Hasta que llegó su hora. Una ópera entre pistoleros.
El spaguetti-western, en general, y Sergio Leone, en particular, se caracterizan por sus escenarios urbanos, con ningún retrato de autóctonos norteamericanos. Pero en Hasta que llegó su hora encontramos una caracterización social más marcada; la gente llegando a la frontera, el soldado que regresa a casa, las visitas familiares, indios, e incluso partidas de hombres que trabajan en el ferrocarril, el protagonismo de un personaje femenino -toda una novedad en Leone- o la figura del emigrante europeo, que busca labrarse un futuro con el Sueño Americano. Este es el perfil de uno de sus personajes, el irlandés McBaine, uno de los secundarios, cuya importancia reside en su espíritu que abarca toda la película.
Sin embargo, los personajes protagonistas –no sólo de Leone, sino de todo este subgénero del spaguetti-western- son los pistoleros. Personajes fríos, cortos de palabra y sin escrúpulos que hacen gala de una arrogancia y de una habilidad y puntería con el revólver, el famoso Colt 45. La película arranca con una escena en la que aparecían tres outsiders esperando en una estación, Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock.
-¿Lleváis tres caballos? Sobran dos.
Los primeros veinte minutos es toda una declaración de principios. Es muy normal que en sus inicios nos encontremos con duelos presentando a sus personajes principales de forma escalonada. Es una escena propia de Leone, presentar al protagonista con un duelo en la que se bate contra unos pistoleros en inferioridad numérica. Harmónica es el outsider a quien esperan estos tres desconocidos, abatidos de forma contundente, según el estilo del director.
Una de las características del estilo de Leone es presentar a los personajes de forma escalonada y no de una vez. Así, el cineasta juega con los encuentros de los personajes como el de Harmónica (Charles Bronson) y Cheyenne (Jason Robards), en uno de los mejores momentos de la película. Estamos en un bar clandestino, una parada e casi obligada para aquellos que se adentran en el desierto. Suena una harmónica y Cheyenne lanza una lámpara a lo largo de la habitación, mientras se balancea y sube la música.
Silencioso y solitario, se identifica con la música de la harmónica, del mismo modo que Sam Fuller hacía en su western Yuma con un indio mudo, que sólo se comunicaba a través de este mismo instrumento musical, simbolizando un triste lamento. Pero hay otras referencias. La mujer india, el bar, el ferrocarril, la forma de aparecer de Bronson e incluso la frase “¿sabes tocar? ¿sabes disparar?”, recuerdan a Johnny Guittar.
Cheyenne, a quien da vida el actor Jason Robards, representa el rol del bandido romántico. Su personaje sería el equivalente de Tuco (Elli Walach) en El bueno, el malo y el feo; e incluso el de Juan (Rod Steiger), en su próximo spaguetti-western Agáchate maldito. Son personajes que a pesar de ser unos criminales no parecen estar corrompidos por la maldad, como ocurre con Sentencia (Lee Van Cleff) o Frank.
Su personaje es un sorprendente Henry Fonda. Nadie se podría imaginar que fuese a interpretar a un villano, y seguramente uno de los más crueles dentro del género cuando en escena representaba el hombre honrado. La secuencia de su presentación es definitiva: “Ya que habéis pronunciado mi nombre”, el niño debía morir, derrumbándose la imagen que venía acompañando al actor. Sus actos y sus diálogos resultan contundentes:
-Una iniciativa brillante, ¿era necesario matarlos a todos? Te dije que sólo los asustaras.
-El que muere está muy asustado.
El villano de la película mantiene una estrecha relación con el magnate del ferrocarril, Morton, personaje interpretado por Gabriele Ferzetti, conocido por aparecer en La aventura de Michellangelo Antonioni. Simboliza los nuevos tiempos, la modernidad que pretende dejar a un lado el viejo y Salvaje Oeste, aunque a costa de ella. Un hombre inválido relegado a una silla de ruedas y que cuenta con un particular socio, el violento Frank.
Al mismo tiempo, se da un contraste entre ambos personajes. Morton representa la autoridad austera, frente el poder que se deja entrever en Fonda y la autoridad con la que se mueve por el tren, fumando e incluso sentándose tras el escritorio del jefe, a quien pretende usurpar su poder. Pero la discapacidad de Morton no hay que entenderla como una metáfora de debilidad, pues su poder reside en la posición social. Es la representación de una ambigüedad característica, la fragilidad física y la autoridad absoluta.
-¿Qué siente sentado ahí detrás?
-Es como empuñar un arma, pero mucho más grande.
El personaje de Henry Fonda quería convertirse en un hombre de negocios, como su jefe, pero no podía ser. Él era el pistolero y debía resolver las cosas a tiros. No merecía la pena fingir que encajaba en ese mundo moderno, porque su destino era la muerte o la soledad del outsider. Una clave –por la simbología en la película- es el diálogo que entabla su personaje con Harmónica, sobre la antigua raza que sería la víctima de los nuevos tiempos.
-¿Te has convencido de que no eres un hombre de negocios?
-Soy un hombre.
-Una vieja raza. Y vendrán otros Morton y la harán desaparecer.
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