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Cine español.

Dolor y gloria. El culmen de la autoficción según Almodóvar.

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Llegados el momento, a muchos cineastas les gusta mirarse en el espejo y reflexionar sobre sí mismo. Otros memorables trabajos fueron fruto de este mismo objetivo como “Fanny y Alexander” (Ingmar Bergman) o “Fellini 8 1/2” (Federico Fellini). De esta forma, Pedro Almodóvar regresa a sus orígenes y lo cuenta, por una parte, como si tomase acta notarial delas vivencias de su propia madre o de sus paisanos de Calzada de Calatrava; y, por otro lado, como el Almodóvar ya instalado en Madrid como cineasta. Pero este retrato de sí mismo, es la autoficción que lleva haciendo desde hace cuarenta años.

Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un director en horas bajas. Hace treinta años que no pisa un rodaje y además su salud se encuentra bastante desmejorada, cuando recibe la noticia de que van a reponer su última película en la Filmoteca de Madrid. En ese momento, se le van apareciendo sus fantasmas tanto los físicos como los recordados: su infancia en la que sus padres tuvieron que emigrar a Paterna, un pueblo de Valencia, por necesidad; su primer amor en Madrid y su posterior ruptura, la escritura como terapia o el proceso de creación tanto el cinematográfico como el teatral.  Si el culmen del aspecto cinematográfico sería la última escena de la película, resumen –a su vez de todo su cine-, el teatro está presente a través de un monólogo interior, “Adicción”, cuya voz del personaje principal la cede a Asier Atxiendia: “Conocí a Marcelo en un váter lleno de gente. El fin de semana lo pasamos, enteros en la cama y cuando quise darme cuenta había pasado un año”. 

A lo largo de su cine, Almodóvar ha sido capaz de condensar la tragedia, la guasa y la sobriedad a través del lado más humano de sus personajes. Sin embargo, existe un “nuevo Almodóvar”, el de los dramas áridos sin apenas humor, como hizo antes en “Julieta” y ahora en “Dolor y gloria”. En esta nueva etapa, analiza los temas de siempre con la predisposición de un cirujano para que lleguemos a eso de lo que llamamos el alma de sus retratados. En esta ocasión, de un director de cine  (Salvador Mallo)  personaje, víctima de los hombres pero sobre todo de sí mismo y del destino, que no es otro que un alter ego del propio cineasta. Es un drama encapsulado en una tragedia más hollywoodiense que griega, como si nuestro Salvador Mallo fuese esa Bette Davis de “Eva al Desnudo”, homenajeada en “Todo sobre mi madre”, primera cita del manchego en los Oscars.

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Es curioso como el propio Almodóvar añade a un diálogo algo que ya veíamos en sus últimas películas: sus personajes ya no lloran sino que se contienen. Es una de sus películas más contenidas de su filmografía y casi confesional, directa desde las tripas, aunque metareferencial de todo su cine. Salen todos sus temas: Un cine formado por universos poblados de mujeres, pero también de hombres, en donde han ido apareciendo recurrencias temáticas como la pasión homosexual, las drogas, las enfermedades o las soledades internas que provocan todo tipo de miedos. De hecho, todas sus películas están presentes: Desde “Volver” (la cultura de la muerte, la solidaridad de las vecinas y el flan, que adorna una escena) a “Los abrazos rotos”. También el mundo masculino de “La ley del deseo” y “La mala educación”.

Dejamos para el final, el gran tema que recorre el cine de Almodóvar y que marca gran parte del film: la figura de la madre. Estos episodios –los flashback que nos trasladan a esos años 60- aparecen tamizados por la fotografía luminosa de un legendario cameraman como José Luis Alcaine, sobre todo, la primera escena en la que vemos a Rosalía, la madre, de joven (Penélope Cruz) cantando “A tu vera”, junto al río. Con la madurez, esta vinculación madre-hijo, con Chus Lampreave en el recuerdo, sabe un poco a reproche. “No has sido un buen hijo”, le dirá ya anciana a su hijo, Salvador.

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Lo mejor del cine español en el 2018.

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El cine español sigue demostrando que tiene calidad sobrada y que hay pocas cosas que envidiar, quizás algo del presupuesto del cine de Hollywood. Aquí lo mejor del cine producido en nuestro país, según nuestro criterio.

