Blade Runner: Cine negro en un tiempo futuro.
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es la hora de morir”. Poético monólogo del Replicante Nexus 6, Batty, en uno de los momentos más bellos de la película.
Un film de culto de uno de los cineastas que mejor saben fundir comercialización con calidad en sus películas; en concreto en una obra maestra de ciencia-ficción. Cómo hiziese en su momento Kubrick con 2001, o este mismo, en Alien, esta cinta supone uno de los grandes pilares en que se asienta el género, creando un punto de inicio de un nuevo modo de ver la ciencia-ficción.
Blade Runner es una historia policíaca, con un relato de amor, en un entorno espantoso. Tanto la trama central como el ambiente sórdido urbano, como la figura del detective encarnado por Harrison Ford (Deckard) remiten al cine negro, que dieron obras tan épicas como El Halcón Maltés o El sueño eterno, e incluso viendo al personaje como un Phillip Marlowe, en el año 2019. Un mundo sórdido y triste que ha ido materializándose en una medida cada vez mayor, en donde encontramos una yuxtaposición de aquella arquitectura antigua que se degrada con la nueva ultratecnológica, supuéstamente inteligente.
Esta película presentó dos versiones: una correspondiendo al estreno mundial, en 1982, y otra, a finales de los noventa. Esta última sería la correspondiente al making of director, a la versión del director, en donde se modificaban algunos detalles del film original. Por ejemplo, se eliminaba la voz en off del protagonista, en las primeras secuencias de la película, y se añadían imágenes relacionadas con el unicornio de papel que Harrison Ford encontraba al final de la cinta; pero quizás lo más sobresaliente de los cambios de Scott fuera la última secuencia, con el paisaje de montaña de fondo, tomado de las imágenes desechadas de El Resplandor. En la primera versión, este paisaje se presentaba como un prado verde que discurría a lo largo de la carretera, mientras que en la preparada por el director, este se acercaba al futurista y deprimido mundo del film. Según parece, en la original, el final resultaba contradictorio a todo el ambiente que había ido dando, pero en realidad, no creo que mitigue nada de aquel.
Hoy ha llegado con dos versiones más, de las cuales interesa la última de ellas, supuestamente el definitivo making of director. Entre sus cambios, se añade dos minutos de la persecución de Deckard a Zhora, la bailarina de striptease replicante, mientras que desaparece de la faz de la tierra la secuencia final con uno de las reflexiones más intensas del personaje principal.
Desde el punto de vista visual, es innegable su fuerza, que dotó el director y sus colaboradores, donde la imagen claroscura da a ese ambiente de la ciudad de Los Ángeles un marcado realismo y decepción. La propia urbe adquiere un gran protagonismo, como ciudad posible del futuro que presenta todo film de ciencia-ficción. Tiene elementos premonitorios, con una semejanza con los famosos disturbios raciales de los noventa, con una serie de incendios similares a los filmes de Scott, diez años después. Es más, su importancia reside en un certero retrato en el porvenir, no ya como una imagen ficticia e imagintiva de la ciudad de Metrópolis. Refleja un futuro familiar: el impacto de la publicidad, el desarrollo de la genética, los cambios climáticos, la demografía, la dependencia informática, etc. El cine siempre consigue una fascinación por el viaje del tiempo, y la ciencia-ficción recurre a este aspecto, con unos ochenta o cien años previos. El hombre siempre ha querido conocer como sería el futuro más próximo, y el séptimo arte se lo ha puesto en bandeja, ya en filmes genéticamente sofisticados como Gattaca, de advertencia futurista como El quinto elemento; o de terror, como Alien: Resurrección.
Tras la experiencia adquirida en 2001: Una odisea en el espacio, el primer pilar de la ciencia-ficción adulta, Douglas Trumbull se hizo cargo de los efectos especiales. El actor Hampton Fanchor se responsabilizó de escribir el guión después de recibir los derechos de este clásico, que estaban en manos de Martin Scorsese. Robert Mulligan, el primero de los realizadores que se barajaron para su dirección, fue reemplazado por Ridley Scott, quien unos años antes había fusionado ciencia-ficción y terror en Alien, el 8º pasajero. En esta ocasión sus característicos mestizajes le llevarían a plantear la película a medio camino entre el cine negro y la ciencia-ficción. para lo cual, contaron con el diseñador Syd Mead, quien transformó los estudios de la Warner en sucias calles de Los Ángeles. Por último, Harrison Ford, que había estrenado recientemente La Guerra de las Galaxias y En busca del Arca perdida, aportó las dosis de aventura que todos esperaban encontrar.
De ahí que la película sea un interesante punto tanto para filósofos como sociólogos o urbanistas. En realidad, la ciudad de Los Ángeles, que aparece en Blade Runner, es una fusión urbanística entre el popular barrio de Shinjuku, en Tokio, y el futurismo ideado por David Snyder, Lawrence G. Paul y Syd Mead, hasta tal punto que los cinéfilos pueden reconocer en estas edificaciones curiosas semejanzas. Varios edificios son conocidas naves espaciales en vertical (La Estrella Oscura de la película homónima de John Carpenter, El Halcón Milenario de Las Guerras de las Galaxias), la comisaría está inspirada en Encuentros en la Tercera Fase, el piso en que vive Deckard recuerda a la famosa Casa de Ennis del arquitecto Frank Lloyd Wright y el edificio Bradbury, en el que sucede la pelea final entre Deckard y Batty, era un conocido escenario de la serie Dimensión desconocida.
Otra de las cuestiones vienen de las imágenes del unicornio, y en especial, de la figura de papiroflexia que dejaba el compañero de Dechard (Graff) Edward J. Olmos. Sin lugar a dudas, se relaciona con el hecho de que el personaje de Harrison Ford también sea un replicante, una versión mejorada, un Nexus 7. La sospecha empieza a verse en la historia, cuando Rachel le pregunta si el había pasado el test de Voigh-Kampf, la herramienta para cazar "pellejudos", similar a otras máquinas que el escritor solía describir en sus novelas.
El origen se encuentra en un relato de Philip K. Dick, escrita en lo años sesenta, cuando el sugerente título ¿Sueñan los adroides con ovejas eléctricas? remitán a un escenario posterior a una Tercera Guerra Mundial amenazado por unos androides rebelados por su condición de esclavos. Protagonizada por un policía, este aceptaba la misión de aniquilarlos con la condición de que le sustituyeran sus ovejas eléctricas por uno de los animales supervivientes del cataclismo.
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