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Travelling. Blog de cine.

Drama

Érase una vez Hollywood: Otra fantasía de redención bajo el soleado cielo de California.

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“Sigo pensando en las llamas”.

En “Malditos Bastardos”, una joven judía lograba llevar a cabo su venganza, encerrando a los jerarcas nazis en un cine mientras visionaban una película de propaganda bélica. La broma parece clara: el cine es un material letal. El fuego llega igualmente a “Once Upon a Time... in Hollywood”, la nueva fantasía histórica de Tarantino, con otro incendiario escenario.

Estamos ante su noveno film, estrenado en el festival de Cannes en una fecha simbólica para Tarantino, 25 años después de que “Pulp Fiction” lograse la Palma de Oro. Nos situamos en 1969, un año no exento de controversia. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es un actor en horas bajas que una vez se hizo muy popular gracias al western  Bounty Law, una serie de los 50, aunque ahora sobrevive con pequeños papeles. Su vida trascurre en paralelo a la de Cliff Booth (Brad Pitt), su mejor –y único- amigo; un especialista que trabaja como su doble en las escenas de acción, mientras se somete al juicio público de un suceso del pasado, que no vamos a desvelar.

Mientras toma una copa en Musso, el productor Marvin (Al Pacino) le intenta convencer de que su carrera está entrando en vía muerta si continúa interpretando a villanos como estrellas invitadas y que debería dar el salto a los spaguettis western en Italia. Es entonces, cuando Tarantino nos hace una importante revelación: nos muestra el letrero de una calle bien visible: Cielo Drive, un lugar notorio en la historia de Los Ángeles. Rick es vecino de una particular pareja de cine: Roman Polanski y su esposa Sharon Tate (Margot Robie).

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Tarantino visita Hollywood.

Cantaba Ray Davies en “Celuloid Heroes” (1972), a las estrellas que brillan en las aceras de Hollywood Boulevard, y en nuestro imaginario cinematográfico, pero en la particular visión del mundo, Tarantino destaca los antihéroes. Quizás el más “mainstraim” de los cineastas de autor, vuelve a su mirada a un terreno que ha visitado en muchas ocasiones, aunque siempre de forma tangencial. El séptimo arte y la televisión  siempre han estado presentes en sus películas –diálogos, referencias visuales, secuencias calcadas- pero nunca había explorado los trasteros del mundo del espectáculo como en esta ocasión.

El cineasta de Knoxville , logra un gran trabajo de producción, rescatando lugares desaparecidos como el Van Nuys Drive-in, las marquesinas de Hollywood Boulevard, el Cinerama Dome o el famoso Taco  Bell; y recupera muchos programas de la época. En este film, Tarantino deja en un lugar secundario la violencia exagerada, marca de la casa, y sus característicos diálogos, en donde los personajes actúan como portavoces del conocimiento enciclopédico del director. Más allá de la impresionante química lograda por los dos protagonistas (DiCaprio-Pitt), Margot Robie es –bajo la opinión de este cronista- quien mejor interpreta en la película, siendo su Sharon Tate  la antítesis del prototipo de Tarantino: apenas cuenta con líneas de diálogo y eso porque el director no lo ve tanto como un personaje sino como una idea –la representación del feliz optimismo de Hollywood-.

Lo mejor de la película es su música, una excelente banda sonora escogida por Tarantino; algunas escenas conduciendo, sobre todo las de Cliff  y Polanski, y el séptimo arte visto desde la nostalgia redentora. Sin embargo, el guión es lo más flojo, junto con la caricatura que hace de los hippys. El film está construido a base de hilar secuencias, de hecho, el director no se ha preocupado en contarnos una historia sino representar una pequeña parte de lo que fue Hollywood. Cameos de estrellas conocidas como Steve McQueen o Bruce Lee, que cuenta con una interesante secuencia; referencias al spaguetti-western (Sergio Corbucci, Joaquín Romero Marchent) y un final vibrante –marca de la casa-. Nos quedamos  con la soberbia e impactante  fantasía de redención de aquella tristemente famosa matanza de los Mason, por la que muchos de los espectadores se dividirán a causa del espectacular y provocativo final que ha pensado Tarantino para su película. Un título que logrará por sí solo la categoría de obra maestra, irregular y desmedida como suelen ser los trabajos del director.

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El reverendo. El apocalipsis ecológico y espiritual de Paul Schraeder.

