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Volviendo a Manderley. Cien años del nacimiento de Joan Fontaine.

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-Anoche soñé que volvía a Manderley.

Nacida en Tokio, un día como hoy hace cien años, fue hija de un abogado de patentes y de una actriz inglesa, protagonista en una infinidad de títulos memorables y hermana de la otra gran actriz que fue (y sigue siendo) Olivia de Hawilland, con quien mantuvo no pocos desencuentros.

Joan Fontainte fue una mujer de estilizada belleza, una rubia que destacó esa mirada entre tímida y obstinada, pero sobre todo uno de los nombres con mayúsculas de ese Hollywood dorado. Es y será esa “Rebeca” de Alfred Hitchcock, situándose –para siempre- en ese impagable icono del cine que es Manderley; la amante “desconocida” de Max Ophüls; esa mujer “nacida para el mal”, de Nicholas Ray y otros muchos, muchísimos personajes inolvidables.

Una educación espartana.

Sus padres habían sido unos británicos expatriados en Japón, lejanamente emparentados con la realeza, que se separaron prontos y la madre, una relevante actriz de teatro -en la famosa “RADA” (Real Escuela de Interpretación de Londres)-, se llevó a sus hijas a California y se casó con un tal llamado George Fontaine, del cual adoptó el apellido la hija pequeña. Allí, ambas recibieron una educación espartana por parte de la madre quien, debido a su origen teatral, las hacía trabajar la dicción, recitando Shakespare, tras la cena.

“Señorita en desgracia” (1937), un musical de Georges Stevens –para mayor gloria de Fred Astaire- fue el primer título relevante de Joan Fontaine, director con quien volvió a trabajar, para encarnar al único papel femenino del reparto, de “Gunga Din” un film de aventuras exóticas. Seguramente esta condición de ser única representante de su sexo en una película tan viril hizo desear su siguiente gran película: “Mujeres” (1939), un retrato caleidoscópico y coral, dirigido por George Cukor.

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Curiosamente fue el año en que su hermana Olivia interpretó a esa famosísima Melania en “Lo que el viento se llevó”, una apuesta de David O. Selzick que ganó a Jack Warner, al llevársela cedida a su productora, desde la Warner Brothers, aunque finalmente Selznick prefiriese a Joan –por su papel en “Mujeres”, a años luz del clásico de Victor Flemming-, motivo por el que se inició la relación de odio entre las hermanas, que se selló finalmente con el Oscar a Joan Fontaine, por “Sospecha” (1943).

Una reina del melodrama clásico.

Fue David O. Selznick quién le presentó al maestro del suspense, director que le encumbraría a la categoría de mito de Hollywood con ese primer protagónico, junto a Laurence Olivier, en su primer film estadounidense del cineasta: “Rebeca” (1942), interpretando a un personaje que le identificaría para siempre.

La película arranca con la voz en off de Joan de Fontaine y un travelling, que hace avanzar la cámara hasta una fascinante mansión, Manderley. La casa está abandonada y la narración recuerda cuando empezó todo, con la historia de Rebeca, a la que nunca llegamos a ver. Habría que recordar que el personaje de Joan Fontaine no era el de Rebeca, sino el de la segunda esposa de Maximilan (Laurence Olivier). Fuera de cámara, la película quedó marcada por la estrategia  que utilizó el director para sacar a la luz la fuerza necesaria para el personaje de Fontaine: manipulando a la actriz, entre bambalinas. 

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Sin embargo, volvería a trabajar con Hitchcock, encarnado a otra esposa temerosa en “Sospecha”, justo al año siguiente. Cuando ella logró el Oscar, la hermana concurría con “Si no amaneciera”, cuyo personaje mantenía un romance con el galán Charles Boyer, quien a su vez contaba con otra relación con Paulette Godard. Por este trabajo, de Havilland fue nominada a los Oscars, pero 1943 fue el año de “Sospecha” y su hermana, Joan Fontaine, se llevó la estatuilla.

Volvería a esos films, apoyados en melodramas novelados, con elementos psicoanalíticos y góticos, en la trama, en “Carta a una desconocida” (Max Ophuls) y en “Jane Eyre” (Orson Welles); también en “El vals del emperador”, un musical de Billy Wilder. Fue considerado como uno de los trabajos más flojos de su director, igual que le sucedió a Nicholas Ray con “Nacida para el mal” (1950), esta vez, un melodrama, en su vertiente criminal, en la que interpretaba a Christabel, una mujer dispuesta a todo con tal de conseguir un marido rico.

En el cine de aventuras.

Una de las consecuencias fue su alejamiento paulatino de los melodramas, con la idea de recuperar en el cine de género el prestigio que había perdido. Viajó entre corsarios, por los siete mares, en “El pirata y la dama” (Mitchell Leslie), buscó fortuna en un clásico del cine de aventuras, con mayúsculas, “Ivanhoe” (Richard Thorpe) o se embarcó en un “Viaje al fondo del mar”, capitaneado por Irwin Allen en la única incursión de este productor conocido como el “Maestro de los desastres”.

Sin embargo, los días de gloria para Joan Fontaine parecían haber ya pasado. Henry King la convirtió en protagonista de su última película (Suave es la noche, 1962) mientras que su último trabajo en el cine fue en el film de terror “The widges” (1966). Desde entonces, Fontaine apareció eventualmente en televisión, hasta su definitivo retiro en 1994. La legendaria actriz fallecería  en Carmel, California, el 15 de diciembre de 2013.

 

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