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Happy End. ¿Un paso en falso de Haneke hacia la comedia?

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La imposibilidad de encontrar luz entre las sombras del mundo sería una idea común que recorre una buena parte del cine europeo; películas que explicitan un sentimiento de desesperación y desolación moral. Podría pensar en “The killing of Sacred Deer” (Yorgos Lanthimos), “Loveless” (Andrey Zvyagintsev), “The Square” (Ruben Östlund) o “Happy End”, pero a diferencia de otros trabajos suyos, ésta parece un paso en falso en la filmografía de Michael Haneke. La principal novedad es que estamos ante una comedia y esto resultaría tan llamativo en el cineasta austriaco como la primera vez que, allá por 1930, una actriz de la era silente como Greta Garbo, “hablase”, en “Ana Christie”. 

La verdad es que algo cambió con su anterior película “Amor”, en la voluntad de Haneke de contar esa historia sin necesidad de recurrir a las técnicas que había empleado en el pasado. Logrando un éxito con un nuevo enfoque, podría pensarse en que éste le alejaría de su audaz y sombrío estilo narrativo de siempre. Lo que Michael Haneke hace, en parte.

Como en “Código desconocido”, el director proporciona diferentes puntos de vista en la narrativa: Happy end dispersa su punto de vista a través de un gran grupo de personajes. Estos serían los Laurent, una acaudala familia que vive en una espaciosa mansión en Calais. El patriarca sería el octogenario Georges (Jean-Louis Trintignant), que surge como una especie de secuela de la anterior “Amor”, sin embargo, el peso de la historia recae en su hija Anne (Isabelle Huppert), una promotora inmobiliaria, situada al frente de la familia, con un hijo, Pierre, de quien se enorgullece, haciendo gala de la ácida condescendencia que mostró su personaje de “Elle”. Anne es mucho más aguda que su hermano Thomas, un cirujano de prestigio que ha visto obligado a hacerse cargo de su hija de su matrimonio anterior, Eve, junto a su segunda esposa y su hijo.

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Hay varias escenas en las que George, que está confinado a una silla de ruedas, trata de quitarse la vida. Haneke las interpreta a través de la comedia.  Pero al igual que en sus anteriores películas -la presencia del humor era una proposición cruelmente retorcida (recordemos “Funny games”)- “Happy End” recupera la hilaridad enfermiza. Un ejemplo lo vemos en el deseo de su muerte que se cruza con la patología morbosa de su nieta. Eve es una sociópata en potencia: fuerza al hámster a tragarse los antidepresivos y lo graba con su iphone, y parece ser que estaba implicada en la muerte, por sobredosis, de su madre. Éste sería el retrato de familia y el contexto en que se traza la trama, de la que no quisiera aportar más información.

El género Haneke.

Aquellos que estén familiarizados con la obra de Haneke reconocerán similitudes con otras películas suyas.  No sería necesario decir que el adjetivo del título resulta tan preciso como el de “Funny Games”, una pesadilla en forma de sátira sobre la prosperidad de las clases acaudaladas europeas (antaño llamadas burguesas), tan descarnada e implacable como la citada doble película de Haneke. En este sentido, “Happy End” explora todos los temas y recursos visuales de su cine: desde la disfunción familiar, a la venganza intergeneracional o el entorno de represión.

E incluso como sucedía en “Funny Games” o en “El video de Benny”, vuelve a la grabación de un video como un reproche moral, tecnológicamente sin concesiones, de lo que elegimos ver de nuestros propios comportamientos.  Eso sí, en su cine -que suele bascular entre el thriller y el “terror”-, “Happy End” no resulta una excepción, porque en definitiva es una película de género, aunque estemos hablando de uno propio: el “género Haneke”.

Este regreso a su estilo de siempre sería como un álbum de grandes éxitos, con todos los viejos clásicos de Haneke: desde el adolescente sociópata, la guerra de clases de unos padres burgueses, el racismo o el suicidio asistido.

 

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