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Travelling. Blog de cine.

Ryan Gosling.

Blade Runner 2049. ¿Sueñan los espectadores con ovejas eléctricas?

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Llegó por fin el acontecimiento cinematográfico del año, del que todo el mundo hablaba y todos querían ver: “Blade Runner 2049”, la secuela del mítico título de ciencia-ficción que Ridley Scott firmó en 1982, cediendo la dirección al hombre del momento: Dennis Villeneuve. El nuevo film mantiene el mismo tono de sci-fi y cine negro del original, trasladándose la acción treinta años después, situándonos en un entorno aún más tóxico y aislado. Harrison Ford recupera el personaje de Deckard, el antiguo “blade runner” que llevaba décadas, desaparecido, mientras que el peso de la historia recae en Ryan Gosling, como el agente K.

En un Hollywood que lleva mucho tiempo tirando de los revivals y en los que Harrison Ford había recuperado dos de sus personajes más célebres, llamaba la atención una posible secuela de aquella película, convertida en obra de culto después de que fracasase en su estreno. Pero lo cierto es que “Blade Runner 2049” ha superado las expectativas más optimistas, aún sin ser una obra maestra. De nuevo, la historia nos llega de la mano de un detective, cuyo cometido, rastrear y retirar viejos replicantes, coincidía con el de Harrison Ford, treinta años atrás. “K” (nombre que recuerda al de “El proceso” de Orson Welles) está interpretado por Ryan Gosling y comparte su vida laboral con la hogareña. Allí le espera, su “pareja” Jo (Ana de Armas), una IA holográfica producida en serie, pero personalizable, de acuerdo con el estado de ánimo de su amante. Los guionistas –Hamton Fancher (el coguionista de “Blade Runner”) y Michael Green (“Alien: Covenant”)- ensamblan ambas tramas de una forma ágil.

Hay guiños del film de Scott, desde el ojo en primer plano - con el reflejo de unas llamas- llenando la pantalla, hasta la pelea final que aparecía en el guión original y que se sustituyó por el monólogo improvisado de Rutger Hauer.  Pero en los elegantes 163 minutos de metraje hay mucho más que una simple nostalgia por el primer “Blade Runner”. En la escena inicial, el agente K sigue el rastro de un replicante que le lleva a una apartada granja donde vive pacíficamente (un Dave Bautista que logra mucho con su pequeño papel). Toda la historia parte de esta secuencia.

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¿Dónde lo he visto?

Valdría la pena señalar que el mundo distópico de “Blade Runner 2049” no aparece de la  nada sino que surge de un progreso lineal forjado durante tres décadas; en este sentido, esas torres aún brillan con esa extraña y temblorosa luz. Es fácil rastrear en la película toda la ciencia-ficción posible: Evidentemente, “Blade Runner”, como también “Inteligencia Artificial” (S. Spielberg), “Wall. e” (Andrew Stanton”, “Ella” (Spike Jonze), “2001” o los planos finales de “El planeta de los simios”. E incluso, hay un pequeño cameo de “Pálido fuego” de Navokov, obra presente en “Alien: Covenant”.

Podríamos decir que existe un “culto” a los antepasados.  Encontramos a figuras de la música como Frank Sinatra o Elvis Preystley, en unos hologramas y un paisaje urbano, en donde vemos diferentes lenguas (ruso, hindi, coreano), dominado por un mundo de neón y con avatares fantasmagóricos de la publicidad, en los que se asoman obsoletos logotipos como los de la PanAm, Atari o la Unión Soviética.  Pero, quizás, lo que todo cinéfilo estaba esperando es que Deckard, el personaje de Harrison Ford regrese a la historia, viviendo como un ermitaño entre los restos de Las Vegas y con una pieza clave, en su poder, para la investigación que lleva Ryan Gosling.

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Aún eso, la película la podrías llegar a odiar. La forma en que está rodada  –con escenas muy largas en las que se van construyendo lentamente la trama- hace que notes cada minuto de casi las tres horas de metraje. Esta no es una cinta de acción adrenalínica ni cuenta con dosis de comedia que te hagan pasar el tiempo volando. Éste pasa, pero “piano-piano”, para que tengas tiempo de admirar cada detalle de la puesta de escena y de la cinematográfica, absolutamente magistrales.