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“Que extraño camino he tenido que tomar para encontrarte”. Nos podría servir para la ocasión una de las últimas líneas de diálogo de “Pickochet”, de su adorado Robert Bresson; película citada en el cine de Schraeder en una multitud de ocasiones, desde “American Gigolo” a “Light Sleeper” y, por supuesto, en su último trabajo.

Nos situamos en Nueva York, en la iglesia protestante de FirstReformedChurch, una “tienda de recuerdos”, de origen holandesa, que pronto celebraría su 250 aniversario. Allí se instala un nuevo pastor, ErnsToller (no por casualidad, llamado igual que el poeta polaco que se suicidó durante su exilio en 1939). Se trata de un ministro luterano alcoholizado que arrastra una profunda crisis espiritual, en una película que corona la obra de uno de los nombres esenciales del cine americano. Pero habría que hacer un alto en el camino, el film es tan interesante como limitados sus espectadores potenciales.

Schraeder hace destacar una composición de la imagen, sin adornos, a los que entrelaza unos primeros planos y a su vez, una voz en off. Fotografiada por Alexander Dynan y diseñada por Grace Yun, en una paleta tan contenida, formalmente el film –quizás la absoluta obra maestra de Schraeder- parece un mueble Shaker (austero y de bellas líneas), con unos sutiles diseños de sonido y un guión, que permiten que el foco de la película recaiga en sus interpretaciones.EthanHawkeencarna con gran firmeza al personaje central. Un hombre serio y disciplinado, procedente de una familia de fuertes convicciones militares: Toller había convencido a su hijo a enrolarse en el ejército, ante las objeciones de su esposa. Meses más tarde caerá abatido en Irak y su mujer le abandona. Desde entonces, su personaje no consigue la paz interior, cuando logra el puesto en la iglesia neoyorquina. Frente a él, se encuentran el reverendo Joel Jeffres (CedricKyles) y una feligresa, Mary (Amanda Seyfried), que busca la forma de ayudar a su marido deprimido (Michael, PhillipEttinger).

Los antihéroes solitarios de Schrader.

La carrera del director es un estudio de personajes, solitarios y bebedores, que resultan antihéroes y que constantemente buscan la redención (es inevitable hacer paralelismos con “Taxi Driver”). En este sentido, el padre Toller es un hombre con sus propias tragedias personales –a las ya citadas, habría que añadir el cáncer y sus dudas de fe-, sobre todo cuando se le presenta Mary en su vida. La mujer está embarazada de un hombre, un ecologista radical, y se cuestiona si debe traer a un niño a un mundo tan desastroso.

Filmada en 1,37:1, el film de Schraeder resulta demasiado austero, pero cuando va avanzando el guión, este va resultando cada vez más intenso. En un momento dado, el encuentro íntimo entre Toller y Mary se convierte en una fantasía literal a través del cosmos y de un lugar donde la ecología ha sido destruida. La vida introvertida del padre Toller se trasmutará en un acto de violencia, al estilo de TravisBinckel.

A priori, podría resultar una mezcla algo extraña: el ecologismo y la espiritualidad, sobre todo al cuestionarse porque la Iglesia no se posiciona de forma más firme en este problema, pero debo decirlo con total sinceridad, me ha encantado el enfoque de Paul Schraeder. Cómo un pastor luterano de la parroquia más antigua de una determinada zona se enfrenta al Cambio Climático y cómo las dudas de fe, determinan el carácter de quién sería el personaje mejor construido de Ethan Hawke.

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La cena. Alta cocina para un drama a cuatro voces.

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La anterior película de Ore Moverman, “Invisibles”, era una especie de docudrama sobre un sin techo que sobrevive como puede en las calles de Nueva York. Un film a mayor gloria de su protagonista, Richard Gere, que sin embargo estaba alejado de la forma convencional de Hollywood, tratada más como una historia de espías. Es decir, como guionista y director, nominado al Oscar por “The Messenger”, traza trampas antes que films. Bien, el drama militar “The Messenger”; la historia policiaca “Rampart” y el retrato de ese sin techo, terminan detonando. En esta ocasión, el cineasta israelí sigue la trayectoria de unos dardos satíricos sobre la clases privilegiadas, la violencia que hierve a fuego lento bajo la fachada de la alta sociedad y que parte de una controvertida reflexión. 

