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La cordillera. La banalidad del mal

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Ya podemos ver en nuestras salas una de las películas más interesantes del año, el tercer trabajo de un cineasta de obligado seguimiento, como es el argentino Santiago Mitre, guionista habitual de Pablo Trapero, convertido en un director capaz de tratar la política de forma apasionante, a través de unos personajes asomados a los turbios mecanismos del poder. Así, sucedía en “El estudiante”, con el universitario Roque Espinosa -recién llegado a Buenos Aires- que terminaría militando en política, y en “Paulina”, con una joven abogada idealista que saldrá de su zona de confort para conocer una dura realidad de su país, antes de ser violada por una patota (una pandilla).

-Cuando hay pobres de por medio, la policía no quiere buscar la verdad, sino culpables.

En esta ocasión, la película ahonda en el thriller político de altos vuelos (el título “La cordillera”, tendrá más de un sentido), a través del presidente de la República de Argentina, casi un recién llegado a la Casa Rosada, Hernán Blanco (un inmenso Ricardo Darín). Todo pinta a que el hombre que está presidiendo el Gobierno no sea más que un títere –un hombre anodino, común, de barrio; un tipo “blanco”- cuyos hilos maneja el Canciller (apodado “el monje negro”, un soberbio Gerardo Romano); pero pronto se descubrirá que su carácter “inmaculado” es una fachada más.

Hernán Blanco llevará poco tiempo pero ya le duelen los golpes que ha ido recibiendo desde entonces; tanto en el frente familiar, -donde el ex de su hija Marina, parece haber descubierto que en su pasado se ha ensuciado algo más que su traje de Ermenegildo Zegna-, hasta en su entorno político. De ahí, que en su primera exposición internacional, comiencen los problemas: Una conferencia de mandatarios latinoamericanos en Chile con la idea de forjar una especie de OPEP, para controlar el mercado de los recursos energéticos. Una diatriba en la que surgen dos posturas: la defendida por el Presidente de Brasil y la de México (Daniel Giménez Cacho); situación que se complicará por la presencia del sector privado y el norteamericano. De hecho, no faltará el enviado de los Estados Unidos, interpretado por Christian Slater.

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Pero la historia da un inesperado giro de guión. En un momento de la película, se recurre a un psiquiatra chileno para tratar un conflicto del presidente argentino, con un particular método que incluye la hipnosis. De esta forma, “La cordillera” transitará a otros registros genéricos. Del thriller político se pasa al suspense psicológico cuando se ahonde en  unos asuntos familiares. El film, -que ya se ha visto  arropado, gracias el homenaje que se le concedió a su protagonista en el Festival de San Sebastián-, parece tender hilos a dos tendencias que suelen funcionar bin: una trama al estilo de “House of Cards” y otra, en la línea del psicodrama de Hitchcock.

Pero el guión, el punto fuerte de Santiago Mitre, es el elemento más endeble de “La cordillera”. Pensemos en la secuencia inicial.  Un electricista llega a la Casa Rosada, para hacer un trabajo, pero tras un equívoco con su identidad, se produce un largo trasiego de pasillos que conduce hasta alguien que llega tarde, un joven empleado que lleva los cafés a la “mesa chica” donde está reunido el Gobierno. Cuando por fin, este llega a su destino, todo lo anterior desaparece de la película, de un plumazo. A grandes rasgos, esta secuencia ejemplifica la estructura del film, en donde las escenas no aparecen bien conectadas.  Aunque sea una soberbia película, las demasiadas tramas que se van abriendo, lastran un poco el resultado final, por los muchos hilos que se desperdigan por el camino. Aun eso, muy recomendable, con una sorpresa, en el epílogo, que nos recuerda al cine de Michael Haneke.

 

1 comentario

Max -

Una gran película, saludos desde Argentina.