El fotógrafo de Mathausen (Mar Targarona), es  una potente producción española, con un sobresaliente Mario Casas a la cabeza y un escenario inédito en nuestro cine: un campo de concentración alemán.

-En Mathausen todo está preparado para impresionarte.

Una voz en off nos sitúa ya en el campo donde Frances Boix pasaría a la posteridad, al convertirse en fotógrafo de los horrores –que muchas veces nos han mostrado el cine-, como asistente de uno de los oficiales alemanes,  una ocupación que le mantuvo a salvo.  Mario Casas sigue abriendo su abanico actoral, interpretando al personaje real suyas fotografías permitieron revelar al mundo las calamidades cometidas por los nazis. De hecho, sería el único español, testigo en los famosos Juicios de Nuremberg, cuyos negativos fueron determinantes para acusar a algunos responsables. Un drama carcelario de manual y asistimos, por tanto, a un subgénero que permite unas interesantes lecturas.

Algunos años después de dar la sorpresa en los Goyas con esa historia romántica de corte independiente, “Sthockholm” (2012) y del thriller policiaco –“Que Dios os perdone”- con ese sabor a bocata de calamares y a tapete de ganchillo,nos llega lo último de Rodrigo Sorogoyen. El cineasta busca de nuevo el realismo a toda costa, lo que logra en este viaje a los infiernos de la política. “El Reino” es una película dondelas contradicciones que tienen la lealtad a un partido y los distintos niveles de la corrupción convierten esta historia en un “sálvese quien pueda”.

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“La sombra de la ley”, la nueva película de Dani de la Torre, es  una producción mucho más ambiciosa que la estupenda “El desconocido”.  Nos situamos en la Barcelona de comienzos de los años veinte, poco después del magnicidio a tiros de Eduardo Dato y justo antes del Golpe de Estado de Primo de Rivera, en una época en que se convivía con el pistolerismo, los mafiosos, los policías de gatillo fácil y las reivindicaciones sociales;  es decir, la lucha no iba dirigida al contrabando del alcohol en plena ley seca sino tras unos serie de derechos. Es la Barcelona de las reivindicaciones laborales, pero también de la burguesía catalana, de los barrios obreros, la Barcelona de los “prodigios” o del caso Savolta, retratados por la prosa de Eduardo Mendoza.

Estamos ante una notable recreación histórica con todo un lujo de detalles, entre ellos, por ejemplo, las obras de la Sagrada Familia. Una contundente ambientación para una historia con poca pegada en donde se apuesta por el cine negro de sabor clásico de Hollywood.

Del cine “mainstraim” al de autor en donde destacamos dos nombres y lo mejor del cine español de este año 2018: Carlos Vermut con “Quien te cantará”, le ofrece a su actriz fetiche (Eva Llorach) un regalo en la que lucirse en esta desconocida admiradora que hará recuperar a una famosa cantante (NawjaNimri) su voz, en un film con ecos a “Eva al desnudo” o “Persona”. El otro cineasta de autor a destacar es Jaime Rosales, gran ausente en los Goyas de 2018 con una inmensa película: “Petra”. La muerte de su madre hará que Petra se lance a buscar a su padre, cuya identidad se le ha ocultado toda su vida.

Y terminamos con tres debutantes en el largometraje, tras un exitoso discurrir por el mundo del corto o del documental. Este es el caso de Arantxa Echeverría con “Carmen y Lola”, la película que fue seleccionada por el festival de Cannes es un canto a una arriesgada realidad, la doble marginalidad que sufren sus protagonistas, ser gitanas y lesbianas. Los otros dos títulos son  “Animales sin collar”, de Jota Linares, con una historia a medio camino entre el thriller y el film romántico;y “Viaje al cuarto de una madre”, un cine con mayúsculas dirigido por Celia Rico Clavellino.

 

La trastienda. La doble moral, el Opus Dei y los Sanfermines.

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Un médico, miembro del Opus Dei, su mujer y una enfermera establecen un triángulo amoroso en la “trastienda” tardofranquista, durante unos Sanfermines; en un filme que Jorge Grau dirigió en 1975.

-¿Y por qué no habrías de decírmelo?

-Porque no es posible Juana, porque quiero también a mi mujer, porque vivo con ella y no tengo derecho a romper una vida que hemos recorrido juntos y que elegimos libremente.

