El cine sonoro de John Ford en cuatro pasos.
Se cumple este año el cuarenta aniversario de la muerte de uno de los grandes cineastas, el norteamericano John Ford, director que ha estado relacionado con el western o el retrato de los desheredados de la Gran Depresión. Cineasta al que han acompañado actores como John Wayne, Henry Fonda, Mauren O´Hara o John Carradine, pero también otros más desconocidos como Harry Carey, que trabajó a las órdenes de Ford, en veinticinco películas, en sus primeras películas. Hemos querido recordar a este director con cuatro películas, poco conocidos por el gran público, lejos de su reparto habitual y del western, género que ayudó a engrandecer.
Se da una extraña curiosidad, el western fue un género poco apreciado por los estudios, por lo que los directores de prestigio de la Universal se lanzaban a cualquier otro proyecto. Esto posibilitó que directores jóvenes como Ford pudieran escogerlo como plataforma para despegar sus incipientes carreras. De este modo, John Ford comenzó en el cine mudo y cuando dirigió su primera gran película ya tenía treinta títulos a su espalda. Dos películas poco conocidas en nuestro país, son dos excelentes ejemplos del cine sonoro de Ford, anterior a La diligencia.
- Levanta la mano derecha y jura renunciar al alcohol, hermano. ¿Qué estoy viendo en tu mano? No seas un animal. Porque todos ustedes conocen la historia de Pocahontas. Y, ¿habéis oído cuando salvó la vida de John Snmith?.
- Claro.
- John Smith quería que Pocahontas le diera ese remedio.
Barco a la deriva cuenta con dos de los actores más importantes de la época, Will Rogers, en su tercera colaboración con el director e Irving. C. Scott. Con un humor títpicamente fordiano, en un mundo idílico, en este caso, Roggers es un capitán de un barco del Mississippi y cuando su sobrino es acusado de asesinato debe actuar rápido para que no sea ahorcado.
- Deberías dejarme huir comio hicistes tú. Tenías razón con ese juez de la horca. Supongo que como soy mayor que tu, sabría lo que es justo y que no.
Con un guión de Dudley Johnson, Prisioneros del odio, cuenta la historia de un prisionero confederado de nombre Samuel Man amigo del asesino de Lincoln y por tanto, acusado de consparación para el asesinato y condenado a la horca, aunque la creencia en la justicia cambia esa sentencia por la cadena perpetua en una famosa cárcel situada en una isla.
- ¿Qué más pueden hacer? ¡Qué condename queda! Pueden colgarme.
- No pudieron colgarte, ¿eh? pues, por Judas, vas a desear que lo hubiesen hecho.
Mientras que el jefe de los guardias de la isla (John Carradine) se ensaña con él, su mujer sueña verle algún día, y el planea escapar para ser apesado. Más tarde, una epidemia de fiebre amarilla que asola la prisión le convertirá en un héroe.
- Como comandante general de la prisión militar Fort Jefferson, Florida, puedo declarar que el control reciente de la epidemia de fiebre amarilla fue el resultado director del extraordinario y desinteresado coraje, valentía y habilidad por parte del doctor Samuel A. Man.
Una de las pocas películas de Ford fuera de los escenarios del western y de sus actores fetiches, El último hurra, que con guión de su cuñado Frank S. Nagent, adaptaba la novela de Delbert O´Connor en la que nos contaba los avatares de una carrera electoral entre dos candidatos: el actual alcalde, viejo y populista, Frank Stephintong, un magnífico Spencer Tracy, y Kevin McKlovsky, representante de los nuevos tiempos y de las clases altas. El petimetre personaje de McKlovski, la sangre nueva apara la nación, quedaba en ridículo en la todavía incipiente pequeña pantalla.
- Mi opinión es excelente, sí. Los gritos son de verdad y creo que ha sido una campaña maravillosa.
Mientras que el viejo Stephintong, de origen irlandés, sobrevivía de las mil y una artimañas que organizaba tanto para llevar adelante la alcaldía de esa pequeña ciudad, como para resolver sus propios trapos sucios, cómo la vida misma.
- ¿Quieres decir que es el velatorio de Rocco, pero que en realidad es mi tío la máxima atracción?
- Exacto.
- Ya, así que yo tenía razón. Es un mitín popular, otra forma de conseguir votor.
Pero los tiempos estaban cambiando, eso lo sabía Ford, y el mundo de Stephintong se acababa de verdad. Como el de don Fabrizio en El Gatopardo, para que todo sea igual, o sea, para que todo marche a peor.
El último título que hemos querido destacar es La ruta del tabaco, uno de sus títulos más curiosos en donde la risa y la comprensión del espectador están garantizados. Basada en una obra de teatro, se fija en esas clases sociales que más le atraían, los deshereados. Podría decirse que La ruta del tacabo es la visión cómica de la Gran Depresión.
-¿Está la cena?
-¿La cena?
-Sí, he llegado a pensar que el señor no va a dar tregua a este pobre hombre.
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Rubén -