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Ciclo cine de actualidad.

Sicko: La pesadilla del sistema sanitario.

Sicko: La pesadilla del sistema sanitario.

El Sueño Americano, roto. La trampa de los seguros y la corrupción, que se oculta detrás de la cobertura médica americana, son los molinos contra los que este quijotesco cineasta va poniendo sobre el tapete. Descubriéndose cómo el concepto de salud en USA está ligado a la idea económica. De hecho, el acceso a la sanidad está en manos de las compañías de seguros y empresas farmacéuticas.

- Estaba dispuesta a hacerle ahorrar a la compañía millones de dólares.

Señala el propio director que la idea de la película le surgió cuando estaba trabajando en un programa para la televisión, llamado The Awfull Truth. En un capítulo hicieron un reportaje sobre un hombre que necesitaba un transplante de páncreas, pero el seguro médico se negaba a intervenirle. Amenazaron a la compañía con celebrar un falso funeral, y en pocos días, el seguro cedió.

 En cierto modo, los que critican a Michael Moore, suelen referirse a este peculiar método a la hora desarrollar sus filmes. Porque resulta difícil asomarse a uno de sus trabajos sin asumir que se trata de un provocador. Como marca de la casa, practica el documental de tesis, siendo el mismo quien empuja la narración con su característica presencia. Sin embargo, no deja indiferente a nadie. Odiado por unos y admirado por otro, nos acerca al negocio de los seguros médico en un documental que tiene como principal valor, meter el dedo en la llaga sobre un tema capital en los Estados Unidos, la ausencia de cobertura médica universal.

 El propio título del documental Sicko, ya alude a la forma de entender este problema según Michael Moore, al presentarlo como un sistema enfermo que actúa con crueldad con la gente que está fuera: Sick + Psycko. La realidad que vive a diario una buena parte de la población, lo que aparece reflejado en la película. Sin una garantía pública de salud muchos estadounidenses se quedan fuera del sistema, y otros, los que creen estar dentro, pagando una póliza, se enfrentan a otro de los mecanismos de esta verdad: las propias compañías aseguradoras niegan la atención médica, incluso fundamentales para la supervivencia del asegurado, por motivos económicos.

 - Recibí una factura de mi seguro médico que me negaba la asistencia de una ambulancia porque lo habían decidido mientras que tuve el accidente. Pero, ¿cuándo pretendían que yo firmase? ¿En el propio coche accidentado?

                       

 Michael Moore es tanto un ente público como un fenómeno mediático y un showman, como le consideran sus más férreos detractores. Muchos le acusan de manipulador y de crear unos documentales a base de métodos muy discutibles. Es cierto que tiene una serie de características que suele reflejar en pantalla. Por citar una: sus argumentos en la pantalla terminan siendo un panfleto convertido en un ejercicio de reconocimiento colectivo: un chiste con el que reírse en compañía de amigos. Que resulta innecesario. Si estás de acuerdo con las ideas de Michael Moore no hace falta hacer tanta saña.

 - Sr. Presidente, el pueblo americano se tragará todo lo que digamos.

Parte de su futura tesis, ya lo reflejaba en su película de ficción, Operación Canadá. Pero fue en el género del documental en donde, Moore se explayó en sus críticas hacia los puntos más candentes de los Estados Unidos. Si fueron los despidos colectivos de una gran multinacional, el primer gran tema de Michael Moore; sería el derecho a poseer armas, el que le diese la popularidad de la que goza. Cuando todavía era un total desconocido se atrevió en Roger y yo a plantar cara, nada menos que a Roger Smith, el presidente de la General Motors, quién había despedido recientemente a cientos de trabajadores de su planta que tenía la empresa en su pueblo natal, Flint (Michigan).

 Pero mayor reconocimiento obtuvo con ese derecho presente en una enmienda de la constitución, tema capital que salió a la palestra, a raíz de los asesinatos a cargo de un adolescente en el instituto Columbine.

- Quería hacerle una pregunta, ¿no creen que es un poco peligroso regalar armas en un banco?

 Con el oscarizado Bowling for Columbine, empieza a interesarse por ese formato que le daría la fama, un tipo de documental en la que el mismo se atreve como reportero a contarnos las experiencias que va surgiendo.