Muchos conocerán a Jorge Grau por sus películas dentro del terror, pero entró en ese cine a causa de una circunstancia llamativa: había sido despedido del rodaje de “Tutset Street” y buscó fortuna en una película de género. Su éxito fue tal que dirigió dos filmes de terror seguidas “Ceremonia Sangrienta” –sobre el mito vampírico, a través de la figura de la condesa Bathory- y “No profanarás el sueño de los muertos” –relacionado con el cine de zombies que triunfaba en esos años.

Aún eso, quiso evitar encasillarse y cuando tuvo la oportunidad volvió a las historias que más le interesaban, las fábulas morales, presentadas como denuncias a la hipocresía de la sociedad. El productor José Frade le ofreció esa oportunidad con “La trastienda” (1975), película que superó los 180 millones de pesetas en taquilla, siendo el film más taquillero hasta “El último cuplé”. Un film en la línea de "El espontaneo" y cuyo estilo volvería a repetir en “El secreto inconfesable de un chico bien”, también producida por José Frade, aunque ninguna de estas logró la celebridad de “La trastienda”. Un éxito que vendría de un detalle interesante –el primer desnudo integral en el cine español, justo en el año del fallecimiento de Franco, 1975-, pero secundario en la historia (unos 38 fotogramas, menos de 2 segundos), por lo que esta película ha sido calificada erróneamente de “destape”, cuando el propósito de Grau era algo muy distinto: dirigir una crítica hacia el Opus Dei y, sobre todo, a la doble moral de la sociedad. Una crítica hacia “esa sociedad tranquila que posee una trastienda feroz”, en palabras del propio director.

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Los Sanfermines, más que un decorado.

Una sociedad que es capaz de ser muy conservadora durante prácticamente todo el año y que con la llegada de los Sanfermines se desata la locura verbenera, durante unos días. De ahí, la importancia de localizar la historia en Pamplona, una ciudad provinciana, en donde los escándalos llegan a boca de todos y de ahí que las pasiones se oculten en el ámbito de lo privado.

Sin embargo la situación de este personaje es de una represión absoluta. Lo he podido mirar, hasta el minuto 57 ni se tocan y hasta el 85 no se dan un beso; e incluso se dan situaciones tan curiosas como permitirse mostrarla en público, cuando está borracho o negociarse sobre la posibilidad de tutearle.

-Oye, ¿te puedo tutear o te llamo de usted?

-Pues no, sería un poco raro llamarme de usted en los Sanfermines.

De hecho, hay más encuentros íntimos en la tienda, entre la mujer del médico y su amante, que entre los dos protagonistas.

Uno de los grandes logros de la película fue ambientarla en los Sanfermines, logrando un acertado efecto al combinar la trama de la historia con imágenes grabadas de las propias fiestas, que Jorge Grau filmó previamente.  No sólo era colocar a los personajes en ese escenario, sino que con una cierta improvisación, fue incorporando detalles que veía en los Sanfermines. Quizás, el más destacado ejemplo sea el chico que acabó herido en la plaza y que sería trasladado en una ambulancia, al hospital, incorporado luego a la película.

 

El Reino. Meterse en la piel del corrupto.

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Valle-Inclán explicaba a través de su personaje de Max Estrella (Luces de bohemia, 1924) que el país de su época sólo podía analizarse a travésde la “realidad deformada de los espejos cóncavos”. El país de nuestro tiempo queda bien reflejado en los titulares del cuarto poder, sobre todo en lo que respecta a una lacra que dirige un significativo sector de la política. “El Reino” es la última estación en donde se ha detenido este jugoso tema, el más reciente ejemplo de un género que vive su época dorada: el thriller con ambientación ibérica.

Un ambicioso vicesecretario autonómico, Manuel Gómez Vidal (Antonio de la Torre) planea dar el salto a la política nacional, pero en ese momento le estalla un escándalo de corrupciones y su vida perfecta se desmorona.La película comienza con una escena al puro estilo “Godfellas”. El personaje principalatende a una llamada telefónica, coge una bandeja de carabineros de la cocina de un chiringuito, la entrega en la mesa y se enfrascan todos a una. El chupar sus cabezas no sólo concede la gracia de su buen hacer al cocinero, sino que sirve como exhibición de un status. Esa posición es la que centra el film a través de una lectura incómoda sobre la corrupción.

