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Comedias

Wonder Wheel. El parque de atracciones de Woody Allen.

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2019 podría pasar a la reciente Historia de Hollywood, por ser el primer año en que Woody Allen se tome un descanso. Ya se sabe, la cita anual de este director, guionista, actor y saxofonista, que  desde hace más de cuatro décadas lleva haciendo una película al año. De ahí que cobre interés su último trabajo: “Wonder Wheel” –literalmente, “la rueda de la maravilla”.

Estamos en una etapa creativa del cineasta neoyorquino en la que cada vez cuenta con una menor base de fieles a su cine, entre títulos como la aceptable “Café Society” o la maravillosa “Crisis en seis escenas”, después de la brillante “Blue Jasmine”. De hecho, para la ocasión regresa a Nueva York, desde su parada en la Gran Manzana de 2011; es decir…. Se traslada a Coney Island, en los años 50, con una historia que sigue el día a día de una camarera, en el hogar durante la infancia, de su alter ego Alvin Singer, el narrador de “Annie Hall”, que dice haber crecido bajo la montaña rusa de un parque de atracciones.  Ginny (Kate Winstley), la protagonista, vive en un apartamento que da directamente a la inminente noria del parque. La atracción, que da título a la película, oculta la vista del océano mientras que ofrece una luz azulada y roja, expresionista, al interior de la casa.

El plano de apertura de la concurrida playa de Coney Island, con el parque de atracciones, al fondo, forma parte del estilo visual definido por el gran Vittorio Storaro, con un malecón –lujosamente construido por Santo Loquasto- y un vestuario magnífico, a cargo de Suzy Benzinger. Con todo ello, Allen demuestra que a sus ochenta y muchos años aún sigue en forma y sabe rodearse de un buen equipo técnico, como de un buen arsenal de referencias.

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El universo de Tennesse Williams.

En su cine ha habido una infinidad de referencias teatrales que iban desde William Shakespeare a Chejov o los mitos griegos (“El sueño de Cassandra), pero últimamente Woody Allen parece haber fijado la mirada en un dramaturgo norteamericano de gran calado cinematográfico: T. Williams. Como sucedía en “Blue Jasmine”, la sombra de Blanche Dubois es alargada.

Woody Allen le ha escrito un personaje que le viene como un guante a la actriz que demuestra una gran madurez, veinte años después de aquel gran éxito que fue “Titanic” (James Cameron, 1997). Su personaje, Ginni, es una pelirroja que había estado con un baterista de jazz, a quien adoraba, aunque esa etapa de su vida le parece ahora un espejismo. Sus sueños de ser actriz se encuentran enterrados en una rutina diaria centrada en un trabajo que odia y en un matrimonio del que se resiente, con un hijo Richie (Jack Gore) y su segundo marido, Humpty (James Belushi), al estilo de Stanley Kowalsky.  Aunque ella guarda un secreto: un romance  con un socorrista, con alma de poeta (Mickey, Justin Tinberlake). Junto a ellos, un mafioso y su mujer (Carolina, June Temple), que sentirá una atracción por Mickey.

Como también recurre a las citas de la “Filosofía Allen”, es decir, a las charlas sobre los defectos y el destino, como también a los asuntos del amor: “el corazón tiene sus propios jeroglíficos”, dirá Mickey en un momento de la película. En sus últimos trabajos podemos comprobar una tendencia a repetir temas y tonos, dentro de un terreno familiar en donde encontramos pocas variantes y una dinámica común: el triángulo amoroso, entre la joven ingenua, la mujer madura con una vida frenética y el atractivo artista, muerto de hambre.  A todo esto, Allen añade una subtrama sobre mafiosos que hará sonreír a los fans de “Los Sopranos”, pues los gánsteres italianos Bobby y Paulie de la famosa serie, (Tony Sirico y Steve Schirripa), participan en la película.

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El principal problema es que la historia es repetitiva, como la noria que da vueltas y vueltas, y que en determinados momentos aparece al fondo de la imagen.

Una película sobre los sueños rotos, muy sombría, con la alargada  influencia del teatro, a través de una puesta de escena bastante teatralizada. Personalmente, siempre es un placer encontrarse con Woody Alllen y lamento mucho que le obligasen a tomar unas vacaciones forzadas.   

Las señoritas de Rochefort. Dulce canto de juventud.