 “Esta noche vamos a hablar”, dirá Stan Lohman (Richard Gere) al comienzo de esta cena que tiene lugar en un restaurante de lujo neoyorquino. Stan, un poderoso político, y su mujer asisten a la comida junto a su hermano, Paul, y su esposa. ¿Qué hacer cuando tu hijo comete un acto atroz? ¿Prevalecería la protección paterna o la fidelidad a las normas sociales que dan fortaleza a la sociedad? Los cuatro personajes no se atreven a ir al grano, desgranando la conversación en temas triviales (entre la película de moda o las últimas vacaciones), pero poco a poco irá revelando las profundidades de sus problemas personales.

La película tiene ecos del film que inventó este subgénero “¿Quién teme a Virginia Wolf?” (Mike Nichols) y de su última parada cinematográfica, “Carnage”, Polanski, en la forma en que Overman analiza cómo los comportamientos de nuestros hijos son el reflejo de nuestros propios problemas. Pero otros personajes y una serie de inestables flashback rompen la teatralizada y efectiva puesta de escena que el director de “Rosemary´Baby” tomaba de “Dios salvaje”, de Yasmina Reza.

El mayor interés de Overman ha sido su trabajo con los actores. En este sentido, hay una gran escena en la película cuando por fin llegan al meollo del asunto.

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A Moverman le preocupa el material del que parte, la novela de Herman Koch, cuya trama de la historia holandesa rodeaba a un cuarteto de comensales en torno a un referéndum moral, junto a unos camareros, ajenos a lo que se habla, trotando con las delicias de alta cocina. La película, cambiada a un escenario de Nueva York, es un consomé amargo al que ha caído un moscón desagradable, flotando en la superficie. Una cena completamente tóxica: el encuentro entre la estrella en ascenso de la política y su hermano, con el que mantiene una relación bíblica de Caín y Abel, y sus respectivas esposas.

Si la película hubiera sido como “Carnage”, habríamos asistido a un drama más potente,  pero el film se pierde en unos innecesarios flashbacks. Aparte, este maravilloso plantel de actores naufraga en un mar de trabajados diálogos, convertido en un decepcionante drama a cuatro voces y una serie de monólogos cruzados. 

A pesar de las escenas retrospectivas y de la fotografía dimensional de Bobby Bukowski, “La cena” tiene una mirada fija en la opresión de sus conversaciones cada vez más desagradables. Entre un prestigioso político y un antiguo profesor de Historia, mentalmente inestable, resentido por el éxito de su hermano, se enzarza en un conflicto familiar, a expensas de sus respectivas esposas que intentan calmar la situación a base de súplicas y amenazas.

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Inmersión. El hundimiento de Win Wenders.

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Hace tiempo, Wim Wenders era el director alemán al que parecía salirle todo bien. Hizo unas maravillas, en blanco y negro, y con viajes a ninguna parte de unos personajes desarraigados, que contaban más con sus silencios que con sus palabras. Luego, llegó a América y entre sus tropiezos y aciertos, hizo un destacado film: “París-Texas”. Pero ahí se le acabó su buena estrella. Wenders comenzó a interesarle más una serie de documentales, pequeñas delicias que veían cuatro gatos, mientras que sus ficciones naufragaban, una y otra vez. Este es el caso de “Inmersión”, su última película.

Adapta una novela de JM Ledgard, sobre dos personas que se enamoran tras un encuentro casual, en un hotel francés, que toman como descanso justo antes de marcharse a sus respectivos destinos. James (James McAvoy) es un espía escocés a punto de embarcarse en una peligrosa misión en Somalia, mientras que Danielle (Alicia Vikander) es una biomatemática, a punto de descender a los fondos marinos con la idea de explorar las formas de vida que allí se encuentren. Pero todo se torcerá cuando secuestran los yihadistas a James, y Dannielle espera una llamada que nunca va a producirse.

Encabeza el reparto, una de las actrices de moda: Alicia Vikander – la sustituta de Angelina Jolie, en las aventuras de Lara Croft- y un actor que nunca ha me gustado, James McAvoy, salvo en la fantástica  “Conspiración” (Robert Redford).

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Lo más frustrante de “Submergence” (Inmersión, 2017) no es el romance preparado para la ocasión, trufado de citas, sino el guión. Encontramos en la película un conjunto de lugares bellamente fotografiados y una música, exuberante, firmada por el español Fernando Velázquez, pero el texto hace aguas debido a la multitud de géneros y temas que trata, de forma confusa: una historia de amor, un thriller de espionaje y una aventura submarina, con el tema del terrorismo yihadista y el cambio climático, de fondo.  Desde el principio nos queda claro que hay problemas con el libretto, escrito por Erin Dignam, el responsable de aquel fiasco  titulado, "Diré tu nombre” (Sean Penn), que desperdiciaba otra pareja de actores con talento (Javier Bardem y Charlize Theron) en pos de un romance fallido. No diremos que “Submergence” resulte tan desastroso, porque encontramos grandes aciertos en la película.