 - Mientras los minutos pasaban George Bush, seguía sentado en el aula. Estaría pensando: “¿habré estado relacionándome con la gente equivocada?”.

 Si el anterior filme fue el que le dio la fama, su ataque a George Bush en Farenheit 9/11, es el referente tanto por quienes le odian como por aquellos que le admiran. Y a pesar de que no logró el objetivo de evitar la reelección de Bush, consiguió sacar a la luz los puntos flacos de su Administración, en lo que respecta su política exterior.

 Con su última película, sobre el tema candente de la sanidad de los EEUU, vuelve a ofrecernos un objetivo noble, pero sigue tropezando con ese método marca de la casa: afirmaciones dudosas (¿cómo sabe que van a morir 18.000 personas este año por falta de seguro médico?), o trampas como la de llevar a voluntarios del 11-S, enfermos, a la prisión de Guantánamo para que recibiesen ayuda médica, que según Moore –no conozco otra fuente- reciben los de Al-Qaeda.

- Tengo aquí a tres voluntarios del 11-S que no tienen asistencia médica y quisieran tener la misma que facilitan a los terroristas.

 Otras historias son terroríficas: ese hombre que se cortó dos dedos y sólo tenía dinero para coserse uno de ellos, o el matrimonio que se vio obligado a vender la casa, para costear el tratamiento de la enfermedad de la mujer. Michael Moore observa como muchos norteamericanos aceptan trabajos denigrantes y horribles tan sólo porque cuentan con seguro de enfermedad. Pero este controvertido realizador hace algo fundamental en sus documentales, después de presentar el lado más oscuro de su propio país, viaja a Canadá –el ejemplo que suele utilizar para compararlo con Estados Unidos-, que goza de una cobertura médica universal.

 - Claro que el canadiense es un sistema maravilloso que se asegura que tanto ricos como pobres reciban atención.

Es decir, se fija en su admirado país vecino, pero su periplo le lleva también a la Europa del bienestar.

 - Como médico, como ciudadano y como paciente, me alegro mucho de estar en Francia.

Al final de su periplo, llega incluso a la isla caribeña en donde, paradójicamente, la sanidad es gratuita en la prisión de Guantánamo. Pero, tras recibir la negativa de la base, acude a un hospital cubano, donde le atienden sin problemas. El espectador intuye que acabará su viaje en Cuba, elogiando su sistema de salud, con algunos excesos en las comparaciones con el sistema norteamericano. Es decir, aboga por un sistema sanitario estatal, sobre todo cuando las compañías aseguradoras aportan fondos a las compañías para perpetuar el statu quo.

 - La salud debe ser un derecho.

Seguramente Michael Moore fuese más feliz desde que el demócrata Barack Obama lograse la Presidencia. Y ¿Ahora, qué? ¿El fraude de Madoff y los mecanismos de Wall Street? ¿El cambio climático? ¿Cuáles serán los futuros temas contra los que luche este cineasta como si de molinos de viento se tratasen?



IL divo: Tras la pista de Gulio Andreotti.

IL divo: Tras la pista de Gulio Andreotti.

Pocos personajes han resultado tan influyentes en la política como Giulio Andreotti que ha conseguido sobrevivir a varias masacres terroristas, calumnias, aunque una de las instituciones más poderosas de Italia, como la mafia, sin embargo, ha logrado debilitarle. De todo esto nos habla Il Divo, filme  que demuestra el buen momento del cine italiano.

 En una de las secuencias de la película, el personaje principal aparece en un hipódromo con un montaje en paralelo, la atenta mirada en la carrera hípica se mezcla con las imágenes de un hombre al que intentan asesinar. Se trata de un miembro de la Democracia Cristiana, que en marzo de 1992 fue asesinado, uno de sus brazos derechos y su relación más directa con la Mafia. Según estas imágenes podríamos cuestionarnos si fue el propio Andreotti quien ordenó su asesinato. Este es parte del estilo del director, Paolo Sorretino, para mostrarnos las dobleces de un personaje considerado en un símbolo de poder en Italia. Fue siete veces Presidente del Gobierno, en otra veintena de ocasiones Ministro y a finales de los años ochenta fue nombrado Senador vitalicio. A pesar de esta brillante carrera, no ha podido quitarse de encima el baldón de la corrupción y de sus vinculaciones con la mafia.