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No es frecuente que abra una crítica, recordando a un amigo y compañero, Rubén Moreno, quien escribió un texto magnífico de la película, supeditando nuestro punto de partida a lo que ya nos contó tan maravillosamente. Hablamos de ese clásico del cine francés y del musical, con mayúsculas, que fue “Las señoritas de Rochefort” (Les demoiselles du Rochefort, 1967) que cumple su cincuenta aniversario como también sirva para recordar a la inmensa Danielle Darrieux, fallecida recientemente.

Seguramente en esto días, mandes al mundo a hacer puñetas y busques en la comedia musical, el género optimista por antonomasia, el sentido de la vida. Y la verdad es que hay musicales tan idealizados que muchos quisiéramos quedarnos a vivir allí, “Un americano en París”, “Brigadoom” o este segundo film de Jacques Demy. De hecho, es una película que parece intemporal, como un soplo de aire fresco, que aún no ha perdido su modernidad.

Nos situamos en el pueblo francés de Rochefort, en los años sesenta. Allí dos hermanas gemelas (Delphine y Solagne) se ganan la vida dando clases de danza y música. Tienen pensado trasladarse a París para poder así desarrollar mejor sus respectivas carreras, pero el fin de semana que deciden marcharse de Rochefort, llega a la ciudad unos feriantes, que hará cambiar la vida de distintos personajes. Todo ello al compás de la música de Michel Legrad.

La película se inicia con la llegada de esos feriantes, una de las exigencias de la productora americana-la Warner-, y gracias a un movimiento de grúa, la cámara nos sitúa en la vida de las dos hermanas, con una de las grandes canciones del film. Dos hermanas gemelas “que nacieron bajo el signo de Geminis”, como nos enseñaron, cantando, y que soñaban con el amor, con ese que sólo podía surgir en las comedias de este género; mundo falso, pero maravilloso que nos dejaba grandes coreografías y momentos musicales para el recuerdo. Entre ellos, destacamos grandes momentos de la historia: la escena de Catherine Denueve en la galería o el encuentro entre Gene Kelly y Françoise Dorleac.

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El reparto.

¿Alguien podría imaginarse la película sin este dúo de hermanas? ¿Y si les dijese que ellas no fueron la primera opción? El bueno de Jacques Demy tenía otros nombres en mente: Bridgitte Bardò y Geraldine Chaplin, pero por motivos de fechas no pudieron participar en la película y el director tuvo que echar mano de una actriz con la que ya había trabajado. Otra de las curiosidades de la película es que todo el reparto, con la excepción de Danielle Darrieux, fue doblado. Aún eso no le resta mérito alguno.

Las mellizas Garnier están interpretadas por Catherine Denueve y François Dorleac (hermanas en la vida real). Las dos bellas y maravillosas, con una química encantadora, interpretando a dos jóvenes despreocupadas y vitalistas, que nada podría sospechar el triste final. Françoise Dorleac falleció a los pocos meses del rodaje de esta película, en un accidente de tráfico.

Y junto a ellas, un reparto de lujo, un inmenso Michel Picoli, asombrando por sus dotes de bailarín; Danielle Darrieux, un referente del musical clásico de Hollywood como Gene Kelly y otro, de un título más vanguardista y renovador como “Wide side Story”: George Charikis.

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Sirve como homenaje, pero no es Hollywood.

El francés, el cine nacido de las imágenes de los Lumière, fue hecho por unos vanguardistas con alma de poeta que en ocasiones buscaban su inspiración en su buena literatura, mientras que otras veces se dirigía hacia lo experimental, desde el surrealismo al realismo mágico, o se forjaba con las películas de Marcel Carnè o las obras maestras de Jean Renoir. A grandes rasgos, esa era la herencia de la Nouvelle Vague, cuando hizo su aparición en los años sesenta.

La película ahonda en este movimiento, aunque a Demy no le interesase la experimentación formal o la agitación política. Sus películas están muy marcadas por el cine de su esposa Agnès Varda y por pertenecer a la Nouvelle Vague tras su paso por la “escuela de la Rive gauche”, como los casos de Alain Resnais, Chris Marker o Lois Malle.

Un heterodoxo entre los heterodoxos que ya había filmado su particular versión de “Lola” y otro musical, con mayúsculas, “Los paraguas de Cherburgo”, también con Catherine Denueve. Se trataba de un melodrama enteramente cantado, sobre el amor y su ausencia, hasta su agridulce final. El tema central “Te esperaré”, es una de las grandes canciones de la Historia. Si aquel, fue un título muy personal, “Las señoritas de Rochefort” sería su homenaje a ese musical, procedente del otro lado del océano, con canciones y diálogos con una riqueza de juegos de palabras y una paleta cromática en la que dominan los colores pasteles, las grandes diferencias con el anterior trabajo de Demy.