En la música Hans Zimmer apenas sobresale en su esfuerzo por recuperar la “esencia” de la mágica banda sonora de Vangelis, mientras que el detalle más endeble de la película sería Jared Leto, como Niander Wallace, un multimillonario ciego que recupera la actividad de la vieja Tyrell Corporation (hacer androides más humanos que los humanos), pero por fortuna, su papel es breve; mientras que el cameo de Edward James Olmos se nos hace corto. Muchos de estos personajes no tienen el carisma del original, a parte de que en muchas ocasiones se recurren a "guiños" a la hora de construirlos.

Aún es pronto para valorar si “Blade Runner 2049” influirá en el cine como hizo su antecesora, aunque estemos ante una muy digna película que formará parte de lo mejor de los inicios del nuevo siglo XXI.

La la land. Melodías de Broadway.

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Hace unos días hablamos de “Silencio” (Martin Scorsese), hoy hacemos lo propio con “La La Land (La ciudad de las estrellas)”, otra de las grandes apuestas de 2017,  una película que ahonda en el territorio del musical.

“La La Land” remite a la magia de los musicales del Hollywood clásico. Está dirigido por Damien Chazelle, el aclamado director de “Whiplash” en donde Emma Stone encarna a una aspirante a actriz, Mía, y Ryan Gosling a un pianista de jazz, Sebastian, que se enamoran en la ciudad de Los Ángeles, aunque su relación amorosa sufrirá, en la medida, de que sus carreras vayan alcanzando el éxito.

“La La Land” deslumbra y hace historia en los Globos de Oro, logrando siete estatuillas, lo que recuerda al éxito de “Chicago” (2012) con sus seis Premios Oscar y encarrila su marcha hacia los Academia Amsward, con 14 nominaciones, igualando a “Eva al desnudo” y “Titanic”. La película cuenta con dos o tres números musicales como para devolver la magia de Broadway, pero olvídense de “Moulin Rouge”, aquí no hay musical de corte posmoderno, es más bien un puro clasicismo al mejor estilo de Gene Kelly e incluso del francés Jacques Demy: “Las señoritas de Rochefort” o “Los paraguas de Cherburgo”. Damien Chazelle se aleja del montaje virtuosista de “Whiplash” por la toma larga del plano secuencia, que requiere que los actores den la talla, guiados por el virtuosismo escénico y las canciones compuestas por Justin Hurwitz; de hecho, uno de los temas logró la preciada estatuilla a la mejor canción: “City of stars”.

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La ciudad sería, perfectamente, un personaje más de la película, pues “La La Land” perdería parte de su magia si se hubiera ambientado en otro lugar. Es curioso que Ryan Gosling protagonizase dos de los mejores retratos de Los Ángeles de los últimos diez años. Hablamos de “Drive” y de este film. No había visto un director que mostrase tanto respeto y admiración por esa ciudad desde, quizás, Michael Mann. Si en aquella ocasión, Widing Reft tomaba partido por el skyline nocturno, mostrándonos el plano cenital del personaje de Gosling, asomado a la ventana; en “La La Land”, Chazelle toma una puesta de escena que explota la efervescencia multicolor. Fijaos, en la película, de momentos concretos como el baile de la pareja bajo el cielo estrellado del planetario, decorado de “Rebelde sin causa”, mientras algunas escenas nocturnas remiten a pinturas del siempre cinematográfico Edward Hopper. 

 -En esta ciudad, es una para ti y una para ellos.

La película nos muestra el viaje de unos soñadores: desde que persiguen sus sueños, los consiguen, los viven y luego se ven obligados a renunciar a ellos. De ahí que pasen de lo rítmico al drama, pero la historia pierde fuelle y vitalismo, en un sentido técnico, desde que se abandona la stedycam y la toma larga por la fría convención del plano/contraplano. Aquí encontramos la realidad, representada por el personaje de J.K. Simons, otra vez interpretando a un rol despótico.

Ryan Gonsling y Emma Stone, y otras parejas de cine.

