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Fanny y Alexander. El prólogo de la historia.

Cuando Ingmar Bergman filmó “Fanny y Alexander” (1982) pensó que esta sería su última película, de ahí que parezca un caleidoscopio de toda su obra, y en este sentido, la escena inicial –el prólogo- sería un resumen de lo que encontremos en toda la película. 

El film se inicia con el agua que fluye sin fin por un río, un recurso que ha servido como metáfora de la vida, siendo ésta una de las principales preocupaciones de la película: el recuerdo del pasado. A continuación, vemos la imagen de un teatro. Sólo cuando la cámara se aleja, apreciamos que el teatro no es real sino un juguete en miniatura. Se trata de un teatro con la frase: “no sólo por placer” en el escenario, que consiste en un telón de fondo, hábilmente pintado, que se irá quitando capa a capa, hasta que asome parte del rostro de un niño, en concreto los ojos de Alexander, para desvelar que el punto de vista de la historia se hará a través de la mirada de su personaje, quien funciona como alter ego del propio director. Bergman, a sus 75 años, vuelve la mirada a su infancia a través de los hechos y la ficción, es decir, reinterpretando la realidad.

 Nos hallamos en la Suecia de principios del siglo XX. Alexander juega en uno de los grandes salones de la mansión Ekdhal, antes de recorrer la casa de la abuela llamando a la familia. El niño deja volar su imaginación; a partir de esta premisa, Bergman crea un admirable cortometraje de atmósfera fantastique en el cual la mirada infantil, combinada con la tonalidad mágica de la fotografía (gran trabajo, como siempre, de Sven Nykvist), da pie a imágenes poéticas. Servirían de ejemplo  ese instante en el cual Alexander ve o cree ver la estatua de una figura femenina cobrando “vida”, o ese otro, ominoso, en el que la figura de la mismísima Muerte atraviesa la estancia dejándose entrever tras el mobiliario. Se trata, asimismo, de una manera de indicar que vamos a asistir a un relato en el que la belleza de la imaginación desatada, vitalista, de un niño va a tener el contrapunto severo y realista de la segunda mitad de la historia.

                   

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 Esta primera parte de la película nos sitúa en una familia de actores de Upsala, Suecia, que trabajan en el teatro propiedad de la familia –en un momento en que se preparan para la Navidad y quieren representar la obra de Shakespeare, “Hamlet”-. Helena, la matriarca de los Ekdhal, quiere contagiar su entusiasmo y felicidad, con el resto de la familia. Pero no todo resulta idealista y feliz en esta parte de la película. La cena de Navidad en la casa de los Ekdhal no tarda en revelar una falsa fachada de felicidad, bajo la cual se ocultan no pocos trapos sucios, como el viejo amante judío de la anciana Helena, Isak Jacobi (Erland Josephson); la relación adúltera que el extravertido Gustav (Jarl Kulle) mantiene con la criada Maj (Pernilla August); o la enfermiza relación de amor-odio de Carl (Börje Ahlstedt) y su esposa Alma (Mona Malm).Una celebración navideña donde los amos comparten mesa con las criadas, todos cantan y bailan formando una rúa que atraviesa los principales salones de la mansión, los niños juegan a sus anchas, y hasta los adultos se comportan como niños. Pero no todos son risas. Durante esa misma rúa, el envejecido Oscar Ekdhal (Allan Edwall), marido de la mucho más joven Emelie (Ewa Fröling) y padre de Fanny y Alexander, tiene que soltarse del resto del grupo y detenerse a recuperar el aliento sentado en unos escalones, primer signo de su muerte cercana; mientras Lydia (Christina Schollin), la esposa de Gustav, no puede reprimir su deseo de abofetear a la insolente criada y amante de su marido, Maj.

 Todo cambiará para la familia, y sobre todo para los dos niños protagonistas, cuando Oskar, el padre, muera en una de las representaciones y la viuda, Emelie, acepte casarse con el odioso obispo, Vergerus. Pero eso es otra historia.

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1 comentario

Roger -

Mi película favorita de Bergman