Bárbara Lennie y Antonio de la Torre, en 'El reino', de Rodrigo Sorogoyen. (Warner)

Barbara Lennie y Antonio de la Torre "El Reino" (Warner)

Tanto los telediarios como la ficción (recordemos las magníficas “La caja 507” o “Crematorio”) han moldeado la realidad política española. En esta ocasión, el cineasta dispone de un sobresaliente reparto para poner rostros a personajes más o menos reconocibles entre dirigentes políticos, empresarios, periodistas sin escrúpulos o funcionarios que bien podrían haber salido en alguna película de mafiosos de Scorsese o en algún thriller político de Alan J. Pakula.

Tres años después de dar la sorpresa en los Goyas con esa historia romántica de corte independiente, “Sthockholm” (2012), firmó “Qué Dios nos perdone”, un thriller policiaco con ese sabor a bocata de calamares, acompañado de una buena caña, pero también a tapete de ganchillo. Allí situaba una historia sobre un psicópata y un buen policía, a quien ni Dios le podría perdonar, violento contra el mundo que le rodeaba y contra sí mismo. Entonces, Sorogoyen buscaba el realismo a toda costa, lo que logra en este nuevo viaje a los infiernos, en esta ocasión de la política.Las contradicciones que tienen la lealtad a un partido, en donde la corrupción se convierte en un “sálvese quien pueda”. En este sentido, es fácil reconocer el paralelismo entre el personaje de Antonio de la Torre y Bárcenas, ambos dados de lado por los dirigentes del partido, cobrando protagonismo las escenas de José María Pou.

-Eres consciente de que puede caer todo el mundo.

-Soy consciente de millones de cosas de las que tú no podrías entender.

El protagonista es un tipo inmoral, un aprovechado, a quien el brillo de los Rólex le ha ido cegando durante mucho tiempo y al que poco a poco el escenario le irá consumiendo. Uno de aquellos  personajes que con cada paso le va acercando cada vez más a su condenación, mientras se va abriendo el suelo bajo sus pies.  Lo interpreta un actor de raza, Antonio de la Torre, acostumbrado a lidiar en los lodos del thriller (“La isla mínima”, “Tarde para la ira”).

La película pretende dar una imagen de que todos nos podríamos corromper, en un momento dado. Que la corrupción no es exclusiva de la clase política sino que está generalizada en un país como España. Por citar una escena, el hombre que se queda con la de una consumición, en un bar, también sería corrupción. Pero el ímpetu visual de Sorogoyen deja un poso narrativo algo vacío.  Si lo que quieres reflejar es que la sociedad en general es potencialmente corruptible, debería haber tomado una postura más profunda.

Quizás, eso sea lo más flojo, junto el final en donde se verbaliza todo el tema de la película.

El bar. El ángel exterminador de Alex de la Iglesia.

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Alex de la Iglesia nos presenta, en su última película, a un grupo de personas aleatorias que quedan atrapadas en un céntrico bar de Madrid porque algo pasa ahí a fuera y salir a la calle supondría ser abatido. Historia, con la que regresa a sus orígenes, a aquel bar de su cortometraje “Mirindas asesinas”, en donde aunaba el thriller con un auténtico sabor de comedia negra; dos de las señas de identidad del cineasta vasco.

A las 9 de la mañana, de un día cualquiera, un grupo de personas desayunan en un café de Madrid. Uno de ellos tiene prisa, sale del bar y cae fulminado por un francotirador. Desde entonces, la tensión entre los personajes irá in crescendo mientras se sucedan las situaciones extremas e hilarantes. Es un film en el que aparece lo que previamente habíamos visto en sus anteriores 13 películas, y en la que cabe prácticamente todo. Leí en una crítica, que “El bar” comenzaba como la mítica “La cabina” (Antonio Mercero)  y terminaba como “Deep Blue See”, pero sin tiburones, y tomaba por loco al que lo habría escrito, hasta que vi –por fin- la película. Thriller, comedia, terror posapocalíptico, cine de catástrofes, la “psicología del encierro” de los “Diez negritos” y otras muchas cosas, se dan cita en este particular bar de Álex de la Iglesia.

De bar en bar.