 - Puedo haber cometido muchos errores en mi vida, pero la mafia nunca. Jamás, ¡Jamás!

 Con sus mecánicos movimientos, los gestos de las manos y su particular forma de caminar (camina encogido por el Quirinal, con el momento del gato que huye despavorido). No tiene una imagen autoritaria, ni un físico aterrador, sino una apariencia seca y enfermiza, pero realmente Andreotti asusta porque el verdadero poder no necesita de la arrogancia y de una voz aterradora, sino que estrangula con encanto y elegancia, como sucedía con otros personajes como el capo Vito Corleone (M. Brandon) en El Padrino.

 - Guerras púnicas aparte, me han acusado de todo lo sucedido en Italia. En el transcurso de los años me han honrado con numerosos apodos: “El divino Giulio”, “El jorobado”, “El zorro”, “La salamandra”, “El papa negro”, “El hombre de las tinieblas”, “Belcebú”. Pero nunca me he querellado por un solo motivo: poseo sentido del humor.

                             

 Una de las escenas cumbre de esta extraordinaria película –como si fuese una biografía no autorizada del personaje (magníficamente interpretado por Toni Servillo)- nos enseña la llegada al palacio del poder, haciendo ostentación de éste y de toda su corte. Roma sigue siendo esa cloaca de césares y crímenes, con un fiel reflejo de la realidad política de Italia. Políticos (como los de una Democracia Cristiana en guerra intestina), senadores, fantasmas (Aldo Moro), mafiosos (Toto Riina), periodistas y magistrados (juez Falcone) forman parte del coro de esta tragedia que más que parecer cosa del pasado, parece hablar del presente (también hay alusiones a Berlusconi). Quizás, lo peor de la película es que exija al espectador español un conocimiento previo del tema.

 “Las investigaciones sobre el dirigente de los Democristianos y la Mafia”, “A sus sesenta y siete años Giulio Andreotti, será juzgado hoy”, “En Italia se considera como el proceso del siglo”, “Un tribunal de Palermo le ha absuelto de asociación mafiosa”, “Italia está conmocionada por la condena de quien fue el Presidente del Gobierno, Giulio Andreoti, con 24 años de prisión”, “Giuilio Andreotti, hoy senador vitalicio, no irá a la cárcel”. Como personaje fundamental de la Italia moderna (en paralelo, quizás, con el actual mandatario del país, Berlusconi, también con sospechas de asociación mafiosa), su proceso judicial fue noticia durante años, siendo estos algunos de los titulares recogidos por el Telediario de TVE, en todo ese tiempo.

 - Es necesario hacer el mal para perpetuar el bien de la ciudadanía.

 Sorretino sublima los mecánicos aspectos genéricos (véanse las secuencias de asesinatos) con montajes paralelos al estilo de El Padrino, para centrarse en el inmortal drama de la ambición, la gloria y la imperfección humana. Pocas veces, la ciudad de Roma aparece en nuestros ojos tan nítidamente como sucedía en Romanzo criminale, de Michelle Placido, que nos mostraba unos nuevos Borgias surgidos del arroyo, como si se tratase en una versión criminal de la trágica familia de Rocco, de Lucino Visconti.

 Con esta película, el director ha modernizado el cine político italiano, que se une a Gomorra, para desmentir una cinematografía con una profunda falta de ideas. A finales de los setenta, nadie hablaba de “falta de ideas” al contemplar los trabajos de Francesco Rosi (especialmente la película, Excelentísimos cadáveres) y Elio Petri (Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha), la principal influencia del director. Pero, con mezcla de cine político y documental, en Il Divo hay mucho más que la recuperación de un prestigio cinematográfico, es una historia de crímenes, un relato de la convivencia entre la mafia, la política e incluso sectores de la Iglesia, los poderes fácticos del país que resultaron de la crisis sufrida con Garibaldi.

 Aunque tuvo que ser un americano, descendiente de italianos, el que estableciera como nadie las relaciones entre la alta política, la Iglesia y la mafia. Por supuesto, estamos hablando de El padrino, especialmente en su tercer episodio de la saga, que presenta a un personaje próximo al de Andreotti, el banquero Calvi.

