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La Venus de las pieles. El masoquismo según Polanski.

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“El todopoderoso le condenó poniéndole en el camino de una mujer”.

Abre la película una cita sobre Judith, el personaje bíblico que sedujo a Holofernes –un general asirio- y le cortó la cabeza (o al menos le mató, no recuerdo exactamente el hecho). Tras adaptar una obra de teatro de Yasmina Reza en Un dios salvaje, vuelve a los escenarios en otra adaptación teatral (en esta ocasión de David Ives), con un film lleno de referencias sobre la sexualidad, la lucha de géneros y el intercambio de roles, entre hombre y mujer, que parte de un clásico provocador de la literatura.

Nos trasladamos a un teatro parisino que funciona como único escenario, con dos únicos intérpretes. Thomas (Mathieu Almeric) es un escenógrafo que prepara una versión teatral de La Venus de las pieles, célebre obra de Leopold Sacher-Masoch, pero tras una agotadora jornada de audiciones, en la que pretende encontrar a la actriz principal, queda completamente decepcionado por no dar con lo que busca hasta que aparece una actriz que no estaba entre las candidatas, Vanda Jourdan (Emmanuelle Seigner). Vanda convencerá a Thomas para que le realice la audición para un personaje, el de Wanda von Dunajew, que parece estar hecha a su medida, mientras que él le realiza la réplica como Severin Von Kusheskin, el aristócrata de sexualidad masoquista.

Mucho de lo que vemos en pantalla parte del texto original del dramaturgo norteamericano David Ives, que fue versionada en el madrileño Matadero,  a cargo de los actores Clara Lago y Diego Martín; pero Polanski saca mucho jugo de esta historia, con aportaciones propias. Por fejemplo, el chiste que dirige hacia los decorados, en boca de Thomas: un escenario que conserva parte de los elementos de un montaje anterior, un musical belga ambientado en La diligencia de John Ford, una broma al ser el western uno de los grandes géneros que celebra la virilidad masculina. 

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Las obsesiones de Polanski.

La película recurre a un duelo de voluntades de poder que aparece en otros personajes femeninos del cineasta polaco como el de Sigurney Weaver en La muerte y la doncella, en una especie de dominación social, en torno al horror de los totalitarismos; en Lady Matbeth (Matbeth) o en Sarah (Sharon Tate) en El baile de los vampiros. También encontramos su característica misoginia e incluso el travestimo de los personajes masculinos de Callejón sin salida o El quimérico inquilino: en una secuencia clave, la actriz trasviste a Thomas, de forma grotesca, con el fin de parecerse a Wanda. 

Pero de las obsesiones preferidas de Polanski, la más recurrente es el “espacio cerrado”, al desarrollarse en aquel teatro vacío y sin espectadores, un lugar siniestro en donde sincerarse los personajes. Este detalle me recuerda a los “huis clos” de Polanski, el más claro el decorado del piso neoyorquino de Un dios salvaje, pero también a otras películas de 2013. Por ejemplo, el piso de Detroit de “Only Lovers Letf Alive” (Jim Jarmush), donde los protagonistas escuchan música y charlan, sin que se sepa de lo que ocurre en el resto de la ciudad: viven para ellos y para sus placeres. 

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Otros detalles interesantes los encontramos en los personajes.

Thomas (Mathieu Almeric) es un quisquilloso director teatral que podría servir de perfecto alter ego del propio Roman Polanski; de hecho, su físico recuerda mucho al cineasta polaco de joven.  Sin embargo, me resulta más destacado el personaje femenino, una especie de musa para los decadentes y románticos del siglo XIX, aunque trasladada al siglo XXI: Vanda resulta insoportablemente hortera,  mascando chicle con la boca abierta y soltando tonterías, pero una vez que se suba a los escenarios se convertirá en una sofisticada dominatrix. Esta interpretada por Emmanuelle Seigner, esposa del realizador, quién interpretó a una misteriosa mujer en “La novena puerta” y a la sádica y voluptuosa Mimi (Luna de hiel) película que podría resultar el reverso de ésta, al tratar sobre el amor como fuente de dolor y autodestrucción.

Su personaje de Vanda sería víctima (en un momento de audición le reprochará a Thomas: “Tú eres el director, tu eres quién maltrata a los actores”) y, al mismo tiempo, verdugo. Eso sí, Polanski la envuelve de tantos matices que peca de indefinición.

-¿Quién es esta mujer?

Se preguntará Thomas, pero también lo haremos nosotros. Wanda considera “vulgar pornografía” la obra “La Venus de las pieles”, pero conoce los detalles y el texto de memoria; tacha de “algo antiguo”, “Las Bancantes” de Eurípides, pero recite los comentarios que dirigen estas seguidoras del dios Dionisos a Penteo; y se presenta como una detective contratada por la novia de Thomas, para espiarle, mientras que también asegura haberla conocido en el gimnasio.

Lo cierto es que la película termina haciéndose eco de esa indefinición, tanto que al final el espectador queda con una sensación de desconcierto. La engañosa simpleza de la premisa argumental se convierte en una auténtica matriosca que a veces roza lo estrambótico y lo irreverente. Lo cierto es que podría resultar de agradecer un proyecto tan valiente y provocador como La Venus de las pieles, en una época en que vivimos de autocensura y de lo políticamente correcto, pero a veces se confunde la creatividad y la personalidad artística con la belleza esquiva propia de una dimensión provocadora.

1 comentario

Roger -

Grandisimo tour de.force se monta Polanski. Ni falta ni sobra nada.