A nivel técnico, destaca la simetría de los encuadres, pero también recurre a la grúa para filmar las coreografías. Hay muchos travellings y, como no podía ser de otra forma, planos característicos de la Nouvelle vague, como esos planos frontales en los que los actores miran directamente al espectador. Es decir, que si Jacques Demy tuvo que hacer algunas concesiones para contentar a la productora americana, a nivel técnico, era una película muy francesa.

 

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Café Society. El último Woody Allen.

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-El timming (el ritmo) lo es todo en la vida.

Imagínense una buena música a lo Woody Allen y una voz narradora, acompañando las imágenes; eso es lo que encontramos en la última película del cineasta neoyorquino que, en su cita anual, nos lleva de nuevo a su amor al cine, previo paso por el festival de Cannes, donde se presentó el film hace unos meses.

Allen regresa con sus obsesiones de siempre (esos personajes neuróticos, esa joven que se enamora de un hombre maduro) y sus temas preferidos: el amor que se muestra esquivo junto a otro romance que aparece para sustituirlo. Woody Allen vuelve a repetir una historia muy sencilla que nos lleva al Hollywood de los años 30, protagonizada por Jesse Esemberg y Kristen Steward. Un joven llega a la Meca del Cine para trabajar, gracias a los contactos de su tío Phill (Steve Carell), un agente de estrellas. Allí se enamorará de Vonnie, la ayudante de su tío y su amante secreta.

Steward, que se estrena a las órdenes de Allen, y Jesse Esemberg –que participó en la irregular “A Roma con amor”-  habían coincidido en “Aventureland “(Gregg Mottola, con la que comparte no sólo la buena química de los protagonistas, sino también un aire de nostalgia, en esa ocasión, ambientada en un parque de atracciones de los años 80.  Woody Allen retoma una nostalgia cinematográfica que recordará a Midnigth in Paris, título que abrió el festival de Cannes hace cinco años. De hecho la Croisset es el lugar donde Woody Allen –un director alérgico a los festivales- parece sentirse como en casa, con su tercera película con la que abre Cannes; tercera y un tercio si consideramos su segmento de “Historias de Nueva York”.

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Los que adoramos a Woody Allen lo hacemos, sobre todo, por sus películas románticas como Manhattan, Annie Hall o Hanna y sus hermanas, títulos que nos avoca a un constante deja vú cada vez que nos adentramos en uno de sus trabajos. Pero en este nuevo Allen hay tanto de su obra pasada como de “El apartamento” (Billy Wilder).

Desde su último gran trabajo “Match Point” parece que Allen se haya asentado en su película anual y que no sienta, en serio, lo que filma cada año. De hecho, títulos tan mediocres como “Scoop”, “Un final made in Hollywood”, “A Roma con amor” o “Irrational man” hacen que nos resulten estimulantes y sobrevaloremos “Blue Jasmine” o “Midnight in Paris”, lo mejor en los últimos diez años.

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Novedad digital.

Si existe alguna novedad en la película es la participación del mítico cameraman Vittorio Storaro, ganador de 3 Oscars, y la primera filmación del cineasta neoyorquino con cámara digital.

Existen cuestiones de estilos que a veces coinciden en algunos cineastas: En el caso de Allen y Coppola, aspectos de fotografía e iluminación. El llamado “príncipe de la oscuridad”, Gordon Willis trabajó tanto en Manhattan como en El padrino, mientras que Vittorio Storaro estuvo a las órdenes de Coppola en Apocalipsis Now, dos cameramans que marcaron una época en la fotografía de Hollywood. En esta ocasión,  ofrece una imagen soleada de la Meca del Cine, con luces cálidas y rostros iluminados, gracias a sus planos secuencias y a los primeros planos.

Pero hay una sensación de que hace tiempo que dijo lo mejor de su carrera y que vive de los rescoldos del pasado. La cita anual con Woody Allen se está convirtiendo en la comida de empresa, que todos los años dedica el jefe a su plantilla. Unos sufridos empleados dispuestos a escuchar el mismo discurso, una y otra vez, los mismos chistes, ante un idéntico menú que encuentran cada vez más insípido. Así es el cine de Woody Allen. Un sofrito de ideas ya vistas mil veces, que te hace mirar con nostalgia ese cine antiguo de su director. Por eso, quizás, que Allen recurra a una Nueva York de los años treinta y a un Hollywood pretérito sea algo más que un simple decorado. 