 - El poder desgasta al que no lo tiene.

 A Sorretino le gustan los montajes paralelos de los que nos aficionó Coppola, uno de los elementos en común con la grandiosa trilogía sobre el crimen organizado. Pero Il Divo juega con la ensoñación de un político y una forma de vida. El resultado provoca la curiosidad malsana que se siente al asomarse sobre las cloacas de la política. Sorretino sabe mostrar, la cámara seduce con la habilidad del encantador de serpientes acostumbrado a lidiar con la muerte. Al final, el veredicto queda en manos del espectador rendido a este fascinante retrato humano de las paradojas de la Historia. Un cine con mayúsculas, una excelente película, sin duda.

         

                      

El abogado del terror.

El abogado del terror.

"Cuando Platón dio la definición del hombre como la de un bípedo implume y obtuvo la aprobación de los demás, Diógenes el cínico le arrancó las plumas a un gallo y lo llevó a la Academia con estas palabras: Este es el hombre de Platón".

 El chascarrillo lo relata Diógenes Laercio en su Vida y opiniones de los filósofos más ilustres. La anécdota viene a cuento del último alumno del cinismo: Jacques Vergès.  El cine de Barbet Schroeder está lleno de monstruos, ya sea desde la visión documental (General Idi Amin Dada, Charles Bukowski) o de la ficción (El Misterio Von Büllow); en este sentido, Jaques Vergès, el protagonista del documental, es un abogado que confraternizó con algunos de los personajes más abyectos de la segunda mitad del XX.

 Antes de que aparezcan los títulos de crédito, vemos al letrado Vergès darse un acalorado abrazo con Pol Pot, líder de los jeremes rojos camboyanos, amigo y compañero de estudios en París. "Siempre enseñan las mismas treinta calaveras, no creo que se trate de un genocidio", dice, a continuación. No podemos decir que el director no toma partido, pero a diferencia de Michael Moore y otros, el autor se retira para que sea el protagonista el que desglose sus motivos.

No se trata de ridiculizar al interpelado, como hacía, por ejemplo, Michael Moore. Valdría la pena citar, en este sentido, a Morgan Spurlock (Super size me) sobre la comida basura o Chris Bell (Bigger, stronger, faster), acerca de la obsesión por la búsqueda de la perfección en el cuerpo humano. Estamos en la antítesis de la bufonada como panfleto, que resulta divertida, ciertamente, de Bowling for Columbine. Recordemos la escena en la que Moore deposita una flor junto al retrato de una niña asesinada, delante de la casa de Charlton Heston. El panfleto se convierte en un ejercicio de reconocimiento colectivo: un chiste con el que reírse en compañía de amigos. Que resulta innecesario. Si estás de acuerdo con las ideas de Michael Moore no hace falta hacer tanta saña. Así sus películas, desde Roger and me (su mejor trabajo) a Sicko o Fahrenheit 9/11, no inquietan como las de Schroeder.

 El director de películas tan populares como Medidas desesperadas o La virgen de los sicarios, en realidad, no hace un documental al uso, porque no suele usar muchos de los recursos habituales del género, por ejemplo, la voz en off. Sus trabajos no se acercan a la técnica del "mondo films" (falsos documentales con un tono ingenuo por el sensacionalismo) y tampoco es uno de esas películas impelidas por la urgencia de la denuncia como Invisibles, documental colectivo, y Una verdad incómoda, de David Guggenheim, y no de Al Gore, como se cree.

                          
 
Quizás se acerca más al estilo de Oliver Stone (Comandante) con una larga entrevista con Fidel Castro, y sobre todo a la filmografía de Errol Morris (Rumores de Guerra). En este sentido, Standard Operating Procedure mostraba las entrevistas guiadas a cada uno de los protagonistas de la famosa prisión iraquí de Abu Ghraib.

-Ese día cumplí 21 años.

