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Cine político. Las urnas y la campaña en el celuloide.

Año electoral en Estados Unidos y España, lo que nos sirve de excusa para retratar la multitud de elecciones que han aparecido en la gran pantalla. Repasemos las principales campañas electores en el séptimo arte, en donde política, mítines y corrupción vendrán a combinarse en el séptimo arte. Lo que parece una tesis de la ambición mal entendida, en donde la felicidad y bienestar de los votantes es lo que menos importa.

Ya lo dijo Paul Valéry: "La política es el arte de evitar que la gente se preocupe de lo verdaderamente importante", o lo que es lo mismo, pero en otras palabras, el noble arte de vender humo. Un apoteósico desfile de banderas y un entusiasmo ideológico, un ritual de multitudinarios actos que dirige el líder, en representación de lo que piensan y sienten sus fieles acólitos. Lo más demoledor en literatura sobre el juego electoral fue escrito hace siglos por el dramaturgo inglés Shakespeare sobre las intrigas políticas en época romana, en Julio César. Adaptada al celuloide por Joseph L. Mankiewitz se presenta como la mejor representación de la metodología de un animal político, Marco Antonio (Marlon Brando) para destruir a su rival, Bruto.

A ellos les sobraba los diez minutos de un espléndido monólogo, a cargo de ese genial actor, para demostrar el maquievelismo y el efecto escénico de los políticos, mientras que los nuevos tiempos se ha hecho gala de toda una cinematografía, con todos los puntos de vista posibles de la democracia.

Es cierto que la democracia rige los destinos de no pocos países y una de las esencias de este sistema son las elecciones, como también es cierto que en ningún país como en Estados Unidos se vive con tanta pasión la carrera de las urnas por la presidencia. Una carrera de fondo, que al final sólo hay sitio para uno. En el caso del cine americano, actores y política han ido muchas veces de la mano. El mediocre actor Ronald Reagan llegó a la presidencia desde el Partido Republicano, como hizo Arnold Swarzzenneger, el último capítulo en este sentido como gobernador de California. También los hay que han sido alcaldes, como Clint Eastwood, del californiano pueblo de Camel. Que Abraham Lincoln muriese asesinado en un teatro es pura casualidad. Y de todos los candidatos del cine nos quedamos, sin duda, con Henry Fonda. El mejor hombre (Frankling. J. Shaffner), meritorio filme sobre la campaña electoral, es uno de los trabajos principales de Fonda, en este sentido, actor curtido en esos personajes desde que interpretase a Abraham Lincoln. Uno de los símbolos de la democracia estadounidense, cuya sombra inspira los máximos ideales del ciudadano medio, aquel que rigen los principios presentes en su constitución y que aparecen recogidos en la parte final de la Declaración de Independencia: Juro fidelidad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una Nación ante Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos.

- El Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, no desaparecerá de la Tierra.

Primero abogado, Abraham Lincoln conquistó la Casa Blanca desde Illinois, con sus buenas formas y su apariencia austera, en un momento en el cual la democracia norteamericana conocía los debates electorales, antes de aparecer la televisión. Años en los que aparecía el Oeste como la parte salvaje de ese país naciente cuando se descubrió un asunto turbio que sucedió en el Este, en un Nueva York, que todavía no era más que un embrión de lo que se vivía en Europa. Como lo reflejó Martin Scorsese en Gags of New Cork.

- Sólo dos, lo juro por Dios.

- ¿Sólo dos? ¿Y así cumples con tu deber cívico?

Se trataba de ganar -siendo mucho lo que estaba en juego-, y ya por aquel entonces, los protagonistas de ese particular juego democrático sabían bien lo que significaba el viejo dicho de "un hombre, un voto".

- Soy consciente de que algunos no me habéis dado todo el apoyo que había deseado, pero este año las cosas son más restrictivas: sólo un voto por persona.

El Oeste dejaba de ser salvaje y el Este entraba de pleno en el espíritu del siglo XX con un hombre a la altura de las condiciones, Charles Foster Kane (Orson Welles) quien era en realidad, el magnate Hearst, forjado en un imperio a su medida y que no sólo quiso acaparar los poderes fácticos, sino contar con el político.