¡Ave, César!, el Hollywood dorado según los Coen.

¿Os imagináis a rabinos y curas asesorando a los estudios de cine? ¿O a un grupo de guionistas rojos, secuestrando a Ben-Hur? La película está llena de absurdas y delirantes situaciones con la que se pretende satirizar ese Hollywood de los años cincuenta, a través de una comedia ligera y  una crítica de punta roma. 

-¡Ave, César!, es una película de prestigio con la mayor estrella del momento: Bert Witlock.

Si en Barton Finck, los Coen habían despedazado la Meca del cine desde la visión de un guionista con tendencias kafkianas, en esta ocasión, el punto de vista parte de la figura de un mediador.

En el Hollywood de la era dorada, una superproducción está en marcha pero la estrella de la película es secuestrada. Eddy Manix, el “fixer”, pondrá todo su empeño en liberarlo, pero también en mantener el buen pulso de los estudios. Este ejecutivo, que hace funciones de mediador, se tendrá que hacer frente a un actor que no es capaz de vocalizar ni de seguir las notas del director.

-Si fuera aaalgo tan simple.

-¿Por qué dices eso de “aaalgo” tan simple?


George Cloony, Josh Brolin, Tilda Swinson o Scarlett Johanson encabezan el reparto y junto a ellos una veintena de rostros conocidos que aparecen en forma de cameos, aunque a veces estén tan escondidos que nos sea difícil reconocerlos en un primer visionado.  En realidad, no es otra cosa que la imagen de unos estudios de cine, a través de la ficticia Capital Pictures, que no sólo hacía un cine industrial, a todo tren, sino que era “dueña” de la vida de quienes trabajaban en ella, sobre todo de sus estrellas.

Los mil rostros de Hollywood.

En ese mundillo de Hollywood, que queda al descubierto,  muchos de los personajes no surgen por casualidad: es fácil reconocer a Alexander Alenxandretz –el realizador “sofisticado” interpretado por Ralph Fiennes-en algún director homosexual como George Cukor o al personaje de Scarlett Johanson en la “sirena” Esther Williams; a Dalton Trumbo y algún otro miembro de los “Diez de Hollywood” entre los conspiradores rojos o al filósofo Herbert Marcuse, como el ideólogo principal.


Eddy Manix existió en realidad: era un “fixer”, un “arreglatodo” de la Metro-Goldwin-Meyer; el personaje real, interpretado por Josh Brolyn, tuvo que hacer frente a escándalos como la extraña muerte de George Reeves, el actor de la serie Superman. De hecho, aparece en la película Hollywoodland, encarnado por Bob Hockins.

El personaje de Frances McDorman, la montadora, es un reflejo de todas esas mujeres que han destacado en ese campo, desde la legendaria Dorothy Spencer (La diligencia, John Ford) hasta Thelma Schoonmaker (la editora habitual de Martin Scorsese).

-Me gustaría saber lo que está pasando, aquí, Eddy. Veinte millones de lectores quieren la verdad.

Hedda Hopper, la más mordaz y temida de las periodistas, es parodiada y por partida doble en la película por Tilda Swinson. Su personaje volverá a aparecer en pantalla, interpretada por Helen Mirren en “Trumbo”.

E incluso, el grupo religioso intenta recordar esa Legión Católica de la Decencia que marcaba la censura en muchas películas, el precedente del llamado “Código Hays”.


De por medio, unas escenas que homenajean esos géneros clásicos –lo mejor de la película- desde un musical al estilo de Gene Kelly , al pemplum, a través de la parodia de Ben-Hur o una secuencia de natación sincronizada, con guiños a Esther Williams y su “Escuela de sirenas”. También tiene lugar el cine negro –con femme fatale, incluida-; el melodrama de “teléfono blanco” y el western (en sus dos acepciones), el primitivo western, muy físico, con Roy Rogers como principal referencia, o el de las baladas bajo la Luna, propio de los cincuenta. Por supuesto, no se olvida de la Caza de Brujas, de McCarthy o episodios de la política más sombríos como las pruebas atómicas de la Bomba H, en el atolón de las islas Bikini.

A la espera de “Trumbo”, ese otro viaje al Hollywood dorado de la temporada, nos quedamos con una comedia divertidísima que estará entre lo mejor de estos hermanos cineastas de Minnesota. 

Zootrópolis. La jungla de asfalto.

