Mi gran noche: Un divertido caos.
Alex de la Iglesia es un cineasta que se complace en poner el caos en pantalla, ya sean con unos payasos en plena Guerra Civil o a través de unas estatuas vivientes, que asaltan una tienda de empeños, de la calle Sol. También vuelve a aparecer la televisión como eje de muchas de sus películas: Muertos de risa, El día de la bestia o Acción mutante.
El cineasta logra su primera gran comedia coral, con una multitud de mini-tramas alrededor de un gran acontecimiento: la gala de Año Nuevo. Los personajes resultan tan falsos como la comida o la bebida, que son de plástico, o las sonrisas y los aplausos de un programa sobre la Navidad, aunque grabado en octubre. Pero así es el mundo de la televisión, en donde el espectáculo debe continuar. De por medio, está el enfrentamiento de los presentadores (Hugo Silva y Carolina Bang); el chantaje a una estrella del pop latino, el “malote” Adanne (Mario Casas), cuyo éxito se debe a una canción al estilo del tema “Torero” de Chayanne. Mientras tanto, se produce en la calle una protesta laboral, después de que la cadena despidiera a una parte de la plantilla, amenazando con estallar en una batalla campal.
El otro aspecto que no podríamos dejar sin comentar es la presencia icónica de Raphael, cuyo papel merece su candidatura al Goya al mejor actor de reparto. Su personaje, Alphonse, es una vieja estrella musical que se mueve, vanidoso, entre bastidores, como si se tratase de un reflejo grotesco entre el mismo y Tom Jones. Icono de los especiales de Nochevieja cuando se emitía en blanco y negro, junto al NO-DO, Raphael aparecía como cameo espiritual en el clímax de Balada triste de trompeta (película que llevaba un título prestado de una canción de Raphael, igual que ésta que comentamos).
A todo esto sumamos, un supuesto hijo adoptivo, un Carlos Areces vestido de forma hortera con un peinado y bigote, rubios, y un asesino, con tatuajes al estilo de Max Cady, obsesionado con su ídolo musical Alphonse/Raphael.
Haciendo uso de su capacidad para dirigir a un grupo de actores que le resultan muy familiares, aparte del icono musical –Raphael-, establece varias historias que se superponen de forma vibrante durante todo el metraje. De la Iglesia lanza las bolas al aire y hace malabares con sus personajes, a un ritmo impetuoso. ¿Recordáis la secuencia de apertura en el Club Obi Wan, de Indiana Jones y el templo maldito (Steven Spielberg)? El director parece dispuesto a replantearla como una sátira de la televisión, en general, y más específicamente de la telebasura (referencias a Telecinco, incluidas). Una imagen que tenemos de España que arrastramos de forma histórica: cuando se empieza mal, se terminan mal, generándose algo tan nuestro como el humor negro.
-Y ¿qué tengo qué hacer?
-Nada, estar sentado y sonreír.
- Y ¿a qué hora se acaba esto?, es que tengo a mi madre sola en casa.
-¿A qué hora se acaba esto?, dice.
De hecho, la película comienza con el accidente de una grúa, aplastando a un figurante, y la llegada al plató de José (Pepón Nieto) que por suerte –o por desgracia- logra el esperado trabajo de una ETT. Se ve obligado a llevar a su senil madre (Terele Pávez), con la cruz de su esposo difunto a cuesta, e incluso se liga a una chica muy atractiva (Blanca Suárez) que para colmo es una auténtica gafe.
-Al final tu y yo nos enrollamos... ¡Te imaginas!
Una divertida farsa, de caos hábilmente sostenido en un espacio único que a pesar de dejar algo tocada a la prensa internacional –en su paso por el festival de San Sebastián- toca todas las convenciones de su cine. Una comedia total, pensada como un frenético entretenimiento que pone en el punto de mira, de su ácida crítica, a una parte de nuestra cultura más acérrima. Como también logra mostrarnos su inmensa capacidad para crear un universo tan demencial como propio, película tras película.
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