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Climax. A los infiernos se llega bailando.

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Es un musical, es terror, es francesa; “Climax”, la última película de Gaspar Noé. Visualmente extraordinaria y con una estructura formal de lo más audaz, el film nos traslada a un caserón, aislado por la nieve, donde se encuentra una compañía de bailarines, hasta que llega el caos y el infierno, inducido por el LSD.

Supuestamente está basada en la historia real de una compañía de danza que, en los años 90, sucumbió a los infiernos de las drogas después de una fiesta.  Los jóvenes bailarines retuercen sus cuerpos y dan todo de sí en un número de danza realmente espectacular,  con una brillante bandera tricolor, tras un DJ, que proporciona el telón de fondo de esas coreografías. Todo ello, a través de unos maravillosos planos secuencias, orquestados por el gran cameraman Benoit Debie. “Dios está con nosotros”, dice uno de los personajes al concluir el número. De ser así, éste sería una deidad vengativa y traviesa que atormenta a la compañía, por su propia diversión,  pues a media que irá avanzando el metraje se irá apoderando la locura, e incluso algunos momentos me recordaron una célebre secuencia de “Los demonios” (Ken Russel), en concreto, la de una violación.

Pero la nueva película del cineasta franco-argentino se convierte en toda una experiencia sensorial, con todas las obsesiones del director. Por ejemplo,aparece el tema de la mujer y el embarazo o  maternidad. “El nacimiento es una oportunidad única”, reza un intertítulo, mostrándonos a una bailarina embarazada y a otra, madre de un hijo, Tito, que se mueve indefenso entre el caos antes de que se le encierre en una habitación.  (“¡Mamá, hay cucarachas!”). En otro momento, Noé recupera la escena del aborto de un demonio de la película de culto “Posesión” (Zulawski).

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Al igual que en su impactante “Irreversible” (2002), cuenta con una estructura formal arriesgada y, por tanto, el espectador se siente confundido desde el principio. En el prólogo se sucede un casting para unos jóvenes bailarines que esperan hacer una gira por Francia y los Estados Unidos. Las imágenes se emiten en un viejo televisor, en donde se habla del amor, la danza o el sexo. A su lado, aparecen cintas de VHS de películas como Suspiria (Darío Argento), “Saló” (Pasolini) o “Un perro andaluz (Buñuel). Es decir, Gaspar Noé alinea sus influencias, lo que quiere decir, en otras palabras. Váyanse preparando.  Es curioso que el director argentino, afincado en Francia, aporte algo de original impacto después de sus cinco impactantes películas, entre ellas un film erótico rodado en 3D (Love), que le convierten en el gran enfant terrible del cine galo.

El cine provocador y sensorial de Gaspar Noé.

La primera vez que supe de Gaspar Noé era por una crítica de una de sus películas “Irreversible” en donde se lanzaban exabruptos sobre todo por la dureza de algunas escenas. Recuerdo algunos momentos shocks del cine más reciente, como la auto-clitorioctomía de “Antichrist” (Lars Von Triers) o el sexo con el recién nacido de “A serbian film”.

Decía Marshall McLuhan que era un error separar el medio y el mensaje; en este sentido, Gaspar Noé y su habitual cameraman han hecho gala de un extraordinario sentido visual y de unos vibrantes montajes, por los cuales merecería la pena ver sus películas. También existe un mensaje, que suele dirigirse hacia la decadencia y autodestrucción de nuestra generación, representándolo a través de un cine provocador. En una de las audiciones se nos ofrece una pista: una bailarina confiesa consumir drogas “pero no quiere acabar como Cristina F”, la joven alemana que se consumió en drogas, cuya vida fue adaptada al cine por Uli Edel en 1981.

Noé se hizo un hueco con su mediometraje “Carne”, premiado en el Festival de Cannes, para luego convertirse en un huracán que derribaba las barreras morales en su siguiente trabajo “Irreversible”, con un inspiradísimo Vincent Casell como protagonista. Dos amigos buscan venganza, tras una noche parisina, en la cual fue violada la pareja de uno de ellos (Monica Belluci), un alucinado descenso a los infiernos contado a través de 12 planos secuencias, la marca de la casa de Gaspar Noé. Lo realmente llamativo de esta película es que el director obliga al espectador a una complicidad mucho mayor de lo habitual, contado la historia al revés.

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Su estilo, sobre todo, el visual quedó definido en “Enter the void”. Un posmodernismo manierista que va directo a los sentidos, con unos largos planos secuencias y un tono psicodélico, tanto de las imágenes como de la música. De París pasamos a Tokio, siguiendo a un narcotraficante norteamericano de quien toma la película su punto de vista, incluso cuando reciba un disparo, a través de una serie de experiencias extracorporales.

Por fin, en “Love” (2015) orquestó un cine que podría llevar la categoría de “pornografía”, con eyaculaciones a la cámara. El año en que se prohibió la entrada a Lars von Triers, ese otro enfant terrible del cine europeo, en Cannes se estrenaba el trabajo de uno de sus provocadores, con denominación de origen. Tras esa historia de drogas y fantasmas en Tokio, “Love” se presentaba como una historia de amor de una pareja con sexo real y rodaje en 3D.

“Climax” sería todo lo anterior: sexo, violencia, drogas, anarquía en grupo; planos secuencia, el tono psicodélico y una muy buena música. Un nuevo huracán cinematográfico dispuesto a borrar tantos otros convencionalismos a través de una técnica desarrollada por William S. Burroughs, el cut-up (la técnica de los recortes) e incluso con el poso de una obra de referencia escrita a finales de siglo XIX, aunque de plena actualidad (Masa: un estudio sobre la mente popular, de Gustave Le Bon).Una maravillosa película, en definitiva, provocadora pero genial como revela el hecho de ser multipremiada, desde Cannes a Sitges.

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