Ryan Gonsling y Emma Stone forman una de las parejas cinematográficas actuales con mayor química, que habían coincidido en dos ocasiones anteriores: En la comedia romántica “Crazy, stupid, love” y en “Ganster Squad”. Si en la primera Gosling, era un joven apuesto y seductor que sale de la nada, y Stone, una joven universitaria de la que se enamora perdidamente; en la segunda, él, era un personaje con destellos románticos y cínicos, a partes iguales. Ella, la chica del gánster, de quién se enamorará, claro referente de todas esas mujeres fatales que acompañaban a los gánsteres de cine. 

-Vas a llevarme lejos y a hacer de mí, una chica decente.

-Claro que no, solo quiero llevarte a la cama.

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Seguramente sean los herederos del dúo interpretativo “Brangelina”, cuyo divorcio supuso el fin de una de las  parejas de Hollywood con más réditos en pantalla, aunque Angelina Jolie y Brad Pitt, apenas hubieran coincidido en el cine. Antes la Meca del Cine había explotado otras uniones interpretativas. Fred Astair y Ginger Rogers formaron, para la RKO, una de las parejas cinematográficas más brillantes de la historia, dos grandísimos bailarines en títulos como “Sombrero de copa”. “Fred y Ginger”, fue la última película de Federico Fellini, al servicio de   la mágica nostalgia  de estos bailarines, interpretados por Marcello Mastroiani y Giulia Massina.

MGM estaba ansioso por unir a dos de sus grandes estrellas de la productora y creó el dúo entre Spencer Tracy y Katherine Herburt. Existe una curiosa anécdota del momento en que se conocieron, que bien podría haber salido de uno de aquellos geniales guionistas del momento.

-Me parece, señor Tracy que usted es muy bajito para mí.

John L. Mankievitz, el director de La mujer del año, le dio la réplica. “No se preocupe, Kate, él te humillará y te dejará a su altura”.

La última relación que hemos querido destacar, la formaron Humphrey Bogart y Lauren Bacall, una pareja dentro del cine negro, en títulos como “Tener o no tener”, “El sueño eterno”, “Cayo largo” o “La senda tenebrosa”. Ellos crearon uno de los matrimonios más sólidos de Hollywood.

“La la land”, el segundo trabajo de la dirección de Damien Chazielle es una película que huele a Oscars, aunque por ahora, destila un envidiable aroma a sus siete Globos de Oro. Una historia de superación, con Hollywood como telón de fondo, con un cierto punto del fatalismo de “Casablanca”, que juega con el jazz y el cine. Nos ha encantado.

Solo Dios perdona. Incomprendida película del director de Drive.

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Segunda colaboración entre el actor Ryan Gosling y el particular cineasta establecido en el neo-noir desde un estilo posmoderno, “Solo Dios perdona” (2013), película que supuso una indignante sorpresa para una parte del público y de la crítica después de quedar maravillados por “Drive” (2011). Pero, ¿por qué un título h Drive fue aplaudido de forma tan vehemente mientras “Solo Dios perdona”, fue recibido con dureza por mostrar una violencia atávica e irreal que encontramos, por ejemplo, en Tarantino? Las valoraciones suelen estar condicionadas por un sentido inflamado y así apreciamos o prejuiciamos, algunas veces, sin el merecido conocimiento de alguna película. Este sería el caso de “Solo Dios perdona”.

Julian (Ryan Gosling) regenta un club de boxeo que le sirve de tapadera para todo tipo de mercancías ilegales. Pero cuando su hermano Billy (Tom Burke) aparece muerto, tras verse involucrado en la violación de una menor, su psicópata madre Crystal (Kristin Scott Thomas) le presionará para que vengue su muerte. Eso sí, estará perseguido por un policía retirado, Chang (Vithaya Pansringam), que intenta esclarecer el caso.

La intención de Winding Refn era rodar Solo Dios perdona antes que Drive,  e incluso había pensado en otro actor para protagonizarla, pero el escogido, el británico Luke Evans se retiró del proyecto por El Hobbit. Fue entonces cuando fue fichado Gosling, quién se trasladaría a Tailandia para aprender Muay Thai y prepararse el personaje. Con Julian (Ryan Gosling) al igual que en “Drive”, el actor volverá a interpretar a un personaje silencioso y de rostro impertérrito que apenas cuenta con una veintena de frases en toda la película.