 Como ya hemos señalado, la filmografía del director alemán siempre ha sentido fascinación por la ambigüedad del mal. En este sentido, es muy coherente que se haya acercado a una personalidad abarrotada de claroscuros, difícilmente etiquetable como la de Vergès. Personaje que maneja el sarcasmo y hace una puesta al día del cinismo clásico. Un virtuoso de la dialéctica, con quien los adjetivos maquiavélico o inquietante, reciben pleno sentido. Un personaje asociado al derramamiento de sangre, aunque su única herida de guerra se la provocó la apertura de una ostra.

- “Yo amo la Francia de Montagine, de Diderot, la Revolución, y me es completamente insoportable que todo esto pueda desaparecer”.

Se sabe que fue el abogado de Djanila Bouhired, la condenada a muerte que simbolizó la lucha de Argel contra el contra el colonialismo francés, de los fedayín, de la Baader Meinhoff, de Carlos el Chacal, de Klaus Barbie. Vergès, hijo de una vietnamita y de un diplomático francés, siempre se ha sentido en guerra contra los imperialismos. Un personaje del que podría hacerse una novela al estilo de un John Le Carrè en estado de gracia.

Como resultado, más de dos horas de metraje, El abogado del terror es un filme de obligada visión no sólo por su tremendo valor histórico sino, sobre todo, porque nos encontramos con cine de mayúsculas. Sólo por eso, habría que celebrarlo. Lo demás, mojigatería. Como decía Borges: "la pedantería de contar la verdad".

 


 
 

Cine político. Las urnas y la campaña en el celuloide.

Año electoral en Estados Unidos y España, lo que nos sirve de excusa para retratar la multitud de elecciones que han aparecido en la gran pantalla. Repasemos las principales campañas electores en el séptimo arte, en donde política, mítines y corrupción vendrán a combinarse en el séptimo arte. Lo que parece una tesis de la ambición mal entendida, en donde la felicidad y bienestar de los votantes es lo que menos importa.

Ya lo dijo Paul Valéry: "La política es el arte de evitar que la gente se preocupe de lo verdaderamente importante", o lo que es lo mismo, pero en otras palabras, el noble arte de vender humo. Un apoteósico desfile de banderas y un entusiasmo ideológico, un ritual de multitudinarios actos que dirige el líder, en representación de lo que piensan y sienten sus fieles acólitos. Lo más demoledor en literatura sobre el juego electoral fue escrito hace siglos por el dramaturgo inglés Shakespeare sobre las intrigas políticas en época romana, en Julio César. Adaptada al celuloide por Joseph L. Mankiewitz se presenta como la mejor representación de la metodología de un animal político, Marco Antonio (Marlon Brando) para destruir a su rival, Bruto.

A ellos les sobraba los diez minutos de un espléndido monólogo, a cargo de ese genial actor, para demostrar el maquievelismo y el efecto escénico de los políticos, mientras que los nuevos tiempos se ha hecho gala de toda una cinematografía, con todos los puntos de vista posibles de la democracia.

Es cierto que la democracia rige los destinos de no pocos países y una de las esencias de este sistema son las elecciones, como también es cierto que en ningún país como en Estados Unidos se vive con tanta pasión la carrera de las urnas por la presidencia. Una carrera de fondo, que al final sólo hay sitio para uno. En el caso del cine americano, actores y política han ido muchas veces de la mano. El mediocre actor Ronald Reagan llegó a la presidencia desde el Partido Republicano, como hizo Arnold Swarzzenneger, el último capítulo en este sentido como gobernador de California. También los hay que han sido alcaldes, como Clint Eastwood, del californiano pueblo de Camel. Que Abraham Lincoln muriese asesinado en un teatro es pura casualidad. Y de todos los candidatos del cine nos quedamos, sin duda, con Henry Fonda. El mejor hombre (Frankling. J. Shaffner), meritorio filme sobre la campaña electoral, es uno de los trabajos principales de Fonda, en este sentido, actor curtido en esos personajes desde que interpretase a Abraham Lincoln. Uno de los símbolos de la democracia estadounidense, cuya sombra inspira los máximos ideales del ciudadano medio, aquel que rigen los principios presentes en su constitución y que aparecen recogidos en la parte final de la Declaración de Independencia: Juro fidelidad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una Nación ante Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.

- El Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, no desaparecerá de la Tierra.

