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The house that Jack built. El descenso a los infiernos.

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En 1822, Eugene Delacroix asombró al mundo del arte con una obra que pasaría a la Historia, “La Barca de Dante”. Un lienzo en donde unas angustiosas figuras navegaban por la laguna Estigia rumbo a los Infiernos y que supuso una ruptura con la pintura academicista que imperaba en los círculos parisinos, logrando al fin, la gloria como artista. Lars von Triers parece servirse de esa metáfora para regresar al olimpo cinematográfico, a través de un viaje en furgoneta de un particular psicópata con TOC, que va acumulando los cadáveres a lo largo de los 12 años en los que dura la historia.

Después de no haber calculado un chiste mordaz sobre Hitler, en una conferencia de prensa,  Lars Von Triers, tuvo que pasar su travesía por el desierto.  Siete años después, el prestigioso cineasta danés regresó a la Croisset, el Festival de Cannes, con una perturbadora historia sobre un asesino en serie que va levantando ampollas por donde va estrenándose. “The house that Jack built” nos traslada al noroeste del Pacífico donde Jack (Matt Dillon) es un ingeniero, obsesionado con la arquitectura, que diseña la casa de sus sueños mientras va acumulando los cadáveres en un frigorífico. Entre tanto, mantiene un diálogo con quien parece ser la voz de su conciencia (Bruno Ganz).

La película se estructura según cinco “incidentes”,  palabra que utiliza este arquitecto solitario y fracasado para describir el banquete de homicidios, que orquesta e improvisa. “Cinco incidentes elegidos al azar a lo largo de 12 años”. Al igual que en “Nimphomaniac”, la mayor parte de la película se desarrollará en un flashback que nos pondrá al día de sus crímenes, cada vez más violentos y explícitos, dirigidos a mujeres e incluso niños. Solamente eso. No hay suspense con giros en el guión, sino una serie de asesinatos, cada vez más brutales aunque con un toque de humor negro, y entre ellos, reflexiones en voz alta. Sería algo así como el “8 ½” de Lars von Triers, con todas obsesiones temáticas y estilísticas, que puede incluso resultar bastante artificiales.

Pongamos un ejemplo, para que todos lo entiendan. ¿Qué haces cuando eres un director que busca el reconocimiento en todo el mundo pero vives en un país que tiene su propio idioma? Lo lógico sería instalarte en Hollywood, pero Lars von Triers, con fobia a volar, decidió permanecer en su Dinamarca natal y comenzar a rodar en inglés, convirtiendo sus modestas producciones en todo unos fenómenos mediáticos. Otro efecto fue el de adjudicarse el “von” aristocrático, al igual que hicieron en su momento, Erich von Stroheim o Joseph von Sternberg. Al caso.  La película se ambienta en un lugar no especificado de los Estados Unidos pero se parece tanto al norte de Europa, hasta tal punto que los coches y los actores americanos podrían estar fuera de lugar. Supuestamente hay un lugar llamado “Carlston´s Supermarket”, que no veremos nunca, pero que aparece como un logotipo en una bolsa de la compra. Un recurso, como decimos, excesivamente artificial. 

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El asesinato como un arte.

Lars von Triers y su ficticio alter ego (Jack) serían como unos modernos Thomas de Quincy, haciendo una particular relectura de “El asesinato como una de las bellas artes” (1827). Recurren, en este sentido, a una diversidad de elementos por ejemplo, a una voz en off que actúa a modo de conciencia; a todo tipo de insertos, desde referencias artísticas (Gauguin, Blake, Doré, Coppo di Marcolvando o el citado Delacroix), también a referencias cinematográficas propias (fotogramas de “Anticristo” y “Melancolía”) y ajenas, o a figuras históricas como Adolf Hitler o Albert Speer, o culturales como Bruce Springteen o “La Divina Comedia”.

Esto es lo que va levantando ampollas. Cada película de Lars von Triers se siente como un desafío, aún recuerdo la polémica que generó esa obra maestra que fue “Anticristo” y de hecho, éste sería uno de los films más controvertidos que se habrían estrenado en Cannes, aunque ese honor lo recibe algún nuevo título cada cierto tiempo, desde “El imperio de los sentidos” a “La pianista” (Michael Haneke), por ejemplo. Pero cualquiera que sea asiduo del festival de Sitges descubrirá que “Thehousethat Jack built” no merece la fama que le están otorgando, incluso “Anticristo” me pareció más dura. ¿No recuerdan la escena de la auto-clitorioctomía?

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