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El otro lado de la esperanza. El regreso del finés Kaurismaki a la dirección.

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Cuando se habla de cine europeo social y combativo salen a la palestra una serie de nombres, cada uno en su estilo, Ken Loach, los hermanos Dardenne, Costa-Gavras o Fernando León de Aranoa; directores comprometidos con los avatares políticos, la clase trabajadora 0 con los grupos menos privilegiados de la sociedad. El finés Aki Kaurismaki, que es quién nos ocupa, ha dedicado más de tres décadas a un cine social aunque en su caso no es tan fácil encasillarlo a este género, pues en su cine encontramos el cerebro de Bresson, el humor absurdo de Beckett o la ternura de Ozu.

Kaurismäki, director de particulares trilogías, -recordemos esa que se llamó “Bolchevique”- encierra esta película en una de ellas, compartiendo con “L´Havre” una especie de ciclo sobre el mundo de la inmigración, ambientadas en ciudades portuarias.  En aquella, un escritor en ciernes decide trasladarse a Le Havre para vivir en un suburbio y ejercer de limpiabotas en una estación de tren, pero un día se da de cara con la realidad de la inmigración africana y se convierte en el protector de un menor. En esta ocasión,  la historia nos centra a un refugiado sirio que llega a Helsinki, tras haber perdido a casi toda su familia y desea reencontrarse con su hermana. En su periplo se encontrará con el malhumorado pero generoso Wikström, un hombre que gana un decrépito restaurante (con la imagen de Jimmy Hendrix, adornando sus paredes desnudas) en una timba de póker y decidirá cambiarlo por sus negocios de camisas; un personaje  interpretado por uno de los actores habituales del director, Sakari Kuosmanen.

-Los melancólicos siempre son deportados primero.

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Se retrata Finlandia de un modo cercano a lo que se entiende Europa, o el resto del mundo, en donde la burocracia mira con lupa a los recién llegados a su país o donde los inmigrantes sufren la xenofobia de radicales neonazis. Pero de nuevo, el optimismo y la ternura vuelven a una historia de Kaurismäki por su fondo de felicidad que se describe en esa miseria de sus personajes perdedores.

“Siempre diferente, siempre igual”.

La famosa frase de John Peel sobre “The Fall” podría servirnos para entender a este director tan minimalista como Aki Kaurismäki. La historia no daría para mucho más, aunque lo más interesante sea acercarnos al estilo de este particular cine de autor, a cargo de un cineasta al que se le suele ver fumando y bebiendo cerveza, a cascoporro, y que un buen día decidió dejar su querida Helsinki para vivir en Lisboa, en una caravana junto a su mujer y a su perro.

Aki Kaurismäki es un director que debutó en el largometraje con el Dostojeski de “Crimen y castigo” o que fue capaz de trasladar la tragedia shakesperiana de Hamlet a un conglomerado empresarial; un tipo que podía exclamar “¡Kolalocao!” (como referencia a “Joe el Kolalocao”, un western checo de los sesenta, filmado por  Oldrich Lipský), en plena entrevista, cuando lee en una servilleta el logotipo Cacaolat, o a lanzarse a cantar en la Berlinale –la única rueda de prensa, cantada, de la que se tiene noticia-.

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Cualquier espectador que se adentrase por primera vez en una película de Kaurismäki seguramente encuentre desconcertante ese cine, en donde tiene lugar el humor negro y absurdo, llegando a situaciones próximas al surrealismo, en torno a unos peculiares perdedores. Su cine es una combinación de géneros, desde el noir y el drama, a la comedia; un ejemplo de humor absurdo lo encontramos en Calamari Union, en donde 17 personajes -16 de ellos llamados Frank- recorren Helsinki buscando el paraíso. También ha quedado como una seña de identidad la característica fotografía de Timo Salminen, su camareman habitual con el que suele trabajar siempre. O sus momentos musicales, todo un clásico en sus películas, o esa influencia del marxismo y existencialismo junto con la pintura de Edward Hopper. Una situación, que suele repetirse en algunos de sus films, está tomada de este famoso cuadro: un hombre fuma, mirando por la ventana y una mujer se le acerca por detrás.  Mientras que como guionista, ofrece pocos diálogos a sus personajes, pero los justos, de forma que impacten en la historia –de hecho, el propio Kaurismäki los llama “diálogos-revólver”-. De ahí que el silencio sea esencial para este director, lo que le enlaza con el cine del francés Bresson.

Puede que “El otro lado de la esperanza” no sea la película más redonda de su filmografía, pero es un film de gran calado ético y social, y además, una obra 100%, Kaurismäki; una ocasión para adentrarse en un particular universo de un cine de autor, único.

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