Primero abogado, Abraham Lincoln conquistó la Casa Blanca desde Illinois, con sus buenas formas y su apariencia austera, en un momento en el cual la democracia norteamericana conocía los debates electorales, antes de aparecer la televisión. Años en los que aparecía el Oeste como la parte salvaje de ese país naciente cuando se descubrió un asunto turbio que sucedió en el Este, en un Nueva York, que todavía no era más que un embrión de lo que se vivía en Europa. Como lo reflejó Martin Scorsese en Gags of New Cork.

- Sólo dos, lo juro por Dios.

- ¿Sólo dos? ¿Y así cumples con tu deber cívico?

Se trataba de ganar -siendo mucho lo que estaba en juego-, y ya por aquel entonces, los protagonistas de ese particular juego democrático sabían bien lo que significaba el viejo dicho de "un hombre, un voto".

- Soy consciente de que algunos no me habéis dado todo el apoyo que había deseado, pero este año las cosas son más restrictivas: sólo un voto por persona.

El Oeste dejaba de ser salvaje y el Este entraba de pleno en el espíritu del siglo XX con un hombre a la altura de las condiciones, Charles Foster Kane (Orson Welles) quien era en realidad, el magnate Hearst, forjado en un imperio a su medida y que no sólo quiso acaparar los poderes fácticos, sino contar con el político.

- Todavía podía presentar más promesas ahora, pero estoy demasiado ocupado por mantenerlas.

Gracias al empuje de personajes como Hearst / Kane, Estados Unidos estaba destinada a convertirse en una gran potencia, que aún debía pasar por la prueba de la Gran Depresión, producida por la crisis bursátil de 1929. El hambre, la pobreza y el desempleo se adueñaron del país y cada uno sobrevivía como podía, tanto los de abajo como los de arriba. El cine, igualmente, sacó a luz todo un decálogo de lo que sería una campaña electoral. Lo primero, y más importante, era ganarse el favor de la mayoría, lo que se cumplía con argumentos dirigidos a llamar su atención más que a responder a las necesidades reales del pueblo. 

- ¡Y os digo que si los años de atropello han quedado atrás...! Es así, ¿no? muchachos.

- Sí, señor.

- Vale, vale... ¡Os digo que en virtud del poder que me ha sido conferido, estos muchachos quedan perdonados!.

En toda campaña, había que superar al contrario, con todo aquello que conocen del oponente como hicieron los hermanos Cohen en Oh, brother, e incluso echando mano del diccionario (El senador fue indiscreto):

- Parlson está contra la inflación, la deflación y a favor de la flación.

El populismo ha sido, es y será el objetivo fácil de todo político que anteponga el mero ejercicio del poder a la defensa de otros intereses de sus conciudadanos.

- ¡Amigos, alzad la mirada y contemplar la verdad con toda su crudeza! Y esta es la verdad, sois pobres y nadie ha ayudado más a los pobres, que los pobres.

                                 


De ahí que se empiece pidiendo el voto a los pobres contra los ricos y se termine con un peliculón, El político, de Robert Rossen, filme que sedujo al propio Sean Penn, porque a pesar de su pinta de progre, le va el populismo sureño de este remake titulado Todos los hombres del rey, dirigido por Steven Zazillian. Dicho de este modo, parece fácil, porque una promesa surge al juntar un grupo de palabras. Ya lo sabía Charles Foster Kane o Hearts, pero además de promesas, el candidato debía saber implicar a otros en su proyecto, pero la cuestión es cómo resultar convincentes.

- Estoy dispuesto a pactar con el diablo, si me ayuda a cumplir mi programa.

Integridad, carisma, sinceridad. Qué poco le duran estos valores a los políticos, sobre todo si un esperanzador Robert Rerdford en su escalada política a la Casa Blanca, porque ya se sabe, el poder termina corrompiendo incluso a los mejores.Demócratas convencidos perdieron así el buen rumbo como Warren Beatty, que transgredió todas las normas a ritmo de hip-hop en Bulworth, o Tim Robbins, dando vida a un candidato a la presidencia por las filas republicanas, con música a lo Bob Dylan, en Ciudadano Bob Roberts. Hasta encontrarnos con alcaldes que pretenden ser Presidentes como Spencer Tracy, en El último hurra (John Ford), y ex presidentes, Gene Hackman, que al retirarse a un pequeño pueblecito, creen que van a ser elegidos alcaldes (Bienvenido a Mooseport, Donald Petrie). En política se ve que es un error no contar con las fuerzas vivas de la localidad, como el hecho de resultar peligroso ganarse a la gente.