El sello español.

La película que contó con un pequeño rodaje en España –en Castilla La Mancha- tuvo su sello español en el compositor Fernando Velázquez. El reciente Goya a la mejor música original, por “Un monstruo viene a verme”, tiene una envidiable carrera con títulos tan destacados como “El orfanato” 0 “Lo imposible”, mientras que también firmó el score de la última película del cineasta alemán. Según mi humilde criterio, la música resulta demasiado exuberante; como si a Gustav Malher le hubieran encargado la banda sonora de alguna aventura acuática de James Bond, de los 60.

El título, si no te has dado cuenta, es la metáfora de la trama de ambos personajes. Danielle se sumerge en el fondo pelágico del océano, mientras que James es llevado a una prisión, donde se hundirá en el pensamiento del Islam más radical. Otra forma de inmersión. Es curioso que Wim Wenders diga que no lee críticas de sus películas cuando éstas dirigen una mirada crítica al mundo que nos rodea.

El hilo invisible. Una magnífica hilada para la despedida de Day-Lewis.

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Paul Thomas Anderson y Daniel Day-Lewis han trazado una película magníficamente hilada sobre un glamuroso Londres y el modisto favorito de la alta sociedad, cuyo taller de costura es también su hogar.

El film arranca con el título, presentada de forma sencilla, acompañada de una banda sonora de tonos agudos, para luego dirigirnos al plano medio de una mujer sentada en una silla, con la cara iluminada por el fuego. “Reynolds ha hecho mis sueños realidad”, refiriéndose a un personaje del que aún no sabemos nada. Ambientada en el Londres de posguerra, en el contexto de la alta costura de los años 50, “Phanton Tread” es un romance gótico edípico, con tintes masoquistas y un poso de cuentas de hadas. Una historia sobre madres perdidas y hechizos rotos, con mensajes secretos, magníficamente cosidos a la tela cinematográfica. (“Nunca maldito”, la bendición cosida con hilo de lavanda bajo el dobladillo de un vestido de novia que le encarga una princesa).

Day-Lewis, en la que considera su última actuación, interpreta al diseñador de moda Reynolds Woodcock, un artista con una veta obsesiva, mientras su hermana (Cyrill, Lesley Manville), atiende a sus exigentes necesidades: dirigir el negocio familiar, facilitar sus rituales creativos y despedir educadamente a las modelos que han sido rechazadas. En este sentido, un día, conocerá a Alma (Vicky Krieps) una humilde sirvienta que formará parte de esa larga lista de fantasías pasajeras, para ser vestida y luego echada a un lado, o eso piensa su hermana Cyrill, porque la relación del modisto con esta nueva conquista, será el quid de la película.

No parece casual que Paul Thomas Anderson haya inscrito su monograma en el título de su octava película: “Phantom Thread”, un film profuso e intensamente personal. No me refiero a lo biográfico. Si su pareja sentimental -la actriz Maya Rudolph-, le ha cocinado alguna vez tortillas con champiñones, me resulta indiferente,  pues más allá de su cine, desconozco por completo la vida de este director.  “El hilo invisible” sería una versión de “The master” y “Pozos de ambición”, películas que tratan sobre un emprendedor obsesivamente controlador cuyo sistema de trabajo y de vida privada, primero se expanden y luego se ven amenazados cuando aparezca un acólito que comienza siendo sumiso para luego mostrarse asertivo. La historia clásica del artista que busca su musa para luego descubrir que ésta tiene vida propia.

Sobre moda… y comida.

-Estoy convencido de que mi destino no es casarse, soy un soltero empedernido.

Al parecer, Day-Lewis se inspira en el español Valenciaga, quien también era un soltero empedernido y tenía un fuerte carácter. La película nos muestra a un hombre meticuloso, como atestigua un montaje en su baño. Se aplica jabón de afeitar, se corta los pelos de la nariz y de las orejas, con precisión, y luego se marcha a desayunar. Antes del desayuno en el que Reynolds conocerá a Alma, descubrimos que su personaje es un modisto exigente e impaciente acostumbrado a ejercer su voluntad sobre las personas que le rodean, a través de la comida. Eso sí, representa con menos frecuencia –pero constituye la base del lenguaje culinario de la película- ese lado oscuro de la cocina. Asumir la responsabilidad de alimentar a alguien puede ser una guerra o un juego de control: cómo Alma unta la mantequilla en la tostada con fuerza o como le pide el desayuno.

