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Érase una vez... El reino de la fantasía en el celuloide (II).

Érase una vez... El reino de la fantasía en el celuloide (II).

Hay relatos épicos con elfos, orcos, dragones y acero suficiente como abrir una cadena de cuchillerías, pero la espada y la brujería todavía siguen despertando en nosotros la mágica nostalgia de nuestro tiempos mozos. "La magia es la sangre vital del universo", decía Billy Barty en Willow (Ron Howard) y tenía razón. Todavía debemos arroparnos por la cálida nostalgia de una imaginación que el adulto ha perdido, como si el País de Nunca Jamás fuese un terreno vetado para un hombre sumido por el estrés de las facturas que debe pagar religiosamente y el modo de llegar a fin de mes. Pero esa fantástica entelequia atemporal, que evoca la infancia perdida, puede satisfacer a espectadores de todas las edades, por contener ímpetu y reflexión a partes iguales. De ahí, el síndrome de Peter Pan, surgido de la imaginación de un adulto, J. M. Barry, y un niño que no quiere crecer, Jeremy Sumpter, si nos vamos a la mejor adaptación de este clásico, a cargo de P. J. Hogan. Lo necesario sería creer en la Fantasía y en los libros mágicos, tal y como Bastian (Barret Oliver) se empeñaba en salir de su realidad a esa Historia interminable, de la mano de Wolfgam Petersem. Para demostrarnos como la imaginación de un niño y la entrega de un héroe (Atreyu, Noah Harraway), podían salvar esa mágica utopía de libertad que era el Reino de Fantasía, aunque lo que se recuerde de ella sea la cancioncilla del anuncio ("Richard Clayderman en su piano sin control").

                                  La historia Interminable-4

"¡Grita mi nombre, Bastian! ¡Por favor, sálvanos!". Alentaba la Reina de Fantasía (Tami Stronach) en aquel clásico de Michael Ende. Todos tenemos un momento así en nuestras vidas: la hora de darnos cuenta de que los cuentos de hadas son sólo eso, cuentos. A los españoles eso nos ocurre al enterarnos que los reyes magos son nuestros padres, mientras que en el mundo anglosajón la desilusión llega cuando entras en un armario y descubres que al otro lado no está el mundo de Narnia. El espectador de las obras de C. S. Lewis vive una segunda niñez. El director y guionista, Andrew Anderson (Schrek) consigue con Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario que los críos olviden sus deberes y vuelvan a soñar. Donde los elementos de la historia reciben el tratamiento legendario de estos personajes: la Bruja Blanca (Tilda Swinton), los niños protagonistas, jóvenes héroes (sobre todo Lucy, Georgine Henley), y el león.

De hecho, las sagas de fantasías han proliferado como las arañas de Mordor, pero esta versión de los clásicos de J.R.R. Tolkien gobierna sobre ellas cual Anillo Único sobre las fuerzas del mal. Como señalaba uno de los personajes centrales (Gandalf, Ian McKellen): "Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas. Este es el Anillo Único". Por eso, adaptar El Señor de los Anillos haya sido un proyecto ambicionado por muchos (John Boorman fracasó en su intento, antes de su Excalibur, e incluso existe una versión animada de parte del relato), pero sería Peter Jackson quien se llevó el gato al agua. Muchos nos escandalizamos al enterarnos que el responsable de esta adaptación iba a ser un friki cuya primeras películas estaban dentro del terreno del cine gore. Pronto comprobamos el lado sentimental de este freak que supo convertir sus amados paisajes neozelandeses en toda una Tierra Media sobre la que desplegar legiones de elfos etéreos, orcos brutales y hobbits tragones. Por si eso fuera poco, Jackson contó con el hallazgo de Andy Serkis (Gollum), un actor con talento suficiente como para dotar de individualidad a un personaje digital y convertirlo en la figura más memorable saga.

- Me enfrentaré al hombre con seis dedos y le diré: Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tu mataste a mi padre. Prepárate a morir.

Si no recuerdas esta frase de boca de Mandy Patinkin, o no tienes corazón o no has vista esta pequeña joyita, dirigida por Rob Reiner (Cuenta conmigo) a partir de un libro de William Goldman. La princesa prometida cuenta la historia de Buttercup (Robin Wright) y Wesley (Cary Elwes), un amor que se va al traste cuando él desapareció y ella se prometió con el pérfido príncipe Humperdinck (Chris Sarandon). Película que demostraba que todo buen cuento de hadas debe contar con la fantasía, pero sobre todo con la magia de amores verdaderos.

                           la bella y la bestia

"No estamos acostumbrados a que me sirvan, pero adivino que hacéis todo lo posible para que pueda olvidar vuestra fealdad". Ya lo decía Josette Day en La bella y la Bestia. Olvida las teteras cantantes de la Disney, la versión del mito firmada por Jean Cocteau, es la buena. Jean Marais y Josette Day quedaron de lo más convincente en los papeles principales, y la ambientación alterna el realismo, inspirado de los pintores holandeses del siglo XVII, y lo puramente fantástico como por arte de magia.

Los cuentos de hadas nunca se olvidan, pero las pesadillas de infancia, tampoco. Guillermo del Toro nos presentaba una historia atroz en El laberinto del fauno que incluso los hermanos Grimm hubiesen sentido miedo al escucharla. Huyendo de un mundo insoportable llega a encontrarse con otro todavía peor, en donde Ofelia (Ivana Baquero) se enfrenta a imágenes de pesadillas (el Hombre Pálido y sus manos con ojos, las hadas-insectos, la mandrágora) demostrando que, a veces, una niña puede cambiar el mundo.

                             ElLaberintodelFaunotaquilla

- Yo soy el monte, y el bosque, y la tierra. Soy un Fauno. Vuestro más humilde súbdito, alteza.

Pero la búsqueda de esos realidades paralelas, pueden servir de catarsis para unos niños que crean un mundo mágico, propio, para huir de lo cotidiano, aunque se trate de imaginación, lo que parece estar relegada un segundo plano.

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