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Una irreconocible Kristin Scott Thomas interpreta a una matriarca White trash, muy alejada de los personajes sofisticados y elegantes que suelen ofrecerle (El paciente inglés, Anthony Minguela). Una mujer que sentirá un desprecio por la novia de Julian, Mai (Rhatga Phongam).

Pero en esta aventura posmoderna se cruzará un violento policía retirado, Chang, interpretado por un especialista en artes marciales, que pasa el tiempo imponiendo su propio sentido de la justicia y cantando en un local de karaoke.

-Ha llegado la hora de conocer al Diablo.

El director.

Resultado de imagen de solo dios perdona Nicolas Winding Refn

Nicolas Winding Refn es un director danés que saltó a la fama con la trilogía “Pusher” (1996) y luego vendrían películas como “Fear X” (2003), inédita en España, con John Turturro como un viudo visionario; Bronson (2008), con un brutal Tom Hardy; y Valhalla Rising (2009), con un de sus actores fetiches, Mads Mikkelsen. En 2011, el director ganaría en Cannes el premio al Mejor Director por “Drive”.

Un estilo con criterio.

Hace unos años publicaron en el prestigioso The New Yorker un artículo, escrito por un tal Richard Brody, sobre el legado negativo que tuvo “El padrino” en las generaciones posteriores de cineastas. Brody destacaba peyorativamente el estilo de Coppola, señalando el carácter barroco y categórico de sus imágenes y haciendo hincapié en la violencia que heredarían directores encuadrados dentro del cine posmoderno como Tarantino o Winding Refn. 

Quizás la soberbia “Drive” –que fue considerada como una bocanada de aire fresco- hubiera puesto el listón demasiado alto, pero tampoco la segunda colaboración entre Gosling y se merecía el recibimiento que tuvo. Drive fue aclamada por todos, cuando muchas de sus imágenes y estilo remitían a filmes desde el precedente más claro, “Drive” (Arthur Miller) a los viajes nocturnos en coche de “Gosth dog, el camino del samurái” (Jim Jarmush).

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En este sentido, resulta más que evidente la dedicatoria que Winding Refn dirige a directores como Alejandro Jodorowski o Gaspar Noé. El primero era representante de la contracultura, un escritor, director, escritor y tarotista, creador de un universo lisérgico, mientras que el cineasta francés representa el cine posmoderno, con una última película Enter the void (2009) con algunos puntos en común con Sólo Dios perdona. Ambas se desarrollan en ciudades cosmopolitas con ambientación exótica –Tokio y Bangkok-, con historias centradas en traficantes de drogas. Pero, evidentemente, ese estilo pausado que precede al gesto violento le acerca mucho al cine de Quentin Tarantino (Reservoir Dogs) y la puesta de escena alucinada, es propia de un David Lych pasado de revoluciones –habrá quienes recuerden el playback de Dean Stockwell de Terciopelo azul en algunas de las canciones de karaoke que luce Chang-.

Pero lo que más ha llamado la atención, es el tratamiento de una violencia irreal como sus personajes, que responden a arquetipos, con algunos instantes de puro gore como aquel en que Ryan Gosling mete la mano en el vientre de su madre muerta. Eso sí, otras veces el punto de vista marca algunas de las secuencias más provocadoras: se trata de la escena del interrogatorio que mantiene el policía con el propietario norteamericano de uno de los locales. Asistimos a una tortura, que consiste en clavarle diversos instrumentos puntiagudos en diferentes partes de su cuerpo, mientras obliga a los hombres, que se encuentran en el local, que no dejen de mirar, y sugiere a las mujeres que cierren los ojos. El punto de vista que toma el director es de esas mujeres que optan por cerrar los ojos y que se imaginan lo que sucede por los gritos y efectos de sonidos que Winding Refn crea para la ocasión. 

Lost River. Una perturbadora ópera prima.

Lost River. Una perturbadora ópera prima.

Una vez fue una de las ciudades más prósperas de los Estados Unidos, capital de la industria del motor y de la música, pero desde hace unos años Detroit ha experimentando una crisis sin precedentes. De hecho, su devastación económica es tal que podría verse convincentes imágenes post-apocalípticas desde casa.  Este panorama de ciudad fantasma es el que ha tomado Ryan Gosling para su debut como director, película que está cosechando unas malas críticas –algunas injustificadas- desde su paso por el Festival de Cannes.

