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Travelling. Blog de cine.

La cura del bienestar. Una inquietante atmósfera llevada al exceso.

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“Dios enloquece a quien desea destruir”. Esa cita de Eurípides abría “Corredor sin retorno” (Samuel Fuller), referencia clásica dentro de este subgénero  del cine carcelario, el de estas inquietantes clínicas con todo tipo de trasfondos y mensajes posibles, en donde la enfermedad y la locura, el cuerdo y el paciente solo lo son desde el prisma  que lo veamos.  Un balneario, un idílico lugar de asueto, en pleno paisaje de montaña, se convierte en la última “casa maldita” visitada por el cine, un inquietante thriller de suspense psicológico –más que de terror- a cargo de Gore Verbinski. Unas imágenes muy potentes y un con un concepto de la inquietud  algo alejado de lo convencional, pero con una duración de dos horas y media, que se hace muy larga.

-Tenemos una enfermedad, que asciende como la bilis y nos deja un sabor amargo en la garganta. Está en cada uno de los presentes en esta mesa.

El director comenzó su carrera con la comedia familiar “Un ratoncito duro de roer”, siguió con el terror “The ring” y con las tres entregas de “Piratas del Caribe”, logró un Oscar por “Rango” y unas malas críticas por su anterior trabajo, el pastiche, “El llanero solitario”. Ahora nos sumerge en una perturbadora y extraña historia con lo que –creemos- que sabe mejor hacer, crear atmósferas inquietantes, como las de su notable incursión en el terror “The ring”. Decía Gore Verbinski que él y su colaborador, el guionista Justin Haythe, querían hacer una perturbadora historia en la línea de “El resplandor” o “La semilla del diablo”, y nosotros le creemos, viendo su última película. De hecho, la localización de la historia, el castillo Hohenzollern, en el pueblo alemán de Hechingen,  se convierte en un personaje más, siguiendo el rastro de ese hotel Overlook, de “El resplandor” o el edificio Dakota”, en el clásico film de Polanski. Una majestuosidad gótica que atrapa a sus personajes, y al espectador, en una suerte de laberinto que haría las delicias del mismísimo M. C. Escher, el artista neerlandés que solía hacer unos grabados de plataformas imposibles.

Dane DeHaan (visto en “Cruce de caminos” y en “Life: la vida de James Dean”)  interpreta a Lockhart, un ejecutivo de Wall Street, cuya empresa está a punta de ser absorbida, coincidiendo con la marcha del director general que ha decidido retirarse a un balneario, en Europa, sin la intención de regresar. De esta forma, Lockhart llega a ese solitario balneario de los Alpes Suizos en busca del director, paciente de la clínica, para convencerle de que regrese. Se le presenta ante él, un lugar idílico, donde asiste gente acaudalada con la idea del liberarse del stress de sus trabajos diarios. Una institución dirigida por un hombre sensato y cordial, el Dr. Volmer (Jason Isaac), pero pronto las apariencias se van diluyendo –en todos los sentidos posibles-, sobre todo cuando va conociendo a algunos pacientes –la bella Hannah (Mia Goth)- y las intenciones algo oscuras del director.

-¿Has venido para la cura?

-Sólo vengo de visita.

-El que entra ya no sale.

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Por dentro y por fuera: el estilo y las fobias.

El film ahonda por lugares ya transitados, desde el giallo de Dario Argento al terror gótico inglés, pasando por los oscuros recovecos de Shuter Island o los dos títulos, previamente citados.  E incluso, otra referencia de la que podemos tomar buena nota sería “Corredor sin salida” (Samuel Fuller), clásico entre los clásicos. Todo eso formaría parte de la película, pero no es un simple refrito de lo ya visto, sino que el director logra un tono muy personal donde el exceso es el protagonista de honor. Es innegable la puesta de escena y el conseguido aspecto técnico, con unos planos muy notables, y con secuencias intensas e inquietantes, como la del tanque de aislamiento, la del accidente con el coche o la de la silla del dentista.

Es decir, junto con el lujoso envoltorio, las fobias (nuestros miedos atávicos) juegan un importante papel en esta película, y en estas hay una multitud de referencias. Algunas muy llamativas que van desde los universos literarios de Allan Poe o H. P. Lovecraft al de Drácula. Una completa mezcla de géneros que lastran un tanto la historia y, de ahí, que el gran inconveniente sean las pretensiones de Gore Verbinski por cubrir muchos aspectos. Esto lo logra con un metraje que resulta excesivo (unos 156 minutos, para una historia que podría perfectamente haberse contado en unos 100), con una trama enrevesada y algunas escenas con un tono fuera de lugar.

Al final, nos quedamos con una película que rastrea algunos de los males de este mundo, a partir de una fábula que fascina e inquieta, a partes iguales, con toda una justicia poética detrás, dirigida a todos esos Lethman Brothers (que sea el protagonista un ejecutivo de Wall Street, no es un tema baladí) que arruinaron gran parte del planeta una serie de crisis que hoy en día, continúan. 

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1 comentario

Sara. -

No me gustó, lo siento, pretenciosa y demasiado rara.