George Orwell ideó en “Rebelión en la granja” una sociedad habitada por animales, después de expulsar a los humanos e imponer una dictadura; ahora Disney ha llevado la jungla al asfalto. Byron Howard, el responsable de “Enredados”, y Rich Moore (la divertida “Rompe Raplh” y director en series de animación, como “Los Simpson”) redefinen el mundo Disney a través de una ciudad habitada únicamente por animales.

Hace tiempo que Hollywood ha descubierto un auténtico filón en el gran formato de animación, lo que explica la explosión de proyectos en los últimos años y los esfuerzos tecnológicos de las principales productoras. Pero si hace años se tendía a conseguir un trabajado equilibrio entre comercialidad y calidad, parece que están primando los beneficios sobre los valores artísticos, sobre todo a la hora de presentarnos temáticas y personajes recurrentes. De hecho parece que toda compañía deba tener su obligada marca de animalitos simpáticos, ya sea Dreamworks con “Madagascar”, el intento de Fox con “Río” o la Disney con “Zootrópolis” y todas esos films intocables, como “Bambi” o “El libro de la Selva”, que empiezan a contar con sus vergonzosas continuaciones pensadas para el formato doméstico.

-Hay 14 casos de mamíferos desaparecidos, todos depredadores, desde un gigante oso polar hasta una diminuta nutria y me atosigan desde el ayuntamiento para que los encuentre.


La fórmula empleada es la de una historia de detectives, a través de las llamadas buddie movies y con un toque romántico de fondo, para contarnos algo que ya sabíamos, que las apariencias engañan. Un planteamiento muy de Disney, la verdad, pero la película funciona, con un gran trabajo en lo visual y una historia que engancha con continuos giros de guión que hace que la película no decaiga nunca. La pareja protagonista lo representan una teniente que pretenderá hacerse valer, pese a su tamaño, y el falso culpable de turno, que forzados a entenderse, entran de lleno en un film con homenajes al cine negro.

Los entrañables secundarios.

La ciudad poblada por animales cuenta con una fauna muy variada  de especies que hacen que los secundarios tengan tanta importancia como los personajes  principales y con guiños y rasgos antropomórficos muy reconocibles. Es la parte más hilarante del film. Hay referencias a El padrino, “vienes aquí sin avisar el día de la boda de mi hija” o el detalle los perezosos que representan a los funcionarios del departamento de Tráfico.



“Alguien, alguna vez decidió que nosotros íbamos a ser los malos, en todo cuento hay unos villanos pero sobre el nuestro no lo ha contado nadie”. (Schreck 3) Lo mismo sucedió con los secundarios, un día alguien decidió darle menos minutos, como acompañantes, compañeros de la trama, para darle un sentido cómico. Son adorables, extravagantes, entrañables, sentimentales, traviesos, odiosos o cínicos. No existe una fórmula mágica para quedarse con el público, pero ellos sí han dejado de ser los eternos olvidados de la película.

Sus peripecias traspasan la gran pantalla y su chispa les ha asegurado tener su espacio, gracias a cortos, series y apariciones estelares. Dan las mejores réplicas y siempre tienen un gag a mano, cuando hace falta.

- Es mi honor lo que me obliga a acompañaros para salvar vuestra vida.

La verdad es que “Zootrópolis” tiene todo lo necesario para pasar un rato entretenido y no está pensado únicamente  para los pequeños de la casa. Una de las mejores propuestas de animación de los últimos años, – esta vez sin el sello de Pixar- que revitaliza las historias originales de la marca Disney. Seguro que no faltarán los muñequitos de estos simpáticos animalitos, el resto del merchandising e incluso alguna secuela o corto, pero lo cierto es que estamos ante una apuesta que volverá a poner a la Disney a la cabeza.

 

La vida secreta de Walter Mitty: Un soñador para los tiempos de crisis.

La vida secreta de Walter Mitty: Un soñador para los tiempos de crisis.

Comedia buenrollista y con alma de aventura, con un Ulises de los tiempos modernos como protagonista. Un film de iniciación con un personaje que se descubre así mismo y a su entorno, a cargo de Ben Stiller uno de los actores cómicos más completos, que afronta además la dirección de su quinto largometraje. La vida secreta de Walter Mitty acabó triunfando tras un azaroso proyecto, alargado durante décadas, vinculándose a diferentes directores y actores principales. ¿Se imaginan un proyecto común entre Steven Spielberg y Jim Carrey?

-Voy a echar un vistazo a su perfil, ha dejado usted muchos espacios en blanco.

-Ya, es que no he estado en ningún sitio.