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Los desayunos, en concreto tres, están situados en momentos claves de la película.  Y lo curioso es que quiere que todo esté en el menú, ordenándole los alimentos como si se tratasen de los Diez Mandamientos. “Conejo inglés con un huevo escalfado, pero que no sea demasiado líquido. Tocino, bollos, mantequilla, crema, mermelada, pero no de fresa. Una taza de Lapsang Souchong”. Pausa. “Y algunas salchichas”, para luego confiscarle el cuaderno a su asistenta, para que se lo aprendiese de memoria.

El estilo de la película.

El estilo visual de la película es notable. Al parecer, el propio Anderson es el responsable de la fotografía, aunque con la ayuda de Michael Bauman, encuadrando la imagen como lo haría Kubrick, aunque con cortes de planos, al estilo de Hithcock. Un impulso, apoyado por la música de Jonny Greenwood cuyo score se mezcla con piezas clásicas. Mientras que la historia resulta muy teatral. Mientras en algunos de sus títulos más emblemáticos, juega con los exteriores, su octavo trabajo se centra en interiores, sobre todo en uno en concreto, en el taller de costura y hogar de Reynolds Woodcock.  También “El hilo invisible” es la que cuenta con una narrativa más lineal sin las tramas y subtramas con las que enriquece sus películas (recordar, “Magnolia”) aunque el film resulte más complejo de lo que parece.

El canto del cisne de Daniel Day-Lewis es el retrato de un artista y de las mujeres que le rodean, una película con seis nominaciones a los Oscar. De este modo, concluye esta brillante carrera, llena de éxito en taquilla y premios, no con un golpe de mano, sino con un dedal.

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Mother!. El ángel exterminador de Aronofsky.

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El film-shock de la temporada lo firma Darren Aronofsky. El esperadísimo último trabajo del director de “El cisne negro” fue estrenado en la Mostra de Venecia con más abucheos que aplausos. Es cierto que Aronofsky nunca ha sido  un director al uso y todas sus películas han ido sembrando polémicas, pero nunca antes había polarizado tanto la opinión como “Mother!”. Un film en donde no caben las medias tintas, o la odias o te enamoras de ella;  situándome en este segundo grupo, aunque se trate de una película extraña, por ponerle alguna etiqueta. 

Si el sueño de la Razón produce monstruos, los sueños de Aronofsky crean una pesadilla, trasladada a la pantalla a través de una catarata de acontecimientos -aparentemente sin sentido- que prometen no dejar a nadie indiferente. La apuesta resulta valiente desde los propios protagonistas, un matrimonio formado por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, unos personajes sin nombres; ella,  la ama de casa, quien se encarga de todo, y él, un escritor, a quien le falta la inspiración.

¿De qué va “Mother!”?

Sobre el papel, no es más que la historia de un matrimonio que vive en una casa solitaria, en medio del campo; en la práctica una pesadilla, que sirve como metáfora de la maternidad, del proceso creativo y la recreación. El mundo que expira y vuelve a empezar de sus cenizas.  Sería una cinta de terror o  un drama, en realidad, inclasificable pero que tendrá que ser contada como una obra maestra.  Al menos, al humilde cronista que escribe, le ha encantado; aunque ya aviso: no es nada fácil analizarla.

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Lawrence interpreta a la segunda esposa de un célebre poeta,  (Bardem) que sufre  una obsesionante sequía creativa (personajes identificados en los créditos, como “madre” y “él”), empeñada en dar lustre a la casa en donde viven. Esta es una mansión de tipo victoriana, en medio de la nada, rodeada de hierba, árboles y viento, y en reformas, tras un incendio en el cual, el personaje de Bardem lo había perdido todo, incluido a su mujer y a su talento literario. Bardem se pasea por la casa con las cejas fruncidas, considerando a Lawrence como una cadena a la que está atado más que a alguien a la que ama. Esa sería la cotidianidad hasta que una noche, se produce un misterioso golpe en la puerta: Ed Harris llega a la casa y desde entonces, ésta se irá llenando de gente; una casa, al mismo tiempo, lugar idílico y  prisión,  que vive y sangra, y que lo irá consumiéndo todo. Todas esas personas que irán llegando, parecen ser admiradores de la obra del poeta, y durante un tiempo su perplejidad es compartida con la del espectador.

