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Resident Evil. Alicia en el país de las zombies-pesadillas.

Resident Evil. Alicia en el país de las zombies-pesadillas.

En los años noventa, un grupo de realizadores ingleses –en  los que situamos a Guy Ritchie o Paul W. S. Anderson- rechazaron el modelo de cine formado por Ivory &Merchant. En cambio, apostaron por una filmografía basada en las adaptaciones de videojuegos y música tecno, por lo que no serían los realizadores más valorados por la crítica, pero sí muy populistas y comerciales. En el caso que nos sitúa, Anderson introdujo importantes novedades a un subgénero muy en boga, hoy en día, a través de la estética steampunk y de la aceleración visual y narrativa, convirtiendo cada set piece en un caos controlado.

Terror, ciencia-ficción, cine de acción, western, artes marciales, ciudades futuristas, paisajes post-apocalípticos y zombies aparecen en una saga filmada con un claro estilo vanguardista en donde fluyen cine, videojuegos y cómics. Es, ante todo, un producto  multireferencial que nace de la adaptación de un videojuego –creado por Campcom- en donde la humanidad se enfrenta a legiones de engendres de no-muertos, todo tipo de mutantes y a una serie de corporaciones que pretenden controlar, en su beneficio, ese apocalipsis zombie.

En cuanto a P. W. S. Anderson, nos encontramos ante un realizador que no hace más que repetir una y otra vez los mismos esquemas, por lo que logra tanto éxito: una narración manoseada dramáticamente y una reinterpretación acelerada de los géneros. Lo que sumando al casting de actores que suele hacer en sus películas y a su personal estilo audiovisual, convierte cada uno de sus trabajos en un patio de recreo donde desarrollar su libertad creativa y su "ética" adaptada de los tiempos que vivimos. Una construcción cinematográfica que aparece tanto en la saga de Resident Evil como en Pompeii, por ejemplo: la descripción de un mundo sin salvación, sometido por un incontrolable y omnisciente poder, que regirá la vida de sus personajes.

                              

A esto habría que sumar su musa, Milla Jovovich.

-Me llamo Alice.

Resident Evil nos suele presentar a este personaje clave de la saga con un primer plano de los ojos para luego mostrarnos el cuerpo escultural de la actriz, convertida ya en icono de una cinematografía vanguardista de acción. Milla Jovovich aparecía  en la película Hotel de un millón de dólares (Win Wenders), pero sobre todo la podemos encontrar como heroína brutal futurista, en la línea que sigue esta saga creada por W. S. Anderson, a fin y al cabo su marido. Alice forma parte de esos personajes femeninos que van repartiendo leña a tutiplén para poder sobrevivir en un mundo futurista, en este, en concreto, dominado por zombies, virus y poderosas multinacionales. De esta manera, Milla Jovovich lucirá, por sexta vez, su impresionante físico, su chispa interpretativa y  todo tipo de habilidades como muy moderna de sí misma, pasada de revoluciones y de adrenalina. O al menos, así se ve ella. “Creo que mi personaje siente una gran evolución a lo largo de la saga, desde la primera entrega en la que  se siente tan desorientada como el espectador hasta que fue capturada por una corporación y la convirtieron en cobaya de laboratorio. Más tarde resulta que hay clones de sí misma por el mundo, destrozado y lleno de zombies. Es entonces cuando se parece mucho a mí, que se toma a broma todo lo malo que le rodea”.

En realidad, Resident Evil abraza la mayor de las vanguardias para desarrollar una historial mil veces vista: la lucha entre el Bien y el Mal, representada por la heroína, -Alice- una especie de Mad Max en su cruzada contra los zombies y la corporación Umbrella. Una construcción clásica narrativa: el viaje del héroe hacia la aventura, a través de una trama que apenas avanza y cuyo mundo no evoluciona (sus personajes son de una pieza, de principio a fin) porque lo importante son los peligros a los que se enfrentan y que parecen no terminar nunca. Una historia que afecta tanto al personaje principal como a sus compañeros de viajes, que se quedan por el camino o que, misteriosamente, reaparecen para luego desaparecer.

Siempre nos quedará Alaska.

Es uno de los detalles de la saga, Alaska, convertido en un McGuffin de tomo y lomo, como parte de la búsqueda –mil veces vista-  de una tierra idílica y virgen que les aleje de la realidad que les abruma o de los mil infectos peligros con los que conviven. Esa Alaska soñada era parte de una tradición clásica del cine de aventuras, repetida hasta la saciedad en las películas de temática postapocalíptica (Mad Max y derivados)  pero también en esas historias de huidas a ninguna parte como Un mundo perfecto (Clint Eastwood). Una tierra habitada por “aquellos que huyen de algo”, se decía en Insomnio (Christopher Nolan).

-Alaska, Phillipe, una tierra firme. El hombre y la naturaleza.

Resident Evil quedará, al final, como una saga pensada para el consumo juvenil que sin avanzar apenas en su argumento, nos va mostrando la supervivencia de unos pocos en un mundo dominado por el caos. 

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