No es por ponernos serios, pero en España, la dictadura de Franco (guionista de alcoba que escribió Raza), hizo imposible representar el juego electoral en nuestro cine, porque para empezar, brilló por su ausencia durante cuarenta años. La Transición fue la que trajo las elecciones a nuestro país, pero su reflejo en el séptimo arte no pasó de las amenazas que recibía José Sacristán, por su condición de homosexual, en El diputado (Eloy de la Iglesia) y de la particular campaña que se hizo en un pueblo de Castilla con un solo habitante: El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Jiménez Rico).

 

Otro artículos: Presidentes USA. 

 

El presidente de los Estados Unidos, qué personaje.

El desafío: Frost contra Nixon.

Muerte de un presidente.

La Casa Blanca: entre realidad y ficción.

 

 

 

 


Michael Clayton: Lodos en el mundo de la abogacía.

Ayer el cine quedó de luto, murió Sidney Pollack, director y actor norteamericano, autor de un puñado de grandes películas, todas ellas dentro de nuestra memoria cinematográfica. Le recordaremos en su última película, Michael Clayton, en la que intervino como actor. Les dejamos con Michael Clayton, una historia sobre los trapos sucios en un bufete de abogados y otras corruptelas.

 Uno de los mayores problemas de algunos films es que estamos tan de acuerdo con lo que nos proponen que sólo pueden despertarnos dudas, en torno a ellos pero también entorno a nosotros mismos. Michael Clayton  me parece admirable pero al mismo tiempo me deja indiferente. Con la ópera prima de Tony Gilroy me pasa algo similar a lo que experimento al montar en una atracción de feria, pero sin el mareo. Al salir del cine es como si no hubiese sucedido nada, aparte de haber escuchado un par de verdades como puños, pero que suelen estar en boca de muchos de los productos considerados políticamente correctos: "el dinero no puede comprar nuestra integridad", "las grandes empresas causan daños irreparables por los que a menudo no pagan ningún precio porque pueden moldear la ley a su gusto".

 Lo dicho hasta ahora puede servirnos como premisa para iniciarnos en una película que va dirigida al gran público, sin que ello signifique ninguna merma del reparto o la inteligencia del espectador. Micahel Clayton está avalada por la personalidad crítica y liberal de un hombre apuesto y cultivado, George Cloony, y por el afortunadísimo debut del guionista Tony Gilroy, el mismo que ya había escrito el guión de Pactar con el diablo.

El filme de Taylor Hackford presentaba como trama los vericuetos ocultos de las grandes firmas de abogados de Nueva York, con una parte externa, -la fachada-, pero también una parte de atrás, la de unos abogados que nunca aparecían por los tribunales, actuando siempre en la sombra. En realidad, existen diferentes señas de identidad entre ambas cintas. Aparte del trasfondo diabólico, Pactar con el diablo es la historia de un ambicioso abogado (Keanu Reeves) que atrae la atención del líder de un poderoso bufete de abogados (Al Pacino), dispuesto a cualquier estrategia, si esta permitía triunfar en los juicios a favor de unos influyentes clientes. Poco después, cuando estaba disfrutando de su poder, dinero y la gloria del éxito, entra en sospechas sobre el poder ilimitado de su protector.

- Y si Arthur descubrió algo.

- ¿Qué insinúas? ¿Sobre qué?

- Y si Arthur no estaba loco y tenía razón.

- ¿Razón sobre qué? ¿Qué estamos en el lado equivocado?

 En este tipo de filmes, lo primero que se construye es un personaje: una importante firma legal tiene a un hombre de paja al que da vida George Cloony, rodeado por otros abogados exquisitamente vestidos que nunca acuden a los juzgados, porque ese ya no es su territorio para resolver problemas. Entonces, ¿cuál es su territorio? De eso trata la interesantísima Michael Clayton, una de esas raras películas que nos ayudan a explicar el complejo mundo de hoy, hecho de medias verdades y grandes mentiras.