“Madre” es –en esencia- una película con dos partes, desarrolladas en dos horas. El primer acto sería la historia de la esterilidad, del bloqueo creativo y los problemas sexuales. El segundo, representaría la fecundidad, la procreación y la creatividad artística. Visto de esta forma, “Madre!” tendría algo de “¿Quién teme a Virginia Wolf?”, pero en un momento determinado –sobre todo tras la primera muerte violenta y la escena  del colapso del fregadero- empiezas a darte cuenta que algo más está sucediendo. Decir que las cosas se ponen extrañas es un simple eufemismo.

Desentrañando el film.                                            

La película se llama “Madre!” y la primera línea de diálogo será “¿Baby/ Cariño?”. El tema de la maternidad cobra una gran importancia, dando un mayor protagonismo al personaje de Jennifer Lawrence. E igualmente juega con una multitud de ideas, desde la cultura de la celebridad, el ego del artista y el proceso de creación; también sobre la musa abnegada y abandonada, las religiones, las guerras, el eterno-retorno o el coqueteo con las drogas. En varios momentos, Lawrence toma un elixir dorado que parece tranquilizarla, un detalle que podría recordarnos al personaje de Ellen Burstyn, en “Requiem por un sueño”, en donde la adicción de anfetaminas era el camino hacia los infiernos.

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Otros temas que podríamos destacar serían el “ecológico” (se ha pretendido identificar a la casa como al Mundo y al personaje de Lawrence, con la Madre Naturaleza) y el “religioso” (¿Bardem sería Dios?) aunque como hizo en “Noé”, Aronofsky se toma libertades con las referencias bíblicas, muchas de ellas, evidentes. Aquí, por ejemplo, encontramos alusiones tanto al Edén y al Génesis, como al Apocalipsis; aspecto que viene reforzado por el estilo fotográfico de Aronosfky y Matthew Libbatique. Ambos realizan una master class de luz y arte renacentista. Jennifer Lawrence brillaría como una Madonna italiana, mientras que la mirada de Bardem recuerda a El Greco. En cuanto al caos infernal de las secuencias climáticas de la película, sería una versión actualizada de las obra del Bosco. Eso sí, buscan constantemente reflejar con la cámara y cada recurso audiovisual, el estado psicológico del personaje principal (la madre) de una forma más extrema que lo conseguido en “El luchador”. De ahí que el cineasta sustituyese la música por una base de sonidos (será la gran competidora de “Dunquerke”, cara a los Oscars) y redujese la cámara a tres tipos de planos: la cámara al hombro (para definir el entorno del personaje de Jennifer Lawrence), el primer plano (destacando su estado de ánimo) y el “punto de vista” o subjetivo (para ver con los ojos de ella).

Es muy difícil escribir sobre algo que no se comprende (sobre todo, los veinte últimos minutos), salvo que seas el propio Aronofsky, cuando no existe química entre los protagonistas y en el guión las cosas parecen como salidas del sombrero de un mago. Eso sí, el nivel técnico del film –rodado en 16 mm.- es prácticamente perfecto. A falta de ver, “Blade Runner 2049”, “Mother!” sería una de las tres grandes películas de la temporada, junto a “Dunquerque” y “Detroit”; una de las más audaces, de los últimos años, que un gran estudio es capaz de producir (la Paramount Pictures); una que va a enojar a mucha gente, aunque seguro que dará mucho de qué hablar.

Paris-Texas: El desarraigo y la pérdida, a ritmo de road-movie.

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Wim Wenders es un alemán de pura cepa que se convirtió en cosmopolita y en un enamorado de la música popular estadounidense, cuando renunció a su vocación religiosa por estudiar fotografía y cinematografía. Abanderó el llamado “Nuevo Cine Alemán” y habría dirigido “Hammett”, un encargo hollywodiense del que no tiene más que malos recuerdos. Entonces, Wenders conoció a Sam Shepard, quien le habló de una serie de relatos que, años más tarde se publicaría en uno de sus libros más famosos:  Crónicas de motel. Así nació Paris Texas, película que hoy 19 de septiembre, se cumple el 33º aniversario de estreno en Francia; efeméride que cobra repercusión tras el deceso de Harry Dean Stanton (su protagonista) y el propio Sam Shepard, unos meses antes.

