshall en todo momento, pese a que el cineasta parece excusar la conducta criminal del personaje principal por la influencia sometida a esa figura oscura. ¿Vícitma de su doble?, ¿esquizofrenia? En realidad, la película se limita a esta idea, porque el director o no ha querido o no ha sabido profundizar o dar una explicación coherente en esta línea.

 - ¿Quieres saber por qué lo hice? Porque me apetecía, simplemente. Por eso.

- La maldad es sólo un punto de vista, Dios mata indiscriminadamente y nosotros también.

 Un subgénero muy cotizado.

 El cine ha sabido, desde siempre, que la violencia el sexo y la muerte debían ser los elementos fundamentales para sustentar una industria como el espectáculo. A estas alturas, parece más que probado que al público, en general, le gusta ver representada en la pantalla las conductas más transgresoras y extrañas de los humanos, la lucha entre las dos partes irreconciliables que se enfrentan en lo más profundo del alma, el espíritu, la conciencia, o lo que quisiera que tengamos como soporte de lo bueno o de lo malo.

 - Un momento, un momento, la mano del amor gana. Sí hermanos, ha ganado el amor.

 El escritor Robert Louis Stevenson fabuló como nadie sobre el tema que el cine ha ilustrado una y otra vez esta extraña verdad que todos llevamos dentro, explicando por qué un individuo puede mostrarnos en unas ocasiones como el perfecto vecino que todos quisiéramos tener, y en otras dar riendas sueltas a sus instintos demoníacos. El alemán Fritz Lang fue uno de los primeros en retratar en el séptimo arte el carácter ambiguo de estos personajes que vivían marcados por ese extraño carisma por el algunas veces actuaban como Doctor Jeckyll y otras como Mr. Hyde.

 - Tienes una pelota muy bonita, guapa.

 Las conexiones con el relato clásico de Stevenson terminan en mostrar a un Doble reverso del propio personaje, pues no pretende erigirse como una crítica hacia los males de la sociedad del momento -como sí hacía, American Psycho (Bret Easton Ellis), por citar un título-. Mr. Brooks sólo aspira a ser un cuento perverso repleto de extraños giros argumentales y éticos. Cuando Brooks es chantajeado por el fotógrafo Mr. Smith (Dane Cook), este no le pide dinero sino que exige acompañarle para "saber qué se siente, vivir esa excitación". Lo cual introduce un elemento que faltaría en el clásico original, el hecho de que el personaje de Mr. Brooks no estuviese loco sino que mataba, sin motivos aparentes, pero para sentirse vivo. No menos pavoroso resulta la idea de contemplar el film como una crónica trágica de un padre, un atormentado Earl Brooks, cuya sed de sangre parece perpetuar en su hija Jane, que regresa a casa tras sufrir una desagradable expoeriencia al verse involucrada en el asesinato de un compañero de universidad. Si la película se viese como un pretendido intento por librar a su hija de las sospechas policiales - Brooks mata a un joven siguiendo el modus operandi de Jane, mientras ella queda recluida en casa-, las conclusiones de la cinta presentarían un matiz sarcástico muy estimulante. Brucowee A. Evans parece acercarse a un reverso oscuro de Batman a medio camino entre la vileza demodé (Fantomas, Lupin) y el estilo killer a lo Donald Weastlake: base secreta, disfraces, perfeccionismo, persecución impecable de la policía. Sin caer en los excesos y sin la moralina de turno, se acerca más a Ejecutivo ejecutor (Jan Egleson) que a Seven.

 Lo peor de la película, sin embargo, es la pretenciosa caza del gato al ratón, la historia paralela que surge con la figura de la detectiva Tracy Atwood (Demi Moore), a quien el realizador ha querido darle un giro trágico, la de ser niña rica metida a policía, desafiando a la autoridad materna, mientras el personaje de Brooks siente una atracción paternal que no acaba de cuajar en la película. Es la perseguidora del "Asesino del Pulgar" y de unas bandas delictivas que permiten la presencia de forzadas secuencias de acción, entre ellas, un tiroteo con psicodélicos efectos de luz azul y música estridente.

Este pequeño repaso al género me hace ver hasta qué punto estoy harto de los psicolokillers que han convertido su oficio en un tópico repetitivo y aburrido. Su función parece haber sido oficiar personajes que protagonizan secuelas o se limitan a imitar el estilo de Lecter y la estética de Seven. En este aspecto, Mr. Brooks resulta agradecido: un film de psicópatas que se escapa del tópico, a cargo del actor más inesperado.

                                                


El psicópata, el protagonista del splatter ochentero.

El psicópata, el protagonista del splatter ochentero.

 Si los llamáis por su nombre, levantarán la mano, pero si os encontráis con ellos sería mejor salir corriendo y gritar. Porque ya no habrá esperanza para vosotros. Son unas criaturas para la eternidad, sin las cuales el cine de terror llamado splatter, sería papel mojado. Diferentes personajes que componen el rostro del psicokiller, brutal, sanguinario y adorado psicópata de los 80, locos matarifes que viven una nueva edad de oro.

