La cena. Alta cocina para un drama a cuatro voces.
La anterior película de Ore Moverman, “Invisibles”, era una especie de docudrama sobre un sin techo que sobrevive como puede en las calles de Nueva York. Un film a mayor gloria de su protagonista, Richard Gere, que sin embargo estaba alejado de la forma convencional de Hollywood, tratada más como una historia de espías. Es decir, como guionista y director, nominado al Oscar por “The Messenger”, traza trampas antes que films. Bien, el drama militar “The Messenger”; la historia policiaca “Rampart” y el retrato de ese sin techo, terminan detonando. En esta ocasión, el cineasta israelí sigue la trayectoria de unos dardos satíricos sobre la clases privilegiadas, la violencia que hierve a fuego lento bajo la fachada de la alta sociedad y que parte de una controvertida reflexión.
“Esta noche vamos a hablar”, dirá Stan Lohman (Richard Gere) al comienzo de esta cena que tiene lugar en un restaurante de lujo neoyorquino. Stan, un poderoso político, y su mujer asisten a la comida junto a su hermano, Paul, y su esposa. ¿Qué hacer cuando tu hijo comete un acto atroz? ¿Prevalecería la protección paterna o la fidelidad a las normas sociales que dan fortaleza a la sociedad? Los cuatro personajes no se atreven a ir al grano, desgranando la conversación en temas triviales (entre la película de moda o las últimas vacaciones), pero poco a poco irá revelando las profundidades de sus problemas personales.
La película tiene ecos del film que inventó este subgénero “¿Quién teme a Virginia Wolf?” (Mike Nichols) y de su última parada cinematográfica, “Carnage”, Polanski, en la forma en que Overman analiza cómo los comportamientos de nuestros hijos son el reflejo de nuestros propios problemas. Pero otros personajes y una serie de inestables flashback rompen la teatralizada y efectiva puesta de escena que el director de “Rosemary´Baby” tomaba de “Dios salvaje”, de Yasmina Reza.
El mayor interés de Overman ha sido su trabajo con los actores. En este sentido, hay una gran escena en la película cuando por fin llegan al meollo del asunto.
A Moverman le preocupa el material del que parte, la novela de Herman Koch, cuya trama de la historia holandesa rodeaba a un cuarteto de comensales en torno a un referéndum moral, junto a unos camareros, ajenos a lo que se habla, trotando con las delicias de alta cocina. La película, cambiada a un escenario de Nueva York, es un consomé amargo al que ha caído un moscón desagradable, flotando en la superficie. Una cena completamente tóxica: el encuentro entre la estrella en ascenso de la política y su hermano, con el que mantiene una relación bíblica de Caín y Abel, y sus respectivas esposas.
Si la película hubiera sido como “Carnage”, habríamos asistido a un drama más potente, pero el film se pierde en unos innecesarios flashbacks. Aparte, este maravilloso plantel de actores naufraga en un mar de trabajados diálogos, convertido en un decepcionante drama a cuatro voces y una serie de monólogos cruzados.
A pesar de las escenas retrospectivas y de la fotografía dimensional de Bobby Bukowski, “La cena” tiene una mirada fija en la opresión de sus conversaciones cada vez más desagradables. Entre un prestigioso político y un antiguo profesor de Historia, mentalmente inestable, resentido por el éxito de su hermano, se enzarza en un conflicto familiar, a expensas de sus respectivas esposas que intentan calmar la situación a base de súplicas y amenazas.
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