Sabina decía eso de que el fin del mundo te pillase bailando, sin embargo, comparto esa visión del director de que a los españoles, el apocalipsis les pudiera pillar en el bar, el lugar idóneo donde encontrar a muchos de nosotros. Entre vasos de vidrios desgastados, servilletas en el suelo y cafés recalentados, asistimos a una de las faunas con una idiosincrasia más auténtica: la del español que saca a relucir sus miedos, su frustración y sus deseos en uno de estos locales tan nuestros. Y la película, en este sentido, se convierte en toda una radiografía de una sociedad, desde lo íntimo pero también desde lo bizarro, como suele hacer el director vasco. No por casualidad –en esos característicos créditos iniciales de “El bar”- nos muestra imágenes de virus y bacterias, contempladas desde el microscopio.

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Los ocho personajes que se dan cita en el local de la película serían caricaturas de los tipos que encontramos en una ciudad cualquiera: el hípster, el ejecutivo trajeado, la pija buenorra, el borracho vagabundo o el camarero, interpretado por Secun de la Rosa, que no para de darle a la lengua. Una especie de “Ángel exterminador”, de Luis Buñuel, pasado por el tamiz del humor de mala baba de los tebeos de Bruguera de la “Rue del Percebe”.

De hecho, los bares son lugares comunes en gran parte de la filmografía del director, donde sitúa momentos  claves de su cine. La tasca castiza y céntrica de Madrid, podría recordar al bar, cercano al edificio de “La comunidad”, pero sobre todo al de su cortometraje, “Mirindas asesinas”.  También tendría similitudes con otro corto en blanco y negro, y con bar como escenario: “Las 7:35 de la mañana”, esta vez, firmado por Vigalondo, cuya acción transcurría en una pequeña tasca situada a dos calles de la plaza de Montese, en el barrio de Malasaña, donde encontramos “El amparo”, el bar de la película de Alex de la Iglesia.

De hecho, lo mejor de la película es el brillante arranque, para un decepcionante final. Abandonan la localización del céntrico café de Madrid y se lanzan hacia el subterráneo de las cloacas e incluso vemos a Blanca Suárez, en ropa interior y cubierta de aceite. Es entonces cuando el delirio y la falta de coherencia llegan a su cénit.  De hecho, “El bar” es Alex de la Iglesia, al 100%. El exceso, la bizarría, la tragedia con humor negro o los relatos corales ya forman parte de su cine, o  ¿es que, no habéis visto ninguna de sus películas?

Verónica. Cine de terror de autor, con sabor español.

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-Me llamo Ángela, me van a matar.

De esa primera “Ángela” de “Tesis” (Alejandro Amenábar) a esta otra de “Rec” (Paco Plaza, Jaume Balagueró): “Muy buenas noches, me llamó Ángela Vidal”, habrían pasado más de diez años, los que marcan el inicio y la confirmación de un nuevo cine de terror, facturado en España y con grandes réditos. E igualmente es el tiempo que ha separado ese “Rec” de “Verónica”, la última joya del fantaterror español, firmada por una de las mitades de ese genial dúo de directores. Hoy los gritos traspasan fronteras y rompen taquillas, ¿han encontrado los cineastas españoles las claves del miedo? ¿Ha habido un tiempo mejor?

La verdad es que el tándem que formaron Plaza y Jaume Balagueró dio unos grandes réditos para el cine de terror español, aunque por separados ambos demostraron una habilidad fuera de la común para contar historias y ponernos los pelos de punta. Personalmente, me siento más atraído por el cine de Balagueró, con títulos como “Los sin nombres” o “Mientras duermes”, mientras que el cine de P. Plaza no llegaban a ser completamente redondo (“El segundo nombre”, “Romasanta”). En sus películas, encontramos un tono de costumbrismo castizo que podría recordar a las “Historias para no dormir”, en donde el propio Paco Plaza había dejado su sello en “Cuento de Navidad” (2005). Y de nuevo, la película, desarrolla un aspecto que corre en paralelo a la filmografía de ambos directores: la religión. El cine de terror  y la religión cuentan con aspectos “afines”. Ambas resultan catárticas, liberadoras y en ambas, los personajes/creyentes se sienten indefensos tanto frente al dogma como a una historia de terror.

La religión en “Verónica”, hace que ésta sea una película religiosa. El prólogo es toda una declaración de intenciones cuando se lleva a cabo una sesión de ouija en el sótano de un colegio católico,  y llega la policía a casa de Verónica, tras una llamada de socorro. Un hecho que desencadenará una serie de trágicos acontecimientos para la joven protagonista.