Este es un rostro entrañable dentro del cine, el del tipo amnésico que vagaba por el desierto, con la gorra de béisbol y los jeans –el genuino traje norteamericano- y que tras mucho deambular, terminará desmayándose en medio de ninguna parte. Así comienza uno de los míticos films de los ochenta, un desgarrado retrato del Sueño Americano, a ritmo de la música de Ry Cooder.

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La película de Wenders es la historia de una doble pérdida, la de un individuo llamado Travis (un Dean Stanton, en estado de gracia) que una vez estuvo casado y tuvo un hijo, a los que perdió, y cuando logró recuperarlos, años más tarde, los volvería a perder, aunque esta vez como parte de un sacrificio. “Paris-Texas” va sobre la soledad y el desarraigo, con tormentas, cielos imposibles y carreteras infinitas. Y un hermano.

-¿No me reconoces? Soy Walt, tu hermano Walt.

Éste, (Dean Stockwell) le llevará a su casa de Los Ángeles, donde descubrirá que su mujer y él, se han hecho cargo de su propio hijo, Curtis, porque su madre tampoco estaba en condiciones, aunque les llegase un cheque mensual desde Houston. Este permitirá que Travis tome la carretera, con la idea de reencontrarse con su mujer, y en compañía de su hijo. Durante el viaje mantienen largas conversaciones con su hijo Hunter, hablan sobre mujeres o debaten sobre la relatividad y el origen del universo, para luego pasar a preguntar más difíciles como “¿por qué nos dejó?”. El joven Curtis Carston contaba con la habilidad de muchos actores infantiles: mostrarnos la verdad sin ornamentos.

De esta forma, llegarán a un prostíbulo de Houston, donde trabaja la mujer (Natasha Kinski) con una maravillosa secuencia, en la que ellos están  separados por un cristal, por el cual, ella no le puede ver a él. Allí encontramos uno de los diálogos más famosos del cine. “Conocí a unas personas…”, que le sirve a Travis para ir desgranando la historia de por qué se separaron y no volvieron a verse más.

Un road movie referencial.

Wenders traería cierta elegancia europea a un libreto norteamericano y desgarrado de Shepard (el título podría referirse tanto a la localidad texana como a su identidad trasatlántica). Para una película que transita el cine de carreteras: el género americano por excelencia, junto al western (¿no sería aquel una relectura moderna de éste?), pero también desprende parte de esa personalidad cinematográfica de Wenders: su trilogía alemana. Sería fácil reconocer a “The Searches” en “París-Texas”, como también a “Taxi Driver”, cinta deudora del clásico de Ford. En la primera, John Wayne se adentraba en el desierto con la idea de rescatar a una mujer de unos indios, a los que no estaba dispuesto ni a conocer ni comprender; mientras que en el film de Scorsese, Travis era un taxista dispuesto a liberar a una joven prostituta de su proxeneta.

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Es curioso como el final de la película de Wenders recuerda al de “Centauros del desierto”. Travis contempla el reencuentro de su hijo con su madre desde el tejado de un garaje, antes de retomar la carretera. Lo mismo hacía, John Wayne. Una vez que había devuelto a su sobrina, a su hogar: Ethan marchaba de nuevo al desierto.

En cuanto a la “trilogía alemana”, el road movie había sido el formato de tres grandísimas películas del director. Estas serían “Alicia entre las ciudades”, “Falso movimiento” y “En el curso del tiempo”, todas ellas fotografiadas por su cameraman habitual, Robert Müller, el responsable de la maravillosa fotografía de “Paris-Texas”.

La última nota: la Palma de Oro en Cannes.

En una de sus autobiografías, “Backhole”, Dick Bogarde recordaba su experiencia como presidente del Festival de Cannes de 1984, el año en que se entregó la Palma de Oro a “Paris-Texas”. Ese año competía junto a  “El elemento del crimen” (Lars von Triers), “Viaje a Cytera” (Theo Angeloulos) y “Bajo el volcán” (John Huston), mientras que el jurado lo formaban Isabelle Huppert, Stanley Donen y Ennio Morricone, entre otros.

Elle. Una fascinante provocación en el regreso de Paul Verhoeven.

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Ya le echábamos de menos. Hacía diez años que no estrenaba película y el holandés Paul Verhoeven volvió a las pantallas generando polémica, acompañada de la actriz francesa Isabelle Hupper, quien interpretaba a un personaje no apto para todos los públicos.