-¿No ha hecho ninguna cosa que merezca la pena mencionar?

“Creo que la película de los años cuarenta no seguía precisamente la misma línea que el relato, era una buena comedia musical dentro de su género. Un clásico por derecho propio que compartía con el original su tono de melancolía, sobre la nobleza de un hombre corriente al que nadie ve, pero que tiene un gran potencial en su interior”. Creemos al propio Ben Stiller, a fin y al cabo director y protagonista, cuando marca diferencias entre el texto original y la primera versión, sobre todo observando que su propia película no tiene mucho que ver con ninguna de las dos. Lo que tenemos es film aleccionador, una feel good movie, con frases de autoayuda incluidas que van apareciendo decorando exóticos paisaje a modo de editoriales.

Habría que destacar que antes de la versión de los años cuarenta, existía un relato escrito por James Thurber que no era precisamente una comedia. El autor que seguramente nos sea desconocido, resulta ser un testimonio documentado de una rareza neurológica conocida como Síndrome de Charles Bonnet, una afección bastante relacionada con las peculiares fantasías del personaje Walter Mitty. Los neurólogos V. S. Ramachandra y S. Blakeslee: “Phantoms in the brain: Probing the mysteries of the human mind” señalaron con respecto a Thurber, que aquellos que sufrieron una ceguera parcial o total “sufren unas alucinaciones para reemplazar la realidad que han perdido en sus vidas”.

-¡Eres tan valiente, tan fuerte, tan apuesto!

La primera versión la produjo Samuel Goldwyn, su director fue Norman Z. Meloed –habitual de los hermanos Marx- y estuvo protagonizado por Danny Kaye. En esta película, Walter Mitty es un soñador que trabaja como corrector de novelas pulp, con una madre sobreprotectora (Fay Bainter) y una fantasía en misteriosa mujer (Virginia Mayo). Así se pasa de la fantasía de evasión de un hombre gris, protagonista de la primera versión, a los delirios mentales de alguien que ansía cubrir los espacios vacíos de su vida.

-Suelen decir que la gente que sueña despierta es porque no se sienten satisfechas.

El Walter Mitty de Ben Stiller trabaja en la sección fotográfica de la revista Life. El centro de la trama es una fotografía que ha sido elegida para ser la última portada de Life, revista que cerrará tras ese número, gracias al trabajo del fotógrafo estrella de la publicación Sean O´Conell, interpretado por Sean Penn, con una breve pero interesante aparición.

-Y para este último número acabamos de recibir el negativo 25 de Sean O´Connell para su portada.

Entre estas fantasías, observamos dos destacados guiños, una referencia al cine de superhéroes, a través de un enfrentamiento con el personaje de su jefe, y de El curioso caso de Benjamin Button (David Fincher). Esta es otra gran diferencia con respecto a la primera versión: la visión subjetiva de su realidad que está matizada por su adolescencia. Ve a su jefe como un matón de instituto, tiene una visión idílica de su fantasía sexual (Cheryl, Kristen Wiig), una madre sobreprotectora y una hermana, con un comportamiento infantilizado y que en algunos momentos, puede recordar al personaje de Rizzo de Grease. A esto habría que sumarse algunos detalles de su adolescencia que van marcando la aventura del personaje, como la pizzería Papa Jhon´s dónde trabajaba o la importancia que tiene su habilidad con el skate que adquirió de adolescente.

Apunte final: La difícil vida de Walter Mitty.

Como otras grandes comedias, el proyecto de una versión de Walter Mitty estuvo a punto de convertirse un dramón. Contó como uno de los principales productores el hijo del mítico Samuel Goldwyn, a través de New Line y fueron barajados hasta cuatro directores (Ron Howard, Chuck Russell, Steven Spielberg y Gore Verbinsky) hasta que Ben Stiller decidió encargarse él mismo del proyecto.

También entre los actores, hubo mucha discrepancia. Cuando surgió la idea de la película a mediados de los años noventa, el primer nombre que empezó a sonar fue el de Jim Carrey. Diez años más tarde, la Paramount se hizo cargo del proyecto, pero eligió a Owen Wilson como protagonista que se vio obligado a abandonarlo a pesar de que se había escogido como compañera de reparto a la mismísima Scarlett Johanson. Fue entonces cuando Samuel Goldwyn Jr busca fortuna en la Century Fox, es nombrado actor a Mike Myers y contratado al guionista Jay Kogan (Fraiser) para hacer una historia adaptada las características de Myers. Lo que no prospera, porque Sacha Baron Cohen entra en el proyecto como posible actor principal y Gore Verbinsky como director, obligado a abandonar al estar comprometido con la película El llanero solitario. Al final, cae el film de forma definitiva en manos de Ben Stiller, quien lo afronta como protagonista y director. Como conclusión: un caos que ejemplifica las grandes dificultades para sacar adelante cualquier proyecto.  