 - Había un observador, nosotros teníamos presentadores y mirando para delante tenemos políticos, que deciden asuntos de vida o muerte, basándose en los asesores de imagen y eso es lo que tenemos.

Michael Clayton es alguien que ha hecho cosas horribles para su firma de abogados desde hace mucho tiempo y todas esas cosas regresan para perseguirle, por lo que tiene que salvar su alma o su relación con su hijo.

- Eso es del todo inaceptable, son tres mil millones de dólares la demanda que piden. Por la mañana llamaré a mi junta y les diré que el responsable de mi defensa fue detenido por correr desnudo bajo la nieve persiguiendo a los demandantes en un aparcamiento.
- No se preocupe, ya está todo previsto. Diremos que fue un atropello con fuga. La policía ya lo está investigando a fondo. Ahora los investigadores estarán sacando muestras de pintura de las vallas protectoras, y mañana buscarán al dueño de un jaguar XJ 12, con pintura especial. Solo busco soluciones, no hago milagros.

                            

 La figura del fixer, el amañador, es el que interpreta George Cloony en un ajustadísimo trabajo con uno de los mejores planos finales que se recuerdan. Michael Clayton trabaja para una prestigiosa firma de abogados siendo uno de sus mejores clientes una poderosa multinacional de la alimentación, demandada por corrupción, aunque amañan las pruebas para que todo quedase como un accidente de tráfico. Las cosas se complican cuando un hombre del pasado de la compañía -en tratamiento psiquiátrico-, deja de tomar la medicación y asume comportamientos extravagantes, uno de ellos decir la verdad.

 - Les mataron, Michael. Uno quiere saber que todo está controlado, pero están nerviosos, hay que calmarles.

- ¿Qué quieres decirme?

La verdad lo desvela un hombre oficialmente loco, pero que en realidad decide librarse de la enorme presión que vive sometido con el fin de ocultar una información relevante. Una información que tiene que ver -como uno puede imaginarse- en una sentencia que afecta directamente a la opinión pública.

- Uno de los mayores y más grandes bufetes del mundo, toda una leyenda.
- ¡Soy un cómplice!.
- Y un maníaco depresivo.
 

Una película sobre abogados, alude inevitablemente al genero judicial y nos da pie para idear el posible proceso perfecto del séptimo arte. En el jurado, estaría la figura de Henry Fonda, como jurado número 8, en Doce hombres sin piedad (Sydney Lumet): "Ningún jurado puede declarar a un hombre culpable a menos que esté seguro". Lo difícil, sin embargo, era mantener los prejuicios al margen. Como acusado, Peter Carter (David Niven) en A vida o muerte (Powell y Pressburger). Un aviador salta y sobrevive, pero en el cielo le organizan un juicio. El fiscal, Jim Garrison (Kevin Constner) en JFK (Oliver Stone): "Qué se haga justicia aunque el cielo se derrumbe". Un abogado que esté a la altura de las circunstancias sería Atticus Finch (Gregory Peck) en Matar a un Ruiseñor (Robert Mulligan): "Nunca comprenderás a una persona hasta considerar las cosas desde su punto de vista", aunque más que un abogado parece el padre que todos quisimos tener. Un testigo como el de Jack Nicholson (Coronel Jessep) en Algunos hombres buenos: "¡Por supuesto que ordené el código rojo, joder!" Ir de testigo y acabar culpable sólo tiene una explicación: la prepotencia. Y por último, el juez. Nadie mejor como Spencer Tracy para la ocasión, en el papel de Dan Haywood en ¿Vencedores o vencidos? (Stanley Kramer), un magistrado que juzga los crímenes más terribles de la humanidad, con sentido común y en paz consigo mismo: "Quiero comprender, lo necesito".

Michael Clayton es una película sobre el poder y sus mecanismos cuyas reglas no tienen nada que ver con los grandes conceptos que emplean políticos y personajes públicos, pero es lo suficientemente rica para actuar en los dos niveles. Tiene intriga policial y reproduce el itinerario personal de un hombre cuya pregunta latente subyace en toda la película: ¿cómo he llegado a ser lo que soy?.