 Es verdad que el personaje del psicópata que persigue a sus víctimas de manera obsesiva hasta darles caza, no corresponde a ninguna época determinada, pero desde los años setenta surgió toda una familia de psicokillers que han llegado hasta hoy. Así, algunos que nacieron al calor de la Guerra de Vietnam, como el carnicero Leatherface (La matanza de Texas), Michael Myers (La noche de Halloween) o el aristócrata del clan (Hannibal Lecter), están viviendo una segunda juventud. En los ochenta, la popularidad de estos personajes hizo que se creara el Splatter Movies. Carne de culto, de secuelas e incluso de parodias, el splatter llegó a definirse como género: filmes con gran crueldad hacia las víctimas que se pusieron de manifiesto gracias a la no necesidad de justificar sus fechorías. En este sentido, las películas derivaban en una violencia, a veces gratuita, a veces como símbolo de una sociedad demencial, en donde se repetían una y otra vez los mismos códigos, las mismas historias y tópicos. Sobre todo porque se describen pesadillas crueles proporcionalmente inversas a la calidad de los guiones, con una carencia supina de originalidad. Como todo aquello que goza de una denominación de origen, tiene sus propias reglas.

 Un empleo cada vez más demoledor de la violencia, haciendo gala de un mayor instrumental, aunque es cierto que los clásicos contaban con sus propias herramientas, mitificadas dentro de esta vertiente cinematográfica.

 - La sierra es la familia.

 Ese era el lema del clan de Leatherface (Cara de cuero), el sanguinario personaje de La matanza de Texas (Tobe Hopper) que hizo de la sierra mecánica todo un símbolo de la violencia psicópata. Luego, habría también cuchillos de cocina, mazos, las garras de acero y la manipulación mental de Freddy Krueger; las técnicas sadomasoquistas de Pinheud (Hellraiser) y la automutilación inducida por Jigsaw, el extraño psicópata de la brutal saga de Saw

 Otra característica común es que suelen emplear máscaras para ocultarse o aparecen desfigurados. Michael Myers usa la mítica máscara blanca; Freddy Kruger viste un sombrero que cubre su desfigurado rostro; Leatherface tapa su cara usando la piel de sus víctimas. ¿Quién puede olvidarse de la famosa máscara de hockey de Jason o el bozal –la mar de cuco- que acompaña al pijama carcelario de Hannibal Lecter? Chucky es un adorable muñeco; Plutón (Las colinas tienen ojos) aparece con un aspecto horrible a causa de unas pruebas nucleares; y Pinhead, a medio camino entre el Infierno y el mundo real, lleva unas características agujas en la cara.

 - El sexo es un no, un gran no. Y no digas eso de querer ir por ahí sólo, porque aparecerás muerto.

 Ya lo decía uno de los secundarios de Scream, las víctimas potenciales suelen ser jovencitos en flor de piel, a punto de desfogarse sexualmente y con un propenso interés por quedarse solos e investigar por su cuenta. Eso sí, la persecución entre los protagonistas y el psicópata acaban por lo general en tablas, mientas se despliega a su alrededor una sanguinaria carnicería. Puritanismo, grandes temores colectivos y un viaje a la América Profunda: estas son las claves para entender este subgénero. Encontramos desde La matanza de Texas a lo que se llamó giallo (amarillo, en italiano, por referencia a las revistas de terror) de Mario Bava y Darío Argento; e incluso a los llamados video nasties (repugnantes) de Wes Craven. Ya es clásica la definición de John McCarthy (Splatter Movies: Breaking the last taboo) dado a este subgénero del terror. Lo consideraba brutal, primitivo, una carnicería atroz, pero también tremendamente humana. Mal que les pese a los moralistas, las Splatter Movies explota el complejo tema del placer asociado con el dolor que subyace en lo más profundo del subconsciente, como señaló Sigmund Freud.

 Si fue Viernes 13 el primero de esta gran saga de personajes, John Carpenter sería el padre de uno de los más celebrados en la gran pantalla. En La noche de Halloween, colocaba a una adolescente Jamie Lee Curtis en pos de una pesadilla casi abstracta, dirigida por un psicópata que salía casi de la nada. La actriz sobrevivió a la primera entrega y a algunas más, hasta convertirse en la reina del grito. Por primera vez se incorporaba la figura del villano implacable que resulta invencible.

 - Has fracasado, Michael, ¿y sabes por qué? Por que no te tengo miedo.

 Otra de las claves la aportaba esta saga, porque solía ser la noche de Halloween la idónea para este tipo de lindezas. La imaginación del séptimo arte no podía pasar por alto la sugerente idea de adaptar una serie de historias en la que los muertos salían de sus tumbas para encontrarse con los vivos. Pero del talento que surge frente al bajo presupuesto, se pasó al susto previsible para seguir haciendo caja en taquilla sobre todo de quienes disfrutan de los despiadados vapuleos que estos personajes acometen entre secuelas y remakes.

 - ¡Fredy ha vuelto! ¡Fredy ha vuelto!

- ¡Kruger!

- No puede ser otro.

 Otro personaje que no podíamos olvidar es el de Freddy Kruger. Su creador, Wes Craven, siempre tuvo a mano unas afiladas cuchillas para dotar los miedos adolescentes representados en ese especie hombre del saco que era su personaje estrella: la iniciación sexual, la relación con los padres, la vida real. Todo ello, enmarcado en una época de puritanismo propio de los años ochenta (gobierno de Ronald Reagan), en donde descubrir los desórdenes hormonales propios de la pubertad dentro de sus pesadillas en Elm Street.

 Bicho demente nunca muere. De hecho, las secuelas surgen como Gremlins en una piscina del inserso, para que la masacre continúe. Un festival de muertos conviviendo con los vivos, que derivó en un sinfín de lugares comunes, en donde seguiría esa mezcla desigual entre sadismo y hemoglobina.