Michelle LeBlanc parece una mujer indestructible. Una ejecutiva de una compañía de videojuegos que mantiene su misma actitud tanto en el amor como en su trabajo aunque su vida sufrirá un giro después de ser asaltada en su propia casa y violada por un desconocido enmascarado. Se trata de una adaptación de la novela de “Oh…”, escrita en 2012 por Phillipe Djian, película que ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes, en 2016. Verhoeven pensó en Nicole Kidman para el papel principal con la idea de ganarse a los productores americanos, pero también consideró a Marion Cottillard, Diane Lane o a Sharon Stone, antes de encontrar a una gran aliada en la francesa Isabelle Hupper.

-Tengo algo que contaros, quería decíroslo de una forma natural, pero no he encontrado la manera. Me han agredido, en mi casa, me parece que me han violado.

Lo curioso de la película será la actitud del personaje protagonista quién, tras la violación, no actuará como Hollywood suele mostrarnos este tipo de argumentos, de hecho, podría tratarse incluso de una “comedia” sobre el abuso sexual. Cuenta el propio cineasta que los productores americanos se negaban a rodar ese guión por considerarlo inmoral, no concebían que una mujer violada no se viese como una víctima. En vez de la esperada venganza, Paul Verhoeven propone una historia en donde su personaje de Michelle, sentirá una atracción por el violador.

-¿Qué te ha dicho la policía? ¿No has ido a la policía?

Podríamos pensar en el “thriller erótico” en la línea de “Instinto básico”, pero “Ella” me recordó más a “Portero de Noche” (Liliana Cavani), en donde una mujer judía se reencuentra, tiempo más tarde, con el oficial de las SS que la violó años atrás, ahora convertido en empleado de un lujoso hotel y con quién mantendrá un tórrido romance. Pero sobre todo, podemos rastrear en la película de Verhoeven la propia filmografía de su actriz principal. Apuntemos, entonces, hacia los retratos de la burguesía de Claude Chabrol y sobre todo en el cine desgarrado de Michael Haneke, “La pianista”, protagonizada por Isabelle Hupper. De hecho, pensó en el estilo de Haneke para muchas de sus escenas, por ejemplo, para el momento de la violación, ideada a través de una toma muy larga, aunque finalmente decidió montar tomas a través de las dos cámaras –dos Arri Alexa- con las que había rodado la película.

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Paul Verhoeven: un cineasta heterodoxo.                                                                  

Paul Verhoeven parece sumarse a una tendencia dentro del cine francés en el que se retrata el cuerpo desde la sexualidad. De hecho, recientemente, diversas películas galas se han adentrado en este tema de una forma más o menos explícita, como La vida de Adele, El desconocido del lago o Joven y bonita.

Se trata de un cine, centrado en el cuerpo, desde muy diferentes perspectivas, llegando incluso a transgredir sus límites. Este sentido, el poder del cuerpo –como objeto de sumisión y dominación- ha formado parte de la filmografía del holandés –pensemos, por ejemplo, en Instinto básico, Showgirls e incluso El libro negro.

Paul Verhoeven es un cineasta heterodoxo que siempre ha hecho un cine muy personal; a veces se le puede considerar comercial, aunque mirándolo bien no lo es tanto. Sexo y violencia han aparecido en los trabajos más personales de este cineasta que comenzó filmando documentales para la armada holandesa y pasó de la televisión al cine, con algunos títulos protagonizados por Rutger Hauver. Abandonó su país natal, a finales de los ochenta, por ser considerado “decadente” y “pervertido”, marchándose a los Estados Unidos, sin apenas saber inglés. Nada más aterrizar en Los Ángeles, le encargan un film de ciencia-ficción RoboCop (1987), cuyo éxito le abrió las puertas de Hollywood –aunque a su pesar, ese género no le llegó a gustar nunca- y fue fichado por Mario Kassar para sustituir a David Cronemberg, despedido del proyecto de “Desafío Total”. Más tarde filmaría uno de sus trabajos más recordados de su carrera: “Instinto Básico”. 

Veinte años después de “Robocop”,  volvió a Europa para “El libro negro” (2006) y desde entonces, esperó otros diez años para encabezar un nuevo proyecto. Una película que, a nosotros, nos ha encantado y que le ha permitido regresar a Hollywood, estando entre las nominadas a los Oscars.