Blue Jasmine: la caída tras la grandeza.

Blue Jasmine: la caída tras la grandeza.

Se suele destacar la longevidad de Manoel de Oliveira o de Clint Eastwood, pero Woody Allen con sus 77 tampoco está tan mal; e igualmente solemos remarcar su incontinencia fílmica pero con película anual, más o menos, también están el veterano Eastwood e incluso otros menos conocidos como el japonés Yoji Yamada. Entre otras cosas, le achacan al genial Woody Allen sus preferencias temáticas que suele desarrollar en todas sus películas y hay quienes no le perdonan su turbia vida, más allá de lo puramente cinematográfico; pero año tras año el realizador neoyorquino vuelve con una de las mejores citas de la temporadas y sus incondicionales sucumben a su cine.

Con 40 películas como director en los últimos 40 años de carrera, Allen, es un realizador tan prolífico como reverenciado o criticado. En su último filme, Blue Jasmine, deja a un lado la ligereza de su cine más reciente, por una crítica social a través de una mujer que lo ha tenido todo (Cate Blanchett) —parte de la cúspide de la élite económica neoyorquina—, para terminar viendo desaparecer su mundo de riquezas y privilegios cuando su marido (Alec Baldwin) es detenido por fraude. Una historia que podría remitir a Ruth Madoff, esposa de Bernard Madoff, protagonista del mayor fraude en la historia de EE UU, uno de los orígenes de la crisis que asola parte de Occidente.

Se trata de un viaje en caída libre, que traspasa clases sociales, de Jasmine, personaje que empieza a oler a Oscar, viuda tras el suicidio de su marido, un corrupto agente de bolsa, hace un viaje en caída libre de la opulencia de Nueva York al humilde San Francisco, donde le acoge su hermana, instalada entra la clase trabajadora. Del oropel baja a la arena de una cruda realidad, con un descenso que traspasa clases sociales.

-Me he gastado hasta el último centavo.

Una de las primeras referencias sería la Blanche DuBois de Un tranvía llamado Deseo; como ya han establecido mayoritariamente la crítica norteamericana. Blanche es un personaje que la propia Cate Blanchett conocía muy bien, al haberla interpretado sobre los escenarios. Como vemos, el cuarteto que se forma en el filme de Woody Allen es un fiel reflejo de la obra de Tennessee Williams, magistralmente adaptada al cine por Elia Kazan.

-Ansiedad, pesadilla y una crisis nerviosa, hay un límite de traumas soportables antes de que una salga a la calle y empiece a pegar gritos.

Regresa a casa después de una larga y próspera estancia en Europa, con película mejores que otras, por su supuesto pero una buena muestra de la longeva vitalidad del realizador. Testimonio de ello fue Match Point –su primer título en su periplo europeo-, llevando su cine a Londres junto a otras películas (Scoop, El sueño de Casandra y Conocerás al hombre de tu vida). Luego pasaría a otras grandes ciudades europeas: Barcelona (Vicky, Cristina, Barcelona), París (Midnigth in Paris) y Roma (A Roma con amor).

-En un partido hay momentos de gran envergadura, en los cuales la bola puede seguir hacia delante y ganas o no lo haces, y pierdes.

De las citadas, la presente película guarda una mayor relación con Match Point, que mantenía también unas diferencias sociales entre sus personajes, marcados igualmente por el dinero y la codicia. Así nos presenta Woody Allen el conflicto entre las dos hermanas, Jasmine, dispuesta a todo por mantener intacto su glamour y su estilo de vida aristocrático, y Ginger, quién mantiene una vida tortuosa precisamente no por el dinero. Lo vemos en el personaje del rudo mecánico (Chili) con quien Ginger mantiene una relación, mientras que Jasmine se mantendrá junto a un diplomático rico y de porte aristocrático (Dwight, Peter Sarsgaard).

-Vente conmigo a Viena, vivimos allí un par de años y te enseño a bailar el vals.