El film fue un encargo de la productora Apache, que “quería hacer una película sobre un hecho real” y Paco Plaza eligió la historia del “caso de Vallecas”, en la que una adolescente murió tras jugar a la ouija, con unas amigas. También fue el primer caso en donde un inspector de policía escribió en su informe la participación de unos fenómenos paranormales, pidiendo el traslado al finalizar la investigación. Eso sí, el director de “Rec” dota al film de un toque muy personal en donde el costumbrismo se relaciona con lo paranormal. La cotidianidad del extrarradio de Madrid, con su delincuencia, la droga y el día a día, conviven con el terror de una posesión, de una chica, Verónica, interpretada por una debutante Sandra Escacena.

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Su personaje se abate entre los conflictos de la adolescencia de una chica (recordemos “Carrie” y el momento en que estalla el personaje por su primera menstruación), y su relación con la familia, su hermana y su madre (Ana Torrent) quien se pasa el tiempo trabajando en un bar del barrio; habría que indicar que su padre había fallecido, lo que marca parte de la trama.

“Verónica” es una pieza de terror inquietante, pese a que los acontecimientos no suelen pasar por derroches de hemoglobina ni sustos anticipados por previsibles estridencias sonoras. Otros de sus grandes colaboradores en la película es el director de arte, Javier Alvariño y Pablo Rosso, el director de fotografía, pero Paco Plaza sabe sacar un gran partido de las canciones de “Héroes del Silencio”, cantadas por Enrique Bunbury, acompañado los paseos de Verónica o sus noches en vela.  

Adolescencia y terror.

La adolescencia es el periodo de la vida humana que precede a la vida adulta justo después de la niñez, momento en el que los jóvenes entran en una etapa de cambios y conflictos. No es extraño que el cine se haya interesado en mostrarnos esta fase de la vida, desde todos los puntos de vista posibles. Dentro del cine de terror, existe, por suerte,  una serie de films sobre adolescentes, alejados de la hemoglobina y la sexualidad desatada que el slaher americano parece haber dominado durante décadas. Algunas, han sabido transmitir los terrores ancestrales a través de la mirada de una adolescente. Podría recordar “It follows” (David Robert Mitchell, 2015), la soberbia película, de lo mejor del género, o “Carrie”, un destacadísimo film de terror en donde Brian de Palma incidía en el tema del “bulling” (el acoso escolar) a través de una chica, influenciada por la creencia fanática de su madre. Una historia de Stephen King, brillantemente adaptada. Otra sería, “Crudo” (Julia Doucornau, 2017), centrada en el canibalismo y la adolescencia, a través de un terror de casquería.

“Verónica” constataría que en España se sigue haciendo cine de calidad, que traspasa fronteras y que incluso marca estilo en el género. Una de esas películas que realmente me hicieron pasar un mal rato y que incluso me llegó a inquietar y asustar, en varios momentos, lo que es complicado. Una pequeña maravilla, el film de terror del año del cine español, y parte del extranjero, muy superior a “It”, por ejemplo.

Tocata y fuga de Lolita.

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-Nunca deberíamos haber atravesado el río Mississippi.

Contra la hipocresía de la mentalidad franquista surge esta comedia de enredos amorosos, “Tocata y fuga de Lolita”, mucho más que un film sobre los relevos generacionales que surgen en la historia del cine cada cierto tiempo sino sobre la libertad, sobre todo la sexual, y las convenciones de la época. Se trata del debut cinematográfico de Antonio Drove –director maldito y prácticamente desconocido por los profanos, que apenas realizaría unas pocas películas- aunque lo que llama la atención es el reparto encabezado por la entonces miss Mundo Amparo Muñoz, Arturo Fernández y un soberbio Paco Algora, en estado de gracia.

-Nikolai, ya te he dicho que no, no seas pesado.

-Siempre te pones así cuando hay más gente delante y no puede ser.

Una película apegada al momento en que se rodó y, en concreto, al movimiento en el que surgió –del que hablaremos más adelante- la llamada “tercera vía”. Un film con un discurso crítico en plan de comedia de enredo, en donde la caracterización de los personajes está magnífica, junto con la química entre los actores, sobre todo representada en el padre –interpretado por Arturo Fernández- y el novio “proge” de la hija –un inmenso Paco Algora- en cuyos trabajos se sustenta buena parte de la película.

