Las catacumbas del celuloide americano: Del Grindhouse a Quentin Tarantino.
Algún parroquiano despistado podría pensar que esto del fenómeno "grindhouse" es cosa de los tiempos en que vivimos, como una nueva estrategia de merchandising para atraer a los adolescentes cinéfagos y algunos otros rezagados, pero sobre todo para hacer caja frente al convencional Hollywood e incluso a las superproducciones de turno con doscientos millones invertidos, siete nombres famosos y un par de Oscars en sus repisas. Pero lo que se conoce como Grindhouse es tan viejo como el propio cine, por mucho que ahora un Tarantino o un Rodríguez nos lo vendan con el sello USA. Grindhouse, como otras tantas cosas que triunfan en EEUU, son de origen europeo, siendo uno de sus padrinos Jesús Franco, el español más citado por Quentin Tarantino.
Grindhouse, "casa de chirridos" si tomamos una traducción literal, era el nombre con el que se conocían unos cines de mala muerte que en los años 70 se popularizaron por proyectar películas de mala calidad de serie Z: terror, gore, erótico... Es decir, todo lo que estaba considerado como cine X, lo que los grandes estudios no se atrevían a vender, prohibidas en las salas de cine convencionales. Sexo y violencia, sin censura y para adultos, que tenían como principal señuelo ser sesiones dobles. Pero con el tiempo, serían las películas proyectadas en esos cines los que recibieron el nombre de grindhouse.
Violencia, sexo y velocidad, sin concesiones, eran los principales referentes temáticos, pero existió toda un gran diversidad en este submundo del celuloide americano.
El género de la velocidad tenía un título fundamental, Ángeles del Infierno, y un padrino de oro, Roger Corman, quién rodaría otras tantas películas sobre el mundo de los moteros. Nada como una exhuerante mujer a lomos de una moto, sobre todo si hablamos de Nancy Sinatra, como partenaire de Peter Fonda. El único argumento que se necesitaba para poner el motor en marcha era un poco de violencia absurda.
Pero las películas no solían presentar una línea argumental única, sino que predominaban las fusiones argumentales, por ejemplo la violencia y el sexo era una de las seguidas tanto por estos cineastas como por el público. La violencia desatada, gamberra y casi sin límites también se hizo muy popular, siendo El país del sexo salvaje (Umberto Lenzi) la primera en mezclar una auténtica carnicería animal con gore de todo a cien, pero fue la fantasía de mutilaciones que Rugero Deodato presentó en Holocausto caníbal la que marcó la pauta del género. Junto a ellos, otro italiano que gozó de prestigio en este tipo de salas fue Darío Argento, autor de una filmografía muy particular que impuso su giallo a la versión norteamerica thriller-trash. De hecho, Argento era la referencia obligada de cualquier argumento enloquecido con unos coletazos de cine gore, sírvase de ejemplo, Tragedia sexual de una menor (Andrea Bianchi). Sin embargo, el gore contaría con otros padrinos de cierta relevancia como Herschell Gordon Lewis, que buscó un nuevo bombazo a este subgénero cuando las mujeres desnudas dejaron de ser el argumento más taquillero. De ahí que apareciesen en pantalla mujeres desnudas, pero con hectolitros de sangre de pega. Blood Feast (Festín Sangriento) y 2000 maníacos son dos de sus títulos más relevantes.
Estos grindhouse o cine explotation (como también se conocían), terminaron aficionándose por el bricolaje. La masacre del director Tobe Hooper en La matanza de Texas inició la pasión por las herramientas en manos de unos psicópatas cada vez más sanguinarios, pero sería La última casa a la izquierda (Wes Craven) y, sobre todo, The Toolbox Murders (Los asesinatos de la caja de herramientas) las que ofrecía múltiples alternativas al psciópata de turno en los artilugios de bricolaje. Cualquier cosa podía ser utilizada como arma mortal, desde una grapadora hasta un taladro, y esta última película tenía la sana particularidad de haberlas puesto en funcionamiento todas ellas juntas.
El espectador del cine erótico, quizás el género más censurado en todos los tiempos del séptimo arte, tenía que contentarse con hacer kilómetros para ver un pezón en películas extranjeras o visionar lo que la industria producía. Por increíble que parezca, las supuraciones gonorreicas, los síntomas de sífilis y las llagas venéreas se exhibieron en un tiempo como formas de entretenimiento erótico. Tanto que llegó a un formarse un subgénero, que sería conocido como los musicales de la gonorrea y que atraían a todo espectador dispuesto a ver genitales a cualquier precio. Entre los títulos más conocidos, habría que citar Damaged Goods (Productos Dañados) y Sex Hygiene.
Sin embargo, en los setenta, el cine erótico tuvo un gran desarrollo y una serie de nombres propios. El primero, y el más recordado, es el de Emmanuelle, el no va más del porno light de la época, que daría pie a tantas secuelas como imitaciones, algunas no muy recomendables como la Emanuelle negra (Albert Thomas), en donde su estrella, Laura Gemser, practicaba el sadismo e incluso el canibalismo.
Sin embargo, el sexploter de culto por excelencia era Russ Meyer, el rey de la lascivia. Sus películas contaban con unos títulos que serían las declaraciones de intenciones del director: tramas de dibujos animados y mujeres desnudas muy bien dotadas. Entre estos había que recordar Faster Pussycat! Kill! Kill! (¡Más rápido, golfa, mata, mata!), Mondo Topless y Megavisens.
Todo esto y mucho más, fue lo que Quentin Tarantino arrampló -esa es la palabra correcta- para cada una de sus películas, que podía haberlas proyectado en un Grindhouse, por la temática de su cine y el sabor que destila, desde el blaxplotetion, con Jackye Brown hasta el cine de venganza de los setenta, con Kill Bill. No olvidemos tampoco al personaje interpretado por Christian Slater, Clarence Worley, en Amor a Quemarropa. Filme que fue dirigido por Tony Scott, pero escrita por Tarantino, que presenta su alter ego definitivo, un friki que pasa el tiempo libre en grindhouses viendo películas de kung-fu, el cine de las artes marciales o wuxia, y buscando el amor de prostitutas. Si nos detenemos en Kill Bill, hay en el cine muchas mujeres de armas tomar, justicieras buscando venganza, muy al gusto de Tarantino, como encontramos en el personaje de La Novia, Uma Thurman. Por citar algunos ejemplos, están Sissy Speack en Carrie, Brian de Palma; Sigurney Weaver en La Muerte y la Doncella (Roman Polanski) y Lee Yeong-ae, en Simpatías por Señora Venganza (Park Chan-Wook). Pero dos destacan fundamentalmente, Jeanne Moureau en La novia vestía de negro (François Trouffaut), quien decide vengarse de los hombres que mataron a su esposo en el día de la boda, y Junko Miyazono (foto), protagonista de una trilogía hiperbólica, con una acción desenfrenada. Ésta narraba la historia de venganza de una joven japonesa, armada con katana y cadenas. ¿A qué os suena?
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