Enfermedad y muerte en el séptimo arte.
El tema de la enfermedad y el enfrentamiento a la muerte, remite a toda una filmografía que ha intentado captar, con mayor o menor dramatismo, los últimos compases de una vida que se consume por una dolencia. Casi de una manera inexorable, las tramas basadas en la pérdida de un ser querido, el dolor de la enfermedad o el duelo hacia la muerte son un terreno fértil para interpretaciones cosechadoras de Oscars y para sumergirnos en un sin fin de películas con los terrenos abisales del melodrama, de fondo. En este sentido, encontramos una serie de cintas como La habitación del hijo (Ninno Moretti), La vida sin mí (Isabel Coixet) o Al caer el sol, con el personaje interpretado por Gene Hackman, en donde se deja al descubierto este sentimiento visto trágicamente:
- Quieres su opinión, el cáncer no remite. Me dan diez meses como máximo.
También queda reflejado en la película del danés Lars von Triers, Rompiendo las olas:
- Su marido ha sufrido lesiones muy graves. La vida no debería mantenerse siempre ha toda costa.
- ¿Qué quiere decir?
- Lo que el doctor quiere decir es que, en algunos casos, cuando la vida no merece ser vivida quizás sea mejor morirse.
Otro tema que suele aparecer en este aspecto, es cuando la enfermedad se reviste con un predominante instinto de rechazo social. La irrupción del Sida, a principios de los años ochenta, se perfiló como todo un terremoto de imprevisibles consecuencias que vino a cambiar los ámbitos y costumbres no sólo de los grupos de riesgos, sino de todos los individuos, sin diferencia de raza, nacionalidad, sexo y posición social o sexual. De todo esto, levanta acta notarial, la última película del director francés André Techiné, Los testigos. El drama de unos cuantos personajes que sin tremendismos algunos, alcanza a ser un preciso reflejo y toda una tragedia colectiva.
- ¿Qué te ha parecido?
- Me sorprende que estés con un boy.
- A mí, también.
- Sabes, me he sentido un poco incómoda, es la primera vez que conozco a un amigo tuyo.
- Pero él es diferente, me alegra que le conozcas.
Hasta cierto punto, en los años setenta, había una libertad de experimentación afectiva y sexual, mientras que hoy hay una especie de valor-refugio, una orientación más tradicional e interesante, algo parecido a una vuelta al puritanismo. Desde entonces, hay muchos acercamientos a ese tema, incluso desde la industria de Hollywood, con la película Filadelfia, que incidía tanto en el rechazo social como el problema del SIDA como enfermedad.
Sin embargo, situarse en la distancia necesaria para ver con cierta ironía una realidad en torno a la muerte o el suicidio, cuando se ha perdido prácticamente todo, es un recurso que sólo los maestros del guión saben dominar. De uno de los representantes del cine clásico y dorado de Hollywood, Edmund Golding (en La amada dormida), encontramos un recurrente guiño en esta línea.
- ¿Quiere hacerme un favor?
- Claro.
- Cuándo me abran la cabeza, mire a ver si encuentra algo de sensatez.
Pero este mismo planteamiento aparece en dos producciones españolas recientes, que tienen la enfermedad y la muerte como telón de fondo. Una de ellas, es la maravillosa película de Alejandro Aménabar, Mar adentro, centrada en el debate existente acerca de la eutanasia, es decir, la posibilidad de acabar con una vida humana si esta se encuentra en medio de una situación degradante y sin esperanzas. En un detalle, la protagonista femenina (Belén Rueda) le ofrece un cigarrillo a alguien empotrado en la cama y que sólo espera morirse.
- ¿Usted fuma?
- Antes sí, pero se acabó. Además, ¿no dicen que mata?
En el otro lado, la vitalidad y el optimismo de unos chicos, enfermos de cáncer, enmarcan una historia en donde el amor, la amistad y la enfermedad engullen a sus personajes (Planta Cuarta, Antonio Mercero.
- Oye, Pepino, ¿para qué te van a hacer el análisis de sangre?
- Para ver si me tengo que ir al pabellón.
- ¿Qué dices? ¿Quién te lo ha dicho?.
- El doctor Marcos.
- ¿Y qué es el pabellón?
- Donde te dan la quimio. El puto infierno.
- ¡Dios, no seas tan bestia! A todos nos han dado la quimio y estamos cojonudos.
- Cojos no, cojonudos.
Conseguir un tono agridulce, capaz de aunar las escenas amargas con aquellas que hacen sonreír, es parte de un equilibrio con la amenaza constante de desplomarse sobre uno de los dos extremos. Una solución también complicada, paradójicamente, por su sencillez, consiste en hablar de la muerte con una cercanía absoluta, desde un punto de vista que no es otro que el de su principal protagonista. Esto lo vemos en el reciente documental Las alas de la vida (Antoni P. Canet) en cuya película, Carlos Cristos, nos da toda una lección de vitalidad, a pesar de su invalidez y la enfermedad que padece, por la que se ve obligado a recurrir a una otra persona para poder trasmitir verbalmente sus pensamientos, por su incapacidad para hablar normalmente.
- Esta enfermedad no responde a ningún tratamiento conocido, por lo que sigue evolucionando inexorablemente hasta producir la muerte. Vamos a reflexionar para enfrentarnos mejor a lo que nos implicará a todos finalmente. Y si es posible, con una sonrisa.
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