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La corona partida. La ficción histórica hecha cine.

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-Una Corona partida deja la puerta abierta al desgobierno.

 Durante unos años, varios millones de espectadores han conocido, gracias a la televisión pública, episodios de nuestra Historia con la serie Isabel y más tarde con Carlos, Rey emperador. La verdad es que muy pocas veces la pequeña pantalla ha buscado en nuestra Historia, aquella con mayúscula, el material para nutrir sus guiones como ha hecho TVE, bien con Cuéntame, con el Franquismo y la Transición, y estas dos series que nos llevan hacia la formación del Estado Moderno, con los Reyes Católicos, el descubrimiento de América y los primeros representantes de la Casa de Austria (Carlos V y Felipe II).

 De hecho, “La corona partida” deja abierta una pregunta: Si cada vez se consume más, y mejor televisión, ¿por qué ir al cine a ver una producción tan similar a aquella que te ofrece la pequeña pantalla? La explicación de cómo Fernando, el Católico, -ayudado por el poderoso Cardenal Cisneros- mantuvo la Corona tras la muerte de Isabel I, frente a Felipe el Hermoso, es decir, la “laguna” histórica entre ambas series, es el argumento de este film.

Al frente del reparto, Rodolfo Sancho, interpretando al mismo personaje que en la serie “Isabel”, el monarca español, viudo de Isabel la Católica.

-Dais por hecho de que vuestra hija Juana es incapaz de gobernar.

-Conoces sus arrebatos.

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Entre ambos egos, se encuentra la figura de Juana La Loca, enfrentada tanto a su padre como a su marido, cuando ambos la apartan del poder. Ese personaje, a quien le correspondía por herencia la Corona, dio lugar a dos películas con muy buena acogida: “Locura de amor”, dirigida por Juan de Orduña, en los años cincuenta, protagonizada por Aurora Bautista y

Irene Escolar, recientemente premiada con un Goya, es una buena heredera de las anteriores Juana. Pero su personaje cede el protagonismo a su padre, Fernando, interpretado por Rodolfo Sancho, a su marido Felipe, y al cardenal Cisneros, un inmenso Eusebio Poncela.

 -Insensato, un marido puede perder a su esposa, pero un arhiduque no puede perder a su Reina.

 La apuesta por la ficción histórica.

 Opulentos salones, intrigas palaciegas, los discursos a los súbditos, reyes y plebeyos, y alguna que otra conspiración camino al trono. Todo eso es lo que hemos visto en muchas de nuestras ficciones históricas.

 -Reverencia, pronto abandonaremos Granada.

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 Comencemos con una serie, con factura de superproducción, Isabel, interpretada por Michelle Jenner. Durante tres temporadas conocimos los sucesos más importantes de los Reyes Católicos, centrándonos en la Reina Isabel de Castilla. A la muerte de su protagonista, la serie se centra en su nieto, un Carlos I adulto, en Carlos, rey emperador, que narra la vida del hombre más poderoso de la Europa de la época, Carlos I de España y V de Alemania. Ambientada en seis países y con un reparto formado por un gran elenco de actores, esta serie es la gran apuesta televisiva.

-No lloréis, el hijo del Rey no puede llorar.

-Ni tampoco el Emperador puede rendirse.

 La prestigiosa televisión británica cuenta también con su buena ración de ficción histórica: “Los Tudor”, curiosamente en el mismo periodo histórico que los Reyes Católicos y Carlos I, sobre la figura de Ana Bolena y Enrique VIII.

-¡Estás radiante! Más joven que yo, más hermosa que yo y casada antes que yo. Me has eclipsado.

Desde la televisión pública sólo parece existir una propuesta excesivamente complaciente e institucionalista de nuestro pasado (desde el 23 F o figuras representativas de nuestra política) 0 de series televisivas que recogen episodios de nuestra Historia (Isabel, Carlos, emperador; El ministerio del tiempo, Águila roja), más o menos relevantes, institucionalistas y que poco o nada tienen que ver con la situación económica o política real. Un “adormecimiento acomodaticio” propio de los tiempos de crisis, en los que se espera una mayor valentía de quienes hacen ese entretenimiento televisivo. 

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