La ópera prima del actor toma el título de una ciudad anegada en donde se desarrolla la historia. La construcción de un embalse ha obligado a los residentes a dejar atrás una Detroit apenas poblada. En un momento de la película, Billy (Christina Hendricks) regresa a casa para encontrar cómo la vivienda contigua a la suya es derribada sin previo aviso; ella se ha atrasado en su hipoteca, y sabe que podría ser la próxima.

Desesperada por mantener a sus dos hijos en la casa en la que creció,  acepta trabajar en el club de Ben Mendelshon, regentado por Eva Mendes. Aquí encontramos la famosa fotografía de Robert Doisneau de la puerta a la condenación, recreado en el burdel, la parte más extraña de una película de por sí, extraña.  Sugiere un mensaje metafórico: encontrar el purgatorio en todo lo que nos rodea, pues los ricos están empujando a los últimos supervivientes a las puertas del infierno.


   Robert Doisneau.                     

El hijo mayor de Billy, Bones (Iain De Caestecker), se queda en casa para recoger la chatarra de las ruinas de la ciudad y lidiar con una especie de sociópata Bully (Matt Smith, visto en Doctor Who). Sentado en una silla de felpa, grita "¡mira mis músculos!" desde un micrófono mientras evita a la competencia en el negocio de recolección de residuos.

 Con su ensuciada camiseta blanca y murmurando de forma lacónica, De Caestecker parece un alter ego del propio Gosling, aunque carece de la capacidad de su director para el papel. Más afortunada es Saoirse Ronan como una inesperada amiga, Rata.

Si la trama ya nos suena algo rara,  no es nada en comparación con el estilo, sobre todo en los cortes inesperados a casas en llamas o al zoológico invadido de malezas.

¿Se ha equivocado a la hora de buscar sus referentes?

Como director, Ryan Gosling  parece haber salido del paso desplegando una  colección de florituras y ritmos tomados de otros cineastas (Lynch, Refn, Noé, Kaufman). Podemos rastrear un punto en común con las metáforas visuales de David Lych, pero se trata de una propuesta cercana a una interesante película, inedita entre nosotros: Enter the Void (Gaspar Noé). Una película sobre un Tokio futurista, con un viaje alucinógeno y mucha violencia, de por medio, que comparte con la película que nos centra un cierto tratamiento estético, gracias al director de fotografía en común: Benoît Debie.

Sin embargo, Gosling está bajo el hechizo de su reciente maestro Nicolas Winding Refn. Las habitaciones de color saturado (parecido a la obra del artista James Turrell) y la música electrónica recuerdan a "Sólo Dios perdona", pero esta película no es tan violenta ni tampoco cuenta con el mismo nihilismo.

                                               

También recuerda la mezcla de realidad y fantasía de Bestias del Salvaje Sur. Lost River se desarrolla en las ruinas de una ciudad, ahogada literal y metafóricamente.

Ryan Gosling no es el primer actor en tomar las riendas de una película y en principio, esto no debería ser una mala opción.  Intérpretes que dieron de sí grandes films los encontramos en Clint Eastwood, Tommy Lee Jones o Robert de Niro. El problema de Gosling es que no supo elegir bien sus referentes y tomó el estilo pretencioso del neo noir (Driver) o las florituras del cine postmoderno, olvidando que fue el protagonista de otro tipo de cine mucho más interesante con Dereck Cianfrance.

La falta de diálogo es uno de los grandes problemas que encontramos en el guión, pero es la falta de construcción narrativa lo que destaca en Lost River. En los primeros instantes, aparecen instantáneas elípticas y lo sorprendente es que toda la película sea así. El debut de Ryan Gosling cuenta con unos montajes febriles de imágenes que dependen demasiado de la magnífica partitura de Johnny  para unirlas.

Sin embargo, la película funciona por su carácter extraño. Sus imágenes fragmentadas y su inquietante paisaje sonoro perduran en la memoria, al igual que su abrumadora sensación que inunda la pantalla. Una vez que  Gosling encuentre su propio estilo puede que empecemos a referirnos de un nuevo director; por ahora, Lost River se presenta como un ambicioso pero confuso debut, a través de un desplegar una serie de imágenes en busca de una narración.