Pero por quedarnos con algo de la película, sería la inmensa interpretación de Cate Blanchett, sumándose así a otras actrices que pusieron rostros a personajes de Woody Allen: Dianne Wiest (Hannah y sus hermanas y Balas sobre Broadway), o las que recibieron Mira Sorvino (Poderosa Afrodita), Penélope Cruz (Vicky, Cristina, Barcelona) y, especialmente, Diane Keaton, musa en una multitud de películas desde Manhattan a Annie Hall.

 From left, actors Bobby Cannavale and Max Casella and director Woody Allen on the set of Blue Jasmine

Midnight in Paris: La fantasía de la nostalgia.

Midnight in Paris: La fantasía de la nostalgia.

-Estás enamorado de una fantasía.

-Estoy enamorado de ti.

Gil (Owen Wilson) es un escritor en horas bajas que viaja a París, siguiendo esa estela de norteamericanos seducidos por la ciudad de la luz; pero lo hace junto a su prometida (Inez, Rachel McAdams) y los suegros, haciéndose coincidir este momento de inseguridad creativa con otro de índole sentimental. La película comienza con una discrepancia menor entre la pareja y concluye con ambos, preguntándose si esa elección sentimental es la más adecuada; de por medio, se encuentra su suegro, un republicano excesivamente tirando para la derecha, que al mismo tiempo tacha de comunista a su futuro yerno y sobre todo, un engreído amigo de su prometida, que se pasa el rato haciendo gala de una pedantería gratuita hasta llegar al punto de corregir a la guía de un importante museo (Carla Bruni).

Su falta de empatía con el grupo se  compensa con la admiración que siente por la capital francesa.

-Esta noche mi libro no me importa en absoluto, quiero pasear por París con usted.

La película arranca con esos planos generales “turísticos” de Paris, al igual que otros prólogos con fondo musical de otros filmes suyos como A Roma con amor o Manhattan, como respuesta a esa visión de ensueño por una ciudad que se nos ha vendido como una de las más seductoras del mundo. Cesare Pavese podría ayudarnos a comprender al personaje de Gil, en una cita que encabeza la recomendable “El placer del viajero” (Ian McEwan): “Los viajes son una brutalidad. Le obligan a uno a confiar en extraños y a perder de vista toda la comodidad familiar de la casa y los amigos”. A la pareja de viajeros de Allen pasan unos días en París cargados con un equipaje emocionalmente delicado, por sus dudas, desequilibrios y la crisis de la propia relación, mientras que la ciudad queda secretamente a un lado, al menos por el día.

Será la noche parisina lo que le haría vivir una fantástica experiencia, viajar en el tiempo para recabar en el tiempo soñado por el personaje principal, un Owen Wilson fascinado y fascinante como alter ego del propio Woody Allen. Un mágico viaje en el cual, el escritor dará con Hemminguey, Picasso, Buñuel, Dalí o Scott Fitdgerald, sólo por citar algunos de los personajes de aquella edad dorada, y entre ellos, quién se convertiría en su musa, Adriana interpretada por la siempre espléndida Marion Cotillard. “Medianoche en París trata sobre un tipo no se ve en su propia época y cree que sería más feliz en otra, pero al viajar a esa época pasada ve que tampoco es feliz allí. El mensaje de la película es insatisfactoria permanezcas o no en tu época”.

 

 

     

Una cuestión de estilo.

La idea principal de Midnight in Paris recuerda a esa celebradísima serie Dimensión desconocida, en donde los viajes en el tiempo formaban parte del argumento de muchos episodios. En realidad, habría que destacar el capítulo A Stop at Willoughy (primera temporada), en el cual su personaje principal llegaba a un pueblo, situado fantásticamente en el siglo XIX, la época soñada por el protagonista. De hecho, lo mismo sucede a Gil, a cada medianoche y subiéndose en un coche de época, acompañando a grandes celebridades de esos años treinta, e incluso dando nuevo salto en el tiempo hacia el Maxim´s de la Belle Époque.

Al mismo tiempo, cuenta con una de las temáticas preferidas por el director, el juego de la realidad y la ficción, pues el filme nos deslumbra con una ensoñación de escenas memorables al estilo de Sueños de un seductor, y sobre todo La rosa púrpura del Cairo.

-Señorita, creo que le encanta esta película.

-¿Me habla a mí?

Personajes de ficción que iluminan las vidas grises del que está al otro lado, e incluso aproximándose a otros ficticios interactuando con personajes históricos, como el propia Woody Allen había planteado en Zelig. “La película nos dice de una forma explícita –continuaba comentando el cineasta- que la labor del artista es encontrar en su propia época, lo necesario, para que su vida sea tolerable. Encontrar belleza en el presente”.