The wind rises. El legado de Miyazaki.
“¡Se alza el viento… tratemos de vivir!”. Miyazaki abre El viento se levanta con estos versos de un poema de Paul Valery (“El cementerio marino”). La cita sirve de leit motiv: el viento se alza como la miseria durante la depresión que asola Japón o como se hunden los cimientos de la tierra a causa del terremoto que sufrió Kanto. En la película, muestra el engarce de dos vagones opuestos, donde viaja la gente del pueblo, como Jiro, y en el que se encuentran acomodados los representantes de la burguesía acomodada, como Nahoko.
El maestro Hayao a Miyazaki regresa al cine, por última vez, para contarnos una historia que se desmarca de la fantasía que ha formado parte de su filmografía. The wind rises, su última película antes de su retirada profesional, es un biopic en donde pone de manifiesto la imposibilidad de los sueños y el amor en tiempos de guerra, a través de un hermoso melodrama que tiene a Jiro Horikoshi como protagonista, el ingeniero que diseñó los famosos aviones de combate que atacarían Pearl Harbour. Un film que comparte dos ideas: el aprecio por la aviación y la tenacidad ante las adversidades propias del espíritu japonés.
-¿Con cuál te quedas tú?
-Yo sólo quiero construir aviones, aviones hermosos.
El Imperio japonés tomaría prestados sus bocetos y prototipos, con una finalidad militar, de un ingeniero con espíritu de artista y enamorado de su mujer, la vida y por su supuesto de la aviación. La película se centra en los años de formación, en los que combina su pasión por los aviones, no para que los fuera a pilotar -a causa de su miopía- sino para diseñarlos y construirlos.
-Escúchame muchacho, japonés, los aviones no son una herramienta para la guerra ni un negocio para ganar dinero. Los aviones son hermosos y los ingenieros hacemos realidad un buen sueño.
Miyazaki en la película, recurrirá a un legendario ingeniero aeronáutico italiano que le animaría a perseguir su ilusión. Tanto Caproni como Horikoshi serían alter ego del propio Miyazaki, por lo que el film se convierte en la plasmación de un sueño, el del propio personaje y el de la factoria Ghibli. Intuimos que tan difícil como hacer volar un objeto pesado es concluir una película de animación, con sus lápices, pinceles, y algunos ordenadores, de una forma completamente artesanal. Como se dice en The wind rises, para que "la tecnología y el arte vayan de la mano".
Giovanni Caprioni y Jiro Horikoshi coincidieron en el tiempo, considerado uno de los principales artífices en el desarrollo de los aparatos biplanos, así como los bombarderos militares en el período de entreguerras.
Otro elemento importante de la cinta es que cuenta con una destacada partitura musical, a cargo de Joe Hisaishi, que recuerda algo a su éxito inconmensurable que fue Porco Rosso, junto a una apabullante belleza paisajística y unos personajes, perfectamente dibujados tanto a nivel dramático como a nivel técnico.
En la última secuencia, Jiro contempla cómo aterriza uno de los aviones que ha diseñado, el aparato toma tierra en el margen derecho del encuadre y Jiro mira hacia el izquierdo. Un plano con un doble fuera de campo (el avión que queda al margen del encuadre y aquello que Jiro no puede ver pero sí intuir) presentándose la muerte de Nahoko.
Si comparamos esta película con otros éxitos recientes de la factoría Ghibli, no encontramos esa fantasía desbocada y esos mundos fabulosos en los campan a sus anchas sus anteriores películas. También se trata de un trabajo más adulto, quizás dirigido a un público no tan infantil como Ponyo, en el acantilado, por ejemplo.
-¿Piensas llevarte el pez a la guardería? ¿No se enfadará tu profe?
-No, no se enfadará. Además yo le protegeré, así que estate tranquila.
-¡Pero si es una pececita!
Con su despedida, título de absoluta madurez creativa, nos abandona uno de los pocos maestros de la animación tradicional que ha sabido competir con acierto con la industria digital americana. Un gran realizador que nos ha dejado títulos como La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, y en especial, El castillo ambulante.
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