 

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Las dos Españas.

Coincide, también con un momento de transición en donde las convenciones tardofranquistas son más evidentes al surgir nuevas mentalidades, lo que representan ambos personajes masculinos: Arturo Fernández, y Paco Algora,  los dos extremos de la sociedad que estaban viviendo. El primero es un personaje burgués, con una buena posición social y política –es candidato a Procurador a Cortes por el tercio familiar- y viudo, manteniendo una relación con un amante, mientras que Algora representa al progresista y cinéfilo, cariñoso y divertido, que no tiene dónde caerse muerto, presentado como una especie de alter ego del propio director, Antonio Drove. 

-¿Y este dónde duerme?

-En la cocina, en un saco de montaña.

-Ya verás en qué condiciones honestas, pero calamitosas vivo.

Paco Algora interpreta a un personaje muy carismático, a través de mil referencias cinéfilas (sobre todo del western y de unos títulos muy concretos, aquellos considerados del western crepuscular como Jonnhy Guittar (Nicholas Ray) o Mayor Dundee (Sam Peckimpah). En el reparto, habríamos que destacar también a la bellísima actriz británica Pauline Chaloner a quien habíamos visto en “La residencia” (Narciso Ibáñez Serrador) en donde interpretaba a Catherine, la alumna del internado que sufría unos dolorosos castigos al comienzo de la película, mientras que aquí encarna a la amiga de Amparo Muñoz, quien se enamorará del personaje encarnado por Arturo Fernández.

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Antonio Drove, un director olvidado.

Antonio Drove, que había participado como actor en uno de los títulos clásicos de Iván Zulueta “Uno, dos, tres, escondite inglés”, tuvo una gran actividad desde el punto de visto cinéfilo, llegando a entrevistar para TVE al mismísimo Douglas Sirk. Pero más allá de la dirección –solo realizó cuatro cortometrajes y cuatro largometrajes- fue realizador en TVE y director de algunos episodios de la mítica serie “Curro Jiménez”; pero sobre todo guionista. Por ejemplo, escribió el guión de “Al diablo con amor” (1973), película de Gonzalo Suárez que suponía su segunda colaboración con Ana Belén y Víctor Manuel.

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A esta comedia, le siguió otra del mismo estilo en donde quiso repetir éxito de taquilla, repitiendo como protagonista Paco Algora: “Nosotros que fuimos felices” (1976). Aquí, trabajaría junto a Amparo Soler Leal y Emma Cohen –con quién protagonizaría Algora “Bruja, más que bruja”, a las órdenes de su amigo Fernando Fernán Gómez-. Pero 1976 fue el año de la primera huelga general de taquilleros y el film fue un fracaso.

Años más tarde, Drove dirigió su obra maestra: “La verdad sobre el Caso Savolta”, adaptación de una novela de Eduardo Mendoza, con un reparto genial y una gran producción artística. Su última película, adaptación de otra novela –El túnel- ya supuso su ocaso como director.

La tercera vía.

Uno de los aspectos obligados a detenernos a explicar fue eso que  se llamó “tercera vía”. Estuvo suscrita por el realizador Roberto Bodega y el productor José Luis Dibildos quien financió una serie de películas a través de la productora Ágata Films, situándonos entre “Españolas en París” (1971) y “Hasta que el matrimonio nos separe” (1977). Fue un intento de hacer un cine socialmente comprometido, pero que fuera comercial, alejándose por tanto, del cine que se hacía del landismo y las españoladas,  y el cine de autor con reminiscencia intelectual y simbólica como el de Carlos Saura o Víctor Erice.

En realidad sería un total de siete películas, todas ellas comedias y críticas hacia un tipo de convenciones sociales en donde había temas tan variados como la inmigración (Españolas en París), el machismo (La mujer es cosa de hombres), la hipocresía sexual (Tocata y fuga de Lolita) o la publicidad (Vida conyugal sana). Algunos de estos films estuvieron escritos por José Luis Garci, siendo José Sacristán una de sus principales referencias interpretativas –aunque otros títulos, como el que analizamos, tuvo un reparto propio-. También contaban con una construcción narrativa cercana a la screwball comedy americana, aunque con grandes diferencias, por ejemplo, sus personajes no estaban situados en la clase pudiente española sino sobre todo en las nuevas clases medias propias del tardofranquismo. Tampoco intentaban caer en el recurso de la risa fácil sino crear personajes con una psicología y una sociología muy marcadas; un ejemplo clarísimo sería esta película de “Tocata y fuga de Lolita”.