- Todavía podía presentar más promesas ahora, pero estoy demasiado ocupado por mantenerlas.

Gracias al empuje de personajes como Hearst / Kane, Estados Unidos estaba destinada a convertirse en una gran potencia, que aún debía pasar por la prueba de la Gran Depresión, producida por la crisis bursátil de 1929. El hambre, la pobreza y el desempleo se adueñaron del país y cada uno sobrevivía como podía, tanto los de abajo como los de arriba. El cine, igualmente, sacó a luz todo un decálogo de lo que sería una campaña electoral. Lo primero, y más importante, era ganarse el favor de la mayoría, lo que se cumplía con argumentos dirigidos a llamar su atención más que a responder a las necesidades reales del pueblo. 

- ¡Y os digo que si los años de atropello han quedado atrás...! Es así, ¿no? muchachos.

- Sí, señor.

- Vale, vale... ¡Os digo que en virtud del poder que me ha sido conferido, estos muchachos quedan perdonados!.

En toda campaña, había que superar al contrario, con todo aquello que conocen del oponente como hicieron los hermanos Cohen en Oh, brother, e incluso echando mano del diccionario (El senador fue indiscreto):

- Parlson está contra la inflación, la deflación y a favor de la flación.

El populismo ha sido, es y será el objetivo fácil de todo político que anteponga el mero ejercicio del poder a la defensa de otros intereses de sus conciudadanos.

- ¡Amigos, alzad la mirada y contemplar la verdad con toda su crudeza! Y esta es la verdad, sois pobres y nadie ha ayudado más a los pobres, que los pobres.

                                 


De ahí que se empiece pidiendo el voto a los pobres contra los ricos y se termine con un peliculón, El político, de Robert Rossen, filme que sedujo al propio Sean Penn, porque a pesar de su pinta de progre, le va el populismo sureño de este remake titulado Todos los hombres del rey, dirigido por Steven Zazillian. Dicho de este modo, parece fácil, porque una promesa surge al juntar un grupo de palabras. Ya lo sabía Charles Foster Kane o Hearts, pero además de promesas, el candidato debía saber implicar a otros en su proyecto, pero la cuestión es cómo resultar convincentes.

- Estoy dispuesto a pactar con el diablo, si me ayuda a cumplir mi programa.

Integridad, carisma, sinceridad. Qué poco le duran estos valores a los políticos, sobre todo si un esperanzador Robert Rerdford en su escalada política a la Casa Blanca, porque ya se sabe, el poder termina corrompiendo incluso a los mejores.Demócratas convencidos perdieron así el buen rumbo como Warren Beatty, que transgredió todas las normas a ritmo de hip-hop en Bulworth, o Tim Robbins, dando vida a un candidato a la presidencia por las filas republicanas, con música a lo Bob Dylan, en Ciudadano Bob Roberts. Hasta encontrarnos con alcaldes que pretenden ser Presidentes como Spencer Tracy, en El último hurra (John Ford), y ex presidentes, Gene Hackman, que al retirarse a un pequeño pueblecito, creen que van a ser elegidos alcaldes (Bienvenido a Mooseport, Donald Petrie). En política se ve que es un error no contar con las fuerzas vivas de la localidad, como el hecho de resultar peligroso ganarse a la gente.

No es por ponernos serios, pero en España, la dictadura de Franco (guionista de alcoba que escribió Raza), hizo imposible representar el juego electoral en nuestro cine, porque para empezar, brilló por su ausencia durante cuarenta años. La Transición fue la que trajo las elecciones a nuestro país, pero su reflejo en el séptimo arte no pasó de las amenazas que recibía José Sacristán, por su condición de homosexual, en El diputado (Eloy de la Iglesia) y de la particular campaña que se hizo en un pueblo de Castilla con un solo habitante: El disputado voto del Sr. Cayo (Antonio Jiménez Rico).

 

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