 

La corona partida. La ficción histórica hecha cine.

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-Una Corona partida deja la puerta abierta al desgobierno.

 Durante unos años, varios millones de espectadores han conocido, gracias a la televisión pública, episodios de nuestra Historia con la serie Isabel y más tarde con Carlos, Rey emperador. La verdad es que muy pocas veces la pequeña pantalla ha buscado en nuestra Historia, aquella con mayúscula, el material para nutrir sus guiones como ha hecho TVE, bien con Cuéntame, con el Franquismo y la Transición, y estas dos series que nos llevan hacia la formación del Estado Moderno, con los Reyes Católicos, el descubrimiento de América y los primeros representantes de la Casa de Austria (Carlos V y Felipe II).

 De hecho, “La corona partida” deja abierta una pregunta: Si cada vez se consume más, y mejor televisión, ¿por qué ir al cine a ver una producción tan similar a aquella que te ofrece la pequeña pantalla? La explicación de cómo Fernando, el Católico, -ayudado por el poderoso Cardenal Cisneros- mantuvo la Corona tras la muerte de Isabel I, frente a Felipe el Hermoso, es decir, la “laguna” histórica entre ambas series, es el argumento de este film.

Al frente del reparto, Rodolfo Sancho, interpretando al mismo personaje que en la serie “Isabel”, el monarca español, viudo de Isabel la Católica.

-Dais por hecho de que vuestra hija Juana es incapaz de gobernar.

-Conoces sus arrebatos.

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Entre ambos egos, se encuentra la figura de Juana La Loca, enfrentada tanto a su padre como a su marido, cuando ambos la apartan del poder. Ese personaje, a quien le correspondía por herencia la Corona, dio lugar a dos películas con muy buena acogida: “Locura de amor”, dirigida por Juan de Orduña, en los años cincuenta, protagonizada por Aurora Bautista y

Irene Escolar, recientemente premiada con un Goya, es una buena heredera de las anteriores Juana. Pero su personaje cede el protagonismo a su padre, Fernando, interpretado por Rodolfo Sancho, a su marido Felipe, y al cardenal Cisneros, un inmenso Eusebio Poncela.

 -Insensato, un marido puede perder a su esposa, pero un arhiduque no puede perder a su Reina.

 La apuesta por la ficción histórica.

 Opulentos salones, intrigas palaciegas, los discursos a los súbditos, reyes y plebeyos, y alguna que otra conspiración camino al trono. Todo eso es lo que hemos visto en muchas de nuestras ficciones históricas.

 -Reverencia, pronto abandonaremos Granada.

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 Comencemos con una serie, con factura de superproducción, Isabel, interpretada por Michelle Jenner. Durante tres temporadas conocimos los sucesos más importantes de los Reyes Católicos, centrándonos en la Reina Isabel de Castilla. A la muerte de su protagonista, la serie se centra en su nieto, un Carlos I adulto, en Carlos, rey emperador, que narra la vida del hombre más poderoso de la Europa de la época, Carlos I de España y V de Alemania. Ambientada en seis países y con un reparto formado por un gran elenco de actores, esta serie es la gran apuesta televisiva.

-No lloréis, el hijo del Rey no puede llorar.

-Ni tampoco el Emperador puede rendirse.

 La prestigiosa televisión británica cuenta también con su buena ración de ficción histórica: “Los Tudor”, curiosamente en el mismo periodo histórico que los Reyes Católicos y Carlos I, sobre la figura de Ana Bolena y Enrique VIII.

-¡Estás radiante! Más joven que yo, más hermosa que yo y casada antes que yo. Me has eclipsado.

Desde la televisión pública sólo parece existir una propuesta excesivamente complaciente e institucionalista de nuestro pasado (desde el 23 F o figuras representativas de nuestra política) 0 de series televisivas que recogen episodios de nuestra Historia (Isabel, Carlos, emperador; El ministerio del tiempo, Águila roja), más o menos relevantes, institucionalistas y que poco o nada tienen que ver con la situación económica o política real. Un “adormecimiento acomodaticio” propio de los tiempos de crisis, en los que se espera una mayor valentía de quienes hacen ese entretenimiento televisivo.